Carta del Cardenal Arzobispo de Madrid para la Jornada de los Misioneros Diocesanos

Solemnidad de la Ascensión del Señor

«La Diócesis es tu familia (…) y sus misioneros, tus hermanos»

Mis queridos diocesanos:

Está ya a las puerta la gozosa celebración, en nuestra Iglesia particular de Madrid, de la tradicional Jornada de los misioneros diocesanos que, con todo sentido, se enmarca en la solemnidad de la Ascensión del Señor, el «Misionero del Padre», que a la hora de su retorno a él ha establecido los fundamentos para el envío misionero: «Id, pues – le dice Jesús a los Apóstoles en el momento de ascender a los cielos -, y haced discípulos a todas las gentes enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt. 28, 19-20). El Señor se va, pero justamente para quedarse de un modo nuevo, con toda la eficacia de su poder divino, con nosotros: enviándonos su mismo Espíritu, el Espíritu del padre y del Hijo, el Espíritu Santo, fuente de la Vida verdadera, para nosotros, miembros de su Iglesia, y para toda la Humanidad.

Al igual que Cristo fue enviado por el Padre, para darnos su Vida, así los Apóstoles, cimiento de la Iglesia naciente, son enviados por Cristo para llevarla a todas las gente. Porque no hay otra fuente de vida para el mundo que ésta que Cristo nos da. Más aún: ¡que Cristo es! No dejó lugar a dudas al proclamarse a sí mismo, con toda rotundidad, «el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn. 14, 6). Y al igual que Cristo, sin salir de los pequeños límites de Palestina, abrazaba el mundo entero, así los Apóstoles, estableciendo Iglesias particulares, no dejaban de enseñar a cada una de ellas el mandato de Jesús de abrazar a todos los pueblos. Y hoy lo seguimos enseñando sus sucesores, los obispos: todos somos misioneros, los que permanecemos en Madrid y los miembros de nuestra familia diocesana enviados a países lejanos. Ellos, nuestros misioneros sacerdotes, religiosos y religiosas, laicos y hasta familias enteras, nos recuerdan cada día el mandato de Jesús con el testimonio de su vida, y nos estimulan a vivirlo aquí en Madrid, como ellos en tierra de misión. De este modo, también nosotros somos estímulo y ayuda para ellos. La Jornada de los Misioneros Diocesanos es, sin duda, una ocasión privilegiada para crecer todos en esta conciencia misionera, viviendo precisamente como una auténtica familia, como nos recuerda el lema de la Jornada de este año.

La Diócesis, en efecto, es «familia», y nuestros misioneros, «hermanos». Este carácter familiar, que está inscrito en el mismo ser de la Iglesia, pone bien de manifiesto en qué consiste la tarea misionera: acrecentar la familia de Dios, a la que son llamadas todas las gentes. Por eso no envía Jesús a los Apóstoles únicamente a predicar, sino a «bautizar», a hacer verdaderos hijos de Dios y hermanos unos de otros, hasta formar la única familia a la que el Padre, en su designio eterno, llama a toda la Humanidad.

El mundo necesita paz, justicia, amor y esperanza. Necesita, en definitiva, ser familia, y sin este espíritu filial y fraterno no hallará más que egoísmos, odios, guerras y desesperación. Nos llenan de profundo dolor las noticias de violencia y de injusticias, de muerte y destrucción que todos los días nos transmiten los medios informativos, en la misma Tierra Santa en que nació el Príncipe de la Paz, en muchos países de la olvidada África, y en tantísimos lugares de los cinco continentes. ¿Quién, fuera de Cristo, puede traer a la Humanidad entera la única verdadera «Buena Noticia» de esa paz, justicia, amor y esperanza que todos los hombres deseamos en lo más hondo del corazón, pero que somos incapaces de darnos a nosotros mismos? Nuestros misioneros y misioneras, y con ellos toda la Iglesia particular de Madrid, estamos urgidos a esta hermosa tarea, que con especial fuerza nos recuerda esta Jornada de los Misioneros Diocesanos.

Es día de sentirlos muy cercanos a ello, y a sus familias, de ayudarles con nuestra aportación económica y personal, y de orar al Señor por ellos, para que multiplique el gozo de su vida y los frutos de su trabajo, para crecimiento de la Iglesia y de todos lo hombres como verdadera familia de Dios. A la intercesión de la Madre, Nuestra Señora de la Almudena, los encomiendo y encomiendo a toda la familia diocesana, en este tiempo en que nos disponemos a hacer juntos el camino sinodal, para que nuestro Sínodo Diocesano esté penetrado en todo momento del espíritu misionero que constituye la entraña de la Iglesia y es la esperanza del mundo.

Con mi afecto y mi bendición,

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.