Discurso inaugural LXXIX Asamblea Plenaria de la CEE

LXXIX Asamblea Plenaria de la CEE

Eminentísimos señores Cardenales,
Excelentísimo Sr. Nuncio Apostólico,
Excelentísimos señores Arzobispos y Obispos,
Queridos hermanos y hermanas todos:

Saludo cordialmente al Sr. Nuncio, a todos los miembros y participantes de la LXXIX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, a los representantes de la CONFER, y a los colaboradores de los servicios generales de la C.E.E. y de sus distintas Comisiones Episcopales. Un recuerdo muy especial para los sacerdotes, consagrados y seglares que comparten con todos nosotros, en nuestras Iglesias particulares, la tareas, preocupaciones y gozos del Evangelio. Doy también mi cordial bienvenida a los representantes de los Medios de Comunicación Social. Recordamos agradecidamente y oramos por el eterno descanso de nuestro hermano Mons. Juan Antonio del Val Gallo, obispo emérito de Santander que falleció el pasado 13 de noviembre. Que Dios le pague todos sus desvelos durante tantos años al servicio de la Iglesia. Nos alegramos de la liberación de Mons. Jorge E. Jiménez Carvajal, obispo de Zipaquirá y Presidente del CELAM, que con el P. Desiderio Orjuela habían sido secuestrados por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia. Damos gracias al Señor por esta pronta y merecida liberación y nos congratulamos con ellos y con nuestros hermanos de la Conferencia Episcopal Colombiana y del CELAM.

I. Evocación del primer Viaje apostólico de Juan Pablo II a España: efeméride memorable, rica de actualidad pastoral.

1. Veinte años después de aquel 31 de octubre de 1982 recordamos con agradecida emoción la llegada del primer Papa peregrino a la geografía humana, espiritual y cristiana de España, y el inicio de su Viaje apostólico, que él había esperado con tanta ilusión.[1]

Las gentes de nuestros pueblos le acogieron calurosa y clamorosamente. Siguieron sus pasos, atentos a sus gestos y a sus palabras, y descubrieron la cercanía del peregrino de Roma, Vicario de Cristo, que visitó algunos de los lugares más emblemáticos del pasado y presente eclesial de España: Avila, Alba de Tormes y Salamanca, Madrid, Guadalupe, Toledo, Segovia, Sevilla, Granada, País Vasco, Navarra, Zaragoza, Barcelona, Valencia, de nuevo Madrid, y la despedida en la Basílica del Apóstol Santiago en Compostela, después del inolvidable discurso europeísta a favor de la renovación espiritual y humana del Viejo Continente[2]. La celebración del IV Centenario de la muerte de santa Teresa de Jesús impregnaba la visita pastoral de Juan Pablo II del encanto espiritual de la santa mística abulense. El sucesor de Pedro rindió homenaje a la santa cuyo timbre de gloria fue ser siempre hija de la Iglesia, siendo testigo excepcional de la inmensa riqueza del vivir en Cristo en la comunión plena de su fe y exponente genial de los frutos del mejor humanismo, lúcidamente consciente de saberse inserta en una comunidad cristiana que tiene sus orígenes en la época apostólica.

Al Papa le era familiar la espiritualidad de los santos españoles, de modo especialísimo de los místicos del siglo de oro, y dejó en cada uno de los lugares a los que se acercó la huella del Buen Pastor que conectaba con la raíces cristianas del pueblo y de su más honda cultura. Predicó incansablemente la palabra del Evangelio, mostró su cercanía a los pobres, a los enfermos y a los ancianos. Habló con fervor sobre la eucaristía y sobre la urgencia de la oración y de la contemplación a la luz de la herencia teresiana, sobre el servicio de la teología en la Iglesia, acerca de la relación fe-cultura en la Universidad y de la devoción a María. Se prodigó con los más sencillos y con los más débiles; se dirigió a los sectores más diversos de la Iglesia y de España: obispos y sacerdotes, religiosos y religiosas, niños, jóvenes, políticos, obreros, diplomáticos, familias y periodistas. A todos impulsó, desde la mirada retrospectiva del legado católico de nuestros mayores y de la herencia de nuestros santos, a que pusieran, esperanzadamente, su mirada en los nuevos tiempos, abiertos al amor de Cristo. Nos animó a ser constructores de una sociedad justa, solidaria, y promotores de la siempre anhelada paz y concordia entre todos los españoles, y nos invitó a la renovación según el espíritu del Concilio Vaticano II.

El Papa llegaba a nosotros como «Testigo de Esperanza», y los españoles nos entregamos a él como él se entregó al pueblo que encontraba en su mensaje un enriquecimiento espiritual, orientaciones pastorales e impulso misionero capaces de iluminar aquellos momentos complejos para la sociedad española.

El Viaje de Juan Pablo II representa, sin duda, una de las páginas más memorables de la vida de la Iglesia en España, en la última mitad del siglo XX, y sus enseñanzas mantienen intactas su frescura y actualidad destinadas a seguir respondiendo hoy a las urgencias y responsabilidades de la evangelización.

2. Los objetivos pastorales y religiosos del Viaje pastoral del Papa, más allá de las diferencias, entre otras las políticas, que marcaban, en aquel entonces, la sociedad española, que vivía momentos delicados y decisivos para la consolidación de la transición democrática, se planteaban, también, como un servicio a la construcción del bien común y del clima de cooperación y comprensión mutuas de la sociedad española, en el camino de su nuevo futuro. El Viaje pastoral del Papa se manifestaba así, desde todos los puntos de vista, con un carácter exclusivamente religioso-pastoral[3].

Su objetivo fue reconocer y refrescar la gran historia cristiana de la Iglesia en España y de España misma, robusteciendo su identidad y renovando la conciencia de su peculiar destino y misión en la Comunión católica. El Papa nos ayudó a recobrar el pleno vigor del espíritu que hace posible una historia de fidelidad a la Iglesia y, a la vez, a emprender nuevos compromisos y empresas apostólicas, a fin de que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, sobre la base del respeto a la común dignidad de todo ser humano, con su irrenunciable vocación de hijos de Dios que buscan nuevos caminos para restablecer la unidad de la familia humana según los designios de Dios[4]. Para poder continuar en la senda de los grandes testigos del ayer, nos animó a una conversión personal y eclesial que necesariamente habría de pasar por la renovación interior de la conciencia cristiana mediante la evangelización de nosotros mismos, los miembros de la Iglesia, por la consiguiente revitalización de toda la vida cristiana de nuestro pueblo y de su vocación misionera al servicio del Evangelio en América y en todo el mundo.

El Papa, confirmándonos en la fe, confortándonos en la esperanza y alentando las energías de la Iglesia y las obras de los cristianos[5], atendía a una puesta a punto, apostólicamente dinámica, de nuestra antigua y riquísima tradición espiritual. Una tradición abierta al presente y al futuro de la Iglesia en España de forma sencilla, y desprovista de toda pretensión de poder cultural-social, político y económico, que reconoce los pecados y fallos de la historia[6], y que busca solamente el testimonio limpio del Evangelio con obras y palabras en medio del pueblo y especialmente al servicio de los humildes, sencillos y de los más necesitados.

Juan Pablo II, en sus palabras de despedida en el aeropuerto de «Labacolla», en Santiago de Compostela, dio gracias a Dios «por estos días intensos, que me han permitido realizar los objetivos previstos de anuncio de la fe y siembra de esperanza»[7]. Reconocía, con gozo, la «gran vitalidad de la fe cristiana» en la tierras de España, que se manifestaba en el amor a la Iglesia y al Sucesor del Apóstol Pedro, capaz de iluminar el futuro y de abrirse «con originalidad al porvenir»[8], y destacó la cercanía y el amparo de Virgen, con las sentidas palabras: «Hasta siempre España, hasta siempre tierra de María»[9].

El Papa en su Viaje apostólico cumplió su objetivo, personalísimo, expresado en el lema de venir a nosotros -y ser- «Testigo de Esperanza».

Los ecos, huellas y frutos del Viaje

La respuesta del Pueblo y de toda la sociedad fue bellamente descrita por J. L. Martín Descalzo, en la Crónica, emocionada, del Viaje[10], quien parafraseando unos versos de Antonio Machado, escribió que muchos españoles «vivieron la visita en un clima de sueño… y que España fue durante aquellos días un hogar»[11]. El pueblo sencillo salió a las calles manifestando un inmenso entusiasmo y simpatía hacia el peregrino de la esperanza. La Visita, muy pronto, inesperadamente, convirtió las calles en una fiesta. Los medios de comunicación social asistían sorprendidos al descubrimiento de un pueblo que quería acompañar, ver y oír al primer Papa que pisaba la tierra de España. Más de 18 millones de españoles le siguieron con atención. Todos se preguntaban por el por qué de tanta alegría.

El pueblo supo agradecer la presencia de aquel que se prodigaba con todos y volvió a sentir el gozo de manifestarse públicamente como pueblo católico, desvelando, de este modo, la energía espiritual oculta y la calidad interior que subyacía en los más profundo y auténtico de la vida de nuestra Iglesia.

La Iglesia en España ya no iba a ser la misma en lo sucesivo. El Viaje del Papa despertó las conciencias de los católicos, avivó su memoria y alentó la esperanza. «La Visita del Papa nos ayudó a alcanzar una conciencia más alta y más intensa, menos condicionada por las presiones del momento, alargó nuestra memoria y avivó nuestra esperanza»[12]. Los Obispos, pastores de la Iglesia, contemplaron con gozo cuán hondas eran las raíces cristianas del pueblo español y cuánto de potencial evangelizador se escondía en la realidad viva de la Iglesia.

Al primer Viaje del Papa, en 1982, le siguieron otros dos: a Santiago de Compostela, en agosto de 1989, con motivo de la IV Jornada Mundial de la Juventud, y, en junio de 1993, a Sevilla y Huelva -los lugares colombinos- y al Madrid de la nueva Catedral y de san Enrique de Ossó, sin olvidar la «estancia», en el año 1984, para postrarse a los pies de La Virgen del Pilar, en Zaragoza, camino de Santo Domingo para las conmemoraciones del V Centenario de la Evangelización de América. Era éste un gesto de elocuente reconocimiento de los vínculos entre la Iglesia en España y los pueblos que han recibido su predicación, los pueblos que con la lengua española abrazaron el Evangelio.

El Santo Padre, en sintonía con el mensaje de su primera Visita, convocó a los jóvenes católicos del orbe con el lema «Jesucristo, Camino, Verdad y Vida» para que acudiesen a las raíces apostólicas de su fe y se comprometieran en la evangelización del mundo contemporáneo. Aquellos días de gracia, la ciudad del primer Apóstol mártir, Santiago, se convirtió en el lugar eclesial de lo que se ha llamado el «Pentecostés de Compostela»[13]. La Tumba del Apóstol Santiago -una de las metas de peregrinación católica-, gracias a Juan Pablo II, renació como referencia apostólica con nueva fuerza para la vieja Europa y para la Iglesia toda, la Católica.

La prolongación de la segunda peregrinación del Papa a Compostela le llevó a visitar la ciudad de Oviedo, tan ligada históricamente a Santiago, y el santuario mariano de Covadonga. Con la doble visita, a la Tumba del Apóstol Santiago y a Covadonga, subraya Juan Pablo II la presencia de la fe cristiana en los orígenes del cristianismo en la Hispania romana, y los momentos estelares de la presencia de la Iglesia Católica a fines del primer milenio, tanto en España como en la Europa que comenzaba a conocer un camino común: el Camino de Santiago.

La celebración del Papa en el Monte del Gozo jacobeo nos descubrió, sobre todo, el rostro de una juventud esperanzada y esperanzadora. Allí se encendió la llama de un entusiasmo juvenil que se prolongaría en las sucesivas e inolvidables Jornadas Mundiales de la Juventud, hasta la última celebrada el pasado mes de julio en Toronto en la que se pedía a los jóvenes que fuesen testigos convincentes de las Bienaventuranzas[14].

Juan Pablo II vuelve a España en 1993 con motivo del XLV Congreso Eucarístico Internacional celebrado en Sevilla para «celebrar, ante todo, a Jesús Sacramentado… y a alentar el impulso evangelizador y apostólico de la Iglesia en España[15]. En Huelva reiteró su agradecimiento, después de 500 años, por la evangelización de América[16].

El 16 de junio de 1993, en la Plaza de Colón de Madrid, después de la dedicación de la Catedral de Madrid, Su Santidad proclamó, por vez primera en el suelo patrio, a un santo español: san Enrique de Ossó y Cervelló, sacerdote y formador de personas «capaces a su vez de enseñar a otros» a través de la «enseñanza y de la formación de la juventud»[17].

Las nuevas presencias del Papa y sus mensajes ahondaron en la «siembra de la esperanza»[18] y la iluminación doctrinal y pastoral del Viaje del año 1982 con ilusionada actualidad.

Los católicos españoles se sintieron, sobre todo, alentados a emprender una acción evangelizadora siguiendo los caminos fecundos indicados por el Concilio Vaticano II, del que conmemoramos el cuarenta aniversario de su apertura (11 de octubre de 1962) y de la celebración de su primera sesión. Con el Papa dimos y seguimos dando gracias a Dios por el Concilio Ecuménico Vaticano II, «el gran don de la gracia dispensado por el Espíritu de Dios a la Iglesia de nuestro tiempo»[19], «puerta santa de una nueva evangelización… y brújula para los creyentes del tercer milenio»[20], «un testimonio privilegiado… de la Iglesia que ‘experta en humanidad’, se pone al servicio de todo hombre»[21]. El mensaje del Papa a las Iglesias que peregrinan en España era ejemplo de la aplicación de las enseñanzas conciliares, capaces de aportar «a nuestras Iglesias el impulso y la lucidez necesarios para situarse de modo evangélico y creativo en la coyuntura de nuestra sociedad»[22].

II. La Conferencia Episcopal Española y su acogida del Magisterio y de la orientación e impulso pastorales del Papa para España

Fruto del mensaje del Viaje del Papa es el impulso pastoral a las propuestas de la Conferencia Episcopal Española. La Asamblea Plenaria de febrero de 1983 analizó la riqueza y posibilidades pastorales que había legado el Viaje del Papa. Un fruto temprano y significativo es la Exhortación colectiva del Episcopado Español titulada La Visita del Papa y el servicio a la fe de nuestro pueblo (1983-1986)[23], aprobada por la XXXVIII Asamblea Plenaria, en la que se presentaba un programa pastoral (1983-1986) para la Iglesia en España, inicio de los planes pastorales periódicos que se sucedieron periódicamente.

La Visita apostólica de Juan Pablo II supuso una gozosa experiencia renovadora que condujo a una sugerente y no menos clarividente propuesta pastoral que aparecería en el título Anunciar a Jesucristo en nuestro mundo con obras y palabras (1986-1990)[24], al que seguirían los Planes Trienales de Pastoral de la Conferencia Episcopal Española[25]: Impulsar una nueva evangelización (1990-1993)[26], Para que el mundo crea (Jn 17,21) (1994-1997)[27], Proclamar el año de gracia del Señor (Is 61,2; Lc 4,19) (1997-2000)[28] y el último Plan Pastoral, aprobado hace un año en la LXXVII Asamblea Plenaria, Una Iglesia esperanzada «¡Mar adentro!» (Lc 5,4) (2002-2005)[29]. En todos ellos el horizonte pastoral está marcado por la búsqueda de una evangelización explícita que fortalece la identidad cristiana y la vigoriza a la vez, al mismo tiempo que ahonda en la unidad y coherencia eclesial.

El hilo conductor de las enseñanzas e iniciativas de la Conferencia Episcopal, en los Planes Pastorales y en los restantes documentos, lo constituía, por una parte, la misión «ad intra», es decir, la evangelización de un pueblo profundamente cristiano y expuesto a un proceso de secularización descristianizadora cada vez más radical; acentuando, por otra parte, la de la evangelización misionera «ad gentes». «La misión interior» incluía, como no podía ser menos, la presencia activa en la sociedad y en la vida pública.

Asistimos a un momento histórico de preocupante avance de un humanismo secularista que aboca a la negación de la dimensión trascendente de la persona[30] y al fenómeno de la despersonalización[31], que se adueña también de no pocos cristianos. Es una de las causas, en el ámbito personal y familiar, que conducen, en muchas ocasiones, al debilitamiento de la fe o a una profunda crisis religiosa. «El secularismo seca las raíces de la fe»[32], decíamos los Obispos en el balance pastoral que lleva por titulo La fidelidad de Dios dura siempre. Mirada de fe al siglo XX.

Para ser fieles a nuestra misión urge ofrecer con claridad y caridad evangélicas el anuncio explícito de Jesucristo para que los que están siendo probados por una cultura hostil al Evangelio no desfallezcan, y para que los alejados y aquellos a los que nunca ha llegado la buena noticia del Señor resucitado, puedan conocer y acoger la salvación.

Impulsar una nueva evangelización reclama el cuidado de la Iniciación cristiana, tal como indicábamos y proponíamos en nuestras «reflexiones y orientaciones», aprobadas en la LXX Asamblea Plenaria[33]; el continuo aliento pastoral a las familias, «santuario de la vida y la esperanza de la sociedad»[34]; y el reconocimiento «en los pobres y en los que sufren la imagen de su Fundador pobre y paciente» esforzándonos «en remediar sus necesidades» y «procurando servir en ellos a Cristo»[35].

Como Iglesia evangelizadora hemos cooperado al afianzamiento del marco democrático de libertad y de solidaridad, establecido en la Constitución Española, iluminados por las enseñanzas del Concilio Vaticano II y por la Doctrina social de la Iglesia, centradas en la perspectiva de la dignidad inviolable de la persona humana, de sus derechos fundamentales y de la cooperación solidaria de todos -individuos, instituciones sociales y políticas, comunidades históricas, etc.- en la edificación del bien común[36], como quedó bien plasmado en la Reflexión sobre la misión e identidad de la Iglesia en nuestra sociedad. Testigos del Dios vivo, aprobada en la XLII Asamblea de la Conferencia Episcopal Española -y tan conocida-[37], que encontraría, diez años más tarde, aplicaciones y desarrollos actualizados para la situación de final de siglo en la Instrucción Pastoral Moral y sociedad democrática[38].

La Iglesia, al prestar el servicio del Evangelio de la Vida y de la Esperanza en la sociedad española actual, no ha buscado ni busca privilegios, sino un espacio de real y de positiva libertad para el ejercicio especifico de su misión: de culto -celebrando los Misterios de la Salvación-, de enseñanza y de caridad, haciendo visible el amor de Cristo[39], -tal como lo diseñan los Acuerdos entre la Santa Sede y el Estado Español de 3 de enero de 1979[40]-, promoviendo la presencia activa y entregada de los católicos[41] a las causas más nobles de una sociedad justa, próspera y solidaria, atentos a los signos de los tiempos y, de una manera singular, con la función de despertar y alertar la conciencia de las necesidades de los más desfavorecidos.

En este itinerario nos han acompañado los ejemplos y el estímulo espiritual -verdaderamente sobrenatural- de tantos Beatos y Santos españoles proclamados por el Santo Padre en sus casi 25 años de Pontificado. Recordamos algunos nombres de estos testigos de la verdad del Evangelio[42]: los mártires de Turón, China y Japón, Simón de Rojas, la Madre Molas, Ezequiel Moreno, Juan Grande. Santos que dedicaron sus vidas al servicio de la educación y de la catequesis, como santa Paola Montal y san Enrique de Ossó, y en este mismo año san Alonso de Orozco, que secundó ejemplarmente la renovación eclesial propuesta por el concilio de Trento dedicando su vida a la predicación y al servicio a los pobres[43]; san Pedro de san José Betancurt, que dejando su tierra natal, Tenerife, entregó su vida al servicio de los pobres y abandonados en Cuba, Honduras y Guatemala y practicó la misericordia con espíritu humilde y vida austera[44], y san Josemaría Escrivá que en su vida hizo ver que «no puede haber conflicto entre la ley divina y las exigencias del genuino progreso humano»[45].

La compañía de los santos nos ha hecho más conscientes, a lo largo de estos años, de nuestros errores, faltas y pecados del pasado y del presente[46]: los que se han manifestado en el deficiente servicio de la caridad hacia fuera y hacia dentro de la comunidad eclesial y los más internos, entre los que se encuentran los efectos de la secularización en la propia vida de la Iglesia y de los cristianos -pastores, sacerdotes, consagrados y fieles laicos- tal como se reconoce en el vigente Plan de Pastoral y cuyas consecuencias más visibles son: la débil transmisión de la fe, la disminución de vocaciones para el sacerdocio y la vida consagrada, el debilitamiento del compromiso apostólico en no pocos sacerdotes, religiosos y laicos y el empobrecimiento litúrgico[47].

III. Ejecución del Plan Pastoral para los años 2002-2005

Hace ahora un año que esta Asamblea Plenaria aprobaba el Plan Pastoral Una Iglesia esperanzada. «¡Mar adentro!» (Lc 5, 4)[48]. Como es sabido, el Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal se presenta, ante todo y de forma específica, como guía autorizada del trabajo de todos sus órganos y servicios. No es propiamente un Plan de la Iglesia en España. Pero sí el marco que los Obispos se proponen para ejercer conjuntamente con «afecto colegial» su cargo pastoral dentro de la Conferencia Episcopal y como pastores solícitos del bien común de todas las Iglesias particulares que peregrinan en España[49].

El Plan Pastoral vigente ha sido fruto de una reposada revisión de la situación de nuestras Iglesias que, recogiendo el impulso de los acontecimientos jubilares del 2000, nos ha permitido no sólo formular algunas líneas prioritarias para la acción evangelizadora, sino también un diagnóstico pastoral del momento en el que nos encontramos. No hemos de olvidar el nervio doctrinal y espiritual que impulsa todo el conjunto, que se encuentra en la llamada al encuentro renovado con el Misterio de Cristo, es decir, a la santidad en todas las expresiones de la vida cristiana. Sólo desde ahí podremos afrontar con ánimo sereno y con audacia evangelizadora las dificultades que la Iglesia experimenta en su propio seno en estos tiempos.

No podemos ni queremos cerrar los ojos a la realidad; y no cejaremos en nuestro empeño por comunicar el Evangelio de Cristo, y vivir y fortalecer la comunión eclesial en el amor del Redentor.

Están ya en marcha la preparación y la realización de las acciones previstas por el Plan vigente: los Congresos Nacionales sobre la Pastoral Vocacional, sobre las Misiones y sobre el Apostolado Seglar, así como la Exposición «2000 Años de Cristianismo en España», por citar algunos de los casos más llamativos. Por su notoria urgencia, hemos dado prioridad al cumplimiento de la acción 16, prevista en el número 78 del Plan: elaborar «un documento sobre el terrorismo y la aportación de la Iglesia a su erradicación», según explica el mismo Plan en el número 58 y que la Comisión Permanente en su reunión del pasado junio, concretó como estudio del terrorismo, de sus causas, orígenes y consecuencias. En esta Asamblea tendremos ya ocasión de estudiar dicho documento, siempre en el horizonte de la urgente consecución de la paz, la unidad y la solidaridad de todos en toda España.

IV. El Catecismo de la Iglesia Católica: diez años después

Una efeméride memorable, de histórica significación para la Iglesia del Postconcilio y de más que notable incidencia en la vida de nuestras Iglesias diocesanas, está a punto de celebrarse. El próximo mes de diciembre se cumplirán los diez años de la presentación del Catecismo de «la Iglesia Católica» a la opinión pública mundial, y en la pasado mes de octubre se cumplió el quinto aniversario del Directorio General para la Catequesis. La elaboración y la promulgación del Catecismo constituyó un hito decisivo en la historia reciente de la Iglesia y es un «texto de referencia para una catequesis renovada»[50] y expresa la «unidad de la fe, su lenguaje común y la catolicidad de la Iglesia»[51]. Era la segunda vez que, en su andadura milenaria, la Iglesia se veía en la necesidad de dotarse de un instrumento catequético de estas características. Si el Catecismo Romano había respondido al imperativo de poner en manos de los pastores una síntesis de la doctrina católica formulada por el Concilio de Trento, en un momento de grave ruptura de la comunión en la fe, por una parte, y, de amplia ignorancia por otra, el Catecismo de la Iglesia Católica, llamado con razón el Catecismo del Concilio Vaticano II, responde a la necesidad de hacer efectivos en amplios sectores del pueblo cristiano las orientaciones y enseñanzas del último Concilio en los diversos ámbitos de la pastoral con un espíritu de viva y plena comunión eclesial.

Es verdad que, a diferencia de Trento, el Concilio Vaticano II no había ordenado ni previsto expresamente la elaboración de un Catecismo. Sin embargo, desde bien pronto comenzó a sentirse la necesidad de un texto catequético con autoridad y alcance para la Iglesia Universal, en orden a una aplicación bien fundada y coherente del Concilio. La aparición de numerosos problemas doctrinales ocasionados por interpretaciones ilegítimas de la enseñanza conciliar fue haciendo madurar la conciencia de la Iglesia en este sentido. Era necesario que el sano pluralismo en la elaboración de catecismos adaptados a las condiciones de las diversas Iglesias locales fuera guiado por la verdadera doctrina conciliar, evitando que degenerara en fragmentaciones o desviaciones que pusieran en peligro la auténtica renovación eclesial perseguida por el Concilio. Era necesario, también, que la experimentación de nuevos métodos catequéticos, permaneciera arraigada en el kerygma evangélico y en la doctrina de la Iglesia, con toda su integridad y armonía. De ahí que, llegado el momento de evaluar la recepción del Concilio, a los veinte años de su clausura, el Sínodo Extraordinario de los Obispos convocado a tal efecto en 1985, elevara al Papa, como una de sus principales conclusiones, la petición de que se redactara un Catecismo para toda la Iglesia.

Los Padres sinodales se declaraban conscientes de que se había llegado a una innegable situación crítica que describían así:

«Por todas partes en el mundo, la transmisión de la fe y de los valores morales que proceden del Evangelio a la generación próxima (a los jóvenes) está hoy en peligro. El conocimiento de la fe y el reconocimiento del orden moral se reducen frecuentemente a un mínimo. Se requiere, por tanto un nuevo esfuerzo en la evangelización y en la catequesis integral y sistemática»[52].

De esta situación, así percibida, se derivaba la petición a la que acabamos de referirnos:

«De modo muy común se desea que se escriba un catecismo o compendio de toda la doctrina católica, tanto sobre la fe como sobre la moral, que sea como el punto de referencia para los catecismos y compendios que se redacten en las diversas regiones»[53].

No es éste el momento de detenernos en la historia de la redacción del Catecismo. Pero sí conviene, tal vez, recordar, respecto de su autoridad, que no se trata de un catecismo más, sino del promulgado «en virtud de la autoridad apostólica» del Sucesor de Pedro[54]. Además, conviene hacer notar que, a diferencia del otro catecismo publicado por mandato y con la autoridad del Papa, el actual Catecismo Romano, -el Catecismo de la Iglesia Católica-, lleva en una considerable medida la impronta del episcopado universal. No sólo porque la idea de su publicación partiera de un Sínodo, sino también porque la responsabilidad de su redacción recayó en grupos cualificados de obispos de todo el mundo, porque todos y cada uno de los obispos del orbe fueron consultados, y porque muchos de ellos intervinieron activamente en su confección exponiendo sus opiniones y sus sugerencias de forma concreta[55]. Con razón se ha escrito que «no hay ningún otro texto postconciliar que repose sobre una base tan amplia» de consulta y colaboración episcopales[56].

Con el Catecismo de la Iglesia Católica Juan Pablo II ha puesto en nuestras manos un instrumento providencial para la renovación y el futuro de la Iglesia, tras las huellas del Vaticano II. Es un «texto de referencia seguro y auténtico para la enseñanza de la doctrina católica»[57] Sin la comunión en la doctrina de la fe, cuidada y garantizada por el Magisterio, se carece del elemento fundamental para cualquier sólido proyecto de renovación eclesial. El Catecismo nos ayuda en este empeño y nos seguirá ayudando, sin duda, cada vez más.

No podemos olvidar que es «acción» de la Conferencia Episcopal, en este cuatrienio, concluir la revisión de sus catecismos a la luz del Catecismo de la Iglesia Católica y de las nuevas necesidades pastorales.

V. Otros temas del Orden del día

Además de los asuntos de seguimiento, las distintas Comisiones Episcopales informarán sobre el cumplimiento del Plan de Pastoral; se procederá a la aprobación de Asociaciones Nacionales y del documento de Pastoral Gitana, presentado por la Comisión Episcopal de Migraciones, y que lleva como título: Vosotros estáis en el corazón de la Iglesia. La Iglesia Católica y los gitanos. La Subcomisión Episcopal de Universidades presentará las Nuevas directrices sobre los Institutos Superiores de Ciencias Religiosas. La Comisión Episcopal para el Patrimonio Cultural propondrá a la Asamblea Principios y sugerencias para la estructura y funcionamiento de las Delegaciones Diocesanas de Patrimonio. Además, se iniciará el estudio del problema de lo que se conoce como Pansensualismo, y de sus repercusiones en nuestra sociedad. Se ofrecerá, también, información sobre la COMECE y sobre el proyecto televisivo de COPE.

Permítanme que en el inicio de esta Asamblea Plenaria, una vez que hemos recordado con afecto agradecido y con la emoción de una memoria todavía viva las visitas pastorales del Papa Juan Pablo II a España, manifestemos nuestro gozo por la anunciada venida en la próxima primavera del 2003. Estamos convencidos de que se convertirá de nuevo en una providencial oportunidad de gracia fresca del Señor para la Iglesia que peregrina en España. Nos disponemos a acogerle con los brazos abiertos como al «Testigo de la Esperanza», preparándonos espiritual y pastoralmente para ello con el mayor primor. Veinte años después de su primera Visita le esperamos expectantes aquí, en España, la «tierra de María». Esperamos que nos confirme en la fe para que podamos proseguir el servicio incansable al Evangelio y para sentir con renovado vigor el impulso misionero y evangelizador, tan propio del Sucesor de Pedro.

Encomendamos este Viaje, que se enmarca en el «Año del Rosario»[58], a Santa María, Madre de la Iglesia y Reina de las familias, y a los nuevos santos para que el Señor haga pródigamente fructificar la Visita apostólica del Obispo de Roma. ¡Que su presencia y ministerio de Sucesor de Pedro y Pastor de la Iglesia Universal entre nosotros nos anime, en comunión con él, a entregar nuestras vidas para el bien de la Iglesia y la salvación de nuestros hermanos!. Estamos ciertos que el próximo Viaje del Santo Padre, Juan Pablo II, servirá de nuevo y decisivo impulso evangelizador para todas las Iglesias que peregrinan en España.
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NOTAS:

[1] Cf. Juan Pablo II, Saludo a las autoridades, a la Iglesia y al pueblo español en el aeropuerto de Barajas 2, en: Juan Pablo II en España, edición patrocinada por la Conferencia Episcopal Española, Madrid 1983.

[2] Cf. Juan Pablo II, Discurso en el acto europeísta celebrado en la catedral de Santiago de Compostela, en: Juan Pablo II en España…, o.c., 240-245.

[3] Cf. Ibid. 1.

[4] Cf. Ibid. 4.

[5] Cf. Ibid. 6.

[6] Cf. Juan Pablo II, Palabras de despedida en el aeropuerto de Labacolla, en Santiago de Compostela, 3, en: Juan Pablo II en España…, o.c., 246-247: «Con mi viaje he querido despertar en vosotros el recuerdo de vuestro pasado cristiano y de los grandes momentos de vuestra historia religiosa. Esta historia por la que, a pesar de las inevitables lagunas humanas, la Iglesia os debía un testimonio de gratitud».

[7] Cf. Ibid. 1.

[8] Cf. Ibid. 3.

[9] Cf. Ibid. 4.

[10] J. L. Martín Descalzo, Crónica, emocionada, del Viaje, en: Juan Pablo II en España…, o.c., pp. XXXIII-LXI.

[11] Ibid. p. XXXIII.

[12] Cf. Fernando Sebastián Aguilar, en: Conferencia Episcopal Española, La Visita del Papa y el servicio a la fe de nuestro pueblo, Edice, Madrid 1983, p. 6.

[13] Cf. A.-Mª Rouco Varela, IV Jornada Mundial de la Juventud, Arzobispado de Santiago de Compostela 1990, p. 11.

[14] Cf. Juan Pablo II, Homilía en la misa de la XVII Jornada Mundial de la Juventud en el Downsview Park en Toronto (28.7.2002), Ecclesia 3112 (3 de agosto 2002), 1168.

[15] Cf. Juan Pablo II, Discurso de llegada en el aeropuerto «San Pablo» de Sevilla, 1, en: La hora de Dios. Texto íntegro de los discursos y alocuciones del Santo Padre en su IV Viaje a España. Junio 1993, Obispado de Alcalá de Henares, Obispado de Getafe, Arzobispado de Madrid 1993.

[16] Cf. Juan Pablo II, Homilía en la Santa Misa con la comunidad diocesana de Huelva, en: La hora de Dios…, o.c., p. 41.

[17] Cf. Juan Pablo II, Homilía en la canonización del Beato Enrique de Ossó, 3, en: La hora de Dios…, o.c., p. 84

[18] Cf. Juan Pablo II, Palabras de despedida en el aeropuerto de Labacolla…,1.

[19] Cf. Juan Pablo II, Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae (16 de octubre 2002), 3.

[20] Cf. Juan Pablo II, Ángelus del 13.11.2002.

[21] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Veritatis splendor, 3.

[22] Conferencia Episcopal Española, La fidelidad de Dios dura siempre. Mirada de fe al siglo XX, 5, Edice, Madrid 1999.

[23] Cf. Conferencia Episcopal Española, La Visita del Papa y el servicio a la fe de nuestro pueblo, Edice, Madrid 1983.

[24] Cf. Conferencia Episcopal Española, Anunciar a Jesucristo en nuestro mundo con obras y palabras. Plan de Acción Pastoral para el trienio 1987-1990 (Documentos de las Asambleas Plenarias del Episcopado Español 8).

[25] Cf. LXXIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Discurso inaugural, Madrid 23-26 de noviembre de 1999, 9; LXXVI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Discurso inaugural, Madrid 23-27 de abril de 2001, n. 2; LXXVII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Discurso inaugural, Madrid 19-23 de noviembre de 2001, pp.10-13.

[26] Cf. Conferencia Episcopal Española, Impulsar una nueva evangelización (1990-1993), Edice, Madrid 1990.

[27] Cf. Conferencia Episcopal Española, Para que el mundo crea (Jn 17,21), Edice, Madrid 1994.

[28] Cf. Conferencia Episcopal Española, Proclamar el año de gracia del Señor (Is 21,2; Lc 4,19) (1997-2000), Edice, Madrid 1997.

[29] Cf. Conferencia Episcopal Española, Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal Española 2002-2005. Una Iglesia esperanzada «¡Mar adentro!» (Lc 5,4), Edice, Madrid 2002.

[30] Cf. A.-Mª Rouco Varela, La Iglesia en España ante el siglo XXI. Retos y tareas, Madrid 2001; id., Los fundamentos de los derechos humanos: una cuestión urgente, Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, Madrid 2001.

[31] Cf. Julián Marías, Persona, Alianza Editorial, Madrid 1997; id., Mapa del mundo personal, Alianza Editorial, Madrid 1994; id., La perspectiva cristiana, Alianza Editorial, Madrid 1999, 119-124.

[32] Conferencia Episcopal Española, La fidelidad de Dios dura siempre. Mirada de fe al siglo XX, 13, Edice, Madrid 1999.

[33] Cf. Conferencia Episcopal Española, La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, Edice, Madrid 1998.

[34] Cf. Conferencia Episcopal Española, Instrucción pastoral La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad, Edice, Madrid 2001.

[35] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Lumen gentium 8; cf. Conferencia Episcopal Española, La caridad en la vida de la Iglesia. Propuesta para la acción pastoral aprobadas por la LX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española. La Iglesia y los pobres. Documento de reflexión de la Comisión Episcopal de Pastoral Social, Edice, Madrid 1994.

[36] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 75; Juan Pablo II, Carta Encíclica Centesimus annus (1 de mayo de 1991), 44; Conferencia Episcopal Española, Instrucción Pastoral Moral y sociedad democrática, (14 de febrero de 1996), Edice, Madrid 1996, 34; Cf. LXXVII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Discurso inaugural (19-23 de noviembre de 2001), pp. 1315.

[37] Cf. Conferencia Episcopal Española, Reflexión sobre la misión e identidad de la Iglesia en nuestra sociedad. Testigos del Dios vivo, Edice, Madrid 1985.

[38] Cf. LXV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Instrucción Pastoral Moral y sociedad democrática, Edice, Madrid 1996.

[39] Cf. Juan Pablo II, Carta Encíclica Dives in misericordia (30 de noviembre 1980).

[40] Cf. A.-Mª Rouco Varela, La ubicación jurídico-social de la Iglesia en la España de hoy, en: O. González de Cardedal (ed.), La Iglesia en España 1950-2000, Madrid 1999, 61-89.

[41] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución Gaudium et spes, 75.

[42] Concilio Vaticano II, Constitución Lumen gentium, 50.

[43] Cf. A.-Mª Rouco Varela, Caminos de santidad. En las canonizaciones de Alonso de Orozco y Josemaría Escrivá, Madrid 2002.

[44] Cf. Juan Pablo II, Homilía en la canonización del hermano Pedro de san José Betancurt, celebrada en el hipódromo de Ciudad de Guatemala, 4 (30.7.2002), en: Ecclesia 3113-3114 (10-17 de agosto 2002), 1208-9.

[45] Cf. Juan Pablo II, Discurso a los peregrinos en la canonización de san Josemaría Escrivá (7.10.2002).

[46] Cf. Juan Pablo II, Palabras de despedida… 3: «porque amando vuestro pasado y purificándolo, seréis fieles a vosotros mismos y capaces de abriros con originalidad al porvenir».

[47] Cf. Conferencia Episcopal Española, Plan de Pastoral. Una Iglesia esperanzada. «¡Mar adentro¡», 11, Edice, Madrid 2001.

[48] Cf. LXXVIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Discurso inaugural (25 de febrero/1 de marzo de 2002, 20-21.

[49] Cf. Concilio Vaticano II, Decreto Christus Dominus 38.

[50] Cf. Juan Pablo II, Constitución Apostólica Fidei donum, 1.

[51] Cf. Mensaje final del Congreso Catequístico Internacional, en: Ecclesia 3126 (9 de octubre de 2002) 1662.

[52] Sínodo de los Obispos, Asamblea Extraordinaria de 1985, Relación final, II, B, 2.

[53] Ibid., II, B, 4.

[54] Cf. Juan Pablo II, Constitución Apostólica Fidei depositum, 4.

[55] Cf. Juan A. Martínez Camino, «El Catecismo de la Iglesia Católica», en: Evangelizar la cultura de la libertad, Madrid 2002, 361-384, 370; cf. AA.VV., Catechismo della Chiesa Cattolica. Testo integrale e commento teologico, direzione e coordinamente del Commento teologico a cura di Rino Fisichella, Piemme, Casale Monferrato 1993.

[56] J. Ratzinger, «Ein Katechismus für die Weltkirche?», en Herder Korrespondenz 44 (1990) 341-343, 341; id., Introducción al nuevo «Catecismo de la Iglesia Católica», en: Olegario González de Cardedal y J.A. Martínez Camino (eds.), El Catecismo posconciliar. Contexto y contenidos, San Pablo, Madrid 1993, 47-64.

[57] Cf. Juan Pablo II, Constitución Apostólica Fidei donum, 4; id., Carta Encíclica Veritatis splendor, 5.

[58] Cf. Juan Pablo II; Carta Apostólica Rosarium Virginis Mariae (16 de octubre del 2002), 3.

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