Discurso Inaugural LXXXII Asamblea Plenaria de la CEE

LXXXII Asamblea Plenaria de la CEE


Eminentísimos señores Cardenales,
Excelentísimo señor Nuncio Apostólico,
Excelentísimos señores Arzobispos y Obispos,

Hermanos y hermanas todos:

Inauguramos hoy nuestra Asamblea Plenaria de primavera, que, a diferencia de la del año pasado -retrasada hasta mediados de junio, a causa de la V Visita Apostólica de Juan Pablo II a España- tiene lugar de nuevo en sus fechas más habituales.

Les doy la bienvenida y les saludo cordialmente a todos ustedes: a los señores Cardenales, al señor Nuncio, a todos los señores Obispos miembros de nuestra Conferencia y también a cuantos trabajan en esta Casa y a quienes nos acompañan en la sesión inaugural, en particular, los que se harán eco de ella con su trabajo en los medios de comunicación social.

Mis primeras palabras se deben a la memoria de las víctimas de los crueles atentados sufridos por Madrid el pasado 11 de marzo. Todos los obispos y sacerdotes de España, con nuestras comunidades, hemos encomendado a Dios el eterno descanso de los difuntos, la salud de los heridos y el consuelo de las familias. Se han celebrado exequias y elevado oraciones en todas la catedrales y templos del país. También de todo el mundo católico hemos recibido innumerables testimonios de solidaridad espiritual. Al comenzar esta Asamblea Plenaria deseamos expresar de nuevo nuestra solidaridad con las víctimas del 11 de marzo y con todas las víctimas causadas por el terrorismo. No cesará nuestra oración, aliento y expresión de nuestro compromiso por la dignidad de cada hombre y por la paz, hasta que este flagelo inhumano haya desaparecido.

I. AL AÑO EXACTO DE LA V VISITA APOSTÓLICA DE JUAN PABLO II A ESPAÑA

Un 3 de mayo como hoy, hace justamente un año, Juan Pablo II, en el aeródromo de “Cuatro Vientos”, invitaba a casi un millón de jóvenes, a los que son la “esperanza de la Iglesia no menos que de la sociedad” [1] , a los “centinelas del mañana” [2] , a entrar en la “Escuela de la Virgen María”, por la vía del Rosario, “compendio del Evangelio” [3] , para que, contemplando la belleza del rostro de Cristo se reanimase y robusteciese “la vida interior”, como objetivo primero para la recuperación del aliento y del gozoso compromiso evangelizador de los jóvenes creyentes con su generación y con toda la sociedad.

De este modo, desde una auténtica vivencia interior de la experiencia del Misterio de Cristo, Salvador del hombre, los jóvenes creyentes serían los verdaderos artífices de una nueva civilización del amor y de la paz; serían los constructores de una nueva y renovada cultura, defensora denodada de la vida, tanto en sus contenidos de servicio al hombre como en sus métodos, siendo testigos de que “las ideas no se imponen sino que se proponen” [4] .

Esta urgente llamada a la recuperación de “la vida interior”, que brota y se alimenta de la amistad íntima con Cristo, hará que los protagonistas de los nuevos tiempos descubran y se entusiasmen con las vocaciones específicas de servicio a la Iglesia –el sacerdocio ministerial, la vida consagrada- y puedan testimoniar con sus vidas, como nos aseguraba el Papa, que “vale la pena dedicarse a la causa de Cristo… ¡Merece la pena dar la vida por el Evangelio y por los hermanos!” [5] . El compromiso evangelizador que nace del encuentro con Cristo, fuente de vocaciones al ministerio y a la vida consagrada, les impulsará a todos a la misión y a redescubrir el valor del apostolado seglar, actuado explícita y expresamente dentro y fuera de la comunidad eclesial [6] .

En la mañana del 4 de mayo, en la celebración de la Plaza de Colón, con la canonización de cincos santos españoles –grandes figuras de la Iglesia, del catolicismo y de la sociedad en la España del siglo XX-, Juan Pablo II nos confirmaba cómo solo una Iglesia de santos es fuente de esperanza [7] y mostraba a nuestra mirada cinco “modelos” de “carne y hueso” en los que se veían realizados y verificados los criterios y los modelos de vida cristiana presentados a los jóvenes en el encuentro de “Cuatro Vientos” [8] , figuras de “verdaderos discípulos y testigos de la Resurrección” [9] : desde la contemplativa Santa Maravillas de Jesús, hasta las entregadas y consagradas al amor heroico a los más débiles, Santa Genoveva Torres [10] y Santa Ángela de la Cruz, pasando por dos almas sacerdotales, San Pedro Poveda y San José María Rubio, genialmente dedicados al apostolado de los sacramentos y de la Palabra en toda su riqueza.

Esta floración de santos nos invita a no olvidar la tierra en la que han nacido y crecido. Juan Pablo II invitaba a los católicos españoles -apelando a la responsabilidad misionera de la Iglesia en España- a mantener vivas las raíces católicas que han estado presentes y marcado toda su historia con una profundidad sin parangón con otros pueblos hermanos. Sus palabras, que evocaban las pronunciadas en su peregrinación a Santiago de Compostela en el año 1982 [11] , resonaban con nueva fuerza y sonaban como un encargo y una misión singularmente urgente en las circunstancias actuales de España y de Europa: “una comunidad católica dos veces milenaria” [12] , debe de saber ofrecer, precisamente desde sus raíces cristianas, su específica contribución a la edificación de la Unión Europea, buscando el “nacimiento de la nueva Europa del espíritu” [13] . Se trata de un compromiso extraordinariamente actual y apremiante en los momentos y situaciones tan dolorosas por las que acabamos de atravesar los españoles un año después de la Visita del Santo Padre con los atentados del 11 de marzo.

Mañana, día del aniversario de las canonizaciones, concelebraremos la Santa Misa en la Catedral de la Almudena para dar gracias a Dios por el testimonio y el mensaje de estos santos.

II. ANTE LOS ATENTADOS TERRORISTAS DEL 11 DE MARZO

Es difícil expresar la conmoción que el horrendo atentado terrorista del 11 de marzo ha producido en la sociedad española, especialmente en la madrileña. Las proporciones de este crimen que llevó la muerte a los que pacíficamente se dirigían a su trabajo y sembró de pánico las calles de Madrid, acrecentó, especialmente en España y Europa, los interrogantes sobre la lacra del terrorismo. En nuestra memoria quedarán grabadas para siempre las escenas de dolor que se vivieron durante estos angustiosos días en un silencio contenido, transido de oración.

Quisiera aprovechar esta ocasión para agradecer en nombre de los pastores y fieles de las tres diócesis que forman la Provincia Eclesiástica de Madrid, Alcalá, Getafe y Madrid, así como la de Sigüenza-Guadalajara, que han sido las más afectadas por el atentado, las muestras de comunión eclesial de todos los Obispos y diócesis hermanas de España: en la plegaria, en los ofrecimientos de ayuda de todo tipo, espiritual y material. Os hemos sentido muy cerca. Agradecemos, asimismo, la cercanía de otras iglesias particulares de las más diversas partes del mundo. De un modo singular son de agradecer las palabras, los gestos y la oración del Santo Padre que compartió el dolor con todos nosotros de forma pronta, extraordinariamente cercana e intensa: ¡conmovedora!

Al terrorismo, de historia tan larga y tan sangrienta, que ha venido sufriendo España, se añadió una premeditada y cuidadosamente preparada acción del terrorismo internacional. “Los terroristas se han propuesto atacar y dañar profundamente la convivencia, la concordia y la paz de los españoles y, a la vez, avanzar en la consecución de uno de sus más importantes objetivos: el de minar progresiva y aceleradamente las bases morales y espirituales sobre las que descansan nuestras sociedades y naciones de raíces cristianas” [14] . El Santo Padre desde su Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz [15] , después del 11 de Septiembre del 2002, nos venía y viene alertando sobre el terrorismo que “se ha transformado en una sofisticada red de connivencias políticas, técnicas y económicas, que supera los confines nacionales y se expande hasta abarcar todo el mundo” [16] , planificado estratégicamente a nivel planetario [17] . Se trata de una novísima y terrible forma de agresión a la paz interior y exterior de los pueblos que, utilizando métodos de inédita crueldad, pone en peligro el orden internacional y amenaza la paz mundial.

El juicio moral que nos merecía el gravísimo fenómeno del terrorismo en la Instrucción Pastoral de noviembre de 2002 [18] , como intrínsecamente perverso, nunca justificable, como una “estructura de pecado” que busca el odio y el miedo sistemáticos [19] , se debe aplicar, incluso con mayor nitidez y firmeza intelectual y cultural, moral y jurídica, al terrorismo internacional.

El invocar motivos religiosos en los actos terroristas resulta especialmente escandaloso y perverso. “¡No se mata en nombre de Dios!”. Usar el nombre de Dios para justificar acciones de terrorismo representa el colmo de la blasfemia, es una gravísima profanación e instrumentalización de la religión y la más radical de las contradicciones con la verdadera fe en Dios Creador del hombre [20] .

Ante el fenómeno de la presencia, por vía de la inmigración, de numerosos miembros de comunidades islámicas en España, no podemos ni caer en acusaciones generalizadas, tentados por la “xenofobia”, ni negar el valor del diálogo interreligioso como camino necesario para conseguir un ambiente de comprensión y de convivencia pacíficas [21] . La cooperación interreligiosa debe prestar un servicio a la erradicación del terrorismo [22] .

Obviamente ha de subrayarse con acento de especial actualidad que existe un derecho a defenderse del terrorismo [23] y que la colaboración de todos los ciudadanos con la autoridad legítima en la prevención de las acciones terroristas y en la aplicación de la justicia a los terroristas, a sus cómplices y dirigentes, se ha constituido en uno de los deberes más graves de esta hora, especialmente desde el punto de vista de la caridad cristiana. La colaboración exige la cooperación nacional e internacional, dada la extensión y proporciones del fenómeno terrorista, y requiere de todos la aportación generosa de los esfuerzos necesarios en los ámbitos políticos, diplomáticos y económicos; cooperación que ha de extenderse, además, a otros campos más allá del policial, en orden a la eliminación de las raíces económicas, sociales y culturales de las que se alimentan los terrorismos actuales [24] .

III. ANTE LA SITUACIÓN ACTUAL DE LA SOCIEDAD ESPAÑOLA

1. La misión de la Iglesia, siempre la misma y siempre nueva

El vigente Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal establece unas prioridades pastorales que expresan de modo muy acertado lo más nuclear de la misión perenne de la Iglesia según las exigencias de la situación actual de España y del mundo. Son prioridades que siguen siendo perfectamente válidas en el momento actual de la sociedad española. No puede ser de otro modo, ya que recogen los aspectos más sobresalientes de las orientaciones propuestas por el Papa para toda la Iglesia al comenzar el nuevo milenio y, al mismo tiempo, son el fruto de la serena y profunda revisión a la que los obispos españoles hemos sometido recientemente la situación de nuestras iglesias en orden a una evangelización renovada y esperanzada.

Sigue siendo verdad lo que se afirma en el Plan Pastoral como especialmente necesario en nuestro momento histórico: que no ha de ser “la cultura ambiente, sino la propia identidad de ser Iglesia de Jesucristo la que nos marque los caminos pastorales, la perspectiva global y los asuntos cruciales de la vida eclesial”. El Plan se apoya para hacer esa afirmación no sólo en lo que la Iglesia es, sino también en lo que es su circunstancia actual: y es que “la cuestión principal a la que la Iglesia ha de hacer frente hoy en España no se encuentra tanto en la sociedad o en la cultura ambiente como en su propio interior” [25]; a saber: el problema de la cierta secularización interna que padece la vida de la propia Iglesia.

Estos análisis y afirmaciones de nuestro Plan Pastoral han sido posibles porque, gracias a Dios, la Iglesia en España es cada vez más consciente de lo específico de su naturaleza y misión propias, que permanecen las mismas en medio de las diversas coyunturas históricas.

Se trata de una perennidad cargada siempre de novedad. Porque la misión de la Iglesia no es otra que el anuncio, la celebración y el servicio del Evangelio de Jesucristo, crucificado, resucitado y glorioso, en quien Dios ha dicho de modo definitivo su “sí” a los hombres y en quien se halla el fundamento y la promesa de un futuro de plenitud para todas y cada una de las generaciones de la raza humana.

Nuestro Plan Pastoral, como la Exhortación Apostólica Ecclesia in Europa, centra, por tanto, sus prioridades en propiciar el encuentro con el Misterio de Cristo, llamando a todos a la santidad; en la comunicación del Evangelio, fiel e incisiva; y en la comunión en el amor de Cristo, dentro de la Iglesia y, en particular, con los necesitados de todo orden. He ahí lo nuclear de la misión actualísima de la Iglesia.

Se trata, naturalmente, de una misión religiosa, pero, justo por eso, de consecuencias decisivas para el desarrollo de la persona humana y para la configuración de la sociedad en la verdad, el bien y la plenitud de felicidad y de vida, más acá y más allá de la muerte.

Por lo demás, en España la misión de la Iglesia no se encuentra con una cultura extraña y ajena a sus claves más propias. Es una triste verdad que el modo de vida de nuestro País, en cuanto éste forma parte de la llamada cultura pública occidental moderna, “se aleja consciente y decididamente de la fe cristiana y camina hacia un humanismo inmanentista” [26] . Pero también es verdad esperanzadora que las raíces más profundas de nuestro modo de vivir y de entender la vida son tan viejas como el cristianismo y siguen aportando a la cultura española la savia de la fe de Cristo. Esto, que vale de toda la cultura llamada occidental, vale de modo especial para nuestro País, cuya historia exterior e interior no es comprensible sin la fe católica. La legítima secularidad de la cultura europea, que ha hecho posible el desarrollo moderno de los derechos humanos y del Estado de Derecho, no se entiende sin la fe cristiana en la Creación del mundo, como realidad con consistencia propia, y en la Redención, como implicación personal del mismo Dios en su creación: una implicación plenamente libre frente a ésta y, al mismo tiempo, literalmente apasionada por cada criatura humana. Incluso el fenómeno preocupante del secularismo no se comprenderá del todo a sí mismo sin un diálogo serio con el cristianismo, al que pretende superar y suplantar. Por todo ello, la misión religiosa de la Iglesia es hoy de una gran relevancia, también cultural, para nuestra sociedad. No es una misión fácil, pero sumamente estimulante y necesaria para el presente y el futuro de una España en justicia y libertad.

2. La Iglesia en un Estado democrático de derecho

La Iglesia se siente deudora de su misión y no puede más que anunciar el Evangelio “a tiempo y a destiempo”. Ha habido épocas en las que, tal vez secundando una cierta mentalidad propia del momento, aunque no por eso menos objetivamente contradictoria con el Evangelio, se ha caído en la tentación de pretender imponer la verdad de la Salvación recurriendo a ciertos métodos de fuerza e incluso de violencia. En la inolvidable liturgia del 12 de marzo de 2000, primer domingo de Cuaresma del Año jubilar, al tiempo que pedía perdón a Cristo por los pecados de los hijos de la Iglesia, Juan Pablo II, recogiendo la inspiración perenne del Evangelio, y según el verdadero espíritu del Concilio Vaticano II, proponía el camino del anuncio y la defensa de “la verdad en la dulzura de la caridad”. Éste es el auténtico camino de la evangelización, que no sólo se muestra respetuosa de la libertad de las personas, sino promotora de su dignidad plena.

De acuerdo con la enseñanza del Concilio Vaticano II, la Iglesia no tiene la menor duda acerca del principio de la “libertad social y civil en materia religiosa” [27] . Se trata de un derecho fundamental de la personas y, dada la naturaleza social de los seres humanos, aplicable también a las comunidades religiosas.

El derecho a la libertad religiosa implica por un lado, negativamente, que nadie puede ser coaccionado ni estorbado en el ejercicio individual y asociado de sus creencias religiosas por ningún poder humano, tampoco, naturalmente, por los poderes estatales. Aquí radica el principio de la aconfesionalidad del Estado, que no está autorizado para imponer a nadie una determinada fe religiosa o una visión determinada de la vida, sino que se ha de mostrar básicamente neutral a este respecto. Por otro lado, el derecho a la libertad religiosa implica que se han de favorecer positiva y equitativamente las condiciones en las que las personas y las comunidades religiosas puedan desarrollar su vida de acuerdo con sus creencias, tanto en privado como en público.

Del Estado de Derecho, organizado democráticamente, que hoy día interviene prácticamente en todos los campos de la existencia humana, desde el ocio hasta la salud, con el fin de posibilitar condiciones de vida mejores para los ciudadanos, no se puede esperar otra cosa que el respeto y la promoción positiva del ejercicio del derecho a la libertad religiosa, sin más límites que los del justo orden público.

Los Obispos españoles, secundando con fidelidad la doctrina del Concilio Vaticano II, han sostenido y defendido la doctrina de la libertad religiosa y de la no confesionalidad del Estado incluso ya antes de la época de la transición democrática. He tenido ocasión de recordarlo en la inauguración de nuestra última Asamblea Plenaria, el pasado 17 de noviembre, con ocasión del XXV aniversario de la Constitución, haciendo referencia, entre otras, a las declaraciones pioneras de nuestra XVII Asamblea Plenaria, de diciembre de 1972, recogidas en el documento titulado Sobre la Iglesia y la comunidad política [28] . La Iglesia en España prestó la colaboración que de ella se podía esperar a la configuración democrática del ordenamiento jurídico consagrado por la Constitución de 1978, contribuyendo a preparar las condiciones sociales e ideológicas que hicieron posible el consenso constitucional en estos asuntos, con el asentimiento de la práctica totalidad de los fieles católicos. El transcurso del tiempo, con la normalización de la vida democrática y la alternancia de gobiernos de diverso signo político, ha mostrado que el ánimo de colaboración leal, generosa y comprometida de toda la Iglesia, pastores y fieles, con el Estado de Derecho no confesional, es también normal y permanente.

La Iglesia Católica en España no desea privilegios; busca tan sólo el modo de cumplir su misión al servicio de la sociedad del modo jurídicamente más seguro y pastoralmente más eficaz. La libertad de la Iglesia está satisfactoriamente reconocida, sobre todo en los artículos 16 y 27 de la Constitución y se articula en la práctica a través de los cinco Acuerdos suscritos por España y la Santa Sede actualmente vigentes. Estas disposiciones jurídicas de alto rango, apoyadas en el derecho internacional, se adecuan a la realidad propia de la Iglesia Católica en su configuración histórica concreta en España. El bien común exige que los mecanismos de diálogo y de cooperación previstos en este marco jurídico se mantengan vivos y operantes, como es el caso de la Comisión Mixta Gobierno e Iglesia.

Estamos convencidos de que un Estado sólidamente cimentado en los principios de la justicia y de la libertad no será nunca obstáculo alguno para la misión de la Iglesia, sino que le será justamente favorable, sin que ello implique desistimiento ninguno de sus propias responsabilidades de Estado soberano. Por otro lado, estamos en condiciones de asegurar que una Iglesia vigorosa en su propia identidad no supondrá jamás amenaza alguna para un Estado justo y libre, sino que, más bien, aportará elementos muy valiosos para la vitalidad de la convivencia democrática, sin que ello implique invadir los campos específicos de la actividad y las responsabilidades propiamente políticas.

3. La Iglesia colabora lealmente con la autoridad civil legítima

Las convicciones que acabo de expresar nos permiten mantener también hoy, en el marco de una sociedad democráticamente organizada, la tradición pluricentenaria de la Iglesia respecto de la autoridad civil. A quienes tienen responsabilidades de gobierno la Iglesia les asiste ante todo con la oración, pública y privada. Es el pueblo quien les ha encargado de gobernar y ante él deberán responder electoralmente. Y es la luz divina del Bien y de la Justicia la que habrá de iluminar y fortalecer sus decisiones, de modo que se revelen verdaderamente buenas y justas para todos [29] . El respeto que la Iglesia ha profesado siempre a la autoridad legítima, lo sigue profesando hoy a los servidores del Estado democrático y se lo demuestra, ante todo, con la oración que eleva a Dios por ellos.

El Concilio Vaticano II sigue siendo la guía de nuestro modo de proceder en la comprensión y la práctica de la relación de la Iglesia con la comunidad política.

Dado que la configuración democrática de la vida pública exige, como recuerda y estimula el Concilio, la participación libre y activa de todos, es necesario promover la educación civil y política, particularmente entre los jóvenes. A los fieles laicos les corresponde en este campo un papel fundamental y han de poder contar con los debidos impulsos pastorales y la correspondiente formación cristiana para participar en la vida política según las cualidades y vocación de cada uno, desde el ejercicio del voto hasta la profesión del arte tan difícil y tan noble de la política [30] .

La organización estatal de la vida pública no es un fin en sí misma, sino que ha de tender a la realización cada vez más completa del bien común, es decir, del “conjunto de aquellas condiciones de vida social con las que las personas, las familias y las asociaciones pueden lograr más plena y fácilmente su perfección propia.” [31] De donde se deriva el principio llamado de subsidiaridad, según el cual el Estado ha de facilitar el desarrollo de las personas, las familias y las asociaciones, sin suplantarlas en sus campos propios y respetando sus derechos originarios.

Por su parte, como enseña el Concilio, “la Iglesia, que en razón de su función y de su competencia no se confunde en modo alguno con la comunidad política y no está ligada a ningún sistema político, es al mismo tiempo signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana.” [32]

De ahí que sea siempre necesario “distinguir claramente entre aquello que los fieles cristianos hacen, individual o colectivamente, en su nombre en cuanto ciudadanos guiados por la conciencia cristiana, y lo que hacen en nombre de la Iglesia junto con sus pastores.” [33]

La Iglesia en cuanto tal respeta la independencia y la autonomía de la comunidad política, ofreciendo, al mismo tiempo su colaboración específica en orden a la consecución del bien común. Lo cual podrá implicar que, en ocasiones, sea necesario “emitir un juicio moral también sobre cosas que afectan al orden político cuando lo exijan los derechos fundamentales de la persona o la salvación de las almas, aplicando todos y sólo aquellos medios que sean conformes al Evangelio y al bien de todos.” [34]

4. Algunos asuntos que son objeto de preocupación en la actualidad

Se ha anunciado una amplia paralización de la aplicación de la Ley Orgánica de Calidad de la Enseñanza. Sin entrar en cuestiones técnicas que no son de nuestra competencia, hemos de decir que compartimos la preocupación expresada por titulares de centros de enseñanza, profesores y, sobre todo, padres de familia ante los problemas que esa medida puede ocasionar en un momento delicado del curso escolar. El interés superior de la educación seria de la juventud debería prevalecer sobre posibles y legítimas discrepancias de orden político.

Por lo que toca a la enseñanza de la Religión y Moral católica en la escuela se había llegado, según nuestro leal saber y entender, a una solución satisfactoria a través de la implantación del Área “Sociedad, Cultura y Religión”. Sin ser la única posible, esta regulación conjuga la calidad académica con la libertad exigible en este campo, abriendo un horizonte de esperanza para la superación de los problemas que han acompañado a esta enseñanza en los últimos lustros. Confiamos en que la vía del diálogo, a la que la Conferencia Episcopal Española se ha acogido siempre en toda esta etapa de vida política española, ayude a resolver este asunto de modo estable, como pide el bien que está en cuestión. ¿Por qué no ha de ser posible responder a la demanda de un altísimo porcentaje de padres que, en ejercicio de su derecho constitucional, solicitan la enseñanza de la Religión católica para sus hijos? No se trata de privilegiar ni de discriminar a nadie, sino de posibilitar el ejercicio real y pleno de un derecho tan básico como es el derecho a la educación. Naturalmente, ni la Ley establece ni nosotros pedimos que la enseñanza de la Religión católica sea obligatoria para todos. Sí deseamos que quienes la solicitan libremente, en esa especie de plebiscito que se repite año tras año, puedan recibirla en condiciones fiables y dignas, no discriminatorias, según lo previsto en el correspondiente Acuerdo entre la Santa Sede y el Estado Español. Hay fórmulas adecuadas para ello, sin que nadie, ni los que optan por la Religión católica ni los que no lo hacen así, resulten discriminados de ningún modo.

En cuanto a la regulación de la institución matrimonial, la Conferencia Episcopal se ha expresado en los siguientes términos: “El matrimonio, engendrando y educando a sus hijos, contribuye de manera insustituible al crecimiento y estabilidad de la sociedad. Por eso le es debido el reconocimiento y el apoyo legal del Estado. En cambio, a la convivencia de homosexuales, que no puede tener nunca esas características, no se le puede reconocer un dimensión social semejante a la del matrimonio y a la de la familia.” [35] No se trata de negar los derechos legítimos de nadie, sino, por el contrario, de que se defiendan de modo coherente y pleno los derechos de la familia, asunto de vital importancia para el presente y el futuro de la sociedad española.

La Iglesia se ha convertido en nuestro días de modo especial en valedora del derecho a la vida de todos los seres humanos, en particular del de aquéllos que, por no poder defenderse a sí mismos ni organizarse en modo alguno en orden a hacer respetar su derecho básico a vivir, resultan particularmente vulnerables. Las estadísticas indican que en España, en el último año computado,  se acercan ya a los ochenta mil los hijos a los que se les ha privado del derecho a vivir por medio del aborto provocado. Son hechos que habrían de suscitar verdadera alarma social, por lo que significan en sí mismos y por lo que denotan de falta de sensibilidad moral. “Una sociedad que no asegura la vida de los no nacidos es una sociedad que vive en una seria violencia interna respecto de su misión fundamental: proteger y promover la vida de todos” [36] . Esta situación no debe ir a peor, sino, por el contrario, habrá de mejorar, por el bien de todos. No se trata de una cuestión peculiar de los católicos, sino de elemental humanidad y también de gran trascendencia para el futuro.

En estos y otros asuntos, de los que hemos hablado en otras ocasiones, estrechamente relacionados con la ley moral, los obispos ofrecerán siempre las enseñanzas del Magisterio de la Iglesia con la mejor disposición de ayudar a la configuración de una convivencia verdaderamente justa y libre.

IV. DEL ORDEN DEL DÍA DE ESTA ASAMBLEA

En estos días tendremos ocasión de tratar acerca de la preparación del Congreso Nacional de Apostolado Seglar previsto por el Plan Pastoral y que, Dios mediante, tendrá lugar en Madrid el próximo mes de noviembre. Será una ocasión magnífica para tomar el pulso de las múltiples iniciativas que se dan en nuestras Iglesias en orden a que los fieles laicos vivan su compromiso bautismal con todas sus exigencias, desde el apostolado directo hasta la configuración de la vida social y política según las propias capacidades y vocaciones.

El ejercicio de la caridad es una exigencia ineludible de la vida cristiana. Sus expresiones son múltiples. Algunas de ellas son de visibilidad notoria, como es el caso del trabajo de Cáritas, de Manos Unidas y de las actividades de tantas instituciones eclesiales dedicadas con admirable constancia a la atención de los más desfavorecidos y a la promoción de mejores condiciones de vida. Otros muchos ejercicios de la caridad permanecen en el ámbito de la discreción propia de ella. En esta Asamblea estudiaremos un documento acerca de la Caridad en la vida de la Iglesia, del que ya habíamos tenido conocimiento en nuestra anterior reunión.

También continuaremos el estudio de las reformas de los Estatutos de la Conferencia Episcopal, que esperamos poder concluir en esta ocasión.

Son cada vez más frecuentes los casos de niños que, no habiendo sido bautizados en el tiempo inmediatamente posterior a su nacimiento, son presentados o se presentan para recibir el sacramento del Bautismo cuando ya han adquirido el uso razón. La Subcomisión Episcopal de Catequesis presenta a la consideración de la Asamblea unas “Orientaciones pastorales” para estos casos.

La Asamblea conocerá también el estado en el que se encuentra la preparación de la Peregrinación Europea de Jóvenes a Santiago de Compostela, que, en el marco del Año Jubilar Compostelano, tendrá lugar los próximos días 5 al 8 de agosto, bajo el lema: “Testigos de Cristo para una Europa de la esperanza”. Se espera una nutrida presencia de jóvenes de todas las diócesis españolas y de muchas partes de Europa. Será un acontecimiento significativo que permitirá dinamizar la pastoral juvenil en el horizonte de la ya no lejana Jornada Mundial de la Juventud, en Colonia, el próximo año.

También habrá ocasión de conocer y estudiar las previsiones existentes para la celebración del 150 Aniversario del Dogma de la Inmaculada Concepción de María, que tiene lugar el próximo 8 de diciembre. A partir de esa fecha se abrirá un “Año de la Inmaculada”, que proporcionará, sin duda, muchas ocasiones para la renovación de la vida cristiana.

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[1] Cf. Juan Pablo II, Encuentro con los jóvenes en el estadio Santiago Bernabéu, en Madrid (3 de noviembre de 1982), 1.
[2] Cf. Discurso de Juan Pablo II en la Vigilia de Oración con los jóvenes (3 de mayo de 2004), 6.
[3] Cf. Ibid., 1.
[4] Cf. Ibid., 3.
[5] Cf. Ibid., 5.
[6] Cf. Ibid., 5.
[7] Cf. Mensaje de los Obispos españoles con ocasión de la visita apostólica del Papa Juan Pablo II a España. Madrid, 3-4 mayo 2003, 2.
[8] Cf. Discurso de Juan Pablo II en la Vigilia de Oración con los jóvenes, 4.
[9] Cf. Juan Pablo II, Homilía en la Plaza Colón, 3.

[10] Cf. Juan Pablo II, Homilía en la Plaza Colón, 4
[11] Cf. Ibid., 5.
[12] Cf. Palabras de Su Santidad Juan Pablo II a su llegada al aeropuerto de Barajas, 2.
[13] Cf. Discurso de Juan Pablo II en la Vigilia de Oración con los jóvenes, 2; Palabras del Papa en el “Regina Coeli”.
[14] Cf. Homilía en la Eucaristía celebrada en la Catedral de La Almudena con ocasión de los atentados terroristas en Madrid (24.3.2004).
[15] Juan Pablo II, Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero 2002.
[16] Cf. Ibid., 4.
[17] Cf. Juan Pablo II, Discurso al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede (10.1.2002), 4: Ecclesia 3084 (19.1.2002), 25; y Discurso Inaugural de la LXXVIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española (Madrid, 15 de febrero/1 de marzo de 2002), Edice, Madrid 2002, 5-9.
[18] Cf. LXXIX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Instr. Past. Valoración moral del terrorismo en España, de sus causas y de sus consecuencias, Madrid, noviembre de 2002.
[19] Cf. Ibid., 12-23.
[20] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero 2002, 6-7.
[21] Cf. Jesucristo en el contexto del diálogo y de la evangelización de las grandes religiones no cristianas en: Cristo Camino, Verdad y Vida. Actas del Congreso Internacional de Cristología, Universidad Católica San Antonio, Murcia 2003, 127ss.
[22] Cf. Juan Pablo II, Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz, 1 de enero 2002, 12-13.
[23] Cf. Ibid., 5.
[24] Cf. Discurso Inaugural de la LXXVIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Madrid 25 de febrero/1 de marzo de 2002, 13.
[25]   LXXVII Asamblea Plenaria, Plan Pastoral de la Conferencia Episcopal Española 2002-2005: Una Iglesia esperanzada, “¡Mar adentro!” (Lc 5, 4), 10.
[26] Plan Pastoral, 7.
[27] Concilio Vaticano II, Declaración Dignitatis humanae, sobre “El derecho de la persona y las comunidades a la libertad social y civil en materia religiosa”, título.
[28] Cf. Discurso Inaugural de la LXXXI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, donde se citan otros documentos de la época y posteriores. También, el Discurso Inaugural de la LXXVI Asamblea Plenaria, de abril de 2001, esp. “II. La misión de la Iglesia y la comunidad política”.
[29] Cf. Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, 74; y LXV Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Instr. Past. Moral y sociedad democrática, 32, así como Congregación para la Doctrina de la Fe, Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política (21. XI. 2002).
[30] Cf. Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, 75; y Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, Los católicos en la vida pública (1986).
[31] Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, 74.
[32] Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, 76.
[33] Ibid.
[34] Ibid.
[35] Comisión Permanente de la Conferencia Episcopal Española, Nota Matrimonio, familia y “uniones homosexuales” (24. VI. 1994), 13.
[36] LXXVI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Instr. Past. La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad, 110.

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