Homilía en la Solemnidad de San Isidro Labrador. Patrono de la Archidiócesis de Madrid

Colegiata de San Isidro; 15.V.2009; 11’00 horas

(He 4,32-35; Sal 1,1-2.3.4 y 6; Sant 5,7-8.11.16-17; Jn 15,1-7)

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

1. Los Santos son siempre actualidad. Sus biografías reflejan modelos de vida, conformados según el Evangelio y a la medida del Corazón de Cristo y, a la vez, cercanos y concretos para el hombre de su tiempo y, en último término, para el hombre de todos los tiempos. Son modelos extraordinariamente humanos, precisamente porque surgen de la imitación de Cristo. Es como si a través de ellos la presencia de Jesucristo Resucitado en el corazón de la Iglesia y en medio del mundo mostrase la extraordinaria e insuperable vitualidad de la Vida Nueva, capaz de renovar y transformar todo desde la existencia de cada persona, por muy pecadora y frustrada que se vea, hasta la misma realidad de la sociedad, de los pueblos y naciones e, incluso, de toda la Creación. Los santos son las grandes figuras de los períodos más profundamente renovadores de su época y de su entorno social y cultural. Su forma de estar y de actuar en el mundo no sólo no suele ser nada espectacular, sino que frecuentemente pasa desapercibida. Rehuyen los halagos y aplausos. Se refugian en la oración. En la entrega sencilla de sus vidas, diariamente, cifran todos sus propósitos e ideales personales y profesionales.

San Isidro Labrador, nuestro Patrono, el Patrono de Madrid, representa la figura de uno de esos Santos cuya actualidad permanece inmarchita en nuestra historia, la historia de Madrid y la historia de España, siglo tras siglo, época tras época. Su estilo de vivir el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, el Salvador del hombre, la ha iluminado siempre fuesen cuales fuesen las encrucijadas históricas, sobre todo, las más dramáticas por las que han atravesado la Iglesia y el pueblo madrileño desde la fecha más probable de su nacimiento, el 4 de abril del 1082, hasta hoy. Evocándole y siguiéndole se despejaba indefectiblemente el camino de la recuperación personal, familiar y social que en cada momento se necesitaba. También hoy, en este día de la celebración anual de su Fiesta –celebración litúrgica y popular–, Isidro nos muestra la vía inequívoca –¡“la vía regia”!– por donde ha de dirigirse la reflexión sobre la situación del actual momento de Madrid y de España y, consiguientemente, cómo han de orientarse y conducirse los proyectos de renovación de la vida cristiana en la Iglesia y en la sociedad. Tarea para las personas responsables y para las instituciones, que no admite demora.

2. En la biografía de San Isidro Labrador se ha destacado siempre un primer rasgo de extraordinario valor evangélico: su amor a los pobres. En la mesa de la familia de San Isidro Labrador y de Santa María de la Cabeza había todos los días del año un plato dispuesto para el necesitado que llamase a la puerta de su casa. Juan el Diácono, recopilador temprano de los relatos de sus grandes milagros –en el siglo XIII, medio siglo después de la muerte de nuestro Santo–, cuenta cómo en un mediodía en el que se multiplicaron los pobres que pedían comida, agotados los alimentos disponibles en casa, llegó un último e imprevisto pordiosero que suplica ser acogido y tenido en cuenta. La olla de Santa María de la Cabeza, su esposa, estaba vacía. Su esposo no lo sabía. Ella sí; pero no duda en hacerle caso y acude… La olla se llena milagrosamente. El pobre es atendido; recibe su alimento caliente y abundante.

Sentar al hombre hermano a la mesa diaria de la familia –de la nuestra, de la familia que es la Iglesia, y de la familia que debe ser la humanidad– se nos ha convertido en la actual coyuntura histórica en una urgencia moral y espiritual que compromete gravemente nuestra conciencia. No se trata de un imperativo ético cualquiera sino de una exigencia moral fundamental de cuyo cumplimiento o no cumplimiento depende el bien integral de la persona humana y el futuro de la sociedad. Incluye, en primer lugar, como condición previa, “sine quanon”, el que se permita, facilite y favorezca el que haya “comensales” . Si se impide que nazcan los niños, la mesa común de la familia humana se irá quedando sin hijos, hasta terminar vacía. ¡Que no se le niegue a ningún concebido de mujer el derecho a nacer! ¡Dejar nacer a los hijos es el primer y fundamental deber del amor al prójimo, del amor al más necesitado! ¡Más aún, es grave obligación de conciencia de todos los implicados –familiares, amigos, instituciones privadas y públicas– que se ayude generosa y eficazmente a las madres que los conciben, no para que sean eliminados, sino para que puedan darles a luz!

Si no se respeta escrupulosamente el derecho de todo ser humano a la vida, desde su concepción hasta su muerte natural, nos quedaremos sin el fundamento ético imprescindible para poder edificar un orden social y jurídico, digno de ser llamado y considerado, humano, justo y solidario.

3. La secuencia necesaria de ese gesto y actitud, imprescindible y básica para poder hablar verdaderamente de amor al prójimo, la del respeto incondicional del derecho a la vida, es la de sentar fraternalmente a todo hombre necesitado de sustento, de casa, de atención sanitaria, de educación, de cultura y de trabajo a la mesa común: en cada ciudad, en cada país… en Madrid, en España, en Europa y en cualquier lugar del mundo. Sí, amar al prójimo exige hacerlos partícipes del bien común de la sociedad y de la comunidad política dentro y fuera de la propia tierra.

Ciertamente esa imagen de la primera comunidad cristiana, convocada, reunida y guiada por los Apóstoles en el Jerusalén postpascual, donde “todos pensaban y sentían lo mismo, lo poseían todo en común y nadie llamaba suyo propio nada de lo que tenía” (He 4, 32), puede parecer de un idealismo imposible, irrealizable e, incluso, inimitable. Sucedería así si pensamos y juzgamos el problema según los criterios del mundo, en el sentido evangélico de la palabra, no según los criterios de Dios. Aquella primera realización de la Iglesia, recién nacida, obedecía a los criterios de Jesucristo Resucitado, Salvador del hombre. En la vida de nuestro Santo, Isidro, el labrador, se verificó entonces, en su tiempo, y se verifica ahora en el nuestro, aquí, en Madrid y en España, la verdad inmarcesible de la Iglesia primitiva de Jerusalén.

4. Un segundo rasgo brilla en la personalidad de San Isidro Labrador, igualmente de extraordinaria actualidad y precisamente para el Madrid del año 2009. Isidro era un hombre de oración: ¡un hombre de Dios! Su jornada comenzaba con la visita a las Iglesias de aquel Madrid que acababa de ser recuperado. Se re-emprendía su historia cristiana. La piedad de nuestro Santo llamaba la atención de sus convecinos. Lo admiraban la mayoría. A algunos les resquemaba la envidia. No se le ahorró a nuestro Santo el sufrimiento provocado por la mezquindad de compañeros envidiosos. En el trasfondo histórico de la tradición popular del milagro de las dos juntas de bueyes, que aran junto a las de San Isidro, invisiblemente para él y, en cambio, muy claramente para la vista del asombrado amo de las tierras que discretamente le observaba, se esconde la envidia sórdida de unos compañeros que no pueden soportar a su lado, en el trabajo compartido, la virtud de un hombre bueno, paciente y servidor de todos. Les falta tiempo para acusarle ante el dueño y patrono, Iván Vargas. Así lo cuenta Juan el Diácono: “Venerable Señor, nosotros, como conocidos y súbditos vuestros, no podemos callar lo que vemos y sabemos que va en perjuicio vuestro. Tened por cierto que aquel Isidro, a quien elegisteis para cultivar vuestros campos pagándole un sueldo anual, se levanta al amanecer, recorre todas las Iglesia de Madrid a título de hacer oración, y en consecuencia, viene tarde al trabajo y no hace ni la mitad de lo que está obligado a hacer. Os decimos esto no por envidia o mala voluntad sino por teneros al tanto de lo que conviene y es provechoso para vuestra casa”. San Isidro no se siente ofendido, responde con más y mayor caridad. Prosigue en paz y en concordia bondadosa la tarea diaria, que concluye indefectiblemente con la visita a la Señora, la Madre de Dios, en su templo de La Almudena, cuando al final de la larga y laboriosa jornada sube la Cuesta de la Vega hacia su casa.

5. El tipo de cristiano de la primera hora de la historia de la Iglesia, dibujado en la Carta de Santiago, cuando arrecia la persecución y se inicia el proceso de la evangelización de la sociedad pagana, encuentra un nítido eco un milenio más tarde en la figura del sencillo labrador del Manzanares en el “Magerit” –el Madrid– recién reconquistado. El cristiano, desde el principio de la historia cristiana y siempre, es paciente y constante en la prosecución del bien, en el cumplimiento de la ley de Dios y de las exigencias de la auténtica justicia. Su caridad va hasta el heroísmo. Cuida y practica la oración, pase lo que pase, cueste lo que cueste. “Tened paciencia también vosotros –les decía Santiago a sus cristianos–, manteneos firmes, porque la venida del Señor está cerca… Así pues confesaos los pecados unos a otros, y rezad unos por otros, para que os curéis. Mucho puede hacer la oración intensa del justo” (Sant 5,8.16). Ese permanecer en la oración, más concretamente, en la oración eucarística, es la clave certera para descubrir el secreto interior de la vida de San Isidro: vida entregada al amor incondicional de la familia, de los vecinos, de los pobres… de cualquier hombre hermano. ¡Amor sin medida humana! Amor que viene de permanecer en el amor de Cristo, ofrecido en la Cruz por nosotros y por nuestra salvación. “Permaneced en mi amor”, dice el Señor, “el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante” (Jn 15,9b.5b). El permanecer en Él, con esa íntima dependencia vital como la que se da entre la vid y los sarmientos, explica lo más hermoso de la biografía de nuestro Santo: el fruto abundante de su vida para su tiempo y su fecundidad espiritual y humana para el nuestro: ¡siempre! (cf. Jn 15, 1-7).

6. Ante la imagen de este humilde labrador, hombre de Dios y fiel seguidor de Cristo, se alza para nosotros, los madrileños de comienzos del Tercer Milenio, que hoy, en el día de su fiesta, le recordamos e invocamos con sincera devoción, una pregunta: ¿de dónde nos va a venir la luz interior para nuestra inteligencia y nuestro corazón, que nos permita descubrir el origen y la naturaleza de nuestras crisis actuales y de dónde vamos a extraer la fuerza humana y espiritual para un vigoroso y decidido impulso personal y colectivo para superarlas? ¿Creemos de verdad que se pueden resolver las situaciones críticas, que tanto nos angustian, al margen de la ley y de la gracia de Dios, dando la espalda al Evangelio de Jesucristo, en quien han creído firmemente San Isidro Labrador y nuestros padres, generación tras generación?

7. En San Isidro aparece, destacada, por último, la mejor tradición madrileña de “la hombría de bien”. Fue quizá su más genial iniciador y fundador. Isidro, el pocero, primero, y, luego, el labrador, era un buen convecino, responsable, dispuesto a ayudar a todos en aquella difícil, pero ilusionada y esperanzada coyuntura de su siglo, el XIIº de nuestra era, cuando se daba forma urbana y cultural a Madrid dentro del gran proyecto de la cristiandad que unía e inspiraba a la España reconquistada junto a la nueva y reformada Europa, naciendo y desplegándose intelectual, cultural y jurídicamente a través del Camino de Santiago, bajo el poderoso impulso espiritual y eclesial de la Reforma gregoriana, con la que se habían puesto los sólidos fundamentos para el Segundo Milenio Cristiano. Los sencillos y los limpios de corazón, como San Isidro Labrador, fueron entonces –como lo son hoy también– los callados, pero decisivos protagonistas de la gran historia y los sembradores de sus mejores frutos.

El significado actual de nuestro Patrono pasa ciertamente por aquí, por el camino que él nos señala para poder transitar y peregrinar en el corazón de nuestro querido Madrid, de España, nuestra patria, y de la Europa fraternalmente unida, como hombres de bien, veraces, honrados y generosos, que buscan en el Corazón de Cristo el agua fresca del amor auténtico, inequívoco, sacrificado, dispuesto a darse y a dar la vida por los hermanos como Él, en su Cruz…

8. ¡Ese debe ser nuestro Camino cuando tantas familias y tantos conciudadanos nuestros sufren las consecuencias de las crisis matrimoniales y familiares, nos amenazan la escasez de bienes imprescindibles y, sobre todo, el desempleo! Se necesitan los esfuerzos de todos y son necesarios todos los esfuerzos para salir de la crisis. Los esfuerzos técnicos y humanos –financieros, económicos, políticos y jurídicos– para aliviar dolores y angustias de tantos hermanos nuestros y hacer que renazca de nuevo la esperanza son imprescindibles; pero no deberíamos olvidar –so pena de nuevas frustraciones históricas– los esfuerzos morales y espirituales, es decir, la necesidad de la conversión interior de las conciencias, la vuelta a Dios y a Aquél que nos ha enviado, Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.

San Isidro no sólo nos marca e ilumina el camino con el ejemplo de una vida admirable, sino que nos acompaña también con su cercanía intercesora para que podamos recorrerlo confiada y esperanzadamente, perseverantes y fuertes en el Señor que nos salva, seguros de una cercanía espiritual más honda y consoladora todavía, la de la Virgen Santísima de La Almudena, Señora y Madre nuestra, a la que nuestro Patrono, insigne madrileño e hijo suyo, tan fervorosamente rezó y veneró.

¡Que Ella se la que haga de nuestra Fiesta del San Isidro de 2009 una invitación y un vigoroso estímulo para la esperanza!

Amén.