Retomar la vida de oración

El Santo Rosario en el camino de la JMJ 2011

Mis queridos hermanos y amigos:

El mes de octubre comienza en la calendario litúrgico español, enmarcado por dos grandes celebraciones marianas: la fiesta de Nuestra Señora del Rosario y la fiesta de Nuestra Señora del Pilar, a la que acostumbramos a llamar “Madre de España”. Una y otra nos remiten a la conmemoración de dos hechos históricos de la máxima trascendencia en el origen y en el devenir de la vida de la Iglesia en nuestra patria y también para la formación de la personalidad espiritual y cultural de los españoles y de la misma sociedad y comunidad humana que todos conocen dentro y fuera de nuestras fronteras como España. “El Pilar” se remonta a los primeros momentos de la predicación apostólica del Evangelio entre los pueblos de la “Hispania” romana. La Virgen, según una venerable tradición religiosa, se aparece a Santiago en carne mortal a las orillas del Ebro para consolarle, robustecerle y animarle: ¡qué no abandone la siembra emprendida! ¡el rechazo de los españoles a su anuncio de Jesucristo, Salvador del hombre, desaparecerá! “Nuestra Señora del Rosario” nos recuerda la fecha de la victoria cristiana en la batalla naval de Lepanto en 1571. Su significado para la Europa cristiana, agitada por fuertes crisis internas, que se adentraba en el período histórico de la Modernidad, fue decisivo: se había producido por primera vez, desde hacía mucho tiempo, la liberación de un terrible peligro para su propia pervivencia política, cultural, humana y religiosa: el peligro de lo que los contemporáneos llamaban “el peligro turco”.

En una y otra celebración la Virgen, Nuestra Señora y Madre, se nos muestra como la valedora y la guía, cercana y amorosa, que nos ampara y anima ardorosamente para que permanezcamos fieles a su Hijo, a Jesucristo: Él, que es el Evangelio de Dios para el hombre y su eterna salvación; más aún, como la que nos impulsa a decidirnos de nuevo con valor e intrepidez apostólica y con amor cristiano a ser sus testigos: testigos de Cristo ¡testigos incansables y gozosos de su amor salvador! A la vez, María nos ofrece “un método espiritual” para conseguir ese objetivo -objetivo que podemos calificar de “evangelizador”: de nosotros mismo y del mundo- el de la oración del Santo Rosario. “Un método” fruto de la mejor pedagogía cristiana de la fe. En el rezo del Rosario la oración se apoya en la recitación del “Padrenuestro” y del “Ave María”. “El Padre Nuestro”: la forma de oración que el mismo Señor nos enseñó y que refleja su propio trato con el Padre. Sus palabras, nos dicen los exegetas, son “ipsissima Verba Jesu”: “las mismísimas palabras” pronunciadas por Jesucristo. El “Ave María”: enlaza con el saludo del Ángel Gabriel a María cuando le anuncia su maternidad divina, y concluye con la súplica ardiente de que Ella “ruegue por nosotros pecadores ahora y en el hora de nuestra muerte”. Son dos fórmulas de oración en las que se condensa y expresa luminosamente la esencia de la plegaria cristiana. En “el Rosario” se convierten además, en virtud de su repetición rítmica, en el hilo conductor de un itinerario espiritual en el que el alma puede contemplar y meditar amorosamente los Misterios de la Encarnación, Nacimiento, Vida, Pasión, Muerte y Resurrección del Señor. Misterios, a los que aparece íntimamente asociada su Madre Santísima, la Madre de la Iglesia. De este modo, el Santo Rosario, se nos presenta como un camino excelente para la oración de alabanza y súplica, sencillo y accesible a todas las personas y que nos conduce directamente a Cristo, el Señor y Salvador: el Pastor invisible de nuestras almas. Una oración, pues, en la que se pueden volcar todas las intenciones y propósitos de amar a Dios y de amar al prójimo en la forma de súplicas y peticiones vivas y concretas. Una oración, por tanto, en la que nuestro corazón puede encontrar “su descanso”.

La JMJ del próximo año busca en sus programas y objetivos pastorales llevar las almas de los jóvenes del mundo -de los cinco continentes- a Cristo, para que se enraícen en Él, edifiquen sus vidas sobre su Evangelio y se mantengan firmes en la Fe. ¡Cómo nos puede ayudar el rezo diario del Santo Rosario, particularmente en la familia y en las comunidades eclesiales -las parroquias en primer lugar- a preparar y a celebrar con el mejor fruto espiritual y apostólico la JMJ 2011 en Madrid! Será una de las aportaciones más humildes, pero de las más hermosas y eficaces para su verdadero éxito. El éxito visto y valorado desde la mirada de Dios y desde el gran reto pastoral de la Evangelización de los jóvenes de nuestro tiempo. En la preparación y en la realización de ese gran acontecimiento eclesial necesitamos imperiosamente que la gracia del Señor “nos preceda y acompañe” para que la cosecha espiritual sea abundante.

¡Qué Nuestra Señora la Virgen de La Almudena nos mueva y anime a retomar la devoción del Santo Rosario en nuestra vida personal, en la de nuestras familias y en las costumbres piadosas de nuestras comunidades parroquiales y, en todo caso, vivirla con mayor fervor!

Con todo afecto y mi bendición,

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