Discurso inaugural del Emmo. y Rvdmo. Sr. D. Antonio María rouco Varela XCVI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española. 22/26 de noviembre de 2010

Discurso inaugural – Madrid, 22 de noviembre de 2010
Conferencia Episcopal Española

Queridos Hermanos Cardenales, Arzobispos y Obispos,
Señor Nuncio,
queridos colaboradores de esta Casa,
señoras y señores:

Saludo a todos ustedes cordialmente al comenzar nuestra Asamblea Plenaria. En particular, doy la bienvenida a esta su casa a los Hermanos en el episcopado; de modo especial, al señor obispo auxiliar de Tarrasa, Mons. D. Salvador Cristau Coll y al señor obispo de Teruel y Albarracín, Mons. D. Carlos Manuel Escribano Subías, que participan en la Asamblea por primera vez. Para ellos, nuestra más cordial enhorabuena. Felicitamos también a Mons. D. Esteban Escudero Torres, a quien el Santo Padre ha encomendado el cuidado pastoral de la diócesis de Palencia, y a Mons. D. Mario Iceta Gavicagogeascoa, nombrado recientemente obispo de Bilbao. Nuestra felicitación más expresiva va para su Eminencia, al Cardenal D. José Manuel Estepa Llaurens, elevado a la dignidad cardenalicia en el Consistorio del pasado sábado.

I.- MENSAJE DEL PAPA EN SANTIAGO Y BARCELONA: “VELAR POR DIOS Y VELAR POR EL HOMBRE”[1]

Hace dos semanas, todos nosotros tuvimos la gracia de ser testigos directos del segundo Viaje apostólico del Papa a España. Fue una gran alegría tener de nuevo entre nosotros al Sucesor de Pedro. Resultó especialmente reconfortante  para los obispos españoles haber disfrutado de esta ocasión providencial para manifestar nuestra comunión con el Vicario de Cristo y Cabeza del colegio episcopal acompañándole en Santiago de Compostela y en Barcelona. Concelebramos con él la Santa Misa ante la catedral compostelana y en la barcelonesa Sagrada Familia; nos unimos al pueblo fiel, que le recibió con gran entusiasmo, afecto y devoción; y tuvimos también la oportunidad de compartir con él emotivos momentos de convivencia cercana.

Es verdad que nuestra comunión con el Papa, como obispos, tiene sus cauces de expresión ordinarios, cuando ejercemos en nuestras diócesis, en el nombre del Señor, el servicio del magisterio, la celebración de los misterios de la fe y las tareas de gobierno, con Pedro y bajo Pedro. Pero encuentros con el Papa, como el de los días pasados en Santiago y en Barcelona, constituyen un nuevo modo extraordinario de expresar nuestra unidad que, no por ser –gracias a Dios– cada vez más frecuentes, dejamos de valorar y de agradecer como se merecen.

Hecha esta observación sobre este particular significado eclesial de la Visita pontificia, que nos ha permitido mostrarnos como miembros del único colegio episcopal, presidido por el obispo de Roma, permítanme algunos apuntes de reflexión sobre las enseñanzas del Papa de estos días.

No era razonable esperar grandes novedades doctrinales; tampoco, indicaciones especialmente concretas ni, menos aún, polémicas de ningún tipo. Pero hemos podido escuchar de modo vivo, en escenarios maravillosos, palabras que dejan bien claros los objetivos que mueven el empeño apostólico del Santo Padre y su percepción sintética de las capacidades y misión propias de la Iglesia en España a este respecto.

1. La gran tarea: mostrar que “sólo Dios basta”

En conexión con el tema de su primera encíclica Deus caritas est – y también, aunque de otro modo, de las otras dos: Spe salvi y Caritas in veritate – el Papa ha venido a hablarnos ante todo de Dios. No cabe duda de que éste es el hilo conductor de todas sus intervenciones en Santiago y en Barcelona. Como gran teólogo que es, Benedicto XVI sabe bien que todo en la Iglesia está al servicio del anuncio de la gracia y de la salvación de Dios: “todo, a la luz de Dios” –omnia sub ratione Dei– decía Santo Tomás de Aquino del tema propio de la teología. El Papa lo sabe y es especialmente consecuente con ese núcleo esencial de la vida cristiana y eclesial. Nada distrae su magisterio del anuncio de Dios y de su misericordia: ni  la diversidad de empeños apostólicos a los que ha de responder la propia Iglesia, ni las incomprensiones o las manipulaciones que tantas veces llegan desde fuera. La buena noticia del amor de Dios es, en efecto, la motivación que da unidad a la misión apostólica en todos los campos: en la parroquia, la enseñanza, la familia, el trabajo, etc. La misma buena noticia que se ha de anunciar sin descanso, precisamente cuando los ruidos del mundo pretenden acallarla o desnaturalizarla.

En el avión, ya antes de tomar tierra en Santiago, el Papa había dicho a los periodistas que venía a España a hablar de Dios. Adelantaba que iban a ser dos los temas de sus discursos: el de la peregrinación y el de la belleza; pero ambos, como lugares del encuentro con Dios: en el camino, que nos saca de nosotros, y en la belleza del lugar del culto, que nos extasía. Ya en el aeropuerto, subrayó que venía como peregrino del amor de Cristo, como otro Pablo, y “para dedicar un templo (el de la Sagrada Familia), en el que se refleja toda la grandeza del espíritu humano que se abre a Dios.”

Después de orar ante la tumba del Apóstol Santiago y de abrazar su imagen, Benedicto XVI tomó pie en este gesto tradicional de los peregrinos para hablar de Dios como de aquel inefable misterio de comunión del que surge la Iglesia, a la que calificó entonces como “ese abrazo de Dios en el que los hombres aprenden también a abrazar a sus hermanos”.

La hermosa homilía que el Papa pronunció durante la Santa Misa celebrada al caer el sol, ante la fachada de la catedral compostelana, ha sido resumida en la frase: “que Dios vuelva a resonar gozosamente bajo los cielos de Europa”. Ésa fue allí, efectivamente, su invitación apremiante y amorosa a nuestro viejo Continente. Porque, como comenzó explicando, “a todo hombre que hace silencio en su interior y pone distancia a las apetencias, deseos y quehaceres inmediatos (el caso de tantos peregrinos), al hombre que ora, Dios le alumbra para que le encuentre y para que reconozca a Cristo”. Por eso, “es una tragedia que en Europa, sobre todo en el siglo XIX, se afirmase y divulgase la convicción de que Dios es el antagonista del hombre y el enemigo de su libertad”. Al contrario, afirmaba el Papa una vez más: “Dios es el origen de nuestro ser y cimiento y cúspide de nuestra libertad; no su oponente”. Hay, pues, que romper “el silencio público sobre la realidad primera y esencial de la vida humana” que reina bajo los cielos de Europa. Y ésa es, precisamente, la “sencilla y decisiva” aportación de la Iglesia, en cuyo origen no se halla “una gesta o proyecto humano, sino Dios”; su aportación a Europa consiste en hacerle presente “que Dios existe y que es él quien nos ha dado la vida. Sólo él es absoluto, amor fiel e indeclinable, meta infinita que se trasluce detrás de todos los bienes, verdades y bellezas admirables de este mundo; admirables, pero insuficientes para el corazón del hombre. Bien comprendió esto  Santa Teresa de Jesús –apostillaba el Papa– cuando escribió: ‘Sólo Dios basta’”.

Al día siguiente, en Barcelona, al dedicar el templo de la Sagrada Familia, Benedicto XVI subrayaba que aquella luminosa obra de arte “es un signo visible de Dios invisible, a cuya gloria se alzan estas torres, saetas que apuntan al absoluto de la luz, a Aquel que es la Luz, la Altura, la Belleza misma”. En el atardecer compostelano ya había hablado también de Dios como del “sol de las inteligencias” y la “luz que disipa toda tiniebla”. “La belleza –continuaba el Papa en el templo de Gaudí– es también reveladora de Dios, porque, como él, la obra bella es pura gratuidad, invita a la libertad y arranca del egoísmo”. La originalidad que todos alaban en el genial arquitecto tiene que ver con una vida santa, con un continuo “volver al origen, que es Dios”. Con estas reflexiones fundamentales sobre el ser de Dios y de la belleza, el Papa tomaba aliento para volver sobre la misión fundamental de la Iglesia: “mostrar al mundo el rostro de Dios, que es amor y el único que puede responder al anhelo de plenitud del hombre”. Ante “la gran tarea de mostrar a todos que Dios es Dios de paz y no de violencia, de libertad y no de coacción, de concordia y no de discordia”, la Iglesia ha de caer en la cuenta de que ella “no tiene consistencia por sí misma” y de que debe dedicarse por completo a esa sublime misión.

Delante de la fachada del nacimiento, el Papa rezó el ángelus para todo el mundo y volvió a su tema: “Imbuido de la devoción a la Sagrada Familia de Nazaret, que difundió entre el pueblo catalán san José de Manyanet, el genio de Antonio Gaudí, inspirado por el ardor de su fe cristiana, logró convertir este templo en una alabanza a Dios hecha en piedra. Una alabanza a Dios que, como en el nacimiento de Cristo, tuviera como protagonistas a las personas más humildes y sencillas”.

Ya de camino hacia el aeropuerto, de vuelta a Roma, Benedicto XVI hizo una entrañable visita al hogar del Niño Dios, que acoge a niños y jóvenes enfermos o discapacitados. Explicó así el sentido de aquel gesto: “Con la dedicación de la Sagrada Familia se ha puesto de relieve esta mañana que el templo es signo del verdadero santuario de Dios entre los hombres. Ahora quiero destacar cómo, con el esfuerzo de ésta y otras instituciones eclesiales análogas (…), se pone de manifiesto que, para el cristiano, todo hombre es un verdadero santuario de Dios”.

2. La Iglesia en España, llena de “la fuerza de la fe” para la evangelización

El Papa nos ha hablado de Dios de un modo sugerente, bello, coherente y profundo. Y nos ha recordado que la Iglesia que peregrina en España es rica en un leguaje semejante. El Sucesor de Pedro nos ha confrontado con nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro para confirmarnos en la fe y alentarnos en el trabajo de la nueva evangelización.

En sus declaraciones en el avión, Benedicto XVI tuvo palabras muy justas sobre la aportación de España a la evangelización del mundo que hemos de agradecer y no dejar caer en el olvido: “España –dijo– ha sido siempre un país ‘originario’ de la fe; pensemos que el renacimiento del catolicismo en la época moderna ocurrió sobre todo gracias a España. Figuras como San Ignacio de Loyola, santa Teresa de Ávila y san Juan de Ávila, son figuras que han renovado el catolicismo y conformado la fisonomía del catolicismo moderno”. A continuación hablaba de la “vivacidad” que muestra la fe hoy entre nosotros y añadía que, “por eso, para el futuro de la fe y del encuentro (…) entre fe y laicidad, (la confrontación entre ambas) tiene un foco central también en la cultura española”. De modo que, a la pregunta de si había pensado especialmente en España al crear el nuevo dicasterio “para la nueva evangelización”, el Papa terminaba respondiendo: “He pensado en todos los grandes países de Occidente, pero sobre todo también en España”. Y, a la pregunta siguiente, sobre los motivos de tantas visitas suyas a España, Benedicto XVI contestaba que eso se debe a la circunstancia de los relevantes acontecimientos que tienen lugar en España y que demandan su presencia. Pero añadía: “Ahora bien, el hecho de que precisamente en España se concentren tantas ocasiones muestra también que es realmente un país lleno de dinamismo, lleno de la fuerza de la fe, y la fe responde a los desafíos que están igualmente presentes en España”.

El panorama del prometedor presente de la fe en nuestro pueblo fue enriquecido en las palabras pronunciadas en el aeropuerto de Santiago. Después de citar de nuevo a los grandes santos de nuestro Siglo de Oro –mencionando entonces a San Juan de la Cruz– el Papa precisó: es la misma España, “que en el siglo XX ha suscitado nuevas instituciones, grupos y comunidades de vida cristiana y acción apostólica y, en los últimos decenios, camina en concordia y unidad, en libertad y paz, mirando al futuro con esperanza y responsabilidad”.

En la catedral de Santiago se refirió con elogio a un aspecto más particular, pero no menos relevante, de la vida de la Iglesia en la España de hoy: “no quiero concluir –dijo– sin antes felicitar y agradecer a los católicos españoles la generosidad con que sostienen tantas instituciones de caridad y de promoción humana. No dejéis de mantener esas obras, que benefician a toda la sociedad y cuya eficacia se ha puesto de manifiesto de modo especial en la actual crisis económica, así como con ocasión de las graves calamidades naturales que han afectado a varios países”. Mientras oíamos estas palabras, no podíamos dejar de pensar en tantas Caritas parroquiales, diocesanas y en su federación nacional, que hacía pocos días había dado a conocer cifras reveladoras de las nuevas carencias y también de la creciente solidaridad cristiana; o en Manos Unidas, recién galardonada con el Premio Príncipe de Asturias de la Concordia en el cincuenta aniversario de su batalla “contra el hambre de pan, de cultura y de Dios”; o en tantas otras instituciones sostenidas también por diócesis, parroquias, institutos de vida consagrada y asociaciones laicales que –como el Niño Dios de Barcelona– están junto a los débiles y a los que sufren de cualquier modo, a lo largo y ancho de nuestra geografía.

Sí, gracias a Dios, la fe está hoy muy viva en España y es capaz de una vivaz y variada aportación a la vida social: desde el abierto y sereno debate cultural hasta la ayuda pronta y generosa a los necesitados. No olvidaremos las palabras con las que el Santo Padre nos lo ha recordado en estos días.

3. La tensiones, estímulo para el encuentro evangelizador

No cabe duda de que en su descripción de la situación de España en lo referente a la Iglesia en sí misma y a sus relaciones con toda la sociedad y con el Estado, el Papa quiso poner de relieve ante todo los aspectos positivos y las posibilidades que, hoy como ayer, se encierran en la fuerza de la fe. Tampoco dejó de notar y reconocer generosamente –en el párrafo que acabo de citar de sus palabras en el aeropuerto de Santiago– que en las últimas décadas la sociedad española vive en una situación fundamental de unidad, concordia, libertad y paz. Aspecto éste que algunos, movidos más por ciertos prejuicios y tergiversaciones que por la benevolencia y la objetividad, han pasado por alto a la hora de formular determinados juicios negativos carentes del más elemental rigor.

Sin embargo, también es cierto que Benedicto XVI no ha dejado de aludir directa o indirectamente a algunos de los problemas que padecemos y que la Iglesia ha venido notando y denunciando. En el avión que lo traía a España, se refirió al “laicismo fuerte y agresivo” surgido en España en el pasado, como una especie de otra cara de la moneda de la vigorosa aportación católica española al renacimiento del catolicismo en la edad moderna. Es ahí donde se refirió a lo visto en los años treinta del siglo veinte. Y luego, sin establecer una equiparación entre aquel fenómeno histórico y lo que ocurre en la actualidad, dijo que el “enfrentamiento entre fe y modernidad” lejos de haber desaparecido, continúa hoy activo en España, donde tanto la una como la otra se muestran “muy vivaces”.

A partir de esas constataciones elementales el Santo Padre pone su mirada en una propuesta de presente y de futuro: el encuentro entre fe y modernidad. Naturalmente, un encuentro que, superando falsos antagonismos, permita a “la Europa de la ciencia y de las tecnologías, la Europa de la civilización y de la cultura (…) ser a la vez la Europa abierta a la trascendencia y a la fraternidad con otros continentes, al Dios vivo y verdadero desde el hombre vivo y verdadero”. La aportación específica de la Iglesia a ese nuevo encuentro es para el Papa  –como hemos apuntado– la nueva evangelización, es decir, el anuncio renovado del Dios de la misericordia, de la justicia y de la libertad.

El encuentro evangelizador de la fe con la modernidad no tendrá lugar sin ciertas tensiones. Porque “no se puede dar culto a Dios sin velar por el hombre, su hijo, y no se sirve al hombre sin preguntarse por quién es su Padre y responderle a la pregunta por él”, según dijo el Papa en la plaza del Obradoiro. Y sobre esta delicada cuestión sigue abierta “la disputa, más aún, ese enfrentamiento” ya de siglos, al que Benedicto XVI se refería en el avión que lo conducía a España, recordando su historia, pero sin nivelaciones impropias ni anacronismos de ningún tipo. Las tensiones, que la Iglesia no busca, pero históricamente presentes en España y en Europa, han de estimularnos en el trabajo de la nueva evangelización, cuyo objetivo es el encuentro, nunca el desencuentro. No puede ser otra la meta del anuncio íntegro, con obras y palabras, del Dios del amor.

II.- RELANZAR NUESTROS PLANES Y PROPÓSITOS EVANGELIZADORES

Acogemos con inmensa gratitud la enseñanza de Benedicto XVI en su segunda visita a España. Supone, sin duda, un gran estímulo para nuestra misión evangelizadora. A su luz podemos retomar con nuevo empeño nuestros trabajos. Pienso en las reflexiones y orientaciones pastorales de esta Asamblea en torno al Jubileo del año 2000, que no han perdido vigencia y que es necesario tener presentes en el trabajo pastoral. Pienso también en las instrucciones más recientes, de 2006, sobre la calidad doctrinal y sobre ciertas prioridades ante la situación actual de España.

1. El Dios del amor y la purificación de la memoria

El permanente magisterio del Papa sobre la centralidad y prioridad de Dios para el ser y la misión de la Iglesia nos remite a la “Instrucción Pastoral en los umbrales del Tercer Milenio” publicada por esta Asamblea Plenaria bajo el título de Dios es amor en noviembre de 1998[2]. “En esta hora notable de la historia –decíamos entonces expresando un propósito de máxima actualidad– queremos hablar de Dios a nuestros hermanos y hermanas: en especial a los católicos, para alentarlos en tiempos de incertidumbre; pero también a todos, sin excluir a quienes habiéndose alejado de la fe o no habiéndola profesado nunca, deseen escuchar nuestra palabra. Ofrecemos con profunda alegría lo mejor que tenemos”. Que la primera encíclica del Papa lleve el mismo título que aquella Instrucción –Dios es amor– nos anima a retomar nuestro empeño en el anuncio del Evangelio de Dios.

En su primera parte, la Instrucción Dios es amor ofrece un sucinto y completo panorama de las causas por las que la cultura pública occidental, en particular la europea, ha dejado de hablar de Dios, o, en todo caso, lanza a los creyentes la pregunta desafiante: “¿dónde está tu Dios?”. Se refiere, en primer lugar, a la infidelidad de los cristianos a su propia fe en el Dios del amor. Pero, también, en segundo lugar, a la idolatría de sí mismo en la que vive el hombre secularista, obnubilado por el “progreso” material y cuantificable. Analiza también, en tercer lugar, la desesperanza llamada posmoderna y el escándalo del mal y del sufrimiento de los inocentes, como obstáculos para la fe.

En su segunda parte, recuerdan ustedes que Dios es amor explica cómo la cuestión de Dios va inseparablemente unida a la verdadera condición humana. Porque el ser humano es religioso por naturaleza, es decir, se encuentra abierto a Dios desde el fondo de su mismo ser, como se puede ver en los diversos órdenes del conocer o del querer. Porque la presencia de las religiones en todas las épocas y culturas pone de manifiesto aquel sentido religioso del ser humano; ellas, a pesar de sus deficiencias, errores y contradicciones, han permitido a los pueblos articular el nombre divino y vivir de un modo más conforme con la dignidad humana. Y, en fin, porque Dios mismo, como se podía esperar de quien es el origen y sentido de todo ser personal, de toda libertad y de todo amor, se ha acercado de modo especial a los hombres para revelarles el misterio de su vida divina y darles parte en ella.

La tercera y última parte de Dios es amor –la más amplia– es una presentación del “Dios con nosotros”, el Dios vivo y verdadero, que se ha revelado en Jesucristo. Explica, primero, el significado de que creamos “en un solo Dios, Padre todopoderoso”: según nos ha enseñado el Señor, el Creador, omnipotente y bueno, nos libra de todo temor, nos rescata de nuestros ídolos y funda el sentido de la vida humana. Luego, explana el significado de nuestra fe “en un solo Señor, Jesucristo”:  la alianza de Dios con el hombre y la apertura del hombre a Dios llegan en él –Hijo eterno de Dios e hijo de una mujer– a una intimidad insospechada e insuperable; sus palabras, obras, muerte y resurrección, revelan la com-pasión de Dios con nosotros y, con ella, la profundidad de su omnipotencia y de su amor; de tal modo, que amor de Dios y amor al hombre serán ya en adelante absolutamente inseparables. El sentido del “creemos en el Espíritu Santo, Señor y dador de vida”, es ilustrado como la fe en el poder del Amor divino, que se ha mostrado, en la Cruz, más fuerte que la muerte; y más fuerte también que las modernas falsas profecías sobre la “muerte de Dios”, al hacer partícipes a los bautizados de la Vida divina gracias a la mediación de la Iglesia. Por fin, bajo el epígrafe “el Amor es creíble”, se explica cómo el Dios trino es el centro de la fe cristiana; el fundamento de la dignidad humana; de la comprensión del hombre como persona y de Dios como el Amor mismo, creador y redentor. La Instrucción concluye con tres páginas en las que se invita a hablar con Dios, al encuentro con él y a su glorificación.

En noviembre de 1999, en el mismo contexto de la preparación inmediata del Jubileo del año 2000, esta Asamblea Plenaria quiso también echar una Mirada de fe al siglo XX esbozando una especie de balance de los bienes y los males que nos dejaba. Fue un balance hecho ante Dios, como alabanza por sus beneficios, petición de perdón por nuestros pecados y profesión de fe en las promesas divinas. La fidelidad de Dios dura siempre es el título del breve y rico documento publicado entonces con la intención de hacer un ejercicio de “purificación de la memoria”, secundando la invitación de Juan Pablo II[3].

Gracias a Dios –comenzábamos enumerando– por el mismo don de la fe, que ha seguido viva, muy viva, en el siglo XX, hasta el punto de que “el testimonio de miles de mártires y de santos ha sido más fuerte que las insidias y violencias de los falsos profetas de la irreligiosidad y del ateísmo”. Gracias, por el don del Concilio Vaticano II, cuyas perspectivas propiciaron en España, entre otras cosas, “la aportación de la Iglesia a la transición pacífica a la democracia”. Gracias, por la doctrina social de la Iglesia, cuyos principios, centrados en la verdad y la dignidad de la persona y alejados tanto de colectivismos como de individualismos, inspiraron la acción de políticos católicos y no católicos en la construcción de una nueva Europa, así como el servicio abnegado de tantas instituciones, consagrados y laicos a los más necesitados. Gracias, por la paz y la concordia después de la Segunda Guerra Mundial y, en España, de modo especial, en la segunda mitad del siglo, con ese “fruto maduro de una voluntad sincera de entendimiento” que es la Constitución de 1978. Gracias, por el desarrollo económico y social y el reconocimiento de la dignidad de la mujer. Gracias, por la nueva Europa unida. Gracias, por los papas del siglo XX.

Perdón, por la autosuficiencia del “tiempo moderno”, con su idolatría del progreso material y con su hinchada conciencia de superioridad sobre los hombres de cualquier otra época. Perdón, por el secularismo, con su desprecio de la Vida eterna de Dios y su vana confianza en las utopías terrenas. Perdón, por las violencias inauditas de guerras totales y de exterminaciones selectivas y masivas, movidas por nacionalismos excluyentes e ideologías totalitarias; en España, por la guerra civil más destructiva de su historia; perdón, especial, “para todos los que se vieron implicados en acciones que el Evangelio reprueba, estuvieran en uno u otro lado de los frentes trazados por la guerra… en odios y venganzas siempre injustificables”. Perdón, por el contraste hiriente entre la miseria más repulsiva y mortal para poblaciones enteras, por un lado, y la sobreabundancia y el capricho, por otro. Perdón, por la cultura de la muerte, imperante cuando el moderno hombre “adulto” se ha sentido autorizado para disponer de su propia vida y de la de los demás, llegando a considerar el homicidio incluso como un derecho: aborto, eutanasia, negocios de las drogas y de las armas. Perdón, por la erosión de la familia, de su vida y de la institución del matrimonio, en la que se basa, con lo que esto significa de grave daño a la “ecología humana” fundamental.

Recordábamos que los hijos de la Iglesia hemos participado y participamos también de estos pecados. Hemos de mantener la vigilancia y practicar el examen y la penitencia. Pero no podemos dejarnos arrebatar nunca la esperanza. Jesucristo resucitado es la razón de nuestra esperanza y la garantía de que Dios cumple sus promesas. Seguiremos confiando e invitando a todos a la esperanza.

2. Calidad doctrinal y situación actual de España

Más recientemente, en 2006, esta Asamblea Plenaria publicó dos importantes documentos que, aun siendo de enfoques y finalidades diversos, también se centran en el anuncio de la buena noticia del Dios del amor y en sus condiciones de posibilidad. Me refiero a las instrucciones pastorales Teología y secularización en España. A los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II (de marzo) y Orientaciones morales ante la situación actual de España (de noviembre)[4].

Como es sabido, la primera de estas instrucciones ofrece una palabra de discernimiento, en profundidad, sobre determinados planteamientos doctrinales perturbadores de la vida eclesial y de la fe de los sencillos. La segunda, ofrece también un discernimiento, de más amplio espectro, sobre la coyuntura histórica en la que los católicos han de vivir hoy su fe, tanto en unidad y coherencia interna como en participación activa en la vida social y pública.

Ambas instrucciones identifican la situación ambiental española como muy marcada por el secularismo, es decir, por la debilitación de la conciencia de vivir para Dios y para la Vida eterna, y por el consiguiente estrechamiento de la vida en metas solo materiales y temporales.

Ante esta situación, Teología y secularización en España se propone estimular la calidad doctrinal de la vida de la Iglesia. Se juega mucho en ello. Si, como recordábamos entonces, “la cuestión principal a la que debe hacer frente la Iglesia en España es su secularización interna”, no hay que perder de vista que “en el origen de la secularización está la pérdida de la fe y de su inteligencia, en la que juegan, sin duda, un papel importante algunas propuestas teológicas deficientes relacionadas con la fe cristológica. Se trata de interpretaciones reduccionistas que no acogen el Misterio revelado en su integridad” (5). Cuando esas interpretaciones se propagan, la vida de la Iglesia se debilita y acaba por mostrarse incapaz de abordar “la gran tarea” de la nueva evangelización: el anuncio de la buena noticia del Dios, cuyo misterio se nos ha revelado y entregado en Jesucristo.

Por su parte, la Instrucción Orientaciones morales, en su perspectiva propia, y bajo el título de “Una situación nueva: fuerte oleada de laicismo”, denuncia la extendida pretensión de “construir artificialmente una sociedad sin referencias religiosas, exclusivamente terrena, sin culto a Dios ni aspiración ninguna a la vida eterna, fundada únicamente en nuestros propios recursos y orientada casi exclusivamente hacia el mero goce de los bienes de la tierra” (13). La Instrucción desciende a una descripción bastante detallada de las causas y de las manifestaciones de la pretensión laicista. No es ahora el momento de recordarla, aunque sí de invitar a repasar esa descripción y de apreciar su coherencia con las anteriores enseñanzas de los obispos.

En cambio, puede ser oportuno traer a la memoria los tres objetivos que nos planteábamos hace cuatro años como caminos prácticos para responder al reto que el laicismo plantea a la conciencia y a la vida de los católicos y de la Iglesia en esta hora. Son los siguientes (cf. números 40-44).

Primero: la formación en la fe. Se trata, ante todo, de “cuidar más y mejor la iniciación cristiana sistemática de niños, jóvenes y adultos” y también de “mantener fielmente la disciplina sacramental y la coherencia de la vida cristiana, sin acomodarnos a los gustos y preferencias de la cultura laicista”. Las enseñanzas del Papa ofrecen una luz especial para estas tareas. Nuestra Conferencia Episcopal se ha ocupado en diversas ocasiones de este decisivo tema[5]. También en estos días lo abordaremos de nuevo desde la perspectiva de la necesaria coordinación de la formación en la fe de niños y jóvenes en los ámbitos de la familia, la parroquia y la escuela.

Segundo: anunciar el evangelio del matrimonio y de la familia. El matrimonio cristiano, como sacramento del amor de Dios, está hoy especialmente llamado a ser denuncia y profecía. Denuncia de una mentalidad y de una legislación que afecta gravemente al bien común. “Las leyes vigentes facilitan disolver la unión matrimonial, sin necesidad de aducir razón alguna para ello y, además, han suprimido la referencia al varón y a la mujer como sujetos de la misma; lo cual obliga constatar con estupor que la actual legislación española no solamente no protege al matrimonio, sino que ni siquiera lo reconoce en su ser propio y específico”. Pero el matrimonio cristiano es, sobre todo, profecía: “profecía de verdadera humanidad, edificada sobre aquel amor humano que el amor de Dios hace posible en este mundo.”  O, como Benedicto XVI enseñaba en Barcelona: “El amor generoso e indisoluble de un hombre y de una mujer es el marco eficaz y el fundamento de la vida humana en su gestación, en su alumbramiento, en su crecimiento y en su término natural. Sólo donde existen el amor y la fidelidad, nace y perdura la verdadera libertad”.

Tercero: cuidar la Eucaristía dominical. “El vigor y la fortaleza de la vida cristiana de los bautizados y de la comunidad entera se alimentan de la celebración de la Eucaristía y, de manera especial, de la que se celebra el domingo, el día del Señor resucitado y de la Iglesia. En una sociedad ambientalmente paganizada, en la que los católicos viven más o menos dispersos, la asamblea dominical es, si cabe, más necesaria y ha de ser cuidada con esmero. Es más necesaria para los propios cristianos, que han de renovar periódicamente su fe y su unidad en la celebración litúrgica, y es también más necesaria para la presencia visible de la Iglesia y de los católicos en la sociedad”.

Cuando enfocamos nuestras actividades pastorales al cumplimiento serio de estos tres objetivos, somos conscientes de que “los católicos tenemos que vivir con alegría y gratitud la misión de anunciar a nuestros hermanos el nombre y las promesas de Dios como fuente de vida y de salvación.”

III.- LA EXHORTACIÓN POSTSINODAL VERBUM DOMINI Y LA VERSIÓN OFICIAL ESPAÑOLA DE LA SAGRADA BIBLIA

El pasado día 11, fue presentada en Roma la Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini. Por medio de ella, el Papa ofrece a toda la Iglesia los frutos del Sínodo celebrado en octubre de 2008 sobre La Palabra de Dios en la vida y en la misión de la Iglesia.

Por otro lado, en los próximos días será presentada también en esta Casa la traducción española de la Biblia, aprobada a su tiempo por esta Asamblea Plenaria, y que sale ahora a la luz pública bajo el título de Sagrada Biblia. Versión oficial de la Conferencia Episcopal Española. Esta misma es la versión que, obtenida la aprobación correspondiente de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, plasmada en Decreto de 29 de junio de 2010, será utilizada a partir de ahora en los libros litúrgicos, a medida que vayan siendo oportunamente renovados y aprobados. También deseamos que sea la que se cite en los catecismos y materiales catequéticos, así como en los libros para la enseñanza escolar de la religión y, en general, siempre que se recurra a la Sagrada Escritura para la labor evangelizadora de la Iglesia. No se trata de excluir ninguna otra traducción de las que cuentan con la pertinente aprobación. Lo que se pretende es que la utilización de una misma versión en los ámbitos más específicos de la misión y de la vida de la Iglesia favorezca la retención de la Palabra de Dios en la memoria y en el corazón de los fieles.

Nos alegra la coincidencia de la publicación de la Exhortación postsinodal Verbum Domini con la aparición de la versión oficial española de la Sagrada Escritura. Es una ocasión providencial para que todos nos esforcemos en comprender mejor el lugar central que la Sagrada Escritura juega en la vida cristiana y en la misión evangelizadora de la Iglesia. Con esta finalidad, la Conferencia Episcopal ha programado la celebración de un gran Congreso los días 7 al 9 de febrero de 2011, que ofrecerá a las personas más activas o interesadas, en lo que podríamos llamar los aspectos bíblicos de la acción pastoral, la oportunidad de conocer a fondo la nueva Biblia de la Conferencia Episcopal y, al mismo tiempo, de reflexionar sobre la presencia de la Sagrada Escritura en la vida de la Iglesia.

Termino haciéndome eco de la exhortación que Benedicto XVI dirige a los lectores de Verbum Domini. Constituye un buen resumen de los objetivos apostólicos del Papa, a cuyo comentario agradecido he dedicado estas palabras al comienzo de nuestra Asamblea Plenaria: “Exhorto a todos los fieles –escribe el Papa– a reavivar el encuentro personal y comunitario con Cristo, Verbo de la Vida que se ha hecho visible, y a ser sus anunciadores, para que el don de la vida divina, la comunión, se extienda cada vez más por todo el mundo. En efecto, participar en la vida de Dios, Trinidad de Amor, es alegría completa (cf. Jn 1, 14). Y comunicar la alegría que se produce en el encuentro con la persona de Cristo, Palabra de Dios presente en medio de nosotros, es un don y una tarea imprescindible para la Iglesia. En un mundo que considera con frecuencia a Dios como algo superfluo o extraño, confesamos con Pedro que sólo Él tiene “palabras de vida eterna” (Jn 6, 68). No hay prioridad más grande que ésta: abrir de nuevo al hombre de hoy el acceso a Dios, al Dios que habla y nos comunica su amor para que tengamos vida abundante (cf. Jn 10, 10)”[6].


[1] Benedicto XVI, Homilía en la Santa Misa celebrada en Santiago de Compostela, el sábado 6 de noviembre de 2010. – Los textos íntegros de las intervenciones del Papa en Santiago y en Barcelona, de los que se toman las citas hechas en este discurso, se pueden encontrar en: www.visitadelpapa2010.org; Alfa y Omega. Semanario católico de información, nº 711 (11-XI-2010); Ecclesia, nº 3.544 (13-XI-2010): excepto las declaraciones del avión; y L’Osservatore Romano. Edición semanal en lengua española, nº 2.182 (14-XI-2010).

[2] Cf. LXX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Dios es amor. Instrucción pastoral en los umbrales del tercer milenio, BOCEE 15 (1998) 111-125. Y en Colección documental informática, en: www.conferenciaepiscopal.es

[3] Cf. LXXII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, La fidelidad de Dios dura siempre. Mirada de fe al siglo XX, BOCEE 16 (1999) 100-106. Y en Colección documental informática, en: www.conferenciaepiscopal.es

[4] Cf. LXXXVI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Teología y secularización en España. A los cuarenta años de la clausura del Concilio Vaticano II, BOCEE 20 (2006) 31-50; y LXXXVIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Orientaciones morales ante la situación actual de España, BOCEE 20 (2006) 1213-139. Y en Colección documental informática, en: www.conferenciaepiscopal.es

[5] Cf., por ejemplo, LXX Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, BOCEE 15 (1998) 75-110. Y en Colección documental informática, en: www.conferenciaepiscopal.es

[6] Benedicto XVI, Exhortación apostólica postsinodal Verbum Domini, 2.

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