Otra vez la familia vuelve a los primeros planos de la actualidad. Es verdad que en la vida personal de cada uno la familia siempre está de actualidad. No hay otra realidad social o humana que nos condicione y envuelva tan directa e íntimamente en el discurrir diario de nuestra existencia como nuestra familia. Las vacaciones que han comenzado -o están a punto de comenzar- para muchos de vosotros constituirán en la mayoría de los casos una excelente ocasión para renovar los aspectos más bellos y gratificantes de la experiencia de la familia, como ámbito único para el intercambio personal y la donación mutua en el amor. ¿Por qué no aprovecharlas para ahondar en el encuentro humano y espiritual de padres e hijos, de los esposos entre sí, para una dedicación más intensa y más cercana a los abuelos, para la visita a los familiares lejanos … ? Que, al menos, opere en nuestra conciencia aquel minimum de sentimiento humano y de sensibilidad cristiana que impida que abandonemos a su suerte en nuestro período de vacaciones a las personas mayores que dependen de nosotros o están a nuestro cargo. En el Evangelio de San Mateo de este décimoquinto domingo del tiempo ordinario leemos la parábola del sembrador, en la que se habla de «lo sembrado en tierra buena», en la que fructifica la Palabra de Dios (Cf. Mt 13,23). Sin duda en la familia es donde se puede preparar esa «tierra buena» en la que el corazón del hombre -de la persona- se abra sin reservas a Aquel que es la Palabra de la verdad y de la vida.
Pero la actualidad concreta que vive estos días la familia procede de un campo -el socio-económico-aparentemente alejado de la vida de la fe, aunque en el fondo estrechamente relacionado con ella y sus exigencias morales. Ha vuelto a emerger en estos días la honda y sincera preocupación, compartida por la inmensa mayoría de los ciudadanos y de los responsables de la vida pública, por asegurar el futuro de las prestaciones sociales, en especial las pensiones y la cobertura por desempleo. Parece como si fuese ganando terreno una toma de conciencia del problema, cada vez más nítida y comprometida. Una de sus más palpables manifestaciones son los estudios que se están dando a conocer, fruto de la investigación y el trabajo científico de prestigiosos equipos de profesores y expertos en la materia. Entre los elementos que aportan, lo que más llama la atención es lo referente a la familia. Por un lado se constata que España es el Estado de los doce de la Unión Europea que menos gasta en protección de la familia -un 0’9 % frente a una media de la Comunidad Europea del 7/o en el año 1992. -proporción que no ha variado substancialmente-; y, por otro, donde el envejecimiento de la población, unido a un descenso drástico de la tasa de natalidad, es más acusado. Cada vez será mayor el número de personas jubiladas -mayores de sesenta y cinco años- que habrán de ser sostenidas por un número cada vez menor de personas jóvenes en edad de trabajar. Es muy difícil, ante estos datos de un deterioro demográfico tan acelerado e inminente, hurtarse a la impresión de que las sociedades europeas – y la nuestra- o corrigen pronto y decididamente este proceso o quedarán abocadas a un callejón sin salida en lo social y en lo humano. ¡No hay tiempo que perder! No se puede demorar más la solución del problema, que pasa ineludiblemente por la familia. Es más, la familia es una de sus claves esenciales: para comprenderlo en sus causas más hondas y para resolverlo adecuadamente.
Los imperativos éticos que de aquí se derivan son evidentes: se impone una reforma a fondo de la legislación y de la política de protección familiar, son necesarios vigorosos movimientos de opinión pública que potencien y difundan el aprecio de la familia como un valor esencial para el bien de las personas y el bien común; urge una renovación moral de los comportamientos y de los ambientes relacionados con la familia. Para un cristiano que conoce los vínculos de dependencia intrínseca entre la familia, como institución básica de la sociedad y de la Iglesia, y el designio salvador de Dios, Creador y Redentor del hombre, estos imperativos éticos se convierten en una gravísima responsabilidad de la hora presente, interpretada y vivida a la luz de los signos de la voluntad del Señor. Nos encontramos de nuevo ante una de esas situaciones en las que se hace patente que actuar irresponsablemente con lo que constituyen elementos morales y espirituales, esenciales para la dignidad de la persona humana o, lo que es lo mismo, menospreciar lo esencial del hombre y para el hombre, como es la familia, no queda sin efectos, y sin efectos gravemente perniciosos para el desarrollo de las personas y de la sociedad. Jugar con la ley de Dios siempre ha traído resultados desastrosos para el hombre. Cuando ha elegido en cambio el camino de sus mandamientos -el camino del amor- ha cosechado el ciento por uno personal y socialmente. ¡Elijamos su camino -el camino de la familia- y acertaremos ante el reto de la crisis social y económica de nuestro tiempo!
Con mis mejores deseos de unas buenas vacaciones para vosotros y vuestras familias, y con mi bendición.