Orientaciones Pastorales para la archidiócesis de Madrid

Acogida y acompañamiento de los alejados que se acercan a la Iglesia con motivo de los sacramentos

ÍNDICE
Introducción
Primera parte. Orientaciones generales
Situaciones de fe más frecuentes
Algunos criterios teológico-pastorales
Pistas operativas

Segunda parte. Orientaciones específicas
Pastoral del bautismo
Primera comunión de los niños
Pastoral del matrimonio
Celebración de exequias

Mis queridos hermanos y hermanas:

Introducción

La llamada del Señor no deja de resonar con fuerza en la Iglesia madrileña. Quiere que le acompañemos y colaboremos con él en anuncio y realización del Evangelio entre nuestros conciudadanos. El deseo de responder a esa llamada nos ha llevado a emprender entre todos un conjunto de acciones, que vayan fortaleciendo la fe y el testimonio misionero de todo el Pueblo de Dios.
El anuncio del Evangelio es más urgente porque nuestra sociedad parece valorar cada vez más lo que en realidad está destruyendo a las personas. También dentro de nuestras mismas comunidades debe ser anunciado el Evangelio. Todos necesitamos acogerlo continuamente, convertirnos y dejar que el Espíritu Santo renueve en nosotros la vocación apostólica. En algunos casos la necesidad es más apremiante. «Llama la atención en los datos recogidos (al elaborar el Plan Pastoral 96-99) el empobrecimiento y la languidez de la vida cristiana de muchos bautizados. Parecería que el conocimiento de Jesucristo ni los ilumina ni los fortalece ni los alegra ni cambia su vida. A veces la pertenencia a la Iglesia es sentida como una remora para la creatividad y el crecimiento, cuando se entienden al estilo del mundo y no de acuerdo con lo que es propio de la libertad de los hijos de Dios».
La urgencia de la evangelización se hace sentir más vivamente en algunas situaciones. Por ejemplo, cuando personas bautizadas que viven alejadas de la vida de la Iglesia, acuden a las parroquias a solicitar la celebración de los sacramentos, principalmente del bautismo, primera comunión y matrimonio, y la celebración de exequias.
A este sentimiento se une con frecuencia, en quienes tienen el encargo de acoger esa solicitud, el desconcierto. La descristianización creciente de la sociedad, por una parte, y, por otra, el hecho de que los sacramentos sean buscados por mera costumbre social, hace que, en no pocos casos, lo qlie se celebra en los ritos sacramentales carezca de significado cristiano para quienes los solicitan. No es de extrañar que muchos sacerdotes se sientan a veces víctimas de un malentendido: habiendo sido ordenados para hacer presente a Jesucristo en medio de la comunidad, son requeridos simplemente para presidir ceremonias en fiestas familiares.
No obstante, tal desconcierto no debe desviar nuestra atención de lo que sobre todo necesitan esas personas: conocer a Jesucristo, acoger la oferta de misericordia que en él se nos hace a todos. En la mayor parte de los casos, la solicitud de los sacramentos será sin duda una buena oportunidad para dar a conocer a quien se acerca a la Iglesia los bienes que en ella compartimos.
A esto se refiere una de las propuestas del Plan Pastoral, relacionada con la primera línea de acción:
«Acoger responsable y fraternalmente a las personas alejadas de la vida de la Iglesia que acuden a las parroquias a solicitar sacramentos, teniendo en cuenta su situación, reflexionando sobre el por qué de su alejamiento y las circunstancias que les llevan a la Iglesia, invitándoles a la conversión personal y, si es el caso, ofreciéndoles, mediante la predicación y los ritos sacramentales, el Evangelio que tratamos de vivir» (n. 1.2).
No conviene, por tanto, alimentar otras expectativas distintas de las expuestas. La acción misionera que nuestra Iglesia diocesana tiene pendiente no se reduce, ciertamente, a acoger a los alejados de la fe que solicitan un sacramento y acompañarles en el proceso del primer anuncio del Evangelio. Son necesarias otras iniciativas en otros campos. Y más urgente aún que la acogida fraterna a los que se acercan es salir al encuentro de los que permanecen lejos.
La pastoral sacramental se enfrenta, sin duda, a más problemas de los que aquí se tratan. Por ejemplo: cómo debe ofrecerse hoy la iniciación cristiana, cuál es el momento y el lugar de la celebración de los sacramentos, cómo ayudar a los fieles a participar activa, consciente, piadosa y fructuosamente en la celebración litúrgica, etc.
Así, pues, con el fin de favorecer en las parroquias y comunidades de nuestra diócesis la realización de la mencionada propuesta, consultados el Consejo Presbiteral y el Consejo Diocesano de Pastoral, disponemos que se publiquen las presentes orientaciones pastorales, para que sean atendidas y acogidas por todos, clérigos y laicos, en la Archidiócesis de Madrid, según el oficio pastoral y la misión y vocación recibidas.

1.- Situaciones de fe más frecuentes
Índice

1. Creyentes débiles

Los bautizados que, al solicitar los sacramentos a la Iglesia, plantean algún problema a quienes acogen su solicitud en la comunidad, frecuentemente son bautizados de fe inmadura. Tal vez ignoran cómo se articulan los distintos elementos de la fe de la Iglesia y no desean avanzar en su formación cristiana. Tal vez viven a fe de modo marcadamente subjetivo e individua lista, despreciando la mediación de la Iglesia. Tal vez reducen su fe a un sentimiento religioso, que ocasionalmente puede llegar a ser muy vivo, o a una doctrina, que ni da sentido a su vida ni la cambia. Tal vez fundamentan la solicitud del sacramento más en la costumbre social que en sus propias convicciones religiosas.

No es difícil detectar algún aspecto de estas situaciones en el diálogo respetuoso y cordial de la acogida. En él no tratamos de juzgar la bondad o malicia de las personas que viven su fe en estas condiciones, sino de conocer, acoger con simpatía, valorar lo que hay de positivo en ellas, dejarse interrogar y decidir qué se les puede proponer para ayudarlas a avanzar en el camino de la fe.

Ningún miembro de la comunidad cristiana se atreverá a decir de la persona que se acerca solicitando la celebración de sin sacramento, que no tiene nada que ver con Dios. Por lejos que pueda vivir de él, por «empañada por la culpa» que esté su imagen en esa persona, nunca estará absoluta e irremediablemente dañada. Quién sabe si Dios no e está comunicando secretamente a esa persona, en el fondo de su conciencia, y esta siendo misteriosamente, como a tientas, incluso lealmente correspondido.

Quienes viven, su relación con Dios como una actividad religiosa junto a las demás actividades humanas, sin ninguna clase de relación profunda entre ellas, no puede decirse, ciertamente, que estén viviendo una experiencia religiosa autentica. Están llamados a hacerse más disponibles ante el Misterio al que se refieren en sus expresiones religiosas, hasta dejarse subyugar por él y dejar que la realidad de Dios marque y oriente incondicionalmente su vida.

Quienes creen escuchar a Dios exclusivamente desde el fondo de su conciencia y alimentan su relación con él con sus solos sentimientos y reflexiones, corren el riesgo de escucharse únicamente a si mismos e inventarse una imagen de Dios a medida de su fantasía. Necesitan aún aprender a escuchar a Dios allí donde él se manifiesta: de una manera singular y única, en su Hijo Jesucristo, predicado, celebrado y testimoniado en la Iglesia; en los pobres, con quienes Jesucristo quiso identificarse, en los acontecimientos de la vida, cuando se les contempla a la luz de la fe.

Quienes consideran a la Iglesia, como una sociedad exclusivamente humana es difícil que puedan celebrar provechosamente los sacramentos. Con esa mentalidad, en efecto, los sacramentos quedan reducidos a meros ritos externos, mucho más dependientes de la voluntad, sentimiento y devoción de quien los realiza, que vinculados a la acción salvífica del Resucitado que sale a nuestro encuentro en la Iglesia. Queda así de manifiesto todo un itinerario por recorrer: el «aprendizaje» de los signos de la presencia bondadosa de Dios en medio de nosotros, y el de la respuesta personal, es decir, la conversión -hecha de palabras, gestos, actitudes y comportamientos- al amo que Dios nos manifiesta en Jesucristo.

Hemos de reconocer que, a veces, se corre el riesgo indudable de deteriorar gravemente los sacramentos que pretendemos celebrar: si se desconoce el significado del sacramento que se recibe, o las condiciones mínimas que se requieren para recibirlo dignamente; o si no se presta atención alguna a la coherencia de vida que la recepción del sacramento supone, exige y, a la vez, potencia. Cabe preguntarse si en esos casos se trata verdaderamente de la celebración fructuosa de los sacramentos de la Iglesia.

2. No creyentes

Van siendo cada vez más numerosos los bautizados que se declaran no creyentes. O dicen admitir la existencia de Dios -«algo tiene que haber»-, pero no creen en Jesucristo como Hijo de Dios ni, menos aún, admiten a la Iglesia como sacramento de salvación.

A veces, estas actitudes se expresan engañosamente envueltas en sentimientos relacionados más con el temperamento o los prejuicios de las personas, que con la negación radical de su fe.

3. Canónicamente «irregulares»

Los bautizados que viven fuera de la disciplina de la Iglesia, es decir, casados sólo civilmente, unidos «de hecho», casados civilmente después de divorciarse estando casados por la Iglesia… plantean además problemas de otra índole cuando solicitan alguno de los sacramentos tratados en estas orientaciones.

La frecuencia con que se presentan las situaciones especiales» de fe y de vida cristiana -las situaciones «normales , resultan a veces ser la excepción- no dejan de plantear serios problemas a los sacerdotes y a las personas encarnadas de acoger y acompañar a quienes solicitan los sacramentos.

Es explicable la tentación de desaliento. Es sabido que, tratándose de la evangelización, no podemos hablar propiamente de éxito ni de fracaso. Pero si las expectativas de los responsables de la pastoral sacramental resultan tan frecuentemente decepcionantes, como podrán evitar la pregunta por el sentido de tantos sacramentos celebrados en esas condiciones.

En ocasiones, ante la cerrazón a la fe y la negativa a hacer lo que la Iglesia propone en los sacramentos, los sacerdotes quedan incapacitados para atender la demanda que reciben. Pero, À,cómo verificar que esa negativa y cerrazón son tan frecuentes y profundas como los responsables inmediatos de la celebración de los sacramentos, explicablemente desalentados, se sienten inclinados a pensar?

II.- Algunos criterios teológicos-pastorales
Índice

1. Evangelización misionera

El Plan Diocesano de Pastoral nos ha propuesto prioritariamente promover en todas nuestras comunidades la evangelización misionera, como respuesta a la exigencia de dar en nuestra época «un nuevo impulso a la actividad misionera de la Iglesia, con la misma valentía que movió a los misioneros del pasado y la misma disponibilidad para escuchar la voz del Espíritu, que es el protagonista de la misión» (Redemptoris missio, 30).

La Iglesia, que recibió de Jesucristo la misión de «manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los hombres y pueblos» (Ad gentes, 1 0), proclama en este tiempo «la urgencia de la evangelización misionera, porque ésta constituye el primer servicio que puede prestar a cada hombre y a la humanidad entera en el mundo actual, el cual parece está conociendo grandes conquistas, pero parece haber perdido el sentido de las realidades últimas y de la propia existencia» Redemptoris missio, 2)

La urgencia evangelizadora «compromete a toda la comunidad diocesana a situarse en estado de misión, es decir, a dedicar todas las fuerzas eclesiales a la nueva evangelización, de forma que toda su vida esté marcada por su vocación evangelizadora»(Plan Pastoral, 15). De este modo la evangelización misionera «renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana y da nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones» (Redemptoris missio, 2)

Siguiendo el magisterio reciente de la Iglesia, la prioridad diocesana por la evangelización misionera, como nuevo estilo de acción pastoral, invita a acentuar en todas las acciones y manifestaciones de las parroquias y comunidades cristianas:

– el testimonio de la nueva vida cristiana;
– el anuncio explícito del Evangelio de Jesucristo;
– la conversión o adhesión del corazón a Dios y el seguimiento gozoso de Jesucristo;
– la incorporación afectiva y efectiva a la Iglesia, misterio de comunión y de misión.

Las diversas circunstancias y situaciones descritas anteriormente, de un buen número de «bautizados que han perdido el sentido vivo de la fe o incluso no se reconocen ya como miembros de la Iglesia, llevando una vida alejada de Cristo y de su Evangelio» (Redemptoris missio, 33) y, no obstante, solicitan sacramentos a la Iglesia, son momentos privilegiados para promover una nueva evangelización o reevangelización, que permita desarrollar los acentos señalados anteriormente.

Los sacramentos son signos de fe y, sin embargo, un buen número de los que piden los sacramentos parecen no tenerla. El hecho en sí ofrece un dato positivo a la luz de la fe: se acercan a la Iglesia y buscan a Dios en unos momentos de su vida especialmente significativos. ¿Qué lazos existen entre los acontecimientos humanos y el encuentro con Jesucristo? ¿Cómo interpretar los signos de los tiempos para permitir a estos hombres reconocer y nombrar a Jesucristo como Salvador? ¿Cómo hacer nacer la fe en la vida de estas personas?

La perspectiva misionera y evangelizadora de la acción pastoral de la comunidad invita a que estas situaciones sean aprovechadas para que:

– se tome en serio la demanda sacramental, dado que surge con motivo de acontecimientos nucleares de la existencia;
– se admita la posibilidad de que el acontecimiento esté provocando en ellos un serio interrogante de fe;
– se anuncie explícitamente a Jesucristo, que, en medio de estas situaciones, ofrece al hombre la salvación desde la experiencia de fe de la comunidad cristiana.

2. Evangelización y pastoral sacramental

El concilio Vaticano II nos recuerda los grandes momentos o mediaciones de la misión evangelizadora de la Iglesia: Palabra, Liturgia, Diaconía. Estas tres mediaciones forman una unidad, que brota de la œnica misión de Cristo confiada a la Iglesia. En la acción evangelizadora de la Iglesia, la Palabra conduce a los sacramentos para transformar al fiel y a la comunidad según el mandato del amor.

La liturgia es «la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia y, al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza» (Sacrosanctum Concilium 10). Por ello la acción pastoral a su servicio tiene como finalidad «la participación consciente, activa, plena y fructuosa de los fieles en la celebración cristiana y, como consecuencia, la edificación del Cuerpo de Cristo, mediante la santificación de los hombres y el culto a Dios» (Sacrosanctum Concilium 10 y 14).

La liturgia sacramental es el campo más privilegiado de la pastoral litúrgica, pues en los sacramentos, especialmente en la Eucaristía. alcanza la liturgia cristiana su culmen como celebración de la gloria de Dios y de la acogida de la salvación.

Los sacramentos son «signos eficaces de la gracia, instituidos por Cristo y confiados a la Iglesia, por los cuales nos es dispensada la vida divina. Los ritos visibles bajo los cuales los sacramentos son celebrados significan y realizan las gracias propias de cada sacramento. Dan fruto en quienes los reciben con las disposiciones requeridas» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1131).

En los sacramentos, la Iglesia celebra, con la fuerza del Espíritu Santo. la acción salvífica de Cristo resucitado en medio de situaciones humanas significativas y de momentos importantes de la vida del hombre. Por ello, los sacramentos son grandes momentos de la vida de fe de las personas, que la Iglesia celebra gozosa y festivamente.

Sin embargo, la pastoral litúrgico sacramental tiene algunas características especiales:

– no es directamente misionera, aunque debe estar impregnada de un talante evangelizador;
– es fundamentalmente acción educativa del ser cristiano y de su vocación a la santidad;
– es siempre creadora de comunión y de comunidad eclesial.

La evangelización no se agota con la predicación y la enseñanza de una doctrina, porque aquella debe conducir a la vida. El ministerio de la Palabra y la celebración de los sacramentos son dos acciones pastorales que, lejos de contraponerse, se necesitan, implican y complementan. La Palabra debe llevar al sacramento; y una buena celebración sacramental tiene fuerza evangelizadora y debe tener repercusiones de carácter misionero. Por ello, la evangelización despliega toda su riqueza y dinamismo cuanto mejor realice «una intercomunicación jamás interrumpida entre la Palabra y los sacramentos».

La finalidad de la evangelización es precisamente la de educar en la fe, de tal manera que conduzca a cada cristiano a vivir los sacramentos como verdaderos sacramentos de la fe. La pastoral sacramental ha de orientarse no sólo a que la celebración sea válida y licita, sino también a que los sacramentos sean vividos como acontecimientos de salvación, y con una participación consciente, activa y fructuosa. Esto exige una acción educativa lenta, progresiva y realista, y, además, dedicar un especial empeño catequético en su preparación y celebración.

La relación entre liturgia y catequesis tiene una larga y probada tradición, ya que las celebraciones cristianas, sobre todo los sacramentos, han constituido desde siempre un punto de referencia y un ambiente privilegiado para el ejercicio de la catequesis.

La liturgia constituye, a través de la variedad de sus ritos, textos y celebraciones, un conjunto expresivo y unitario de la globalidad del mensaje cristiano. Por ello, la liturgia es una modalidad importante de catequización y puede ser llamada «oran catecismo viviente».

Al mismo tiempo, la liturgia necesita de la catequesis por su naturaleza sacramental, su carácter simbólico ritual y la riqueza expresiva de sus signos. La catequesis previa a un sacramento permite vivir su celebración con toda su densidad y profundidad cristianas, y la participación en una determinada celebración sacramental es siempre la mejor catequesis sobre el propio sacramento.

III.- Pistas operativas

1. Pastoral personalizado, que permita el discernimiento de las diferentes situaciones de fe

La calidad de la acogida está relacionada muy estrechamente con el testimonio evangélico. Cuanto mejor acogemos, más claramente expresamos el signo del amor del Padre.

La actitud de la comunidad cristiana y de quien la representa no pretende ser la de quien posee la respuesta a todos los interrogantes, sino la de quien presta atención al otro, siente como propios sus problemas y se sitúa en un camino de búsqueda común y está en situación de ofrecer aquello que es su tesoro: el amor, la salvación de Dios que ha conocido y recibido en Jesucristo.

Acompañar en la fe es respetar a la persona y sus ritmos de descubrimiento, ofrecer el testimonio de la fe que hemos recibido como don, expresar y comunicar el mensaje de la salvación, orar por ella, alentaría en el camino de la conversión.
Sugerencias para la acogida y el acompañamiento en el proceso de la fe

– El verdadero compromiso de quien se acerca a los que necesitan iniciar un proceso de fe, consiste en propiciar su encuentro con la Palabra de Dios: es la única que puede dar sentido a la existencia y mostrar los limites y la insuficiencia de nuestras explicaciones.

Los miembros de la comunidad que reciben la petición del sacramento, pastores o fieles, han de ser conscientes de que, en el trato que dispensen a los que vienen, encuentran éstos la primera imagen de la Iglesia. El saludo y la acogida ya deben transparentar lo que la Iglesia es: signo e instrumento de la benevolencia de Dios.

– Aun en el caso de que la petición o las preguntas de quienes se acercan se planteen en el terreno de lo puramente externo (organización, horarios, materialidad de los ritos, requisitos necesarios, etc.), al acogerlos, sin despreciar esas cuestiones, debemos ir orientando la conversación hacia el terreno de la experiencia personal.

No se trata, por supuesto, de investigar detalles de la vida privada, sino de favorecer la expresión de lo que verdaderamente van buscando al solicitar el sacramento.

El punto de partida del diálogo ha de ser el relato, propiciado por la cordialidad, del acontecimiento o la circunstancia que se está viviendo en ese momento y hace acudir a la Iglesia: el nacimiento de un hijo, su primera comunión, el matrimonio.

Quienes en nombre de la comunidad acogen a los que vienen, han de ayudar a que aflore y se exprese el significado profundo de ese acontecimiento.

Este diálogo favorece la toma de conciencia de lo que se está viviendo, descubriendo la posibilidad de vivirlo enriquecidos por el acontecimiento, y evitando vivirlo superficialmente, como si no pasara nada.

Los que acogen, no examinan, sino que dialogan eran, aportando en el diálogo su propia experiencia: cómo viven ellos mismos circunstancias o acontecimientos análogos y encuentran en el Evangelio la luz que les permite entenderlos y vivirlos de un modo nuevo, más profundo y más humano. Harán bien en ayudarse de algún pasaje bíblico que les sirva para expresarse mejor.

La Buena Noticia puede presentarse no necesariamente ni en primer lugar mediante un desarrollo doctrinal, sino a través del relato de experiencia cristiana del que habla y, sobre todo, de la experiencia de la Iglesia, a la que pertenece.

El testimonio cristiano, ofrecido a lo largo de la entrevista o la reunión, no deja de ser una interpelación que plantea o hace repensar el sentido de la propia vida.

Si en el transcurso de la conversación se mantienen las actitudes de apertura y escucha, no seria imposible descubrir cómo el interlocutor, se siente dinamizado y atraído hacia una plenitud de vida que la propia inconsistencia no le permite alcanzar y que, por tanto, sólo podría escribir como un don; no seria imposible que percibiese una llamada que llega desde más allá de Lino mismo, invitando a la confianza total.

El testimonio de los que acogen -es decir: el relato de su experiencia de fe y las razones de su esperanza- puede favorecer el reconocimiento de la benevolencia de Dios en los acontecimientos de su vida.

La conversión, si se concede esa gracia, afectará a toda la persona (inteligencia, voluntad, afectividad y capacidad de crear y transformar) y cuanto la persona es y tiene quedará implicado en el acto de confianza en Dios y en la entrega a él y a su voluntad.

A esta presentación del Evangelio, hecha con decisión por parte de quienes en la comunidad tienen la misión de acoger, enraizada en su experiencia y adecuada al momento histórico que están viviendo los destinatarios, se la puede llamar «pre-catequesis». Dispone, en efecto. a la catequesis, porque tiende a disolver los obstáculos y los prejuicios que estorban a la fe y a clarificar y alimentarlas motivaciones para creer y desear la vida cristiana.

– Este diálogo constituye una experiencia eclesial, porque es la fe de la Iglesia la que se invita a acoger como clave que descifra el significado de la vida de los cristianos y a la que la Iglesia invita a incorporarse para disfrutar esa fe.

– Por otra parte, el sentirse atraído hacia Dios Padre, por Jesucristo, en el Espíritu Santo, es un dinamismo imparable; la conversión exige crecer y concretarse.
2. Pastoral diversificada, que proponga diferentes itinerarios de fe

La denominación global de «alejados que se acercan a la Iglesia con ocasión de un sacramento» suele encerrar, como hemos visto, situaciones personales de fe bastante diferentes. Por ello, se hace necesario prestar atención a cada una de las personas para tratar de descubrir cuál es su necesidad:

– un primer anuncio del Evangelio y un acompañamiento para despertar la fe,
– una catequesis que les introduzca en la globalidad de la vida cristiana,
– una oferta de formación más intensa jornadas, cursillos, ejercicios… ) que les ayude a recuperar la «forma» en su vida cristiana,
– u otro tipo de ayuda y de atención espiritual.

Siempre se ha de tener presente que las situaciones suelen ser complejas, y que las fronteras entre una y otra situación no están muchas veces suficientemente claras o delimitadas.

Basándonos en el decreto conciliar Ad Gentes (nn. 13-15), en la Exhortación Catechesi Tradendae (n. 19) y en las orientaciones de la Comisión Episcopal de Enseñanza y Catequesis La catequesis de la comunidad (n. 41), podemos afirmar que, entre otras personas, necesitan un primer anuncio del Evangelio:

– quienes no intuyen o no han descubierto que su realización personal verdadera o salvación
-la que trasciende el tiempo y se consuma en la vida eterna- les viene de Dios, a través de Jesucristo;    – quienes no sienten en su interior la llamada de Dios a una vida nueva;
– quienes no ofrecen signos de una adhesión global al Evangelio de Jesús;
– quienes no muestran deseos de conocer y seguir a Jesús e incorporarse a la comunidad de sus seguidores;
– quienes no intuyen y aceptan que esto puede suponer un cambio importante y decisivo en su vida.

Así mismo puede decirse que, entre otros, necesitan una catequesis que les introduzca en la globalidad de la vida cristiana:

– los cristianos que nunca han seguido un procese de formación orgánico (estructura básica de la fe), sistemático (no improvisado) e integral (que cultiva todas las dimensiones de la fe: adhesión, conocimiento, oración, liturgia, actitudes evangélicas, compromiso evangelizador, sentido comunitario…).

– los cristianos que viven alejados temporalmente de la fe, de la Iglesia o de la práctica religiosa por crisis o situaciones de vida.

En estos supuestos es necesaria una oferta pastoral sistemática, de alguna manera institucionalizada, que responda satisfactoriamente a las distintas situaciones de fe de quienes se acercan a la Iglesia.

La participación engomadas, encuentros o cursillos que actualicen la vida de fe puede ser una ayuda suficiente para quienes no se encuentran en las situaciones descritas.
3. El equipo pastoral de acogida y acompañamiento

Una de las dificultades para acoger a los alejados es la falta de talante misionero en las comunidades y la ausencia de fieles cristianos dispuestos a acogerlos con su pastor, es decir, de un equipo de acogida.

El sujeto de la evangelización misionera es toda la comunidad cristiana con su pastor. Sin embargo, la comunidad cristiana debe contar con un equipo encargado de acoger a quienes se acercan a pedir un sacramento. Este equipo no actúa en nombre propio, sino junto con el sacerdote al servicio de la acción evangelizadora de la comunidad y para la comunidad.

Los miembros del equipo de acogida han de ser personas conocidas y aceptadas en la comunidad como cristianos que viven fielmente su fe, tienen una profunda inquietud evangelizadora y están capacitados para realizar digna y adecuadamente el servicio encomendado.

En los responsables de esta acción pastoral es imprescindible:

– una actitud de respeto, acogida, escucha

– conciencia clara de que el Mensaje que transmiten es un don de Dios en el que ofrece incondicionalmente a todos el perdón, la plenitud humana, la salvación;

– convicción de que acusan en nombre de la Iglesia y, por tanto, debe transparentarse en su trato la actitud misericordiosa de la Iglesia. que acoge incondicionalmente a sus hijos y a todos los hombres de buena voluntad;

– capacidad para detectar la evolución religiosa interior en los alejados y ofrecerles los medios adecuados para favorecer su crecimiento en la fe;

– preocupación por facilitar que la petición de los sacramentos se convierta en ocasión privilegiada para anunciar celebrar y vivir el evangelio de Jesucristo.

I.- Pastoral del bautismo

«El bautismo, puerta de la vida y del reino, es el primer sacramento de la nueva ley, que Cristo propuso a todos para que tuvieran la vida eterna y que después confió a la Iglesia juntamente con su evangelio, cuando mandó a los apóstoles: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo». Por ello el bautismo es, en primer lugar, el sacramento de la fe con que los hombres iluminados por la gracia del Espíritu Santo, responden al evangelio de Cristo.

Así pues, no hay nada que la Iglesia estime tanto ni hay tarea que ella considere tan suya como reavivar en los catecœmenos, o en los padres y padrinos de los niños que se van a bautizar, una fe activa, por la cual, uniéndose a Cristo, entren en el pacto de la nueva alianza o la ratifiquen. A esto se ordenan, en definitiva, tanto el catecumenado y la preparación de los padres y padrinos como la celebración de la palabra de Dios y la profesión de fe en el rito bautismal» (Ritual del Bautismo, 3).

«El bautismo es, además, el sacramento por el que los hombres son incorporados a la Iglesia, integrándose en su construcción para ser morada de Dios por el Espíritu, raza elegida, sacerdocio real; es también vínculo sacramental de la unidad que existe entre todos los que son marcados con él» (Rotual del Bautismo, 4).

La pastoral del bautismo encierra hoy especiales dificultades aœn entre los cristianos practicantes. Siendo cierto que el bautismo ocupa un lugar importante en la tradición religiosa de nuestra sociedad, la conciencia bautismal, sin embargo, es poco viva y poco influyente en el conjunto del pueblo cristiano. De hecho, parece ser vivido más como un rito de nacimiento y de pertenencia que como un signo de conversión y de adhesión evangélica. Por ello, es indispensable una acción pastoral en la que se ofrezcan todas las posibilidades de crecimiento y madurez que encierra la vocación cristiana.

1. Acogida y diálogo

El párroco y la parroquia, comunidad celestial, en cuya Iglesia parroquia se celebra por norma general el sacramento del bautismo tienen que acoger y escuchar con especial delicadezlos débiles en la fe. ÇAcoged bien al que es dZˇbil en la feÈ (Rom 14, l).

Son hijos de Dios y hermanos nuestros. De hecho se hallan en el camino de la evangelización. Tienen necesidad de una acogida amistosa y de un diálogo que no apague sino avive la mecha que humea. No podemos ignorarles ni despreciar sus deseos, sino partir de su situación para que descubran la grandeza del sacramento que solicitan.

Acoger la solicitud de estas personas, no debe, entenderse como devaluación de la gracia bautismal. Es todo lo contrario. Significa:

– que soma través del sacramento del bautismo, quiere hacerse presente en ese momento del nacimiento de un hijo, que los padres viven con tanta intensidad.

– que en el sacramento del bautismo queremos favorecer el encuentro con Dios, en el que interviene tanto la voluntad salvífica de Dios como la libertad humana.

– que la Iglesia acoge siempre a sus hijos, por muy alejados que se encuentren de ella, y a todos los hombres de buena voluntad, ayudándoles a descubrir la grandeza de la fe y las exigencias que comporta.

2. Orientaciones pastorales ante situaciones específicas de fe

Son cada vez más frecuentes las situaciones personales o actitudes de padres que parecen distantes de la fe que proclaman al solicitar el bautismo para sus hijos. Describimos a continuación los casos más comunes:

a) Creyentes débiles

La omisión habitual de las prácticas religiosas no siempre implica un rechazo real y consciente de la fe. La mayor parte de las veces es consecuencia de un ambiente descreído o religiosamente indiferente, de dejadez o de falta de formación cristiana. No faltan tampoco quienes formalmente rechazan a la Iglesia, aunque al mismo tiempo se declaran católicos. En estos casos, la acción pastoral debe proponerse especialmente reavivar en ellos la fe, deshacer los posibles prejuicios y suscitar un verdadero interés y responsabilidad por el bautismo y la educación cristiana de sus hijos.

Comienza a darse también el caso de ntilde;os que desean acercarse a la primera comunión sin estar bautizados. Estas situaciones habrán de ser atendidas con cuidado muy especial. Será preciso, en primer entrar en contacto con los padres y mantener con ellos un diálogo para recabar su conformidad expresa a la iniciación cristiana del hijo y para reanimar en ellos la fe y los lazos con la comunidad eclesial. Puede servir además para iniciar un proceso catecumenal con los padres con ocasión de la preparación del bautismo del niño.

Cuando los padres no están dispuestos a comprometerse con la educación cristiana de su hijo, pero están conformes con que se bautice, porque él mismo lo desea, habrá que buscar entre los familiares, amigos o catequistas unos padrinos que, aceptados por los padres, asuman seriamente este compromiso.

Para la preparación de estos niños al bautismo debe seguirse el proceso que indica el ritual de la iniciación cristiana de adultos.

b) No creyentes

El bautismo en estas especiales circunstancias requiereun análisis detallado de los motivos de la petición y las garantías de una futura educación en la fe del hijo que pretenden bautizar. Se tendrán particularmente en cuenta las cualidades de quienes hayan de ser elegidos como padrinos, y si los abuelos o algœn otro pariente podrán cumplir el deber de educar cristianamente al niño y se comprometen a ello.

La falta de garantía de la educación cristiana del hijo y la negativa a hacer lo que hace la Iglesia en los sacramentos, incapacita al ministro para atender la demanda que recibe.

c) Canónicamente irregulares

Bastantes de estas personas -no todas- tienen conciencia de que su situación es irregular para la Iglesia, pero se sienten católicos a pesar de todo y, en alguna medida, valoran el bautismo de sus hijos puesto que lo solicitan.

La acción pastoral, en estos casos, ha de esforzarse en discernir la veracidad de las disposiciones de los solicitantes y su voluntad de educar católicamente a quien pretenden bautizar.

Con todo, la irregularidad de su situación pudiera hacer dudar de su capacidad real para educar cristianamente al hijo que presentan al bautismo. Por eso han de ser mayores las garantías de la futura educación en la fe. que pueden provenir también de otras personas del entorno familiar o social. Puede entenderse que sus disposiciones son sinceras si eligen como padrinos a buenos cristianos, conscientes de su fe y practicantes.

3. Las entrevistas personales

La pastoral prebautismal en las situaciones descritas y otras similares debe apoyarse sobre todo en los encuentros personales con los padres y padrinos. En estas ocasiones deberá hacerse siempre individualmente. El nœmero de las entrevistas variará segœn las circunstancias.

Se procurará que la solicitud del bautismo sea hecha personalmente por los padres ante el párroco o ante algunos miembros del equipo de acogida, con tiempo suficiente para una preparación sosegada. Para ello será necesario hacer estimar en la propia comunidad parroquial la importancia de la preparación del bautismo.

No debe olvidarse nunca que la petición del bautismo puede resultar un momento de gracia para los padres y una ocasión para reflexionar sobre la vida a la luz del Evangelio.

La primera entrevista suele ser transcendental. En ella se ha de procurar:

– que los padres se sientan acogidos por la Iglesia con amor e interés, por muy alejados que se encuentren de ella;

– un conocimiento objetivo de la situación concreta, humana y espiritual, de la familia; de las motivaciones que les impulsan a solicitar el bautismo; y sus disposiciones respecto a la futura educación cristiana del niño;

– la creación de un clima de diálogo que favorezca la eliminación de prejuicios, abra pistas para otros encuentros y siente los fundamentos de la acción misionera a partir, sobre todo, del valor de la vida, de la alegría del nacimiento y del amor que este acontecimiento conlleva.

Tanto la primera entrevista como los demás encuentros personales deberán orientarse de manera que:

– descubran a Dios Padre, que es amor, acoge y perdona, presente en su vida;

– se encuentren con Jesucristo que les llama a seguirle;
– descubran la necesidad de un proceso de iniciación en la fe, integrados en catequesis de adultos.

Siempre será œtil ayudarse de hojas sencillas u otros medios escritos que resuman lo sustancial de la fe, la moral y el bautismo y sirvan para suscitar el diálogo.

Estas conversaciones no deben convertirse en encuentros informales, sino que habrán de tenerse en un ambiente familiar de seriedad y confianza.

4.Catequesis prebautismales para padres y padrinos

Todas las parroquias deben ofrecer una Catequesis prebautismal suficientemente prolongada. En ellas ha de acentuarse siempre la dimensión misionera, aunque algunos de los que participen sean Cristianos practicantes. Su testimonio será, sin duda, muy œtil para los alejados. Temas fundamentales que no han de faltar son:

– presentación de la salvación que Dios ofrece en Jesucristo por medio de la Iglesia;
– la iniciación cristiana;
– la educación cristiana de los hijos: vocación y compromiso de los padres;
– la preparación catequética de la celebración del bautismo.

En muchos casos, tanto el diálogo personal como la catequesis prebautismal constituirán un primer anuncio del Evangelio. En consecuencia, debería ser presentado todo en su conjunto como punto de partida de un proceso posterior de formación cristiana básica, indispensable para desenrollar los compromisos bautismales.

5. La celebración del bautismo

Si toda celebración debe ser cuidada, la celebración del bautismo en estos casos ha de cuidarse con especial esmero:

– En la medida de lo posible, conviene adaptarse a las características peculiares de cada familia, aunque esto exija mayor esfuerzo. Las lecturas y moniciones que se elijan y, sobre todo. la homilía, deben tener en cuenta la situación de los padres y los participantes con respecto a su grado de cercanía o alejamiento de la Iglesia.

– No es conveniente la celebración dentro de la Misa, si los padres no están preparados para recibir la Eucaristía.

– Los padres ejercen un ministerio verdaderamente específico en la celebración del bautismo: petición pœblica del bautismo, signación en la frente, renuncia a Satanás y profesión de fe, llevar al niño a la fuente bautismal y encender el cirio. Se debe intentar que realicen este ministerio con la más plena comprensión de los símbolos y ritos litœrgicos a fin de que la participación sea consciente y viva. Si alguno no pudiera en conciencia hacer la profesión de fe, puede guardar silencio. Prepárese, pues, la celebración con adecuadas reflexiones pastorales y oración en comœn.

6. Los padrinos

La misión de los padrinos adquiere en estos casos un valor especial. Es necesario explicar a los padres la función de los padrinos en la formación cristiana y ayudarles a elegir a los más apropiados entre las personas que, por su edad, proximidad y formación cristiana, estén capacitadas para influir en su día en la formación de los bautizados». Para ser padrino o madrina es necesario haber recibido el sacramento de la confirmación.

II- Primera comunión de los niños
«La sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la dignidad del sacerdocio real por el bautismo y configurados más profundamente con Cristo por la confirmación participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio mismo del Señor» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1322)

Es un hecho que muchos padres no practicantes e incluso no creyentes piden la primera comunión para sus hijos. Esta solicitud no presupone que el niño haya vivido en la familia un clima religioso ni que los padres tengan conciencia de que la primera comunión es un sacramento de la iniciación cristiana, de que vivir la Eucaristía significa vivir en comunión con la Iglesia, de que quieran celebrar algo más que un acto religioso aislado o un mero rito social. La mayoría de los padres aceptan tan sólo la catequesis para sus hijos con tal de celebrar el acto social que lleva consigo la primera comunión. Proponemos aquí algunas orientaciones pastorales al respecto.

1. Acogida e inscripción

Es conveniente que sean los propios padres quienes soliciten la primera comunión de sus hijos y la inscripción en la catequesis en entrevista con el párroco o algœn miembro del equipo de acogida. Este encuentro Puede ser importante para:

– descubrir la situación humana y religiosa de los padres;
– ayudarles a descubrir que la catequesis es un proceso de educación en la fe;

– invitarles a que se comprometan a acompaña en casa el proceso catequético de sus hijos.

2. El proceso catequético

Es necesario que la catequesis de los niños que han de celebrar la primera comunión se enmarque dentro del proceso catequético de la infancia, orientado a la confesión adulta de la fe.

«Es deseo de toda la Iglesia, por tanto, que se extienda cada vez más el criterio de que la catequesis de la infancia no se propone prevalentemente como meta la mera iniciación de los niños en la vida sacramental, sino el promover en ellos un itinerario personal de vida cristiana, dentro del cual se insertan los sacramentos como momentos fuertes del crecimiento de la fe, es decir, los sacramentos que el bautizado recibe en la etapa de su infancia no deben ser considerados como metas aisladas o conclusivas del itinerario catequético propio de este período vital, sino como momentos de expresión de la maduración cristiana que poco a poco se va alcanzando» (La catequesis de la comunidad, 246).

Las circunstancias que viven estos niños hacen aconsejable que no accedan a la celebración de la primera comunión antes de finalizar el segundo o tercer año de catequesis, segœn las circunstancias. Es el tiempo que se estima mínimo para:

– realizar el despertar religioso del niño, cuando es necesario;

– presentar los contenidos básicos y fundamentales del Mensaje Cristiano;
– iniciar a los niños en la vida sacramental, y

– fomentar la incorporación a la vida de la comunidad, donde normalmente ha de continuar el proceso catequético.

La oración y las celebraciones tienen suma importancia en el proceso de la educación de la fe y en la totalidad de la vida cristiana, pero deben cuidarse más todavía en estos casos. Entre las celebraciones sobresalen la primera penitencia y la Eucaristía. Sin embargo, también son posibles otras celebraciones durante el tiempo de preparación.

– Una celebración conmemorativa del bautismo, en la que se recuerde el primer sacramento de la iniciación cristiana que recibieron los niños, se renueven las promesas de la fe y se confiese, en comunidad, la fe de la Iglesia. El agua y la luz serán los signos fundamentales de esta celebración.

Si es el caso, en este momento los niños que no están bautizados recibirán el bautismo- al preparar la celebración se tendrá sumo cuidado en dejar clara la diferencia que existe entre recibir el sacramento del bautismo y recordarlo.

Una celebración en la que se procure un encuentro agradecido y gozoso con la Palabra de Dios. En ella se hará entrega de esta Palabra al niño para que oriente e impulse su vida desde el comienzo de su proceso educativo.

Es conveniente también tener otras celebraciones que hagan vivir de forma más consciente algunos aspectos imperantes de la Eucaristía: la reunión de comunidad de hermanos, el sentido de la fiesta, la paz, el compartir los bienes, el servicio a los pobres, etc.

3. Propuestas a los padres

La primera comunión de los hijos es también un momento importante en la vida de los padres. Es buena ocasión para vivir con ellos el proceso educativo que están siguiendo su hijos y para ayudarles a replantearse su vida a la luz del Evangelio.

La entrevista personal de la inscripción puede ser el comienzo de una serie de entrevistas a lo largo de lo años de catequesis de los hijos. En estos encuentros.

La información de los diferentes pasos que vive el hijo dará lugar, sin duda, al testimonio de vida del catequista, al anuncio explícito del Evangelio y a reavivar la fe apagada o disipar prejuicios.

Un segundo cauce para la acción pastoral con los padres alejados puede consistir en reuniones periódicas con ellos para reflexionar sobre su situación de fe puesta de manifiesto en las entrevistas personales y para despertar en ellos el deseo de incorporarse a un grupo catecumenal en el que descubran de nuevo el gozo y las exigencias de la vocación cristiana.

4. La celebración litœrgica

La primera celebración de la penitencia es un momento importante en la vida del niño y puede serio también el que los padres y asistentes adultos participen activamente. Se recomienda utilizar la fórmula B del ritual. En la celebración deberán resaltarse claramente las diversas partes: proclamación de la Palabra, examen de conciencia, reconciliación y acción de gracias. Debe revestirse de un clima de alegría y fiesta

-adornos, cantos y otros signos- que den a entender que se trata de un encuentro gozoso en el que somos perdonados y acogidos por el Señor y por la Iglesia, la comunidad de los hermanos.

La primera comunión, que significa la incorporación plena a la comunidad cristiana, se realizará normalmente en una celebración dominical, y, a ser posible, a lo largo del tiempo de Pascua. Es una gran fiesta de la comunidad, que acoge a los niños que comulgan por primera vez.

En la celebración de la primera comunión ha de tenerse en cuenta las situaciones de fe de los padres e invitados. Presbíteros y catequistas, padres y niños, deben prepararla de manera que todos sus elementos -lecturas, plegarias, cantos y signos- sean expresión de la experiencia de fe de la comunidad en el sacramento de la Eucaristía, que se ofrece ese día a cuantos participan en ella.

Conviene que los niños se percaten de que es en domingo cuando reciben por primera vez al Señor y comienzan a participar en la Eucaristía, y -adultos y niños reparen en que ésta debe ser la práctica habitual de todo cristiano.

III.- Pastoral del matrimonio

«La alianza matrimonial, por la que el hombre y la mujer se unen entre sí para toda la vida, recibe su fuerza y vigor de la creación, pero además, para los fieles cristianos, se eleva a una dignidad más alta, ya que se cuenta entre los sacramentos de la nueva Alianza.

El matrimonio queda establecido por la alianza conyugal o consentimiento irrevocable de los cónyuges, con el que uno y otro se entregan y se reciben mutua y libremente. Tanto la misma unión singular del hombre y de la mujer como el bien de los hijos exiges y piden la plena fidelidad de los cónyuges y también la unidad indisoluble del vínculo.

Cristo, el Señor, al hacer una nueva creación y renovarlo todo, quiso restituir el matrimonio a la forma -y santidad originales, de tal manera que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre, y, además, elevó este indisoluble pacto conyugal a la dignidad de sacramento, para que significara más claramente y remitiera con más facilidad al modelo de su alianza nupcial con la Iglesia» (Ritual del Matrimonio, 1, 2 y 5).

El sacramento del matrimonio es tal vez el que presenta más dificultades para la acción misionera y, al mismo tiempo, el que abre más posibilidades para la transmisión de la fe. Por un lado, parece que se diluye cada vez mas laconciencia de la vocación cristiana al matrimonio, a vivir la fe en la «iglesia doméstica» que es la familia; parece que el materialismo, el egoísmo y el hedonismo oscurecen el sentido cristiano del matrimonio y la familia. Por otro, depende en gran parte de las familias cristianas la educación de la fe de las nuevas generaciones.

«El deber educativo recibe del sacramento del matrimonio la dignidad y la llamada a ser un verdadero y propio ‘ministerio’ de la Iglesia al servicio de la edificación de sus miembros. Tal es la grandeza y el esplendor del ministerio educativo de los padres cristianos, que Santo Tomás no duda en compararlo con el ministerio de los sacerdotes: ‘Algunos propagan y conservan la vida espiritual: es la tarea del sacramento del orden; otros hacen esto respecto de la vida a la vez corporal y espiritual, y esto se realiza con el sacramento del matrimonio, en el que el hombre y la mujer se unen para engendrar la prole y educarla en el culto de Dios’ [Summa contra gentiles IV,58]»(Familiaris consorcio, 38).

1. Acogida y diálogo

Hay que pensar que quienes solicitan el sacramento del matrimonio, en principio, son cristianos. No pueden ignorarse, sin embargo, los efectos de la fuerte secularización que tanto atenúa la conciencia de Dios y deteriora los criterios morales en la cultura actual. Por otra parte, es un hecho que la ceremonia religiosa del matrimonio está tan arraigada en las costumbres de nuestra sociedad, que puede ser buscada incluso por parejas absolutamente carentes de referencia religiosa.

Por eso, quienes acogen a los novios, conscientes de que Dios quiere hacerse presente en ese momento de la vida de la pareja, deben facilitar que en diálogo afectuoso y fraterno aflore su verdadera situación de fe respecto de Jesucristo, la Iglesia, el matrimonio que proyectan contraer, etc. Es el primer paso de un camino en el que, evitando cuidadosamente todo juicio y toda condena, los acompañen hasta descubrir la grandeza del sacramento que solicitan y, Dios lo quiera, hasta una gozosa y responsable confesión de la fe. En muchas ocasiones depende de la primera entrevista la viabilidad o no de un proceso provechoso, incluso de conversión.

2. Situaciones en que pudieran encontrarse los contrayentes y orientaciones pastorales

«Precisamente porque en la celebración del sacramento se reserva una atención especial a las disposiciones morales y espirituales de los contrayentes, en concreto a su fe, hay que afrontar aquí una dificultad bastante frecuente, que pueden encontrar los pastores de la Iglesia en el contexto de nuestra sociedad secularizada.

En efecto, la fe de quien pide desposarse ante la Iglesia puede tener grados diversos y es deber primario de los pastores hacerla descubrir, nutrirla y hacerla madurar. Pero ellos deben comprender también las razones que aconsejan a la Iglesia admitir a la celebración a quien está imperfectamente dispuesto» (Familiaris consortio, 68a y b).

Se exponen a continuación algunas situaciones, no excluyentes unas de otras, y algunas orientaciones pastorales concretas.

a) Creyentes débiles

Hay quienes, declarándose católicos, viven sin embargo alejados de la vida de la Iglesia y sólo rara vez participan en una celebración litúrgica; también son más numerosos cada vez, los que seleccionan las verdades de la fe a las que dan su adhesión. No es de extrañar que los motivos por los que estos bautizados solicitan el rito sacramental sean sobre todo de índole socio-cultural, aunque no excluyan positivamente la referencia religiosa en su matrimonio.

Necesitan, sin duda, que se les vuelva a presentar el Evangelio con sencillez, mostrándoles la oferta de salvación que se nos hace en Jesucristo. Seguramente es un momento propicio para disipar malentendidos y prejuicios y para que el trato personal con algunos miembros de la comunidad despierte en ellos el deseo de rehacer su vida cristiana.

El hecho de que, junto ala referencia religiosa cristiana, persistan en ellos motivaciones ajenas a la fe, no es razón para impedirles la celebración del sacramento, si dicen aceptar el matrimonio tal como se vive y se celebra en la Iglesia».

b) No creyentes

Cuando los contrayentes afirman no ser creyentes, lo primero que se requiere es discernir el contenido y el alcance de esa declaración. No es lo mismo hacer una valoración negativa de la Iglesia o haber abandonado la práctica religiosa, que haber apostatado de la fe cristiana. No rara vez, un bajo nivel cultural unido a formas de expresión muy cargadas de emotividad, es ocasión de malentendidos.

Si, a través del diálogo con la pareja que solicita el sacramento, se disipan los malentendidos y aparecen indicios de confianza en la misericordia de Dios manifestada en Jesucristo, tal como la predica la Iglesia, se les debe considerar como lo que son: verdaderos miembros de la Iglesia. Hay que ayudarles, por tanto, de acuerdo con la debilidad de su fe, a acoger el Evangelio, convertirse e incorporarse a la vida de la Iglesia, de modo que puedan celebrar el sacramento del matrimonio no sólo válidamente sino con el mayor fruto posible.

Es claro que, en estas condiciones, la preparación inmediata al matrimonio es insuficiente para rehacer la vida cristiana. Debe procurarse la continuidad de los encuentros entre los responsables de la pastoral matrimonial y los contrayentes, e incluso la participación en un proceso formativo sistemático.

Si realmente no se trata de malentendidos, sino que «dan muestras de rechazar de manera explícita y formal lo que la Iglesia realiza cuando celebra el matrimonio de bautizados, el pastor de almas no puede admitirlos a este sacramento; además tiene el deber de tomar nota de esta situación y de hacer comprender a los interesados que en tales circunstancias no es la Iglesia sino ellos mismos quienes impiden el sacramento del matrimonio que, a pesar de todo, piden» (Familiaaris consortio, 68cr).

En ningún caso deben mostrar los responsables de la acogida un juicio desconsiderado respecto de las parejas que se encuentran en esta situación. Es deseable, en estos casos, que tanto la actitud de la Iglesia como su comprensión del matrimonio y de la vida cristiana queden tan claras, que los mismos contrayentes renuncien a una ceremonia tan contraria a su autenticidad personal como carente de respeto para los creyentes.

c) Canónicamente irregulares

– Bautizados casados civilmente

En estos casos se debe procede con mucha cautela, atendiendo a las diferentes situaciones que pueden darse.

SI los que piden el sacramento ya habían contraído matrimonio civil, se les debe dar oportunidad de explicarse lealmente acerca de por qué prefirieron antes contraer matrimonio civil y por qué desean ahora el matrimonio canónico. De ningún modo debe omitirse la correspondiente preparación a la celebración sacramental.

Otra cosa es que alguien pretenda contraer matrimonio en la Iglesia con una persona distinta de aquélla con la que está casada civilmente. Es cierto que el matrimonio civil entre católicos no es válido a los ojos de la Iglesia, pero aun así, no puede dejar de tenerse en cuenta que antes había expresado voluntad matrimonial concreta hacia otra persona, así como las obligaciones naturales contraídas respecto de esa persona y los hijos, si los hay. Excepto en caso de necesidad, nadie debe asistir a la celebración de estos matrimonios sin licencia del Ordinario del lugar (Codex Iuris Canonici, 107 1, ? 1, 3º).

– Uno de los contrayentes se declara no cristiano o no católico

Cuando uno de los contrayentes no está bautizado (CIC 108 6 y 1 1 29), o pertenece a una confesión cristiana distinta de la católica (CIC 1124-1128), o abandonó notoriamente la fe católica afanando de forma positiva y reiterada que no cree en Jesucristo ni en la Iglesia (CIC 1071,1, 4′) y quiere contraer matrimonio con un bautizado católico, si acepta la doctrina de la Iglesia y tiene rectitud de intención, si se toman las debidas cautelas y se obtienen las licencias y dispensas necesarias, nada impide proceder a celebrar el matrimonio a tenor de lo que se dispone en los cc. 1125 y 1127. El contrayente bautizado católico ha de ser acogido y acompañado por la comunidad cristiana sean la situación de fe en que se encuentre.

El matrimonio se celebra de ordinario dentro de una Celebración de la Palabra, según lo previsto el Ritual, nº 36.

3. La acción pastoral prematrimonial

Toda la pastoral prematrimonial debe entenderse como itinerario de fe que conduce a la celebración del sacramento del matrimonio, permitiendo que éste sea proclamación de la Palabra de Dios sobre los esposos y profesión de fe, hecha dentro y con la Iglesia,comunidad de creyentes.

Tal acción pastoral requiere un detenido y esmerado proceso de preparación, programado porcada comunidad cristiana con su párroco.con formas necesariamente variadas según las posibilidades reales de cada una, pero ateniéndose en toda la diócesis a las acciones que parecen mínimas e imprescindibles para conseguir la preparación adecuada.

La programación mínimade la pastoral prematrimonial debe incluir:

– entrevistas personalesde discernimiento,
– la preparación catequética del matrimonio,
– la tramitación del expediente matrimonial,
– la preparación de la celebración litúrgico.

Todo este proceso debe ofrecerse normalmente en la parroquia a la que pertenecen los novios, o en la que van a fijar su domicilio. Si en algún caso no fuera posible, habrá que garantizar siempre la coherencia entre los cuatro elementos citados.

a) Entrevistas personales

Si para todos los cristianos son importantes estos primeros encuentros, lo son mucho más para los alejados. En ellos debe abordarse el temade lo que significa casarse por la Iglesia y la situación de la pareja en relación con este hecho.

Estos encuentros deben realizarse dentro de un clima de amabilidad, respeto y diálogo, evitando toda impresión de que se está ante un censor de conciencias o ante una gestoría que tramita documentos imprescindibles.

De las primeras entrevistas no resultará, de ordinario, un cambio decisivo en la vida cristiana de las parejas. En ellas sí se pondrán de manifiesto algunos indicios de la situación en que se encuentran. Constituyen el paso previo para que el equipo de acogida o el sacerdote les ofrezca un camino de evangelización y un posible itinerario de educación de la fe, sea en la misma parroquia en la que celebrarán su matrimonio o en la que fijarán después su domicilio.

El número de encuentros o entrevistas personales dependerá siempre de la situación real de cada una de las parejas.

b) Preparación catequética

Después de estos primeros encuentros de acogida y de discernimiento, se ha de ofrecer una preparación catequética remota y próxima con vistas a la celebración del matrimonio cristiano.

La preparación remota, si parece necesaria y es acogida favorablemente por los novios, debe orientarse al seguimiento de un proceso catequético integral y sistemático, como ya se ha indicado en la primera parte de estas orientaciones pastorales.

La preparación próxima, de carácter obligatorio, se puede identificar con lo que comúnmente conocemos como cursillo prematrimonial, orientado fundamentalmente a la catequesis explícita del sacramento del matrimonio.

Los contenidos básicos de esta preparación próxima deben incluir estos tres grandes bloques temáticos:

– La comunidad hombre – mujer en el plan salvífico de Dios.

Se trata de ayudarles a descubrir y valorar esta comunión de vida y de amor, a la luz de la revelación cristiana.

– El matrimonio como sacramento de la Nueva Alianza.

Se trata de presentar el matrimonio desde el misterio de Cristo, vivido en la Iglesia con sus características específicas de unidad, fecundidad y fidelidad indisoluble.

– La comunidad familiar en su relación con la Iglesia y la sociedad. Se trata de presentar la familia, nacida del matrimonio cristiano, como realidad eclesial y social, con su vocación, misión y espiritualidad específicas.

El cursillo prematrimonial debe ser ofrecido y seguido en el ámbito de las comunidades cristianas, evitando siempre recurrir a los cursillos por correspondencia, a no ser que la prudencia pastoral del párroco así lo aconseje en casos muy especiales. Aun en estos casos no pueden faltar las entrevistas del párroco o, al menos, de algún miembro del equipo de acogida para verificar que las respuestas escritas por los contrayentes son personales y sinceras.

c) El expediente

La tramitación del expediente matrimonial constituye un tercer momento de acción pastoral. Las relaciones que se establecen con este motivo son menos informales, están configuradas por una finalidad y requisitos propios que hay que respetar. Sin embargo, es necesario lograr un tono menos burocrático y más orientado a la manifestación formal de la voluntad decidida de asumir el matrimonio desde la fe cristiana.

d) La celebración litúrgica

La celebración del sacramento del matrimonio, en el que hacen de ministros los mismos esposos,requiere una detenida y esmerada preparación, endiálogo personal, entre cada una de las parejas y el sacerdote. Esta preparación, aconsejable en toda celebración, nunca debe omitirse en una pastoral de alejados. En ella:

– Ha de clarificarse y decidir si la boda se celebrará o no dentro de una celebración eucarística; si comulgaran los novios y los padrinos; si la comunión será bajo las dos especies; la celebración de la penitencia antes de la boda, etc. Es evidente que estos puntos son delicados y han de abordarse con tanta claridad como respeto.

– Deben explicarse y prepararse los diferentes elementos del rito: sentido de cada una de las partes, elección de lecturas, declaraciones de intenciones, fórmulas de consentimiento, simbolismo de anillos y arras, preces de los fieles, oración sobre los esposos, etc.

– Debe tenerse en cuenta la situación de fe de los invitados, de modo que toda la celebración y principalmente la homilía se adecue a esta situación.

Al preparar la celebración ha de cuidarse mucho la autenticidad. En este sentido, por respeto, incluso, a los contrayentes que, con honradez, no se encuentran en disposición de participar en la comunión eucarística, es preferible celebrar el matrimonio sin misa.

La comunidad cristiana debe hacer todo lo posible para que la celebración del matrimonio responda verdaderamente a la situación de fe de los contrayentes, esté cuidada externa e internamente y manifesté su fuerza evangelizadora.

IV.- Celebración de exequias Índice

«La Iglesia en las exequias de sus hijos celebra con fe el Misterio Pascual de Cristo, para que aquellos que por el bautismo fueron incorporados a Cristo muerto y resucitado, pasen con él por la muerte de la vida, sean purificados y recibidos en el cielo con los santos elegidos, y aguarden la bienaventurada esperanza del advenimiento de Cristo y la resurrección de los muertos» (Ritual de Exequias, Praenotanda, 1).

1. Cercanía a los familiares del difunto

El acontecimiento de la muerte. sobre todo en las grandes ciudades se vive con frecuencia de un modo poco humano. Parece como si se quisiera disimular que somos mortales procurando que el trámite del entierro pase lo más de prisa y desapercibido posible. Son tantas las personas que mueren cada día, que es difícil evitar la rutina en las instituciones funerarias, e incluso en las mismas celebraciones religiosas de las exequias se corre también a veces ese riesgo.

Es necesario, por tanto, en primer lugar que los sacerdotes de la parroquia, junto con algœn grupo especialmente dedicado a esta acción pastoral, busquen los medios para estar habitualmente informados de las personas de la parroquia que fallecen. A esto contribuirá, entre otros medios, mantenerse en relación con los capellanes de los hospitales e instituciones asistenciales que normalmente atienden a los enfermos y ancianos de la zona.

Procuren ponerse inmediatamente en contacto con los familiares, para acompañarles y unirse a sus sentimientos. Esta cercanía, más fácil de expresar sin duda cuando el difunto o sus familiares participan de la vida parroquias, ha de intentar vivirse con especial atención cuando se trata de personas sin relación habitual con la Iglesia.

En los primeros momentos después del fallecimiento, que suelen ser de dolor y desconcierto, es bueno que los familiares sientan cómo la comunidad cristiana, a través de algunos de sus miembros, vive la verdadera fraternidad haciéndose presente y orando confiadamente al Señor de la Vida. Puede ser oportuno también ofrecer ayuda para organizar la celebración de las exequias.

Es conveniente así mismo cuidar de forma adecuada el acompañamiento humano y cristiano en el momento del entierro. Es muy deseable que esa separación humanamente definitiva de los seres queridos esté siempre acompañada, junto con muestras de cercanía y respeto, con la plegarla de quienes creemos en el Señor Resucitado.

2. Celebración litœrgico

Una de las celebraciones más entrañables que puede ofrecer la comunidad cristiana, aunque no siempre fácil por diversas razones, es de las exequias, cuando acompaña con su oración al cristiana que ha fallecido y a sus familiares y amigos.

La celebración litœrgica de la muerte se inicia ya antes del fallecimiento por miedo del viático y de la recomendación del moribundo, y se prolonga después a través de los ritos exequiales.

La comunidad cristiana, en las exequias, ora por los distintos y enseña y consuela a los vivos, pero principalmente consideras el hecho de la muerte como hecho de salvación, y celebra su vinculación con la muerte y resurrección de Jesucristo.

A través de las exequias, la comunidad cristiana expresa no sólo los valores humanos y religiosos que despierta la visión de la muerte, sino también, sobre todo, anuncia el mensaje de la resurrección y de la vida eterna para transformar radicalmente la visión de la muerte: «El rito de las exequias debe expresar claramente el sentido pascual de la muerte cristiana» (Sacrosanctum concilium, 81).

Para los creyentes las exequias significan una profundización y vivencia de uno de los puntos nucleares de su propia fe y un afianzamiento de uno de los pilares de su esperanza cristiana. Para los no creyentes, la celebración de la muerte es uno de los momentos privilegiados donde la comunidad cristiana proclama uno de los nœcleos más centrales y primitivos del Kerigma que debe anunciarse al mundo: la resurrección de los muertos y la vida eterna.

La celebración de las exequias une y entremezcla los elementos sacramentales y evangelizadores de toda celebración litœrgica, porque, por un lado, es una acción litœrgica y, por otro, es un momento privilegiado de evangelización en el sentido más fuerte de esta palabra: anuncio y celebración de la victoria de Cristo sobre la muerte, expresada con fe y entusiasmo tanto ante quienes cada domingo se reœnen para celebrar esa victoria, como también quienes no acostumbran a participar de la vida eclesial, o dudan o no creen.

Con mucha más frecuencia que en otras épocas, en las celebraciones exequiales están presentes hoy, por razones de convivencia, de amistad o de familiaridad, personas que tienen actitudes de duda o de no aceptación de la fe. La liturgia exequias es uno de los pocos contactos que tienen con la Iglesia y con el Evangelio muchas personas que no creen o habitualmente no practican. La comunidad cristiana no puede olvidar que la proclamación explícita y gozosa del misterio pascual de Jesucristo continœa siendo central y que este aspecto de su misión no puede limitarse y reservarse sólo a los fieles practicantes.

La liturgia exequias, con sus lecturas, sus plegarias, sus cantos, su alegre esperanza, es una de las mediaciones principales de la comunidad cristiana para anunciar la fe y la esperanza con la que se siente animada, por cuanto en ella se proclama y celebra, en circunstancias especialmente significativas, el misterio central de la fe cristiana. Por tanto, nada mejor para una verdadera evangelización que la acogida cálida y atenta a las circunstancias personales y la celebración bien preparada, sin improvisaciones, de modo que quienes lloran la muerte de sus seres queridos, o ante quienes los acompañan en su dolor, reconozcan a través de la celebración el consuelo de Dios Padre.

La comunidad cristiana ha de mostrar en las celebraciones exequiales su rostro esperanzado y su empeño misionero, acogiendo a los que lloran y a los que vacilan en su fe, con amabilidad, espíritu evangélico y, sobre todo, con fe y talante apostólico.

Cuidar detalladamente las celebraciones exequiales es un modo privilegiado de preparar el encuentro con el corazón mismo del Evangelio, y celebrarlas dignamente es una ocasión muy especial para hacer converger dos realidades a veces injustamente contrapuestas: evangelización y liturgia.

Dios quiera que estas orientaciones pastorales que ofrecemos a toda la comunidad diocesana, por intercesión de Nuestra Señora de la Almudena, nos sirvan para cumplir mejor con la exigencia de evangelizar de nuevo en Madrid.

Con mi afecto y bendición,

29 de junio de 1997,
Solemnidad de San Pedro y San Pablo

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.