El tiempo del descanso veraniego llega en Madrid al comenzar el mes de agosto a su punto álgido. Un número muy elevado de familias madrileñas se desplazan fuera de la capital. Así ocurrirá con muchos de vosotros. Madrid se vacía.
Las vacaciones son necesarias para el cuerpo y para el alma. Poder disfrutar de ellas no constituye ningún lujo sino el reconocimiento de un derecho social que debe ser respetado y promovido por todos: particulares, empresas e instituciones privadas y públicas. El desarrollo de la legislación laboral en esta materia a lo largo de las últimas décadas, garantizando un tiempo de vacación para todos los trabajadores, ha significado un indudable progreso para las personas, las familias y la sociedad entera. Sin embargo, son todavía muchos los que no pueden permitirse ese minimum de tiempo y de condiciones precisas para poder disfrutar de unos días de convivencia y de descanso en familia, con la familia; a la que le resulta muchas veces tan difícil durante el año la experiencia compartida de los valores más personales, humanos y espirituales, imprescindibles para que crezca el afecto mutuo, el amor y entrega gratuita entre todos sus miembros. Aunque parezca increíble, y con una frecuencia mayor y que la sospechada y la aceptable desde el punto de vista de la justicia social, lo impide la falta de recursos económicos. Los matrimonios jóvenes con niños y las familias numerosas lo acusan con especial gravedad. El abandono de una seria política familiar en los últimos años muestra también en este punto sus efectos perniciosos. Naturalmente influyen además otros factores, más allá de los fallos de la sociedad y de los hombres, y que tienen que ver con «la cruz diaria» de la vida en este mundo: la soledad, la enfermedad de un ser querido…. por no hablar de los fracasos escolares de los hijos, de la angustia por que no aparece la primera colocación tan deseada, etc. Sí, el trecho a recorrer en el camino de la práctica de la solidaridad, y no digamos de la fraternidad cristiana, a la hora de facilitar a todos sus merecidas vacaciones, es aún muy largo. Por no hablar del comportamiento de los que olvidan y abandonan a sus mayores con una indiferencia y crueldad que llega a saltar incluso a las portadas de los medios de comunicación social. Desafían al cuarto mandamiento de la Ley de Dios -¡honra a tu padre y a tu madre!- con una frialdad de sentimientos y como con una especie de normalidad, que asusta.
La caridad de Cristo queda herida en estas ocasiones en su misma esencia. No sin consecuencias personales y sociales.
Pero el tiempo de vacaciones muestra hoy otra cara: la de la cooperación ciudadana, la del servicio al prójimo y la del amor cristiano a los demás, prodigado a manos llenas. Es justo y de personas agradecidas reconocer, por ejemplo, la contribución continua y disciplinada de todos los que sostienen y prestan sus servicios en la labor de policía de tráfico, de la atención sanitaria, en los establecimientos hoteleros… Sin ellos no sería posible nuestro descanso, ese tiempo de recuperación física, psíquica y espiritual del que tanto precisamos los sometidos a los ritmos tan tensos y agobiantes impuestos por los sistemas de trabajo y de organización social actuales. En el trasfondo de ese esfuerzo, y animándolo, se esconde mucho espíritu de sacrificio y mucha generosidad. ¡No todo se paga y se hace con sólo dinero!
¡Aprovechemos bien nuestras vacaciones! Como lo que son. Como un «bien pasajero» ciertamente, pero que tiene que ver con «los bienes eternos»: con el bien integral de la persona y con su salvación. Para el hombre y la mujer de la sociedad contemporánea, sometidos profesional y laboralmente a horarios y condiciones de trabajo exhaustivos y durísimos con consecuencias tan negativas para la vida del matrimonio y de la familia, es posible que no quede otro tiempo hábil -¡tiempo psicológico y humano ! -para el gozo del encuentro íntimo, sosegado, pleno, amoroso, limpio, entre esposo y esposa, entre padres e hijos, entre los propios hermanos. Y no hablemos del tiempo para Dios: el tiempo para el encuentro de toda la familia con el Señor.
El mes de agosto se presenta en el paisaje histórico y popular de España iluminado por una fiesta, la de la Asunción al cielo de la Virgen María. En Madrid venerada por una devoción multisecular, muy enraizada en las familias y en las gentes de sus barrios más castizos, como Virgen de La Paloma. A Ella, la Asumpta al Cielo, le pedimos la felicidad de vuestras vacaciones, las de todos los madrileños y de sus familias, las de los que las puedan disfrutar este verano y las de los que no: felicidad honda, auténtica, la que se funda en la paz de la conciencia: con Dios y con los hermanos. A Ella le decimos con la estrofa del conocido canto mariano:
«De tus ojos penden la felicidades; míranos, Señora, no nos desampares»
A los jóvenes les digo: ¡hasta la cita de París con el Papa, con Juan Pablo 11, la tercera semana de agosto!
Con los mejores deseos de unas buenas vacaciones y con mi bendición.