Mis queridos hermanos y amigos:
Hace no muchos días la prensa, y otros medios de comunicación, se hacían eco del viaje y estancia de un grupo de Obispos españoles en Roma para cumplir con el deber eclesial de lo que se conoce desde tiempo inmemorial como «visita ad limina Apostolorum»: como la visita a las Tumbas de los Apóstoles Pedro y Pablo. Las normas vigentes de la Iglesia,a fruto de una más que milenaria evolución histórica, piden a los Obispos Diocesanos que cada cinco años hagan una relación al Romano Pontífice sobre el estado de las Iglesias Particulares que presiden, veneren los Sepulcros de los Príncipes de los Apóstoles y se presenten personalmente al Papa.
En su origen se encuentra una venerable tradición, en la que se expresa y vive de forma hondamente significativa los vínculos de comunión jerárquica que unen a los Obispos, Pastores de la porción del Pueblo de Dios que les ha sido encomendada, con su Cabeza visible, el Obispo de Roma, Pastor de la Iglesia Universal. A través del informe sobre la situación pastoral de sus Diócesis, expuesto al Santo Padre, introducen la vida de su Iglesia particular en el flujo de la Comunión Católica que es la Iglesia, recibiendo las orientaciones, mandatos y aliento del que la preside en la caridad. Y por el gesto de su visita personal ante las Tumbas de Pedro y Pablo renuevan la profesión de Fe de los Apóstoles, sobre la que se fundamenta el edificio interior y exterior de toda la Iglesia, como Una, Santa, Católica y Apostólica. Un gesto que subraya, con simbolismo inequívoco, la raíz sacramental y la naturaleza teológica de su adhesión al Primado y Magisterio del Romano Pontífice sobre todo los pastores y todos los fieles. La «visita ad limina» de los Obispos diocesanos constituye, sin duda, un momento oportunísimo de gracia para que cada Obispo con toda su comunidad diocesana crezca y se enriquezca en la experiencia universal de la Iglesia como Misterio de Comunión y Misión, encabezada visiblemente por el Papa, abierta al mundo y a su Evangelización.
Los Obispos de la Provincia Eclesiástica de Madrid nos disponemos también para acudir a Roma en «visita ad limina» próximamente, el día siguiente a la Fiesta de Nuestra Patrona, Ntra. Señora de La Almudena. Nuestra visita reviste esta vez una característica singular: será la primera, en sentido pleno, después de la división de lo que fue durante más de un siglo la Archidiócesis de Madrid-Alcalá, y de la consiguiente erección de las Diócesis de Alcalá de Henares y de Getafe, que desde octubre de 1991 forman con la Archidiócesis de Madrid una nueva Provincia Eclesiástica. La comunicación con el Santo Padre y los contactos con sus inmediatos colaboradores y los organismos de la Santa Sede que le asisten en el ejercicio de su ministerio, adquieren, por tanto, un singular interés pastoral que no escapa a nadie que siga con atención el curso de la vida de la Iglesia en Madrid.
Después de los primeros seis años de andadura de las nuevas diócesis podremos transmitirle al Santo Padre la convicción gozosa: de que han cuajado ya sus estructuras básicas de gobierno y servicios pastorales; que se consolida la creación inicial de una conciencia de comunidad diocesana en sus presbíteros, los consagrados y en sus fieles laicos; y que los frutos de evangelización, de vida cristiana y de actividad apostólica comienzan a madurar ya en el horizonte, divisándose prometedor un futuro no lejano de una lograda evangelización de las zonas más populosas, más necesitadas y más jóvenes de la comunidad de Madrid. Le informaremos además que las relaciones mutuas de las nuevas diócesis con la Archidiócesis-madre, en todos sus niveles, se han desarrollado en la comprensión y en la caridad fraternas, como se pone de manifiesto en la forma y estilo del trato personal y de cooperación pastoral que mantienen sus Obispos: tan abierto, activo y fraternal.
Hay un dato que revela, sobre todo, y con claridad meridiana, el acierto y la fecundidad pastoral de la nueva configuración diocesana de la Iglesia, en lo que fue territorio y espacio humano de la Archidiócesis de Madrid-Alcalá: sus Seminarios, con un llamativo crecimiento del número de seminaristas. Los Seminarios diocesanos de Alcalá de Henares y de Getafe constituyen hoy una realidad firmemente asentada: en sus instalaciones materiales, en primer lugar; y, lo que es mucho más importante, en su funcionamiento pedagógico, como la primera comunidad eclesial de las respectivas diócesis, en las que se forman humana, espiritual y pastoralmente un excelente plantel de los mejores jóvenes, que aspiran a acceder al ministerio sacerdotal. Con un resultado vocacional grato y confortador para las tres Diócesis hermanas: el número de los seminaristas admitidos en los Seminarios de Madrid, Getafe y Alcalá en el presente curso 1997/1998 rondan los 250, casi un tercio más que los 188 seminaristas con los que contaba el Seminario de Madrid-Alcalá en el último curso, inmediatamente anterior a la división de la Diócesis. El Seminario Conciliar de Madrid mantiene prácticamente él solo los mismos seminaristas que entonces, viniéndose a añadir los de los dos nuevos Seminarios hermanos.
Hay motivo, más que sobrado, para dar gracias a Dios; pero, también, para no cesar en la oración por nuestras diócesis de la Provincia Eclesiástica de Madrid. Se ha abierto felizmente, por la gracia del Señor, el primer capítulo de su historia al servicio del Evangelio en medio de los hombres y mujeres de nuestro querido Madrid. Los nuevos retos pastorales, con los que se enfrentan, reclaman audacia apostólica y entrega incondicional a los hermanos, de parte especialmente de sus pastores. La hora histórica apremia
Contamos con vuestra oración a la Virgen de la Almudena que nos acompañará en nuestra visita a Roma: visita a Pedro y a su Sucesor; visita de fe, obediencia y comunión eclesial. No os faltará tampoco la nuestra, de Padres y Pastores, ferviente y plena de confianza y esperanza en los dones del Espíritu del Señor, los que nos pueden conducir por el camino de la nueva Evangelización, que urge el Papa. Ante Pedro y Pablo la depositaremos. ¡Que ellos nos enseñen y nos valgan en ese incesante aprendizaje de la lección evangélica por excelencia: la de dar la vida por Cristo y por los humanos!
Con mi afecto y bendición,