Mis queridos hermanos y amigos:
Acaba de comenzar un nuevo año, el 1998, según un calendario civil prácticamente vigente en todo el mundo. La Iglesia coloca su comienzo bajo el amparo de María la Virgen, la de la Natividad del Señor, la del misterio del nacimiento de Jesús, el Salvador,en Belén; y lo hace bajo la perspectiva más honda y trascendental para el futuro del hombre y de la historia: la de su maternidad divina. Así, hemos celebrado el primer dia del año en toda la Iglesia como el de la solemnidad de Santa María Madre de Dios. Una innovación litúrgica fruto de la reforma conciliar del Vaticano II, a la qu ese vinculó muy pronto, en 1968, la iniciativa de Pablo VI de establecer en ese día la Jornada mundial de la paz. Una convicción profunda late en el fondo de esa coincidencia de fiesta litúrgica y jornada pastoral, una coincidencia nada casual; en el trasfondo de la decisión de Pablo VI se escondía la verdad cierta de que la paz sólo puede venir y viene por la vía de la justicia, que nace y surge de una fuente última e imprescindible: Dios, que nos ha dado a su Hijo unigénito por María, de quien tomó nuestra carne y humanidad. «Cuando se cumplió el tiempo -decía S. Pablo a los Gálatas (4, 4-5)- envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la Ley, para rescatar a los que estaban bajo la Ley,para que recibiéramos el ser hijos por adopción».
Por aquella Ley – la Ley vieja, la de la Antigua Alianza – no llegaba la justicia que pudiera liberar al hombre del pecado, causa y móvil último de todas las injusticias; sólo podría llegar por una ley nueva, la de la gracia, fundada en una Nueva Alianza, la de la Encarnación, Muerte y Resurrección de nuestro Señor Jesucristo.
Para que se labre la página de futuro que se abre siempre con cada nuevo año como una página de paz para el hombre es decisivo, por tanto, que acierte en orientar la dirección de su libertad ala aceptación interior y plena de la Ley Nueva, la del amor entrañable,compasivo y misericordioso de Jesucristo; y que lo haga con todas sus consecuencias:las de la conversión del corazón, de toda la existencia, a una vida comprometida con el perdón, con la misericordia y con la donación de sí mismo. El hombre convertido a la gracia del Evangelio no puede ver en el prójimo sino a alguien llamado a ser hijo de Dios, con una dignidad personal inviolable.
El Santo Padre, en el Mensaje para la Jornada mundial de la paz de este año de 1998, que lleva el significativo título «De la justicia de cada uno nace la paz de todos». al reclamar que el proceso de globalización de la economía mundial se traduzca y realice en formas de «globalización de la solidaridad», advierte con toda firmeza que para ello «es preciso no perder jamás de vista la persona humana, que debe ser el centro de cualquier proyecto social»(cf. n. 3).
El Papa recuerda y describe, es verdad, con todo detalle y crudeza en este mensaje todos aquellos factores que amenazan actualmente la paz, después de que haya ocurrido el cambio histórico, verdaderamente epocal, que él califica como revolucionario, de 1989, y que la ponen en peligro tanto en el campo de las relaciones internacionales como en el interior de las sociedades y pueblos que componen la comunidad de las naciones: «el pesado lastre de la deuda externa», que grava tan dramáticamente sobre la economía de las naciones más pobres de la tierra,la extrema pobreza, la corrupción, las nuevas formas de usura, privadas y públicas, que imposibilitan a los más débiles el acceso a un crédito justo, la violencia contra las mujeres, las niñas y los niños. Pero no duda en apuntar como una de las causas primordiales que están al origen de esta situación los peligros del hombre:su universalidad y su indivisibilidad» (cf. n.2). Cuando se relativiza tan masivamente el derecho a la vida de los no nacidos o de los enfermos terminales o discapacitados, cuando se recorta y se reparte ese derecho según conveniencias y puntos de vista étnicos y culturales,¿no se está atentando gravemente contra el valor universal e indivisible de los derechos humanos? Hemos pecado mucho contra los derechos del hombre en el pasado, lo seguimos haciendo ahora; y de este modo estamos atentando muy directamente contra los fundamentos mismos de la paz. Sólo habrá remedio, por tanto, si ponemos todo nuestro empeño en la promoción decidida de los derechos humanos, como fruto maduro «del amor por la persona humana como tal, ya que el amor va más allá de lo que la justicia puede aportar» (cf. n.2).
¿Y dónde se puede beber esa fuerza de amor renovado, sino en el «Dios con nosotros», Jesucristo, en su amor redentor al hombre, en su paz? ¿ Y de qué otro modo se puede llegar a esa fuente de la verdadera paz, si no es de la mano de su madre y la nuestra,María, cobijando a nuestro sí a la gracia en su sí a la voluntad del Padre, confiándoselo totalmente a su amor maternal? De este modo, las perspectivas del nuevo año, en el que se cumple el 50 aniversario de la «Declaración universal de los derechos del hombre» por la Asamblea general de las Naciones Unidas, se abrirán a un futuro de paz más esperanzado y prometedor porque avanzaremos cada uno en practicar esa justicia, con la que se edifica la paz de todos.
Con mis mejores deseos de paz para todos los madrileños y las familias madrileñas en este año de 1998 y mi bendición,