Ante el Viaje Apostólico de Juan Pablo II a Cuba

Mis queridos hermanos y amigos:

El próximo miércoles, día 21 de enero, inicia el Santo Padre su Viaje Apostólico a Cuba. La expectación que rodea esta primera Visita del Papa a la Isla de Cuba supera o, por lo menos no va a la zaga, de cualquiera de las anteriores a otros países del mundo por muy esperadas y famosas que hayan sido. La expectación se vive, en primer lugar, dentro de la Iglesia misma; pero se extiende a la opinión pública mundial por razones históricas y de actualidad política que están en la mente de todos.

No conviene, sin embargo, desconocer la verdadera naturaleza del viaje y de la visita del Papa que él mismo se ha encargado de subrayar con un doble adjetivo: apostólico y pastoral, siguiendo la línea permanente e inalterable que ha inspirado esa infatigable presencia suya en cualquier rincón del planeta, en el que hubiera habido siembra de fe y plantación de la Iglesia. Se trata de un viaje del que es Sucesor del Primero de los Apóstoles, Pedro, para ejercer su ministerio de Testigo y Maestro Universal de la Fe de todo el Pueblo de Dios; y de la visita del Pastor de la Iglesia Universal a unas Iglesias particulares –las de Cuba– de cuyos obispos, presbíteros y fieles es él también Pastor propio e inmediato (cf. LG, 27 y ChD, 8; cc. 331-333), para fortalecerles en la comunión de la esperanza y de la caridad de Cristo entre sí y con la Iglesia extendida por toda la tierra. Nos encontramos pues, de nuevo ante un Viaje Apostólico del Santo Padre para realizar una Visita Pastoral a las Iglesias particulares que viven y peregrinan en la Isla de Cuba, entrañadas desde hace muchos siglos en el alma y en la historia de su pueblo: el pueblo cubano.

Las vicisitudes históricas por las que han atravesado los hijos de la Iglesia en Cuba para mantenerse fieles a la fe en Jesucristo, el Hijo de Dios vivo y Salvador del hombre, en períodos claves de su devenir nacional, en el último pasado y en el presente de su patria, han exigido de ellos una actitud de fortaleza, humildad y de servicio y amor a sus hermanos como en los momentos más difíciles de la historia de la Iglesia. Su admirable perseverancia sólo tiene una clave de explicación: la Gracia del Señor y de Su Espíritu, en cuya mediación aparece la figura dulcísima de su Madre y Patrona, la Virgen de la Caridad del Cobre.

En estas circunstancias, cualquier hermano en la fe puede imaginarse lo que significa de signo de esperanza y de sello de amor fraterno la Visita del Santo Padre, Juan Pablo II, para los católicos de Cuba. Y también lo que supone para todos los cubanos de buena voluntad. Juan Pablo II abrirá para todos horizontes de limpia, libre y solidaria humanidad; desbrozará con profundidad en la amada tierra cubana los surcos de la reconciliación y de la paz. El mismo lo expresaba así a los católicos cubanos en el mensaje que les dirigía con motivo de las pasadas Fiestas de la Navidad, –recuperadas de nuevo para la comunidad civil de Cuba en 1997– poniendo acentos paulinos en sus palabras: «En esta Navidad del Señor de 1997 deseo animarles a la esperanza, viviendo en la verdad de Cristo, y con el Apóstol Pablo les digo: ‘El que es de Cristo es una criatura nueva; lo antiguo ha pasado y lo nuevo ha comenzado… Nos presentamos, pues, como mensajeros de parte de Cristo, como si Dios mismo les rogara por nuestra boca. Déjense reconciliar con Dios… no hagan inútiles la gracia de Dios que han recibido… Este es el momento favorable, este es el día de la salvación'(2Cor 5,17-6, 20)».

La Iglesia en España no podía –ni puede– por menos que unirse de todo corazón y con todas sus fuerzas espirituales y materiales a la Visita del Papa a Cuba. Los vínculos de la Comunión de la Iglesia Universal que preside el Sucesor de Pedro adquieren en nuestro caso, en la relación con las Iglesias de Cuba una realidad y consistencia humana y pastoral completamente singular. Hasta el más inmediato ayer de una historia común, los hijos de la Iglesia en España y los hijos de la Iglesia en Cuba han crecido juntos en la vida de la fe y de la misión eclesial con la intimidad propia de la misma familia humana y espiritual. Ese espíritu y estilo de familia eclesial que han modelado desde siempre nuestras relaciones mutuas se han mantenido vivos a pesar de los más variados avatares y, sobre todo, a pesar de nuestras debilidades y pecados. La misericordia de Dios se ha manifestado siempre grande con nosotros, y hoy mucho más.

Nuestra Archidiócesis de Madrid ha querido estar muy cerca del Santo Padre y de la Iglesia en Cuba desde el primer momento del anuncio del Viaje Apostólico a la Isla. Junto con todas las diócesis hermanas de España hemos orado por sus frutos pastorales, comprendiéndolos en el sentido más hondo e integral de la expresión; y hemos ofrecido toda nuestra colaboración para la preparación y mejor realización de la Visita. Todavía ayer noche celebrábamos en la Catedral de La Almudena una emocionante vigilia de penitencia y de plegaria en sintonía con los actos de la preparación espiritual de la Visita papal que se están llevando a cabo en la misma Isla de Cuba y en otros muchos lugares de la Iglesia. Os he invitado, además, queridos hermanos y amigos, a dirigir preces por el Santo Padre Juan Pablo II y por la Iglesia en Cuba en todas las celebraciones eucarísticas de este domingo. Acompañadlo con vuestra oración a la Virgen María –la de «La Almudena», la de «La Caridad del Cobre»– en ese viaje apostólico, tan heroicamente afrontado por el Santo Padre, y tan decisivo para el futuro de la Iglesia y del pueblo querido y hermano de Cuba. Pedid también por nosotros, los que vamos a compartir ese viaje del Papa, llevando desde Madrid y de toda España a Cuba: a los católicos y a todos sus conciudadanos el saludo de los hermanos: el abrazo de la paz en Cristo Jesús, Señor y Salvador Nuestro.

Con todo afecto y mi bendición,

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