Los educadores cristianos y los medios de comunicación social
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Un año más, vamos a celebrar en nuestra Diócesis la Jornada Diocesana de Enseñanza. Tendrá lugar (Dm.) el día 14 de Marzo, sábado. Con ocasión de esta celebración la Delegación Diocesana de Enseñanza propone siempre un tema de reflexión y revisión referido a algún aspecto importante de la realidad educativa, con el deseo de que la comunidad cristiana y especialmente los educadores sigan tomando conciencia de su responsabilidad y necesario compromiso con la educación, la cultura y la escuela.
La Jornada de este año nos ofrece la oportunidad de acercarnos a una realidad particularmente importante: Los medios de comunicación social y su influencia en la educación. En el mundo de hoy, sin lugar a dudas, los más poderosos agentes de explicación e interpretación de la realidad son los medios de comunicación. La prensa, la radio, el cine, la televisión, el vídeo, la publicidad… se han convertido en los grandes narradores de la actualidad y en los grandes configuradores de la sociedad en sus criterios y en sus conductas. Es muy posible que nunca como ahora haya obtenido el hombre tantos conocimientos a través de este «gigantismo informativo»; pero también es probable que nunca haya estado más a la intemperie; y aunque es capaz de conocer casi todos los datos, puede ignorar las más elementales preguntas sobre el «sentido sapiencial» de la vida. ¿Hasta qué punto los medios de comunicación influyen en la forma de pensar y entender la vida en la sociedad contemporánea? Los teóricos de la comunicación reconocen este decisivo influjo con especial incidencia sobre los niños y los jóvenes en edades educativas.
El lema de la presente Jornada «EL PODER DE LOS MEDIOS Y LA EDUCACIÓN EN LA LIBERTAD»- parte de este hecho y pone especial acento en el papel de la educación. Si los medios de comunicación influyen ciertamente en la educación, la educación ha de tender a formar personas libres, abiertas, críticas, capaces de elegir y de pensar ante los medios de comunicación. Y a los educadores cristianos se les pide una actitud integradora: que conozcan cada vez más el lenguaje y el alcance de los mass-media; que valoren y aprovechen positivamente la riqueza que indudablemente aportan fuera y dentro de la escuela; y que se sitúen también libremente, desde su vocación educadora y desde los valores del evangelio, para educar en la verdad y en la libertad, contrarrestando el impacto negativo que muchas veces comporta el influjo de los medios en orden a la educación de las jóvenes generaciones. Los educadores no pueden ignorar que conseguir una mayor «audiencia» es un principio de los medios de comunicación al que se sacrifican muchos otros valores morales, pedagógicos y educativos; y así se difunde una imagen distorsionada del mundo y de la vida, una cultura hedonista, una publicidad engañosa, unos estereotipos de comportamiento que frecuentemente entran en contradicción con los valores que se promueven en la familia y en la escuela. Al educador y a la educación toca analizar, reorientar y aprovechar esta realidad para preparar a los jóvenes a vivir en su mundo, con madurez humana y cristiana, sirviéndose de todos los medios sin ser esclavos de ninguno, siendo a la vez receptivos y críticos, buscadores de la verdad con la libertad de los hijos de Dios.
El Concilio Vaticano II, en el Decreto «Inter mirífica» sobre los medios de comunicación social, se refiere a ellos como «los maravillosos inventos de la técnica que, sobre todo en nuestros tiempos, ha extraído el ingenio humano, con la ayuda de Dios, de las cosas creadas» (nº1). Añade que «la madre Iglesia sabe que estos medios, rectamente utilizados, prestan ayudas valiosas al género humano»… y «sabe también que los hombres pueden utilizar tales medios contra el propósito del Creador y convertirlos en su propio daño» (nº 2). A los destinatarios, sobre todo jóvenes, se les pide «acostumbrarse a ser moderados y disciplinados en el uso de estos medios», que «pongan además empeño en entender a fondo lo oído, visto o leído»; que «hablen con los educadores y aprendan a formar recto juicio» (nº 10). Y en el mismo número se aconseja a los padres «vigilar cuidadosamente» para que sus hijos no reciban a través de estos cauces, dentro o fuera del hogar, influencias contrarias a la fe o a las costumbres. Padres y educadores tienen, pues, un papel específico en este mensaje del Concilio. Pero a todos nos afecta el tema si queremos colaborar a la educación de nuestra juventud en las aulas y fuera de ellas. Es la hora de la responsabilidad moral de los adultos. Y es este un excelente objetivo para una colaboración bien concertada entre la familia, los educadores cristianos, los profesores de religión, la escuela católica, los sacerdotes y las propias comunidades cristianas.
Desde la Delegación de Enseñanza os llegarán, como otros años, algunos materiales para profundizar en el tema y en el lema de la Jornada, así como la convocatoria para su celebración puntual. Yo os invito cordialmente a que secundéis estas orientaciones y deseo que contribuyan a renovar nuestro compromiso cristiano con la educación, en especial en el aspecto concreto que vamos a profundizar.
Por último, os animo también a seguir cumpliendo nuestra tarea de «comunicadores» de la Buena Noticia del Evangelio. ¡Ojalá que cada grupo de cristianos y cada uno de nosotros sea un «medio de comunicación» vivo y operante de la Palabra de la verdad que es Cristo! «Sólo así como decimos en nuestro Plan diocesano de Pastoral- podremos hacer presente en el mundo la vida y la fuerza transformadora del Evangelio». Que el Espíritu del Señor nos acompañe y no deje de hacernos sentir la urgencia de esta misión.
Con mi afecto y bendición,