Mis queridos hermanos y amigos:
La solemnidad de San José, esposo de la Virgen María, está tradicionalmente vinculada en nuestra Archidiócesis de Madrid a la celebración del «Día del Seminario». «Es la Iglesia como tal nos recuerda el Papa Juan Pablo II- el sujeto comunitario que tiene la gracia y la responsabilidad de acompañar a cuantos el Señor llama a ser sus ministros en el sacerdocio» (PDV, 65). La celebración de esta jornada quiere ser un momento propicio para agradecer al Señor el don de todos aquellos hermanos nuestros jóvenes en su inmensa mayoría- que actualmente se preparan en nuestro Seminario para ser los sacerdotes de mañana, y renovar la responsabilidad de toda la comunidad diocesana en el cuidado y el fomento de las vocaciones a este ministerio.
El Seminario es, ante todo, la comunidad educativa que pretende vivir de forma análoga la misma experiencia formativa que tuvo el Señor con los Doce Apóstoles, a lo largo de su vida pública (cf. PDV, 60). Los candidatos al sacerdocio son llamados por Jesús -hoy como entonces- para «estar con Él y para enviarlos a predicar con poder de expulsar demonios» (Mc 3,14-15). Con la vocación se inicia un diálogo de gracia en el que la soberana iniciativa de Dios fascina y compromete la libertad del llamado, en una pedagogía de amor que se convierte en forma de vida apostólica. Los miembros de la comunidad del Seminario, en estrecha intimidad con el Señor y a la escucha de su Palabra, van aprendiendo a vivir en la caridad del Buen Pastor «que no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida en rescate por todos» (Mc 10,45). Sólo desde esta disposición radical se puede comprender el alcance de las diferentes dimensiones educativas del Seminario. Y sólo el Espíritu Santo, mediante el sacramento del Orden, hará posible tal grado de identificación con Cristo Pastor y Sacerdote.
Como preparación próxima al Jubileo del año 2.000, el Papa nos invita durante este año a contemplar la presencia santificadora del Espíritu Santo en la comunidad de discípulos de Cristo a través de los diversos carismas, tareas y ministerios que Él mismo suscita para bien de toda la Iglesia (cf. TMA, 45). Esto afecta de manera especial al Seminario cuya misión de formar a los futuros sacerdotes es obra e influjo del Espíritu del Señor. Por el Espíritu Santo la llamada al seguimiento apostólico resuena con fuerza en el corazón de los seminaristas. Su presencia en el proceso de formación es gracia, luz y fortaleza para ir alcanzando la madurez que la Iglesia reclama para sus presbíteros. El día de la ordenación sacerdotal, por el gesto sacramental de la imposición de las manos del Obispo, recibirán para siempre el sello del Espíritu Santo (cf. PO, 2) que les capacitará para prolongar en la Iglesia y en el mundo la acción salvadora de Dios, como «una imagen viva y transparente de Cristo Sacerdote» (PDV 12) en medio del pueblo a ellos confiado.
En el presente curso, 165 seminaristas integran el Seminario de Madrid. Este número prácticamente se duplica si tenemos en cuenta el resto de los seminarios de la provincia eclesiástica. Estas cifras ciertamente esperanzadoras en las circunstancias actuales- invitan a reconocer, en primer lugar, la eficacia de la llamada y de la acción de Jesucristo, que por la fuerza de su Espíritu sigue actuando en nuestras familias, en las parroquias y comunidades, en los movimientos apostólicos. Cada uno de nuestros seminaristas es un testimonio vivo de ello, y un regalo que Dios nos otorga, y que constantemente debe ser implorado en la oración. Es también, una lección evidente de que allí donde se cultiva la vida cristiana con dedicación y en fidelidad a la Iglesia, surgen cristianos dispuestos a entregar sus vidas en el servicio apostólico al Evangelio y a los hombres. En este sentido, deseo recordaros la propuesta para el presente curso de nuestro vigente Plan Pastoral (Objetivo 1, línea de acción 1.2): que en todos los cauces de formación cristiana de niños y jóvenes se promuevan y cuiden las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada. Una pastoral vocacional fecunda es el más fiel indicador de la vitalidad cristiana y misionera de toda comunidad eclesial. En este sentido quiero exhortar vivamente a los sacerdotes a dar testimonio con alegría de su condición sacerdotal y a proponer sin reservas la vocación al ministerio apostólico como camino de realización personal en el seguimiento de Cristo. ¡Cuántas veces detrás de una vocación al sacerdocio se encuentra un sacerdote, humilde y sencillo que con el solo ejemplo de su vida ha despertado en el joven el deseo y el gozo de seguir al Señor!
Seguimos empeñados en la tarea de fortalecer la fe y el testimonio misionero de toda la Iglesia madrileña. A ello nos urge la caridad de Cristo (cf. 2Co 5,14), la constatación de la necesidad de Dios, de justicia y de búsqueda de sentido de tantos hermanos y hermanas nuestros, y la gracia del Espíritu Santo, agente principal de toda acción evangelizadora. En esta misión sigue siendo prioritaria la labor de los sacerdotes. Cuantos se preparan en le Seminario para serlo son la prenda y garantía que Dios nos ofrece para confiar en que, en el inmediato futuro, la palabra viva del Evangelio seguirá proclamándose entre nosotros, la Eucaristía saciando el hambre de Dios y de fraternidad, y el consuelo de Cristo mitigando el dolor y perdonando los pecados.
Celebramos el «Día del Seminario» ofreciéndole la oración y el afecto de toda la comunidad diocesana. En este día, la presencia entre vosotros de los seminaristas será, sin duda, motivo de alegría, de esperanza y de acción de gracias a Dios. Colaborad generosamente con ellos, también mediante la ayuda económica necesaria para paliar los costos inevitables de una buena y rigurosa formación. Y rogad confiadamente al Señor, y a la Virgen de la Almudena, nuestra Madre, por la fecundidad vocacional de las familias y comunidades cristianas. Que los padres, sacerdotes, y educadores cristianos, viviendo con fidelidad vuestras respectivas vocaciones en el Señor, acertéis a suscitar en los jóvenes respuestas de verdadera entrega cristiana y sacerdotal.
Os bendigo con todo afecto,