Llenos del Espíritu Santo, los misioneros diocesanos
anuncian a Jesús en los confines de la tierra
A los familiares de los misioneros diocesanos
Queridos padres y familiares de los misioneros y misioneras madrileños:
Al tiempo que escribo a los misioneros y misioneras que han partido de nuestra Iglesia diocesana de Madrid, con ocasión de la fiesta anual que celebramos en su honor, para enviarles mi saludo cariñoso y mi aliento en su hermosa tarea de anunciar por todo el mundo la salvación que Cristo nos ha traido a los hombres, me dirijo también a vosotros, su familia más cercana, para expresaros mi afecto y gratitud, en mi nombre, en el de los obispos auxiliares, y en el de toda la comunidad diocesana.
Algo -más bien mucho- de vosotros mismos está profundamente unido a vuestros familiares misioneros; ellos son de algún modo prolongación de vuestras manos, de vuestra voz y de vuestro corazón, que desean abrazar y amar a todos los hombres. Pero al mismo tiempo el testimonio vivo de nuestros misioneros y misioneras, que son carne y sangre vuestra, retorna a vosotros como una bendición que sin duda os impulsa a ser misioneros aquí, en vuestra casa, entre los más cercanos. Por mi parte, a ello os invito de corazón, y de modo especial a los más jóvenes de la familia, que tal vez un día escuchen la llamada del Señor a ser misioneros o misioneras en países lejanos. Si así sucede, no tengáis miedo. Decir que sí a Cristo es encontrar la plenitud de la vida.
Recibid mi saludo cordial, y en este año 1998, dedicado de modo especial al Espíritu Santo, le invoco para que os llene de sus dones; y a la Virgen María, nuestra Señora de la Almudena, le pido asimismo que os cubra con su protección maternal.
Con todo afecto y mi bendición,