¡Padre nuestro Padre de todos!
Índice
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Introducción
«Damos gracias a Dios por todos vosotros»
«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones»
Propuestas seleccionadas para el curso 1998-1999.
Objetivo 1
Anunciar el Evangelio a todos, creyentes y no creyentes, y educar la experiencia cristiana en la comunidad eclesial’
1.1 Potenciar la convicción de que el encargo de anunciar el Evangelio es una gracia y un deber para todos los miembros de la Iglesia y se puede realizar con sencillez a través de nuestra vida y nuestra palabra
1.2 Cuidar la pastoral del sacramento de la Penitencia
1.3 Fortalecer la formación de los agentes pastorales
Objetivo 2
Vivir la comunión -invisible y visible- en nuestra Iglesia particular
2.1 Potenciar en parroquias, arciprestazgos, delegaciones diocesanas, vicarías y en la archidiócesis en general la coordinación y complementariedad de los distintos proyectos y acciones pastorales
2.2 Hacer crecer en la conciencia de todas las comunidades e instituciones eclesiales que actúan legítimamente en la diócesis, la necesidad de contribuir al sostenimiento y financiación de la iglesia diocesana
Objetivo 3
Vivir las exigencias de la comunión eclesial con los excluidos de los bienes materiales y sociales
3.1 Reforzar los equipos de Cáritas y, en general, de acción social, cuidando la formación de sus miembros, de modo que puedan animar la acción caritativa de toda la comunidad-diocesana y parroquial como elemento integrante del procesoevangelizador
Objetivo 4
Hacer presente en el mundo la verdad, la vida y la fuerza transformadora del Evangelio
4.1 Fomentar el compromiso activo -individual y asociado- de los laicos
Seguimiento
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Introducción
«Damos gracias a Dios por todos vosotros»
«Ante Dios, que es nuestro Padre, hacemos sin cesar memoria de actividad de vuestra fe, del esfuerzo de vuestro amor y de la firme esperanza que habéis puesto en nuestro Señor Jesucristo» (1 Tes 1,2-3). Estas palabras de san Pablo expresan bien algo que estamos viviendo estas u mas semanas en toda la diócesis. Al finalizar el curso nos hemos detenido ver adónde llegamos en el trabajo que nos habíamos propuesto, y se nos han hecho un poco más presentes en la conciencia la fe, el amor y la esperanza de nuestras comunidades y grupos cristianos. El Espíritu Santo hace brotar en nuestro corazón la alabanza y el agradecimiento a Dios Padre nos ha llamado a su servicio.
Terminamos el segundo año del plan pastoral «Fortalecer la fe y el testimonio misionero de todo el pueblo de Dios». A lo largo de estos meses hemos mantenido en la comunidad diocesana el esfuerzo por anunciar el Evangelio y educar la experiencia cristiana. Se ha estudiado el documento «Acogida y acompañamiento de los alejados que se acercan a la Iglesia con motivo de los sacramentos»; poco a poco se va consolidando en muchas parroquias el equipo de laicos que, junto con algún presbítero, acoge a los que piden los sacramentos y los ayuda a preparar la celebración. Avanza el proceso de las misiones populares en las parroquias que lo habían emprendido. Se ha presentado el material al servicio del des pertar religioso de los niños y se sigue trabajando en la elaboración de los demás materiales catequéticos. La carpeta sobre «El Día del Señor» ha sido una buena contribución para la formación de quienes preparan las celebraciones en las comunidades. Se está preparando el proyecto para la evangelización de los jóvenes. La misión en las universidades de Madrid está ya a punto de comenzar.
La comunión eclesial ha sido alentada en nuestra Iglesia particular con el impulso que han experimentado los Consejos de coordinación y animación pastoral de los arciprestazgos. A esto ha contribuido mucho el decreto de los estatutos de los arciprestazgos. En la misma dirección va la preocupación por aunar iniciativas en un proyecto común diocesano, sobre todo en el ámbito de la pastoral educativa y de la pastoral social.
En el plan pastoral se expresa la llamada que sentimos a vivir las exigencias de la comunión eclesial con los excluidos de los bienes materiales y sociales. También en este campo la fuerza del Espíritu está haciendo producir algunos frutos. Las comunidades crecen en sensibilidad y surgen en ellas nuevas iniciativas al servicio de la educación preventiva, rehabilitación de drogodependientes, orientación e información a parados, acompañamiento y apoyo a mujeres maltratadas, acompañamiento a ancianos… Todo esto hace sentir con más fuerza la necesidad de un mayor compromiso y de acciones diocesanas debidamente articuladas, así como de cuidar la formación de los voluntarios, de modo que puedan ser eficaces en su acción y vivirla como testimonio cristiano.
Hacer presente en el mundo la verdad, la vida y la fuerza transformadora del Evangelio, les parece a muchos un propósito difícil porque lo encuentran inconcreto y demasiado general. Pero, gracias a Dios, no por eso disminuye la inquietud apostólica. El Espíritu Santo no deja de hacernos sentir claramente la urgencia de llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad, como lo dijo Pablo VI, de «alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación» (La evangelización del mundo contemporáneo, 19).
«El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones»
Todo el esfuerzo de nuestra Iglesia diocesana para que Jesucristo sea conocido y confesado como el Hijo de Dios, para que el Evangelio sea proclamado y vivido, va a estar orientado en el próximo curso y durante todo el año 1999 por las indicaciones de Juan Pablo II en Tertio Millennio Adveniente.
El Espíritu Santo nos hace comprender el amor incondicionado que Dios nos tiene. «La prueba de que Dios nos ama, escribe san Pablo a los romanos, es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros» (Rom. 5,8), «En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios mandó al mundo a su Hijo único, para que vivamos por medio de Él. En esto consiste el amor: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó y nos envió a su Hijo, como propiciación por nuestros pecados» (lJn 4,9-10). Este amor que Dios Padre nos tiene, es el fundamento de nuestra vida, el origen de nuestra salvación.
A medida que vamos conociendo a Jesucristo, el Espíritu Santo nos hace experimentar el amor con que somos amados y vemos con más claridad cuál es la vocación a la que estamos llamados: vivir unidos a Él y, viviendo su misma vida, entrar de su mano en la comunión plena con Dios Padre y así hacer posible la comunión con todos sus hijos, nuestros hermanos. Nuestra vida toda, se puede decir, es camino hacia esa comunión.
Avanzar hacia el encuentro con Dios, atraídos por el amor que nos tiene, lleva consigo conversión. El Espíritu Santo nos da luz para reconocer los pecados y los obstáculos que nos estorban el camino, y nos anima a buscar todo lo que nos acerca a la meta que perseguimos e incluso nos la hace gustar anticipadamente. Jesús, a punto de consumar la entrega de su vida, ruega insistentemente al Padre que culmine su obra en los discípulos: «Haz que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la verdad… Por ellos yo me ofrezco enteramente a ti, para que también ellos se ofrezcan enteramente a ti por medio de la verdad» (Jn 17,17.19). Jesús desea por encima de todo que los discípulos respondan con toda fidelidad a la vocación a la que son llamados; para eso entrega su vida. La respuesta fiel sólo la podrán dar por medio de la verdad, es decir, convirtiéndose a Él, viviendo unidos a Él, que se ha revelado como la Verdad, el Camino y la Vida.
La comunión con Dios no es un puro sentimiento, es vida; consiste en conocer con su mirada, valorar con su juicio, compadecer con su corazón misericordioso, trabajar en la realización de su Designio. La comunión con Dios a la que estamos llamados es gracia, un regalo que Él nos hace, pero requiere que, por nuestra parte, lo acojamos y cultivemos. Es preciso, en primer lugar, agradecerlo; es preciso luego reconocer lúcida y humildemente la propia debilidad y el propio pecado, saber pedir perdón y dejarse reconciliar con el Padre siempre dispuesto a abrazar al hijo arrepentido; es preciso volver a empezar, de nuevo cada día, el trabajo que Él confía a quien hace familia suya. Tomar en serio la comunión con Dios implica hoy el redescubrimiento del sacramento de la Penitencia y su celebración sincera.
La comunión con Dios, Padre siempre pendiente de sus hijos más débiles, obliga a quien la vive a salir de sí; a salir, junto con el Hijo Jesucristo, a buscar y salvar lo que está perdido.. «Recordando que Jesús vino a ‘evangelizar a los pobres’, ¿cómo no subrayar más decididamente la opción preferencial de la Iglesia por los pobres y los marginados ? Se debe decir ante todo que el compromiso por la justicia y por la paz en un mundo como el nuestro, marcado por tantos conflictos y por intolerables desigualdades sociales y economices, es un aspecto sobresaliente de la preparación y de la celebración del Jubileo» (TMA 51). Pero, junto con la desigualdad económica, también los enfrentamientos por motivos culturales, el desprecio de los derechos de la mujer y tantas veces y con tanta frecuencia la conculcación de los derechos de la familia y el matrimonio, la negación del derecho a la vida de los más inocentes -de los no nacidos-, constituyen un atentado contra la dignidad de los hijos de Dios que hemos de respetar y hacer respetar.
La civilización que parece que se va instaurando en nuestra sociedad, empobrecida por el olvido y la marginación de Dios, nos emplaza a mostrar desde nuestra gozosa experiencia -«creí y por eso hablé», recuerda san Pablo a los corintios (2 Cor 4,13)- las señales de la presencia bondadosa de Dios, a testimoniar con las palabras y las obras los caminos por los que sale a nuestro encuentro y nos atrae hacia Él. Junto con todos los hombres y mujeres de buena voluntad, inspirados aun sin saberlo por el Espíritu que hace nuevas todas las cosas, estamos llamados a construir una civilización del amor fundada en la fraternidad, justicia, libertad, servicio, cuya plenitud nos ofrece Jesucristo y sólo en la comunión con Dios podemos alcanzar.
En la Virgen María, llena de gracia, la comunión con Dios brilla en todo su esplendor. Verdaderamente el Poderoso ha hecho obras grandes por ella y en ella. La ha hecho modelo de disponibilidad en su respuesta a la vocación: «Aquí está la esclava del Señor» (Lc 1,38), y guía de los discípulos de su Hijo: «Haced lo que Él os diga» (Jn 2,5). Con los ojos puestos en ella, estrella de la evangelización, queremos consagrarnos al anuncio y la instauración del Evangelio. ¡Que se fortalezca la fe y el testimonio misionero del Pueblo de Dios en Madrid!
Propuestas selccionadas para el curso 1998-1999
Las sugerencias presentadas desde los diversos ámbitos de la diócesis han sido estudiadas por el Consejo Episcopal, el Consejo Presbiteral y el Consejo Diocesano de Pastoral. Después de haber reflexionado sobre ellas y siguiendo las indicaciones de Tertio Millennio Adveniente para el próximo año, hemos elegido, dentro de nuestro Plan Pastoral, las líneas de acción que estimamos prioritarias para el curso 1998 – 1999. Señalamos también algunas acciones concretas que pueden ayudar a avanzar con realismo y, dentro del ancho cauce de la pluralidad diocesana, en la misma dirección.
Importa mucho, por tanto, que, movidos por la audacia que da el Espíritu, con toda discreción y respeto pero también con toda la sinceridad y claridad que nos merecen las personas a las que queremos, nos abrevamos a hacer llegar a quienes aún no lo conocen, el empeño de Dios Padre por reunir a todos sus hijos dispersos.
Sabemos que Dios, a quien Jesús nos enseñó a llamar «Padre nuestro», quiere ser reconocido, pues lo es realmente, como Padre de todos. Esta voluntad de Dios, amorosamente acogida, bien debe ser este próximo año, en la conciencia de todas las comunidades y grupos cristianos, fuente que alimente la motivación de toda nuestra acción pastoral, clave que revele el sentido, fuerza que sostenga el rumbo.
No nos apartamos del objetivo general del trienio:
Fortalecer la fe y el testimonio misionero de todo el Pueblo de Dios
Para alcanzarlo, proseguimos el camino emprendido a través de los cuatro objetivos específicos:
1. Anunciar el Evangelio a todos, creyentes y no creyentes, y educar la experiencia cristiana en la comunidad eclesial.
2., Vivir la comunión – invisible y visible- en nuestra Iglesia partitular.
3 Vivir las exigencias de la comunión eclesial con los excluidos de los bienes materiales y sociales.
4. Hacer presente en el mundo la verdad, la vida y la fuerza transformadora del Evangelio.
1. Anunciar el Evangelio a todos, creyentes y no creyentes, y educar la experiencia cristiana
Pedro y Juan, encarcelados por anunciar que Jesús había resucitado, no dudaron en responder a los jefes del pueblo y los ancianos, sin altanería pero con valentía y firmeza: «No podemos dejar de proclamar lo que hemos visto y oído» (Hch 3,20). Y Pablo, que no se avergüenza del Evangelio, fuerza de Dios para que se salve todo el que cree (cf Rom 1,16), lo predica con toda claridad: «Sabiendo que Dios en su misericordia nos ha confiado este ministerio -escribe a los corintios-, no nos desanimamos. Al contrario, evitamos los silencios vergonzosos, el proceder con astucia y el falsificar la Palabra de Dios» (2 Cor 4,1-2).
También nosotros deberíamos renovar nuestra propia experiencia cristiana de Jesucristo, entusiasmarnos otra vez, aprender de nuevo a contar, en un lenguaje inteligible para nuestros interlocutores y para nosotros mismos, la fe de la Iglesia.
Queremos redoblar nuestro esfuerzo para que todos -niños, jóvenes, mayores- conozcan, como nosotros conocemos, la misericordia de Dios Padre y se sientan acogidos por Él.
Líneas de acción:
1 . 1 Potenciar la convicción de que el encargo de anunciar el Evangelio, es una gracia y un deber para todos los miembros de la Iglesia y se puede realizar con sencillez a través de nuestra vida y nuestra palabra.
Ayuda a avanzar en esta línea:
* proseguir las misiones populares en las parroquias que las han emprendido y presentarlas en los arciprestazgos en que ano sea necesario;
* consolidar los equipos de acogida a quienes solicitan los sacramentos mediante la incorporación de nuevos miembros, la asimilación del documento Acogida a los alejados… publicado el año pasado, la utilización de los materiales catequéticos y litúrgicos que se publiquen;
* conocer los materiales de la Delegación de Catequesis sobre el despertar religioso de los niños, presentarlos y ofrecerlos a los padres, preparar monitores para los grupos de padres que se formen;
* ofrecer jornadas de evangelización durante la Cuaresma de 1999 en las parroquias del centro de la ciudad, teniendo en cuenta sus rasgos específicos;
* recordar en la predicación y en la catequesis y celebrar especialmente a lo largo de este año, sobre todo en Adviento y Pascua, la presencia de la Virgen María en los misterios de nuestra salvación;
* apoyar a las familias, especialmente en su tarea de educar cristianamente a los hijos;
* potenciar el proyecto diocesano de evangelización de los jóvenes y las acciones que se emprendan en orden a su realización.
1.2 Cuidar la pastoral del sacramento de la Penitencia.
Ayuda a avanzar en esta línea:
* procurar, a través de la predicación, la catequesis o la formación intensiva ofrecida en los tiempos fuertes, la recuperación del sentido religioso del pecado;
* actualizar la reflexión teológica y la experiencia espiritual del sacramento de la Penitencia en los equipos presbiterales;
* presentar en las comunidades cristianas la doctrina de la Iglesia sobre el sacramento de la Penitencia con la ayuda de algunos materiales sencillos;
* cuidar la celebración del sacramento de la Penitencia, ofreciendo habitual y convenientemente la posibilidad de la celebración a un solo penitente.
1.3 Fortalecer la formación de los agentes pastorales
Ayuda a avanzar en esta línea:
* potenciar el proyecto diocesano de formación integral, básica, sistemática y gradual, cuidando la coordinación de los diferentes organismos afectados, así como la complementariedad de los diversos cauces que pudieran establecerse.
2. Vivir la comunión -invisible y visible- en nuestra Iglesia particular.
La vocación que hemos recibido a la comunión con Dios y a colaborar en la realización de su Designio, la han recibido también otros hijos e hijas de Dios que tienen una mentalidad distinta de la nuestra, o que se sienten llamados a trabajar en aspectos o tareas concretas del proceso evangelizador distintos de los que nos son habituales. El deseo de conversión a Dios y al trabajo que Él nos encarga, ha de llevarnos sin duda al reconocimiento y apoyo de quienes están respondiendo a la misma llamada de Dios por caminos diferentes de los nuestros pero que conducen al mismo fin.
Siendo Dios Padre de todos, ¿cómo poner límites a nuestra fraternidad? Siendo Dios quien nos convoca a todos, ¿con qué criterio nuestro nos atreveríamos a seleccionar a ]os convocados?
Lo que san Pablo escribe a los corintios, es verdad también en nosotros: «Vosotros formáis el cuerpo de Cristo y cada uno por su parte es un miembro. Y Dios ha asignado a cada uno un puesto en la Iglesia» (1 Cor 12, 27-28). Se comprende así el sentido de la pluralidad, y se nos abre el camino -exigente, por cierto- del respeto y apoyo mutuo en nuestras respectivas vocaciones.
Líneas de acción:
2.1 Potenciar en parroquias, arciprestazgos, delegaciones diocesanas, vicarías y en la archidiócesis en general la coordinación y complementariedad de los distintos proyectos y acciones pastorales.
Ayuda a avanzar en esta línea:
* coordinar en los arciprestazgos, de acuerdo con las orientaciones diocesanas, los planes pastorales de parroquias y congregaciones e institutos religiosos, tanto en el campo de la educación católica como en el de la acción social, y favorecer encuentros de los agentes pastorales;
* potenciar la coordinación con las delegaciones diocesanas;
* promover en cada arciprestazgo reuniones de los consejos pastorales parroquiales.
2.2 Hacer crecer en la conciencia de todas las comunidades e instituciones eclesiales que actúan legítimamente en la diócesis, la necesidad de contribuir al sostenimiento y financiación de la Iglesia diocesana.
3. Vivir las exigencias de la comunión eclesial con los excluidos de los bienes materiales y sociales
«El amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que Él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados.
Si alguno dice: ‘Yo amo a Dios’, y odia a su hermano, es un mentiroso, pues quien no ama a su hermano a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve. Y nosotros hemos recibido de Él este mandato: que el que ama a Dios, ame también a su hermano.» (1 Jn 4,10.20-21).
El amor con que los discípulos de Jesús hemos de tratar a los pobres no arranca de los análisis socio- económicos que recomiendan controlar la exclusión y la pobreza. Ni tampoco arranca propiamente de nuestro «buen corazón». Se fundamenta en el amor con que Dios nos ama. Habiendo sido Dios tan generoso con nosotros que nos dió a su Hijo y con Él nos lo dió todo y no tiene más que dar, ¿cómo no poner todo lo nuestro, lo que somos y podemos, a disposición suya y de quienes son sus hijos preferidos? Unidos a Jesucristo, viviendo su misma vida de hijos, decimos con Él al Padre: «Todo lo mío es tuyo, y todo lo tuyo es mío». En eso consiste nuestra felicidad.
Línea de acción:
3.1 Reforzar los equipos de Cáritas y, en general, de acción social, cuidando la formación de sus miembros, de modo que puedan animar la acción caritativa de toda la comunidad diocesana y parroquial como elemento integrante del proceso evangelizador.
Ayuda a avanzar en esta línea:
* continuar el trabajo de sensibilización de toda la comunidad y la formación de los voluntarios, suscitando y cultivando entre los jóvenes vocaciones para la pastoral gitana, penitenciaria, sanitaria, rehabilitación de drogadictos, educación preventiva …;
* coordinar iniciativas e impulsar proyectos en el campo de la rehabilitación de drogadictos, colaborando también cuando sea oportuno (o, si es el caso, llamando la atención sobre desviaciones e insuficiencias) en proyectos promovidos por la iniciativa privada o por la Administración;
* coordinar iniciativas e impulsar proyectos en el campo de la atención a transeúntes;
* impulsar y desarrollar proyectos de intervención social en los núcleos de población marginada;
* favorecer la información lúcida y crítica sobre la realidad del paro, y expresar con signos concretos la solidaridad con los parados;
* acoger a los trabajadores inmigrantes, conocer su situación, valorar con ellos sus condiciones de vida y comprometerse junto con ellos en procesos de integración en la sociedad y en nuestras comunidades;
* difundir a través de materiales sencillos los temas principales de la doctrina social de la Iglesia;
* contribuir a la puesta en marcha del Consejo Diocesano de Pastoral Social.
4. Hacer presente en el mundo la verdad, la vida y la fuerza transformadora del Evangelio.
«Alumbre así vuestra luz a los hombres para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en el cielo» (Mt 5,16).
Parece que necesitamos un mayor esfuerzo de reflexión y diálogo para ayudarnos unos a otros a comprender mejor el alcance de este objetivo del Plan: en qué consiste el verdadero servicio que estamos llamados a prestar hoy a los hombres y mujeres de nuestra sociedad y al bien común. Necesitamos también creatividad y quizá un poco de atrevimiento para sacar adelante iniciativas nuevas. Motivos tenemos de sobra.
«Acogiendo y anunciando el Evangelio con la fuerza del Espíritu, la Iglesia se constituye en comunidad evangelizada y evangelizadora y, precisamente por eso, se hace sierva de los hombres. En ella los fieles laicos participan en la misión de servir a las personas y a la sociedad.
Tal servicio se enraíza primariamente en el hecho prodigioso y sorprendente de que, ‘con la encarnación, el Hijo de Dios se ha unido en cierto modo a cada hombre’. En esta contribución a la familia humana de la que es responsable la Iglesia entera, los fieles laicos ocupan un puesto concreto, a causa de su ‘índole secular’ que les compromete, con modos propios e insustituibles, en la animación cristiana del orden temporal» (Los fieles laicos 36).
Construyamos con nuestro servicio la civilización del amor. Es fruto de nuestra ofrenda para gloria y honor de Dios Padre. Es oportuno recordar aquí la petición que hacía san Pablo a los romanos: » Os pido, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que os ofrezcáis como sacrificio vivo, santo y agradable a Dios. Este ha de ser vuestro auténtico culto. No os acomodéis a los criterios de este mundo; al contrario, transformaos, renovad vuestro interior para que podáis descubrir cuál es la voluntad de Dios, qué es lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto» (Rom. 12, 1-4).
Línea de acción:
4.1 Fomentar el compromiso activo -individual y asociado- de los laicos.
Ayuda a avanzar en esta línea:
* dar a conocer y practicar métodos de lectura creyente de la realidad, que ayuden a descubrir cuál es la voluntad de Dios en los acontecimientos humanos. «El laico debe aprender gradual y paulatinamente a mirar, juzgar y actuar a la luz de la fe» (VATICANO II, Decreto sobre el apostolado de las laicos, 29);
* organizar encuentros de reflexión y diálogo sobre acontecimientos, situaciones o problemas que preocupan en la sociedad, valorándolos a la luz de la doctrina de la Iglesia, en orden a la formación de la conciencia y a una actuación coherente;
* animar a través de la predicación, catequesis, grupos de reflexión, etc., a participar en la vida pública (asociaciones, acción política y sindical, movimientos ciudadanos…), procurando la promoción de los valores cristianos;
* apoyar la participación en los movimientos de apostolado seglar activos en los distintos ambientes (pastoral obrera, universitaria, de medios de comunicación …), en orden a lograr una organización más justa y solidaria de la sociedad, y más acorde con la dignidad de la persona;
* impulsar desde las parroquias y las asociaciones apostólicas correspondientes la pastoral familiar: su espiritualidad específica, el apoyo a matrimonios en dificultades, el derecho a la vida y a la educación de los hijos de acuerdo con las convicciones religiosas y morales de los padres;
* acompañar y animar el testimonio de los educadores y profesores cristianos;
* apoyar la puesta en marcha del Consejo Diocesano de Cultura
* apoyar la puesta en marcha del Foro de Pensamiento Cristiano;
* cuidar la formación de quienes, voluntarios o profesionales, acompañan a los enfermos en hospitales o en casa, de modo que su servicio les ofrezca atención espiritual, ayuda para paliar la dureza de sus situaciones y el consuelo de sentir la compañía de la Iglesia en los momentos de la enfermedad y de la muerte.
SEGUIMIENTO
La llamada renovada del Señor a trabajar en su viña es una gracia que nos llena de alegría, pero por nuestra parte requiere responsabilidad. Reconocer que la llamada de Dios no es exclusiva de cada uno, sino que Dios nos llama a todos a trabajar conjuntamente, es una gracia que suscita la corresponsabilidad.
A veces sentimos la tentación de dejarnos llevar por la espontaneidad y actuar según lo pidan las circunstancias que se presenten, o de programar y revisar individualmente la acción de la que cada uno somos inmediatamente responsables, sin someternos a la búsqueda fraterna de los objetivos comunes.
La llamada de Dios es una gracia exigente. Responder supone una actitud de conversión, de búsqueda de su verdad en nosotros y en nuestros hermanos, de deseo de secundar su acción. Por eso la evaluación no se reduce a la mera verificación de si se han logrado o no los objetivos previstos, ni la mejor programación es sin más la que procura: estrategias más eficaces. Evaluar y programar la acción pastoral lleva consigo un ejercicio de discernimiento, de invocación al Espíritu Santo y de oración, de acogida de la llamada que Dios nos dirige desde los acontecimientos y situaciones de la vida, contemplados en la Iglesia -y con sentido eclesial- a la luz de su Palabra.
De vuestro examen de conciencia pastoral y de vuestras propuestas han nacido en gran medida estas orientaciones, que os ofrezco para el próximo curso y para todo el año 1999. La programación de la acción pastoral, de la que ninguna parroquia ni asociación debe sentirse dispensada, más que una lista de obligaciones, ha de ser el recordatorio permanente de lo que nos reclama nuestra vocación cristiana y de la tarea que se nos confía.
Dios, Padre nuestro, quiere valerse de nosotros para llegar a ser reconocido por todos sus hijos. Quiere ensancharnos el corazón para que quepan en él, como hermanos, todos los que hasta ahora nos son extraños. Quiere encendernos el corazón para que, en su Nombre, salgamos a buscarlos.
Que todos los trabajos previstos en el Plan Diocesano de Pastoral para este su tercer y último año sean cumplimiento de la confiada indicación de la Madre de Jesús a los sirvientes en la boda de Caná: «¡Haced lo que Él os diga!».
Con mi afecto y bendición,
Madrid, en la Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, de 1998.