Carta Pastoral “El anuncio de Jesucristo en la Universidad”

Misión Universitaria

Mis queridos Hermanos y Hermanas del Señor:

En mi primera carta pastoral como Obispo de Madrid, titulada Evangelizar en la comunión de la Iglesia, comunicaba la urgencia de llevar a cabo una nueva evangelización en nuestra diócesis, y señalaba corno tarea más apremiante «el anuncio de la Buena Noticia de Jesucristo, que es la Buena Noticia del valor y la dignidad de todo ser humano»(1). Durante los años de mi ministerio pastoral he mantenido esta preocupación y he querido que fuera el primer objetivo del Plan Pastoral para la Archidiócesis de Madrid: «anunciar el Evangelio a todos, creyentes y no creyentes, y educar la experiencia cristiana en la comunidad eclesial»(2). Es bien conocido por todos que este nuevo impulso misionero tiene su gran modelo en Su Santidad Juan Pablo II: con su magisterio y sus viajes apostólicos sostiene y lleva a cabo en primera persona esta evangelización. Entre sus múltiples escritos dedicados a proponer la nueva evangelización, cómo no recordar su inolvidable, aunque poco leída, encíclica Redemptoris missio. En ella señala como grandes campos de evangelización las jóvenes generaciones, el mundo de la cultura y la investigación científica. Estos campos están representados de un modo privilegiado en una de nuestras instituciones sociales más emblemáticas: la Universidad.

Aunque ha sufrido una gran transformación a lo largo de su historia, la Universidad continúa definiéndose por su dedicación a la ciencia, en definitiva, por la investigación y docencia de la verdad que atañe al mundo, al hombre y a su destino último. Este noble deseo de investigar y transmitir la verdad, la constituye hoy, al igual que en el pasado, en defensora de la libertad de] hombre y en conciencia crítica frente a cualquier tipo de poder destructivo. Todo intento de reducirla a mero instrumento de aprendizaje técnico y profesional lleva consigo si¡ propia aniquilación. Por desgracia, liemos de reconocer que en gran medida la Universidad ha perdido, además de su visión global de la realidad. parte de su pasión por la búsqueda de la verdad plena sobre el hombre y el cosmos y su mutua relación. En este sentido, ya no es un lugar donde quede satisfecho el ansia de saber, y donde la persona sea introducida en el conocimiento de la realidad completa, que favorece el encuentro con la respuesta a las preguntas fundamentales de la vida.

Es curioso que la multiplicidad de disciplinas ofrecidas hoy en la Universidad ayuden tan poco a descubrir el sentido de la vida humana, y a encuadrar en él el valor concreto de una profesión o de una disciplina determinada Con frecuencia, por ejemplo, se rechazan como no científicas e irrelevantes las preguntas fundamentales del ser humano. Sin duda esta censura o rechazo figura entre las principales causas del extravío cultural que sufren nuestras generaciones jóvenes, cuyas manifestaciones más visibles son el pasotismo, el individualisino egoísta, el rechazo de cualquier compromiso social sistemático, la incertidumbre radical y la soledad. Así lo recordaba hace ya algunos años Juan Pablo II: «Una sociedad hedonista y consumista que intenta borrar en el ser del hombre la dimensión espiritual se priva por lo mismo de todo auténtico proyecto de humanidad que proponer a sus miembros. Me parece que ésta es la principal razón de la grave desbandada de la juventud de hoy , la cual se encuentra privada de ideales que conseguir Y de proyectos de verdadera humanidad que realizar precisamente en la fase más importante de su formación, como es la que se realiza en la Universidad (3)».

Entre las causas de esta situación, se halla sin duda la reducción de la misión del profesor universitario a la de simple transmisor de un saber teóricarnente neutro. Quizá se siente hoy más que en otra época la necesidad de verdaderos maestros en la Universidad. Maestro es el testigo de la verdad, el que facilita su conocimiento y ayuda a percibir su correspondencia con la persona, con la vida humana. Por ello en mi carta sobre La Palabra de la Verdad recordaba que «la Iglesia necesita, hoy , y más que nunca, seglares católicos como profesores y formadores (le la Juventud que se dejen iluminar en su tarea formativa por la Palabra de Dios y la trasluzcan, sin menoscabo de ninguna legítima autonomía científica o pedagógica… Esta necesidad, sin embargo se revela como especialmente grave y urgente en la Universidad, en donde /a palabra de quien ha conocido el sentido profundo del universo Y del hombre, gracias al encuentro con Cristo, Podrá manifestar respeto y amor profundo a la verdad, y proponer una visión integral de la persona humana que no niegue o reduzca dimensiones esenciales de su vida. La presencia y testimonio del profesor cristiano en la Universidad es requerida por tino de los problemas más inquietantes de la hora actual: el de saber poner al servicio de la humanidad los diferentes conocimientos de la ciencia sin caer en la tentación de una supuesta objetividad científica, más allá de toda exigencia ética, que pueda, en definitiva, volverse contra el hombre, pervertirle y destruirle. De esta forma el universitario cristiano contribuye a una educación abierta a la totalidad del destino humano»(4).

Es urgente que la Universidad vuelva a ser un ámbito donde el joven, además de formarse para el ejercicio de una determinada profesión, tenga la oportunidad, al menos, de asomarse a la verdad plena sobre el mundo, el hombre y su destino. La propuesta de una misión universitaria, que tendrá lugar durante el primer trimestre del curso 1998-99, pretende responder a estos retos desde la convicción profunda de que el Evangelio de Cristo es verdad y vida para el hombre. Anunciar a Jesucristo, proclamar su verdad y mostrar el camino de la salvación tiene mucho que ver con el nacimiento de la Universidad como institución íntimamente vinculada a la vida de la Iglesia y a su misión evangelizadora. Tiene mucho que ver, sobre todo, con la necesidad que el hombre tiene de conocer la verdad sobre sí mismo como hijo de Dios llamado a la vida eterna, de la que se hace testigo construyendo, al mismo tiempo, la ciudad terrena. Estarnos convencidos de que la apertura a la fe cristiana es fundamental para responder a los dos graves desafíos a los que aludíamos anteriormente: el extravío cultural de los jóvenes y la pérdida del valor universal de la verdad. y de la integración de los saberes en una visión global de la existencia.

Con la misión, por tanto, querernos que el universitario pueda escuchar, allí donde crece en el conocimiento de lo que un día será su profesión y quehacer en el mundo, la única verdad que salva y que tiene un nombre propio: Jesucristo. Acoger esta verdad le ayudará a dar respuesta a los grandes interrogantes que el joven se plantea quizá con más exigencia en los años de estudio universitario; interrogantes que tienen que ver con el sentido de la vida humana, el valor del trabajo, la construcción de un mundo nuevo, regido por ]ajusticia y la verdad, la solidaridad y fraternidad entro los pueblos, y tantas otras que se refieren al modo de ser hombres y a las inmensas posibilidades que el hombre tiene de hacer de su vida un ejercicio permanente de servicio a la sociedad y la humanidad entera. La misión quiere ser, en este sentido, un servicio de acompañamiento para aquellos que, al descubrir y vivir la fe cristiana, quieren vivirla con plenitud en el ámbito del inundo universitario. Por ello, invito a profesores, alumnos y a cuantos prestan sus servicios en la Universidad a que acojan esta ocasión de gracia en la que el Señor Jesús, hermano y salvador de los hombres, pasa por nuestras vidas compartiendo e iluminado plenamente nuestra existencia.

Somos conscientes de que esta misión encontrará dificultades de todo tipo. Unas procederán del exterior, del ambiente cultural en que vivimos, donde la fe es considerada por muchos como una reliquia de] pasado; otras serán debidas a la propia debilidad de la fe de muchos cristianos.

Hay que reconocer que no pocas personas, sobre todo jóvenes, han descartado la posibilidad de que el cristianismo tenga algún interés y traiga un bien para sus vidas. Son hijos de la mentalidad expresada por F. Nietzsche: «Todas las posibilidades de la vida cristiana han sido consideradas, las más serias , las más superficiales, las más atrevidas Y las más ponderadas. Es tiempo de descubrir otra novedad»(5). En determinados ámbitos de la cultura moderna, que influyen poderosamente en el pueblo, el cristianismo puede sobrevivir por un cierto tiempo, mientras duren sus formas institucionales y culturales, pero ha dejado de ser una experiencia viva y atractiva. Nuestra sociedad actual, como ya anunció C. Péguy hace mucho tiempo, «izo es sólo un inundo de mal cristianismo esto no sería nada, sino un inundo incristiano, descristianizado»(6). Si nuestra sociedad está descristianizada no nos debe sorprender, por tanto, ningún tipo de menosprecio o indiferencia. El escándalo o la perplejidad se debe a la censura de este dato. No basta con acusar y denunciar lo que la sociedad de hoy tiene de irreligiosa o de inmoral; es preciso proponer con nuevo ardor el anuncio gozoso del Evangelio de Cristo.

Recordemos, no obstante, que también los cristianos somos responsables de la descristianización de nuestro mundo al vivir, si ¡lo de espaldas a la fe, sí al menos en poca coherencia con el Evangelio. La fe cristiana debe hacerse visible, palpable, en la vida de quienes han sido iluminados y salvados por Cristo. Los cristianos no vivimos en ciudades aisladas, ni construimos nuestros propios lugares de convivencia, estudio o diversión. Estarnos en el mundo: somos luz y sal. El Señor nos ha colocado en las mismas circunstancias sociales, políticas, económicas y culturales de nuestros hermanos que no tienen fe, o viven en la indiferencia o el agnosticimo. El encuentro con Cristo se hará a través de nuestra vida, del testimonio de nuestra conversión personal, del ejercicio humilde y valiente de las bienaventuranzas, en definitiva, del esplendor de la verdad cristiana, que debe brillar, como enseña Jesús, en nuestras obras. Si vivimos así, el cristianismo será, como ha sido siempre en la vida de quienes se han dejado guiar por Cristo, un acontecimiento salvador para el inundo. Viendo a los cristianos vivir en coherencia con su fe, muchos se harán, como decía Pablo VI, planteamientos irresistibles: «¿Por qué son así? ¿Por qué viven de esa manera? ¿Qué es o quién es el que los inspira? ¿Por qué están con nosotros?»(7).

Os exhorto, pues, a quienes vivís vuestra fe en la Universidad a preparar la misión renovando vuestra conciencia de Iglesia viva, edificada sobre único fundamento que es Cristo, y reconociéndoos miembros del único Cuerpo de Cristo. El testimonio de unidad y de mutua caridad es presupuesto fundamental para que la misión universitaria como toda misión en la Iglesia- sea fecunda. Sois muchos los que, desde diversos carismas y movimientos apostólicos, participáis en la vida de la Universidad. Os invito a sentir la Iglesia en vuestro corazón que se hace presente en esta Iglesia particular de Madrid, para que en plena comunión con la Iglesia universal, el Cuerpo de Cristo, y con el Obispo, que os preside en la unidad y verdad de la fe, y os envía a predicar el Evangelio. ofrezcáis a cuantos os contemplen la belleza de la unidad eclesial, que es signo de que todos los hombres están llamados a integrarse en la Iglesia de Cristo. Este testimonio no suprime los carismas, sitio que los integra en el único lugar que les da su pleno sentido, pues es el lugar donde nacieron y para el que fueron suscitados por el Espíritu: la única Iglesia de Cristo, el Cuerpo del Señor, presidida por el Sucesor de Pedro.

Conscientes de esta pertenencia a la Iglesia, convertíos cada uno de vosotros en verdaderos testigos de Cristo Resucitado que sale al encuentro de quienes aún no le conocen. El Cristo que pasó por la vida de los hombres los apóstoles, la Samaritana, Zaqueo, María de, Magdala, sigue pasando por la vida de nuestros contemporáneos. Y pasa a través de nosotros que hemos recibido el encargo de hacerlo presente. La responsabilidad que conlleva esta misión nos debe mantener atentos y despiertos a todo encuentro con nuestros hermanos para que puedan percibir lo que san Pablo llamaba el «buen olor de Cristo» que dimana de nuestras vidas. Esta presencia de Cristo, en nuestra humilde existencia, despertará la fe, que se hará completa, al escuchar el anuncio del Evangelio, la proclamación de la verdad. Acercaos a vuestros hermanos, vivid junto a ellos sus preocupaciones, gozos y esperanzas. Servidles con la entrega de lo que sois y tenéis y ofrecedles la misma invitación que Cristo os ha dirigido a vosotros: «Sígueme». Así se construye la Iglesia, por medio de una cadena ininterrumpida de testigos de esta llamada del Señor que nos invita a su seguimiento para gozar de la vida que sólo El puede ofrecernos: la vida eterna. La misión universitaria consiste en esto: en hacer resonar aquella primera invitación que Dios nos hizo en Jesucristo a participar de su vida. Y esto sólo puede hacerlo la Iglesia, realidad humana, pero en la que vive el Dios hecho carne.

La fuerza de la ilusión, por tanto, depende fundamental mente de que el cristiano experimente él mismo la grandeza de su vocación. Solamente quien vive con alegría y gratitud su propio seguimiento de Cristo, invitar a otros. Es el testigo quien mueve, no el simple propagandista. «Es interesante recordar que la Iglesia antigua, después del tiempo de los apóstoles, desarrolló como Iglesia una actividad misionera relativamente reducida, izo tenía estrategia alguna para el anuncio de la fe a los paganos, y sin embargo ese tiempo fue un período de gran éxito misionero. La conversión del mundo antiguo al cristianismo izo fue el resultado de una actividad planificada, sino el fruto de la prueba de la fe, en el inundo como se podía ver en la vida de los cristianos y en la comunidad de la Iglesia. La invitación real de experiencia a experiencia y no otra cosa, fue, humanamente hablando, la fuerza misionera de la antigua Iglesia»(8).

En definitiva, la misión consiste en el dilatarse de la nueva humanidad que es la Iglesia. Esto no se realiza por la repetición de bellos discursos o imposición de formas de comportamiento, sino por hombres que viven aún la mentalidad nueva que brota del Evangelio y que se hace vida y experiencia del Espíritu en la comunidad de redimidos que es la Iglesia y donde el hombre puede encontrarse con la Verdad que es su propia verdad. Este dilatarse de la Iglesia exige contagiar a las personas y a los ambiente en los que se vive de la novedad que Cristo ha realizado ya en nosotros gracias al misterio de la redención. Por eso, como afirma Juan Pablo II, «la misión es un problema de fe; es el índice exacto de nuestra fe en Cristo y en su amor por nosotros»(9).

Sólo me queda encomendaros a Santa María la Virgen de la Almudena, nuestra Patrona, la primera misionera de Cristo, y la primera en ser redimida plenamente. Que ella, como hizo con los Apóstoles de su Hijo, os conforte en vuestras pruebas, y os preceda como estrella de la evangelización abriendo los caminos que conducen a la fe.

Con mi afecto y bendición,

Madrid, a 21 de Septiembre de 1998
Fiesta de San Mateo, Apóstol y Evangelista.

LEYENDA

1.    Antonio Mª Rouco Varela, Evangelizar en la comunión de la Iglesia, Pastoral 1995, & 15, p. 15.
2.    Id., Fortalecer la fe y el testimonio misionero de todo el Pueblo de Dios, p. 21.
3.    Juan Pablo II, A la universidad de Padua, 9.82.
4.    Antonio Mª Rouco Varela, Jesucristo: la Palabra de la Verdad, Adviento 1997, &36, pp.56-57.
5.    F. Nietzsche, El Anticristo, Maldición sobre el cristianismo, trad. Por A. Sánchez Pascual, Madrid 1974.
6.    C.Peguy, Véronique. Dialogue de l´histoire et de l´âme charnelle, París 1992, p.700 s.
7.    Pablo VI, Evangelii Nuntiandi 21. Cf. También Carta a Diogneto V, I-VI-I.
8.    J. Ratzinger, Mirar a Cristo. Ejercicios de fe, esperanza y amor, trad. Por X. Serra, Valencia 1990, p. 37 s.
9.    Juan Pablo II, Redemptoris Missio, 7.12. 1990, & 11.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada.