Carta con motivo del Día de las familias

«La Familia, espacio de reconciliación»


Muy queridas familias:

Ante la Fiesta del Nacimiento del Señor os envío mi más cordial felicitación, deseándoos una ¡muy feliz Navidad!, en este tercero y último año preparatorio del gran Jubileo del 2000 que hemos comenzado, dedicado en toda la Iglesia a Dios Padre de Nuestro Señor Jesucristo. En los umbrales, pues, del tercer milenio cristiano dirigimos nuestra mirada al Padre, origen y fuente inagotable de toda paternidad en el cielo y en la tierra, para que Él nos revele en toda su plenitud la profunda verdad de la familia, que es la profunda verdad de nuestra vida, la verdad manifestada en la encarnación de su Hijo Unigénito, nacido por obra del Espíritu Santo de María Virgen, en la presencia y protección de su esposo san José, con quienes vivió y creció, sometido filialmente a ellos, en el hogar de Nazaret. He aquí el espejo donde todos hemos de mirarnos, la escuela donde aprender a vivir y llevar a cabo esa nueva humanidad que ha hecho posible el hombre nuevo, Cristo Jesús.

Queridas familias cristianas de Madrid, os deseo de corazón que el amor, la paz y la felicidad que vienen de Dios hecho carne, rebosen en todos vuestros hogares, y seáis semilla y fermento de esa humanidad nueva en medio de nuestro mundo, tan destruido por la ausencia de amor verdadero, en el que tantos hermnaos nuestros no conocen el calor de un hogar y tantas familias se hallan profundamente heridas. Así se lo pido al Señor, muy especialmente, en el «Día de la Familia», que celebramos el domingo día 27 de diciembre, Fiesta de la Sagrada Familia, con el lema: «La familia, espacio de reconciliación». Esta hermosa palabra, que expresa el Amor infinito del Padre, entregando a su Hijo Jesucristo en la Cruz para reconciliar a los hombres consigo, y que define admirablemente las relaciones familiares que todo ser humano desea en lo más hondo de su corazón, está en el centro mismo del mensaje del Papa Juan Pablo II en la Bula de convocatoria del gran Jubileo del año 2000 del nacimiento de Cristo. Os invito, por tanto, en unión con el Santo Pad4re, a vivir este tiempo de gracia «como camino de reconciliación y como signo e genuina esperanza».

Si la Iglesia, en palabras del Papa, «manifiesta su gran deseo de acoger entre sus brazos a todos los creyentes para ofrecerles la alegría de la reconciliación», el abrazo de la misericordia y del perdón, es precisamente porque Ella se sabe familia de Dios, y al mismo tiempo llamada a generar familia, a acoger en su seno a todos los hombres, de toda raza, lengua, pueblo o nación. La vida familiar, a ejemplo de la familia de Nazaret, no es patrimonio exclusivo de unos pocos, sino el único modo auténticamente humano de vivir, que todos anhelan en lo hondo de su ser y que Cristo ha hecho realidad. Vivid todos, esposos y padres, hijos y demás miembros de la familia, con gozo y con libertad, la novedad del amor cristiano, «derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado» (Rom 5, 5); no o ocultéis, de modo que todos puedan verlo y, acogiéndolo también en sus vidas, experimenten la salvación de Dios.

La celebración de la Navidad, y en particular la fiesta de la Sagrada Familia, en este año dedicado a Dios Padre, es una ocasión privilegiada para revitalizar la vida familiar, no como algo nostálgico, que se vive, como en paréntesis, sólo estos días, sino como el modo cotidiano de vivir. La llegada de la Navidad, incluso para quienes ignoran que celebramos el Nacimiento, en belén de Judá, del Hijo de Dios hecho carne en las entrañas de María, es tiempo de cercanía y de calor humanos. ¡No dejéis pasar la oportunidad de mostrar, con respeto, y por eso mismo con toda claridad, sin ambigüedades, la fuente de esa cercanía y ese calor: Cristo Jesús!

El Hijo ha venido al mundo para reconciliarnos con el Padre Dios y entre nosotros. Contemplar a Dios hecho niño, nacido de María, recostado en el pesebre de Belén, nos llena el corazón de esperanza, de ternura y de bondad hacia todos, porque nos hace ser y sentirnos inmensamente amados y acogidos, con nuestra pobreza, nuestras miserias y nuestros pecados, por Él. Este mismo amor de Dios que nos reconcilia con Él, hecho niño, acogido con la sencillez también de un niño, nos lleva por su propio impulso a la reconciliación de unos con otros. No hay otra fuente que el amor de Cristo capaz de generar esa reconciliación entre los hombres para la que hemos nacido, que reclama el corazón de todo hombre, pero que sus fuerzas no pueden darle. Dad testimonio, queridas familias cristianas de Madrid, de este don de la reconciliación obrada por Cristo, y que se renueva constantemente en el sacramento de la Penitencia, comenzando en vuestro propio hogar, continuando en la «familia de familias» que es la comunidad parroquial, y las asociaciones y movimientos eclesiales, y llegando a todos los rincones y a todos los ámbitos de la sociedad.

Por último, os invito muy especialmente a participar en la solemne celebración de la Eucaristía, que presidiré el día 27, en la catedral de la Almudena, a las 12 de la mañana. Que la abundante participación de las familias, verdaderas «Iglesias domésticas», de todas las parroquias y zonas de Madrid, sea un signo bien visible de la Iglesia vierdadera «familia de Dios», dispuesta como el hogar de nazaret a acoger a todos los hombres. Que María, la madre de Jesús esposa de san José, Madre y modelo de la Iglesia, os conceda vivir como ella su «sí» al Señor, para que también como ella podáis ser llamados «bienaventurados».

Con mi afecto y bendición para todos,

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