A propósito de la Campaña de prevención del Sida en la Comunidad de Madrid
Mis queridos hermanos y amigos:
La Fiesta de la Epifanía del Señor, tan conocida en España como «el Día de Reyes», ha colocado de nuevo en el primer plano de la atención pública a los niños y a la familia. «Las Cabalgatas» han despertado y alimentado muchas y bellas ilusiones y «los Reyes Magos», al pasar por nuestras calles y saludar a la multitud de sus pequeños admiradores, han acertado generalmente con sus gestos y palabras, nobles y solidarias con los más necesitados.
La alusiones a la figura de Jesús «del Niño Jesús», sin embargo escasearon, y «su Misterio», el Misterio del Dios que se hizo y hace niño «hombre» para salvar a los hombres, a todos los niños del mundo, se desvanecía casi por completo en el contexto de ideas, sentimientos y símbolos con los que se preparó y realizó la visita de los tres Reyes Magos a nuestras ciudades. No es extraño pues que crezca la impresión de que la concepción puramente consumista y comercial de la Fiesta esté imponiendo su impronta a lo que ha sido una versión popular, rica en inspiración cristiana, de la celebración litúrgica de uno de los Misterios de la Vida del Cristo Niño más sugestivos: el de su manifestación desde el principio como el Salvador de todos los pueblos, al que encuentran los que le buscan con corazón limpio y sencillo. Y de que, por ello, la indicación imperiosa y apremiante de Jesús -«dejad que los niños se acerquen a mí porque de ellos es el Reino de los Cielos»- nos resuene hoy en el fondo del alma con inesquivable actualidad en la forma de una urgente interpelación a la conciencia de la Iglesia y, en lo que le toca, a la de la propia sociedad.
Interpelación especialmente dolorosa y grave en la Comunidad de Madrid en estos días primeros del año, los de la vuelta a las actividades normales, escolares y familiares, después de las vacaciones navideñas. Porque de nuevo se pone en marcha en los grandes medios de comunicación social y en los centros educativos una campaña de prevención contra el Sida, sumamente problemática, promovida por todas las administraciones públicas, y cuyo dispositivo publicitario y pedagógico estaba ya a punto en los días inmediatamente anteriores a la Navidad. Su lema y logotipo, la concepción del hombre y los principios éticos que la inspiran, su zafio estilo… reproducen casi miméticamente las tan lamentables de épocas anteriores. ¡Un triste regalo de Reyes/1999 para los niños y jóvenes de Madrid!
Las inquietudes y las cuestiones que suscita, son para una conciencia cristiana muchas y graves, tanto en su ámbito personal como en el de su proyección pública. La primera es si el Estado en una campaña de este tipo, dirigida preferentemente a los menores de edad, puede orientarla en una sola dirección ética, de la que lo menos y más suave que se puede decir, es que se manifiesta abiertamente unilateral e incompleta y, por tanto, lesiva de los derechos y de los legítimos intereses de los ciudadanos, especialmente de los padres de familias, los más principalmente afectados por ella.
Y, sobre todo, si le es permitido inducir juicios de valor y comportamientos en los niños y jóvenes, que comprometen directa y explícitamente los aspectos más íntimos de su personalidad, bajo el supuesto, tan endeble y engañoso, de que sólo con la práctica de lo que se denomina «sexo seguro», por la utilización del preservativo, van a poder evitar el contagio del SIDA. Porque a lo que sí ciertamente se contribuye con estas acciones de masiva publicidad es a una banalización y vaciamiento religioso y humano de la ética sexual que lleva inevitablemente a la ruina espiritual y moral -y, muchas veces, a la psicológica y a la física- precisamente de los más débiles, y en las etapas más delicadas de sus vidas: las de la pre-adolescencia y adolescencia. Sabiendo, además, que la cultura juvenil resultante a no muy largo plazo, de sexualidad precoz, generalizada y amoral, crea el mejor caldo de cultivo para la propagación incontenible de la terrible enfermedad que pretendidamente se quiere combatir.
Una pregunta parece inevitable. Pregunta a primera vista política y jurídica, pero que va al fondo mismo de los principios morales que sustentan a la sociedad y al Estado. ¿En qué se está quedando entre nosotros el postulado ético fundamental de la protección a la familia, a la infancia y a la juventud, reconocido y garantizado por la Constitución Española? La crisis del matrimonio y de la familia se extiende y radicaliza, el descenso de la natalidad alcanza cotas gravísimas… ¿Es que se puede esperar más?
La respuesta de una conciencia cristiana, la que hemos de adoptar los católicos antes esta situación cada vez más alarmante, debe de ser inmediata. La doctrina mas reciente y actualizada de la Iglesia, expresada con finísima sensibilidad humana y sobrenatural en el Magisterio de Juan Pablo II, es guía segura e imprescindible para articularla en la praxis pastoral y apostólica y en su concreción en la vida pública.
¡Ojalá que los Reyes Magos hayan traído a los niños de Madrid y de España en su Fiesta de 1999 lo que sería su mejor regalo, el del despertar vigoroso y esperanzado de sus padres y educadores cristianos, dispuestos a mostrarles con hechos y palabras la belleza del ideal y camino de amor y de vida que vienen de Cristo, del único proyecto de vida, exigente y serio, capaz de llevarnos a la victoria sobre el pecado, la frustración y la muerte, o lo que es lo mismo, a la felicidad eterna.
Con todo afecto y bendición,