«Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro «
Santo Domingo de Bonaval 25.II.1999, 17,00 h
Mis queridos hermanos y amigos:
Uno de los textos más familiares y más penetrantes que se encuentran en las lecturas de la Liturgia del Apóstol Santiago es precisamente éste, de la Segunda Carta de San Pablo a los Corintios: «Este tesoro lo llevamos en vasijas de barro». Añadiendo: «para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros» (2 Cor 4,7). El Tesoro al que se refería Pablo era, sin duda, el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo, el don de la fe que lo acoge y la nueva vida en que fructifica. «La vasija de barro» es el hombre en su fragilidad histórica, marcada por el misterio del pecado.
La afirmación de fondo que contiene no ha perdido actualidad ni la perderá nunca. Refleja una condición existencial permanente del ser cristiano en este estadio final de la historia de la salvación que se ha abierto definitivamente con la Nueva Pascua del Señor, la inaugurada con la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, de la que es signo, instrumento y, como «a modo de sacramento», la Iglesia (Cfr. LG 1). Pero puede y debe ser aplicada con nuevos y renovados matices al ritmo que nos señalan «los signos de los tiempos» o «el sitio en la vida» de la celebración litúrgica de la Solemnidad de nuestro Patrono.
Nuestra Eucaristía en la Iglesia de Santo Domingo de Bonaval, donde se encuentra el Panteón de Gallegos Ilustres, celebrada en la tarde del Día «de Apóstol», la número cien de las Misas oficiales por Rosalía de Castro, siguiendo ya una firme y bien guardada y mimada tradición de vivencia cristiana del patrimonio humano, cultural y espiritual encarnado en esos «gallegos buenos y generosos», gloria de Galicia, que esperan aquí «la resurrección de la carne», tiene lugar en un Año Santo Jacobeo, por tantos motivos singular y excepcional: el último del siglo y del milenio, el de una verdadera riada de peregrinos de toda España, de Europa y, aún de todo el mundo, el del interés masivo de la sociedad y de las administraciones públicas… Un reto pastoral para la Iglesia, sin duda; pero, también un reto espiritual para Galicia.
Un reto cuya hondura se ilumina con el texto paulino y cuyo contenido puede concretarse en la siguiente pregunta: ¿Seguimos considerando y valorando como «un tesoro» esencial de nuestro pueblo la herencia de la Fe Cristiana recibida de la tradición y la predicación apostólica de Santiago? La respuesta de los gallegos ilustres, tan sensibles a Galicia y a todo lo que significa «su Día», que lo unieron sin vacilar al «Día de Santiago», por los que oramos en esta Santa Misa, sería tan inequívoca, hoy, como lo fue ayer: sí, el pueblo, las nuevas generaciones de Galicia, pierden la Fe en Jesucristo y en su Evangelio, perderían inexorablemente las fuerzas y la inspiración que les confirió alma y personalidad en los aspectos más decisivos de su existencia histórica. Sufriría «su espíritu», al que se cortaría la comunicación con el manantial del que le proviene la vida, que no es otro que la fe en Dios. Y sufriría su capacidad de configurar la sociedad con el estilo y las exigencias de una generosa y solidaria humanidad. Nuestros antepasados más señeros registraron con fina y perspicaz delicadeza las situaciones de injusticia, de explotación y de pobreza que afectaban a los más humildes de nuestra gente en el campo, en la mar y en la ciudad. Nunca se plantearon caminos para su verdadera superación en contra o al margen totalmente del Evangelio, como si fuera viable edificar «nueva humanidad» sin el mandamiento del amor a Dios y al prójimo.
Nuestra respuesta no puede ser hoy, en este Día del Apóstol y de Galicia, de 1999, otra distinta. En el trasfondo de este Año Santo, tan universal, de encuentro tan intenso entre los pueblos de España, de los europeos que se unen, de un mundo cada vez más «aldea global», no late otra aspiración y otro mensaje que el de la cita en el lugar donde se conserva una «memoria» insigne del Evangelio de Jesucristo, «memoria apostólica», la memoria del Apóstol Santiago. O, con otras palabras, en este Año Santo la experiencia del «Camino de Santiago» se perfila en los peregrinos como nostalgia y como propósito la convicción de que el futuro de la humanidad pasa por el reencuentro con la Fe en Dios que se nos ha revelado en el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo.
Pero la respuesta positiva a esa pregunta clave para el futuro de Galicia que nos pide hoy el Señor en esta Eucaristía debe de ir acompañada de la también despierta y viva conciencia de que «el tesoro» lo llevamos en «vasijas de barro». Y habría que añadir: desde el punto de vista teórico y en la práctica. Cuesta en el medioambiente cultural actual mantener vigorosa y luminosa intelectualmente la Fe en Dios y en Jesucristo. Cuesta también —y aún más— mantener su vigencia en la vida personal, familiar, social y pública. Recordémoslo de nuevo: somos débiles y pecadores. La fuerza del mal es formidable. La fuerza de Dios, sin embargo, es extraordinaria y llena de misericordia.
La Eucaristía que celebramos es ya por sí misma indicadora de la vía que hay que seguir: la de la oración sincera y humilde, personal y comunitaria; de la conversión penitente, de la purificación constante de las conciencias; de la súplica confiada al padre que está en los Cielos, confiándonos a la intercesión de los Santos, de Santiago en especial, y al amor maternal de la Virgen, tan querida y venerada por toda esa pléyade de gallegos insignes que hoy recordamos con gratitud y por los que pedimos al Señor, vinculando en nuestra plegaria la oración por Galicia y todos los pueblos hermanos de España, de Europa y de América.
Amén.