Mis queridos hermanos y amigos:
La Acción Católica de España –la Federación de los Movimientos de Acción Católica– ha celebrado también su Jubileo en la Catedral de la Almudena en el día de ayer en el marco de una jornada intensa de meditación, de oración litúrgica –la Eucaristía– y de testimonio público de su vocación apostólica al servicio del Reino de Cristo, como una de las asociaciones de apostolado seglar más intrínsecamente identificada con los fines mismos del apostolado de la Iglesia y de sus Pastores. Se nos venía a la memoria la definición de apostolado que el Concilio Vaticano II colocaba como frontispicio del Decreto «Apostolicam Actuositatem» sobre el apostolado de los laicos: «La Iglesia ha nacido con la finalidad de propagar el Reino de Cristo por toda la tierra para la gloria de Dios Padre y, de esa forma, hacer partícipes a todos los hombres de la redención salvadora, y, por medio de esos hombres, ordenar realmente todo el mundo hacia Cristo. Toda la actividad del Cuerpo Místico, dirigida a ese fin, recibe el nombre de apostolado, que la Iglesia ejerce a través de todos sus miembros, aunque de diversas maneras: la vocación cristiana, por su misma naturaleza, es también vocación al apostolado… Siendo propio del estado de los laicos vivir en medio del mundo y de los negocios temporales, Dios les llama a que, movidos por el espíritu cristiano, ejerzan su apostolado en el mundo a manera de fermento»(AA,2).
La larga cita conciliar no es ociosa. Si vivir fecunda y fructuosamente el Jubileo exige examen de conciencia y «purificación de la memoria, que pide a todos un acto de valentía y humildad para reconocer las faltas cometidas por quienes han llevado y llevan el nombre de cristianos» (IM,11), se hace preciso para ello rememorar, con la sinceridad del corazón arrepentido y dispuesto a la conversión, la medida de la verdad y de la voluntad de Dios, «la medida de Cristo», con la que contrastar nuestros actos y aptitudes, los personales y los comunitarios, los del pasado y los del presente, para que se abran paso en nuestras vidas y en la vida de la Iglesia y de la humanidad con mayor nitidez la luz, la esperanza y el amor que brotan del Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo. Esa medida evangélica se concreta para el Apostolado seglar y, muy singularmente para la Acción Católica, en las enseñanzas del Concilio Vaticano II y en la Exhortación Apostólica Post-Sinodal «Christifideles Laici» de Juan Pablo II sobre vocación y misión de los laicos en la Iglesia y en el mundo de 1988, que tan luminosamente las explica y aplica al momento presente de la historia de la comunidad eclesial y de la sociedad en el umbral del siglo XXI.
La Acción Católica de España llena ya más de un siglo de historia viva de la Iglesia entre nosotros. Algunos quieren ver su origen en «las Bases Constitutivas de la Unión de los Católicos de España», dadas y aprobadas por el Cardenal Moreno, Arzobispo de Toledo y Primado de España, el 29.I.1881. Eran los tiempos de la primera restauración monárquica, y de décadas decisivas para la configuración social, cultural y espiritual de la España contemporánea, envueltos en la crisis general europea de la revolución liberal e industrial, que sometía a durísimas pruebas el testimonio de la fe y del amor cristianos. El mundo del ateísmo se ensanchaba, al mismo tiempo que nacía y se consolidaba una sociedad fracturada por la injusticia social, de la que eran especialmente víctimas los obreros. Los Obispos españoles, secundando iniciativas clarividentes y valientes de los Papas –desde León XIII hasta Pío XII, pasando por San Pío X y Pío XI– convocaron a los católicos españoles a la unidad de acción: para ser testigos de la verdad de Jesucristo, en el compromiso por su Reino, promoviendo la transformación de las realidades temporales según las exigencias de una justicia solidaria, superadora de los límites egoístas del individualismo radical de moda, auténticamente social, con el objetivo final del bien integral y de la salvación eterna del hombre, para la Gloria de Dios.
El impulso interior se originaba y se alimentaba constantemente de una espiritualidad centrada toda ella en el amor apasionado a Cristo y en la vivencia de unidad de la Iglesia su Cuerpo Místico: unidad jerárquica de los fieles con sus Pastores y de los fieles entre sí. La Acción Católica iba a ser –y fue– la gran protagonista de ese verdadero «movimiento apostólico» con el que vibró toda la Iglesia en España y la hizo fructificar en riquísimos bienes de santificación, de vida consagrada, de misión y de experiencias heroicas de caridad y santidad los últimos cien años. Los mártires y santos de la Acción Católica Española han sido muchos. Está en marcha el proceso de canonización de una de sus figuras más recordadas, la del madrileño Manuel Aparici, Presidente de la Juventud de Acción Católica en los dificilísimos años de nuestra postguerra, y luego sacerdote y consiliario ejemplar.
Tampoco faltaron los errores, las faltas, las infidelidades y los pecados, las vacilaciones y frustraciones. La historia contemporánea de la Acción Católica se presenta también como una historia de crisis internas y externas que la han interpelado a la manera de esos «signos de los tiempos» donde resuena la voz del Espíritu, pidiendo e invitando a la conversión. El Año Dos Mil y su Gran Jubileo nos impele a ello por la fuerza misma de la más reciente evolución de sus estructuras y de su conciencia apostólica, y por la llamada del Papa y de la Iglesia que reclaman con insistencia la participación decidida de los seglares en la Nueva Evangelización. Se trata en definitiva de beber de nuevo en la doctrina del Concilio Vaticano II, actualizada por el magisterio Pontificio postsinodal ante los desafíos de la sociedad actual, en la que se cuestiona con creciente gravedad el sentido de la dignidad personal de cada ser humano en la ola cultural, hoy más difundida, de un secularismo agnóstico, cuando no ateo. Se trata de un nuevo encuentro con Jesucristo, de amarle apasionadamente, a El y a su Evangelio; y, por ello, de la entrega y servicio al hombre hermano. Se trata de responder a lo que el Concilio recomendaba insistentemente: mirar «al modelo perfecto de esta vida espiritual y apostólica» que «es la Santísima Virgen, Reina de los Apóstoles, que llevó en esta tierra una vida igual a la de todos» y, que «siempre íntimamente unida a su Hijo», «cooperó de modo muy particular a la obra del Salvador» (AA,4): de mirarla, imitarla e invocarla fervientemente.
Entonces el Jubileo de la Acción Católica de España se convertirá en un hito de gozosa esperanza para un futuro fecundo de nueva siembra del Evangelio en los surcos más hondos del alma de nuestro pueblo y de su porvenir: en justicia, solidaridad, amor y paz.
Con todo afecto y mi bendición.