Mis queridos hermanos y amigos:
Juan Pablo II cumple el próximo día 18 de mayo ochenta años. La Archidiócesis de Madrid quiere felicitarle con el afecto y devoción propio de los hijos, el que abrigamos en lo más íntimo de nuestras entrañas de creyentes y fieles de la Iglesia Católica todos los que pertenecemos a esta joven Iglesia Particular: su Arzobispo con sus Obispos Auxiliares, los sacerdotes, diáconos y seminaristas, los consagrados, las familias madrileñas y los fieles laicos de toda condición y vocación eclesial. Desde lo más hondo del corazón nos sale el decirle hoy: ¡FELIZ CUMPLEAÑOS, estimado y venerado SANTO PADRE! ¡FELIZ CUMPLEAÑOS querido JUAN PABLO II!
Nuestra felicitación se entreteje con los hilos invisibles de la oración agradecida y suplicante, unida a la de toda la Iglesia peregrina, que pide a su Señor Jesucristo, el Buen Pastor, «que mire con amor a nuestro Papa Juan Pablo II» al que ha elegido vicario suyo y pastor de su grey en la tierra, y que lo asista y lo proteja siempre: que «su palabra y su ejemplo sean provechosos al pueblo que él preside, para que llegue a la vida eterna junto con el rebaño que le ha sido confiado».
Oración personal que nace espontánea y cordialmente del alma, pero que vamos a expresar en la oración de los fieles en todas las celebraciones litúrgicas de este día: la de las Horas, de la Palabra y, muy especialmente, de la Eucaristía. En todas ellas debe de resonar el eco festivo de nuestra felicitación al Santo Padre, recogido en forma de plegaria filial por su persona, su ministerio y por la Iglesia.
Oración, que se inserta humilde y piadosamente en el Misterio de la Comunión de los Santos, impetrando su intercesión, de forma singularísima la de María, la Madre del Señor y Madre nuestra. En su corazón y amor maternal nos refugiamos en esta hora de la Iglesia y de la humanidad, del año dos mil del nacimiento del Nuestro Señor Jesucristo, tan grávida de tristezas y angustias, pero también de gozos y esperanzas (Cfr. Gs 1); junto con el Papa, que se ha declarado y consagrado «todo suyo» desde sus primeros años de niño, amado y cuidado por el cariño de sus padres, hasta los más dramáticamente cruciales de su juventud y madurez sacerdotal y, especialmente, los de su ministerio de Sucesor de Pedro, cuando Jesús le pregunta igual que a Simón Pedro, reiteradamente, hasta tres veces: «¿Me amas más que éstos?» y Carlos Woytiwa —Juan Pablo II— le contesta «Sí Señor, tu sabes que te amo»; y, recibe, de Jesús la contestación, mandato y misión a la vez: «apacienta mis corderos», «cuida de mis ovejas», «apacienta mis ovejas» (Cfr. Jn 21,15—18).
El diálogo de Jesús Resucitado con Simón Pedro, el hijo de Juan, tal como nos lo relata el Evangelio de San Juan, concluye con unas palabras misteriosas del Señor: «Te aseguro que cuando eras más joven, tu mismo te ceñías el vestido e ibas a donde querías; más, cuando seas viejo, extenderás los brazos y será otro quien te ceñirá y te conducirá adonde no quieras ir». El Evangelista añade: «Jesús dijo esto para indicar la clase de muerte con la que Pedro daría gloria a Dios. Después añadió: Sígueme» (Jn 21,18-20).
Juan Pablo II quiso peregrinar ayer hasta el Santuario de Fátima, el lugar de las apariciones de María, la Madre de la Iglesia —las apariciones marianas por excelencia del siglo XX—, para beatificar a dos de los niños videntes, Francisco y Jacinta. Se cumplía exactamente el décimo noveno aniversario del gravísimo atentado que había sufrido en la Plaza de San Pedro el día 13 de mayo de 1981, apenas tres años después del comienzo de su pontificado. Las heridas inflingidas se consideraban por regla general como mortales. No fue así esta vez. Las manos, el amor maternal de la Virgen blanca de Fátima, parecían haber intervenido misteriosamente en un momento en que tantos de sus hijos cooperaron para que la ayuda médica se llevase acabo pronta y celosamente, con éxito final para la salud del Papa.
El hecho constituye la parte central de ese capítulo de la biografía de Juan Pablo II que la resume y sintetiza al cumplir su ochenta cumpleaños de forma sumamente significativa: como entrega incondicional e incansable —heroica— al Señor, a su Evangelio y a la Iglesia que le fue confiada, a lo largo de toda una vida que se consagra y consume en el amor de Cristo y para el bien de sus hermanos. Y que, a la vez, la proyecta hacia el presente y futuro de la Iglesia como una señal luminosa en su camino de nueva Evangelización del nuevo siglo y del nuevo milenio:
* El Evangelio precisa con agravada urgencia, para ser anunciado y testimoniado a los hombres de nuestro tiempo, de almas de niños que sepan escuchas las palabras de Jesús, humilde, confiada y valientemente.
* El Evangelio ha de ser proclamado y hecho vida para la conversión del hombre pecador, para llevarle al paso de la nueva vida, la del Resucitado, la de la gracia y santidad, la del Espíritu Santo; sin pretensiones y objetivos de éxitos y triunfos humanos.
* El Evangelio ha de ser vivido en todos los ámbitos de la existencia, día a día, como la revelación y realización sacerdotal del amor de Dios que se nos ha dado en Jesucristo: amor de oblación, amor que transforma las personas en lo más íntimo de su ser —de hombre y mujer— y que se compromete con los más pobres y necesitados de alma y cuerpo, privada y públicamente. Amor dispuesto al seguimiento apostólico, dispuesto a la total consagración no sólo de lo que el hombre tiene, sino de lo que el hombre es.
* El Evangelio ha de ser predicado y aceptado cordialmente en la comunión de la Iglesia: comunión visible e invisible. Comunión de los Santos. Comunión católica y apostólica.
* El Evangelio en el siglo XXI ha de llegarnos imitando a María, invocando a María, la que engendró la Palabra —la del Evangelio— en su seno. La Madre del Salvador.
Por todo ello nuestra felicitación al Santo Padre se teje de la sentida emoción de nuestro corazón de hijos agradecidos, de la plegaria por El, y también de la gozosa y jubilosa acción de gracias al Señor por tantos y fecundos años de entrega a su Iglesia. A esa felicitación queremos darle expresión pública y solemne en la Vigilia de esta noche en la Catedral de la Almudena, a las 20’00 horas, en las preces de la Fiesta de San Isidro, nuestro Patrono, y en el de todas la celebraciones de la Iglesia Diocesana del próximo día 18.
Con todo afecto y mi bendición,