Homilía en la Eucaristía por el Excmo. Sr. Don Luis Portero García

Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:

Aún está muy fresca en la memoria del corazón, en la que el recuerdo de los acontecimientos pasados y de las personas que se nos fueron se funde con nuestro querer más íntimo, la muerte violenta de nuestro hermano el Excmo. Sr. Don Luis Portero García, Fiscal Jefe -q.e.g.e.- del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, víctima de un vil asesinato, perpetrado por terroristas de ETA hace poco más de una semana en Granada a la puerta del ascensor de su domicilio particular. Esa memoria dolorida de muchos amigos y compañeros de la Fiscalía General y del Cuerpo de Fiscales del Estado, vivida en la Fe de Nuestro Señor Jesucristo, Crucificado y Resucitado por nuestra salvación, es la que ha actuado en la convocatoria de esta Eucaristía que celebramos por El en esta noche en la Catedral de la Almudena de la Archidiócesis de Madrid.

Nos sale del alma recordar y homenajear al amigo, de nobilísima trayectoria profesional, humana y cristiana, que ha probado con su muerte la limpieza y la generosidad de su actitud de servicio a la realización de una justicia, «atemperada por la misericordia», la que considera el caso concreto, la persona en sus circunstancias, con sentido de equidad inspirada en sentimientos de honda humanidad. Nos sale del alma acercarnos a su familia, a su esposa y a sus hijas, para dolernos con ellas, para compartir una pena que a veces se puede antojar humanamente insuperable; para ofrecerles el consuelo de nuestro cariño y de nuestra oración. Y, ¿cómo no? nos sale profundamente del alma el impulso de suplicar a Dios por el cese de ese terrible fenómeno del terrorismo de ETA, sin rostro, sin corazón y sin conciencia. Pedirle al Señor de la historia -de cada historia personal y de la historia de los pueblos- que concite en toda la sociedad española una voluntad general, decidida y valiente, para asumir las actitudes morales y espirituales que abran el camino de la pronta y plena superación del terrorismo. Pedirle que en el entorno social, cultural y político que motiva, alienta y ampara a ETA, haya un cambio eficaz de las conciencias que les haga ver la perversión ética tan extrema, que se encierra en las propuestas y métodos del terrorismo, dispuesto siempre a eliminar al hombre en función de conveniencias políticas u otras -las que sean- con implacable crueldad.

Ese Señor Jesús, lo es, porque siendo de condición divina se despojó de su rango, tomó la condición de esclavo, se hizo semejante a nosotros, humillándose y obedeciendo hasta la muerte y una muerte de cruz. Y «por eso Dios lo exaltó y le dio el nombre sobre todo nombre, para que ante el nombre de Jesús doble la rodilla todo lo que hay en los cielos, en la tierra y en los abismos y toda lengua proclame que Jesucristo es Señor para Gloria de Dios Padre» (Fil 2,6—11). Ese Jesús, Señor de la vida y de la muerte, es aquél que clavado en la Cruz entregó a Juan, a María, su propia madre —»Mujer ahí tienes a tu hijo»— y entregó a su Madre al discípulo que tanto amaba, diciéndole: «Ahí tienes a tu madre».

A Él queremos pedirle en esta Eucaristía de alabanza, de acción de gracias y de súplica, que confíe a María, su Madre, a nuestro hermano Luis. Él sabía desde su niñez y por su fe, siempre guardada fielmente en su corazón y en toda su existencia, que ella, María, era su Madre. ¡Que María lo haya acogido en sus brazos de Madre y Reina de la ternura misericordiosa en la hora en que fue asesinado y sacrificado, convirtiéndola en la hora-paso de la Gloria! Le rogamos también que confíe a su Madre el cuidado filial de su esposa y de sus hijas. La necesitan. Necesitan que sus manos de Madre, discreta y fiel, las sostengan y animen en la fe y esperanza ciertas de que la vida de su esposo y padre ha sido llamada no para que perezca sino para que se transforme en la vida gloriosa del cielo, paradójicamente más cercana a ellas que la de la tierra; y que las haga fuertes en el amor, el que libera del odio y de la sed de venganza, y es capaz de reconstituir todo su proyecto de vida en la paz y en la serenidad fecunda del amor compartido en casa y en el servicio a los demás. Amor, absurdo o utópico a los ojos de muchos hombres, pero verdadero: el amor auténtico, porque brota y se nutre del amor de Dios.

Y a Jesucristo Crucificado le suplicamos también ardientemente que ponga al cuidado de su Madre, como a hijos queridos, a todos aquellos que por la obligación de su servicio a la paz y al bien común, llevan sobre sus hombros la carga principal de la erradicación del terrorismo, aún a riesgo de sus propias vidas, sea cual sea el tipo de responsabilidad y la función que ejerzan en la vida pública. Y que sea ella, María, la que conmueva la conciencia y el corazón de los jóvenes terroristas, obcecados de odio y de negación de Dios y del hombre, y les convierta. Ella quiere ser su Madre.

Y, finalmente, que confíe a María, el cuidado de España, de todos sus hijos, especialmente los más amenazados por los planes y acciones de los terroristas. Que vele por ellos y los guarde, y nos guarde a todos, de todo mal.

«¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?: ¿la aflicción?, ¿la angustia?, ¿la persecución?, ¿el hambre?, ¿la desnudez?, ¿el peligro?, ¿la espada? Pero en todo eso venceremos fácilmente por Aquél que nos ha amado». También en la terrible amenaza del terrorismo.

AMEN.

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