Mis queridos hermanos y amigos:
La semana pasada se iniciaba en Madrid con la noticia temprana de un execrable atentado terrorista, perpetrado por ETA, en un cruce de avenidas de intensa circulación de vehículos, situado en una zona muy poblada y a una hora en la que se podía temer por los niños que acudían a los colegios próximos. Se nos encogía el alma de profundo dolor y nuestra oración se dirigía angustiada y esperanzada al Señor de la vida y de la muerte. En aquellos minutos dramáticos nos venían a la memoria las palabras de San Pedro: «Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor; en la vida y en la muerte somos del Señor». Le rogábamos que los efectos de la acción criminal fuesen lo menos negativos y nocivos posibles. Pronto se conocieron los detalles del sangriento suceso; aparecían las primeras imágenes de la televisión. Tres muertos. Multitud de heridos; varios de ellos graves. Desolación e indignación en todos los rostros.
El atentado, que se sumaba a la larga y prolongada serie de actuaciones terroristas que tanto han hecho sufrir en las dos últimas décadas al pueblo de Madrid significaba para la ciudad de nuevo una durísima prueba, en la que latía una llamada a la conciencia de todos, especialmente de los creyentes, para que ofreciésemos a las víctimas todo el apoyo y solidaridad propia de las personas de bien y, aún más, de las que se sienten reclamadas por la caridad y el amor de Cristo. Es claro: se nos pide la oración que no podemos abandonar ni interrumpir ante la permanente amenaza terrorista. Hemos de prestar con generosidad incansable toda la ayuda que precisen las familias de los asesinados y heridos por la criminal actuación de ETA. Es la hora de una vigilante y decidida colaboración ciudadana con todos los responsables de la seguridad y el bien público en su ímproba y sacrificada tarea de prevenir y neutralizar los planes y acciones terroristas.
En nuestra homilía en la Eucaristía de Exequias de «corpore insepulto» de dos de nuestros hermanos asesinados, los que recibirían cristiana sepultura en Madrid, Don José Francisco Querol Lombardero, Magistrado del Tribunal Supremo, y D. Armando Medina Sánchez, su conductor oficial, decíamos que el valor fundamental para el bien común de un pueblo y la razón primera de ser de una patria y de cualquier comunidad política es el derecho enraizado en la dignidad inviolable de la persona humana; y que no hay ninguna idea, ningún programa o teoría política que valga una sola vida de una víctima del terrorismo. Y concluíamos con una ardiente plegaria a la Virgen, Madre del Señor y Madre nuestra para que no nos dejase perder ni el ánimo, ni la esperanza, y para que nadie nos arrebatase la serenidad y la paz del alma, ajena a todo sentimiento de odio y de venganza. Ella, la que siempre desea y quiere afianzarnos en la segura certeza de que el triunfo del amor de Dios es irreversible.
Una nueva semana estamos a punto de comenzar. Su centro y momento esencial de referencia será María, Nuestra Señora de La Almudena. Su Fiesta el próximo jueves, día 9 de noviembre, nos invita a celebrar su patronazgo sobre Madrid y su comunidad diocesana con gratitud jubilosa: con nuevo gozo. En este año, el 2000 del Nacimiento de Nuestro Señor Jesucristo, sentimos y apreciamos más que nunca que Ella haya estado con Madrid desde los primeros tramos de su milenaria historia cristiana, y que lo esté en el presente, muy singularmente en esta hora de dolor y de tragedia de sus hijos. Y también con mayor fervor que nunca le queremos decir, suplicantes: que esté siempre con nosotros, con todos los madrileños. Y a nuestras plegarias en la solemnísima celebración de la Eucaristía en la Plaza Mayor, y al acompañar su imagen de vuelta a su Catedral, se añadirá un propósito firme y sincero, el propósito de todos los católicos de Madrid de acudir a Ella, de estar con Ella, de acogerla en nuestras casas, con el mismo amor con que lo hizo el Apóstol Juan después de la Crucifixión, para que nos muestre siempre a Jesús, fruto bendito de su vientre: el Salvador, el que cura todas las heridas y pecados del mundo.
Que la próxima Fiesta de nuestra Patrona, Nuestra Señora de La Almudena, en el Año Santo del Dos Mil Aniversario del nacimiento de Jesucristo, nos sirva para vivir las gracias del Jubileo como hijos de María, que lo engendró en su seno, y que quieren confiar a su amor maternal el futuro de Madrid y de todos sus habitantes, y sus caminos, para que, iluminados por la palabra y la gracia del Evangelio, sean caminos de justicia, de amor y de paz.
Con los deseos de unas celebraciones muy fructuosas y felices de la Virgen de La Almudena, os invito y animo a participar en ellas bendiciéndoos de corazón.