Mis queridos hermanos y amigos:
De nuevo hemos sentido muy de cerca la amenaza terrorista en Madrid. Una especial providencia de Dios evitó que el atentado con coche-bomba, preparado minuciosamente para su explosión en una calle muy populosa de la ciudad, se consumase con las terribles consecuencias para la vida y los bienes de las personas que cualquiera puede imaginar. Por otro lado sigue viva en la opinión pública la conciencia del problema, como el más grave con el que se enfrenta la sociedad española. Así lo afirmábamos nosotros también en el discurso de apertura de la última Asamblea Plenaria de la CEE el pasado mes de noviembre:
«el fenómeno del terrorismo es, sin duda alguna, nuestro más grave problema; atenta vilmente contra el más sagrado e inviolable de los derechos de la persona humana: el derecho a la vida; contra la verdad y la libertad de las personas y de los grupos y, por tanto, contra los fundamentos de la convivencia social. El terrorismo es la mayor de las negaciones de la justicia y de la caridad: una gravísima inmoralidad. No admite cobertura ideológica alguna».
Y en la Homilía de la Vigilia por la Vida en la Catedral de La Almudena, el pasado 4 de febrero, recogida en la Carta de la Jornada por la Vida del domingo siguiente, volvíamos a recordar que la amenaza a la vida que preocupa y angustia con especial gravedad a la inmensa mayoría de los ciudadanos es la del «terrorismo practicado con suma crueldad por ETA». Y añadíamos: «la respuesta cristiana, la que brota del Evangelio de la Vida, no admite ni duda teórica, ni vacilación práctica alguna. ‘El no matarás’ de la Ley de Dios, renovado en lo más hondo de su inspiración y de sus contenidos por el Evangelio de Nuestro Señor Jesucristo —es decir, por la Ley Nueva del Amor—, no admite reserva o condición alguna a la hora de enjuiciar conductas que lo quebranten ni a la hora de cumplirlo en la existencia diaria de las personas y de los pueblos. La vida le pertenece al hombre como un don inherente a su persona; y el hombre sólo es de Dios. Por ello el derecho a la vida de cada ser humano es inalienable e inviolable. El que pretenda construir una ideología o un proyecto político en el que se niegue o se relativice este sagrado derecho fundamental del hombre, base imprescindible para la realización de los demás derechos humanos, que no invoque o apele a moral o ética alguna, digna de tal nombre. Sus ideales y objetivos estarán marcados y viciados intrínsecamente por una radical injusticia y la negación de la más elemental humanidad».
En esa respuesta cristiana destacábamos una exigencia que calificábamos de inapelable para la conciencia de todos y, singularmente para los cristianos —sea cual fuese su vocación, misión, profesión, lugar de trabajo y residencia, etc.—: «la de la claridad y de la caridad evangélicas, traducidas en un compromiso perseverante por la justicia de los derechos fundamentales del hombre, de los que es llave-maestra el derecho a la vida. Y para ser fieles a esa interpretación actualísima, nacida del ‘Evangelio de la Vida’», ante su gravísima violación y desprecio por el terrorismo, exhortábamos a no desfallecer en la oración. En Carta Pastoral, dirigida a la Comunidad Diocesana al terminar el año, en la víspera de la Jornada Mundial por la Paz, habíamos dispuesto ya y determinado que se pusiese en marcha en todas las comunidades diocesanas una Campaña de Oración por el cese del terrorismo. En todas las preces litúrgicas públicas se incluye la petición por el cese del terrorismo con la fórmula aprobada, ya familiar para todos, y diariamente se prosigue con las vigilias de oración en las comunidades de vida contemplativa y en las comunidades parroquiales.
Reiteramos hoy la llamada a las conciencias y a la responsabilidad de todos los católicos madrileños ante el reto que supone la negación radical y sistemática del mandamiento de Dios y del Evangelio de Jesucristo por parte de los terroristas y de sus inductores . Y volvemos a encarecer nuestra exhortación de no cesar en la oración, ni ceder a la rutina o al cansancio en la Campaña emprendida.
La Iglesia ha proclamado siempre la Ley de Dios en todos sus contenidos y en todas sus exigencias a al luz del Evangelio de la Gracia y del Amor: como Ley Nueva. En todo tiempo «oportuna e inoportunamente»; y en toda su gravedad, especialmente cuando ha sido sistemáticamente ignorada y violada. Lo ha hecho cuando el mandamiento atacado y negado ha sido aquel que afecta al nervio mismo del amor cristiano: el mandamiento del «no matarás». Lo hace hoy también y lo hará siempre, fiel al Evangelio y al Señor. Lo proclama y enseña a sus hijos. Trata de que se viva y lo vivan todos —pastores y fieles— en todos los ámbitos de la existencia, singularmente en aquellos que afectan a la comunidad política y al servicio que la legítima autoridad presta al bien común, del que es elemento constitutivo la protección y defensa del derecho a la vida. Impulsa a vivirlo de modo que su valor, insustituible para el bien de las personas y la sociedad, sea aceptado y compartido por todos, creyentes y no creyentes. Lo hace con los medios que le son propios: la predicación de la Palabra, la educación cristiana, la celebración de los sacramentos, la práctica del amor a Dios y al prójimo, ejercitada en el ámbito de lo privado y en la vida pública, y que supera toda medida humana. Se alegra de que sus hijos se empeñen y acierten en el ejercicio de sus responsabilidades políticas y ciudadanas a fin de erradicar la violencia terrorista; y les anima y apoya en sus propósitos de cooperar con lealtad y recta conciencia en la consecución de ese bien tan urgente para el presente y el futuro en paz y libertad de todos los españoles que es el fin del terrorismo.
El Concilio Vaticano II definía la misión de la Iglesia en relación con la comunidad política en términos de una clarividencia que no ha perdido un ápice de actualidad:
«Es de gran importancia, sobre todo allí donde exista una sociedad pluralista, que se tenga un recto concepto de la relación entre comunidad política e Iglesia, y que se distinga claramente entre aquello que los fieles cristianos hacen, individual o colectivamente, en su nombre en cuanto ciudadanos, guiados por la conciencia cristiana, y lo que hacen en nombre de la Iglesia juntamente con sus pastores. La Iglesia que en razón de su función y de su competencia no se confunde de ningún modo con la comunidad política y no está ligada a ningún sistema político, es al mismo tiempo signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana… La Iglesia, fundada en el amor del Redentor, contribuye a que estén más ampliamente vigentes, en el seno de una nación y entre las naciones, la justicia y la caridad. Predicando la verdad evangélica e iluminando todas las áreas de la actividad humana por medio de su doctrina y del testimonio prestado por los fieles cristianos, respeta y promueve también la libertad y la responsabilidad política de los ciudadanos» (GS 76).
A la Virgen de la Almudena encomendamos la salud y la protección maternal de todos los madrileños y le pedimos que mantenga a todos los fieles de la comunidad diocesana —pastores y fieles— en la comunión de la caridad presidida por el Obispo Diocesano.
Con todo afecto y mi bendición,