El servicio divino – El servicio al hombre
Mis queridos hermanos y amigos:
Un nuevo curso está a las puertas, también para la Iglesia, que se dispone a vivirlo en Madrid como un ilusionado capítulo de una historia al servicio del Evangelio que se entreteje constantemente como eminente servicio al hombre. No son separables el servicio de Dios y el servicio del hombre, sobre todo desde la Encarnación del Hijo de Dios que tuvo lugar en la plenitud de los tiempos. La Iglesia en Madrid quiere seguir con la tarea iniciada hace ya cinco años de fortalecer la fe y el testimonio misionero de todo el pueblo de Dios, corno lo más urgente y lo que más le apremia desde el punto de vista de lo que su Señor le pide y desde las necesidades mas hondas de las personas y la sociedad madrileña.
Ya dejaba constancia el autor del Libro de la Sabiduría, mirando al pasado del pueblo elegido, corno leeremos hoy en la Liturgia dominical, que «fueron rectos los caminos de los terrestres» cuando aprendieron lo que agrada a Dios, abriendo su corazón a la sabiduría que viene desde el cielo (cfr. Sab. 9, 13-18). Y «La Sabiduría» -«el Verbo»- se hizo carne y habitó entre nosotros lleno de gracia y verdad (cfr. Jn. 1-14). Ya no
tenemos disculpas si no queremos conocer los caminos de la salvación del hombre. Y tendríamos una gravísima culpa, sí los que por gracia los hemos conocido, los ocultásemos, los callásemos o los negásemos con nuestras vidas. La transmisión de la fe aparece en el horizonte de este curso pastoral 2001/2002 como nuestra gran cuestión y como nuestro primer compromiso personal y pastoral, con una fuerza y con una nitidez mayores que al comienzo del curso pasado, cuando nos proponíamos la transmisión de la Fe, afirmando que nuestra fe, es la fe la Iglesia. Los momentos por los que ella atraviesa en su relación con el mundo en la actualidad más inmediata de estos días, tal como lo reflejan los medios de comunicación social, agravan la pregunta por nuestra responsabilidad evangelizadora y desafían a responderla con la mayor verdad, autenticidad y sencillez evangélicas posibles, a partir de la vivencia personal de la unión con Cristo y de su identificación incondicional con Él- Hay una condición inexcusable para que se logre la respuesta, y que nos recuerda: el Evangelio de este Domingo, el llevar la Cruz: «quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser discípulo mío» (Lc. 14, 25-33). La Cruz es la revelación definitiva de la Sabiduría de Dios que salva al hombre: la Cruz gloriosa de Jesucristo Resucitado.
Porque son muchos los enemigos de la Cruz de Cristo, porque nosotros mismos sucumbimos muchas veces a la tentación de escapamos de ella y porque, sin embargo, no hay otra señal ni camino de salvación para el hombre, es por lo que se nos impone aprender de nuevo a penetrar con todo nuestro ser en la celebración litúrgica del Misterio de la Pascua del Señor, a fin de poder con toda su plenitud de vida, gracia y verdad, en la Iglesia y con la Iglesia, confesar, profesar y testimoniar los Misterios de nuestra fe: la fe que queremos, debemos y anhelamos comunicar a todos los hombres; a los de cerca y a los de lejos, a los que nos rodean en la vida diaria de nuestra familia, de nuestro lugar de trabajo y de nuestro barrio, y a los que nos miran desde la lejanía de una fe perdida u olvidada.
Celebrar a Jesucristo en un mundo de increencia es nuestro reto espiritual y nuestro objetivo pastoral prioritario en el curso que comienza. Hay una regla de oro de la espiritualidad litúrgica de todos los tiempos, enraizada en la Sagrada Escritura y puesta tal día por el Concilio Vaticano II, que habremos de tener muy en cuenta si queremos que nuestras celebraciones sean de verdad actualización de los acontecimientos salvadores y confesantes y expresivas de la fe-. la de concebir y vivir la Liturgia como «servicio divino», o, lo que es lo mismo, como «servicio» de «Dios» por lo tanto, como un servicio a la acción salvadora de Dios Padre que se hace presente y actual entre nosotros por Jesucristo, por los Misterios pascuales de su Vida Pasión, Muerte y Resurrección, en la fuerza santificadora del Espíritu Santo- En la Liturgia no se puede proclamar ni escuchar otra palabra que no sea la Palabra de Dios trasmitida por la Iglesia, no se pueden usar otros signos sacramentales que no sean los que vienen del Señor, no es admisible otro comportamiento básico ni otras acciones litúrgicas que no sean las que nacen de una actitud de alabanza, acción de gracias, de plegaria ardiente, de humilde petición de perdón misericordioso: en una palabra, del ansia de penetrarse del amor de Cristo, de su Cuerpo y Sangre entregados por nosotros. Vivir y compartir con todo el ser –el alma y el cuerpo- los Misterios del Señor en la comunión de la comunidad celebrante, constituye lo que Romano Guardini llamaba el verdadero «acto litúrgico»: el» más excelente vehículo de comunicación de la Fe. De «este servicio de Dios» brota limpia e incesante la gracia del verdadero servicio al hombre: la que le capacita y sostiene en el amor fraterno y en el amor al pobre.
Acogerse a María, Nuestra Señora de La Almudena, adquiere en este comienzo de curso 200112002 una singular relevancia, puesto que Ella es «el templo del Espíritu Santo» donde la Iglesia encuentra a la Madre que le enseña con amor primoroso como abrir el corazón a las alabanzas del Altísimo que se hizo pequeño y niño en su seno,
Con todo afecto y mi bendición,