El Dios del amor y de la vida
Mis queridos hermanos y amigos:
Los equipos de desescombro siguen actuando en Nueva York y las noticias oficiales de¡ número de los desaparecidos continúan creciendo. Los ecos de la terrible tragedia llegan hasta nosotros con acentos cada vez más estremecedores a través de las voces y mensajes de las propias víctimas que pudieron comunicarse con sus familiares en los trágicos momentos de su muerte inminente. Nos ha impresionado a todos como la reacción más espontánea del pueblo norteamericano y de sus gobernantes fue volver el rostro y el corazón al Dios vivo y misericordioso en una coincidencia verdaderamente ecuménica de expresión y testimonio de la fe.
La Archidiócesis de Nueva York, a la que está unida la nuestra de Madrid por lazos de cooperación institucional en el servicio pastoral a los hispanos, de la gran metrópoli, ha respondido con el compromiso cristiano de todos sus fieles y sacerdotes que su Pastor Diocesano les concretaba, junto con los demás Obispos de Norteamérica, como un compromiso simultáneamente con la justicia y la misericordia, la que ha encarnado para siempre en el mundo y en la historia Jesucristo
Crucificado. el Hijo de Dios que enseñó a los hombres la suprema lección del amor a Dios y del amor al prójimo como Ley Nueva que no sólo fija deberes, sino que va acompañada de la gracia para cumplirlosEsta es la Buena Noticia de Jesucristo, su EVANGELIO: que Dios ha amado al mundo hasta entregarle a su Hijo Unigénito de modo que por Jesús el corazón de los hombres recibiese la luz y la capacidad para amar como El nos ha amado, por el don del Espíritu Santo.
La tremenda paradoja, que hemos vivido estos días, es la de que el nombre de ese Dios del Amor y de la Vida haya podido servir como infame pretexto ideológico y psicológico de una espantosa acción terrorista que ha sembrado la muerte y la desolación indiscriminadamente entre prójimos y hermanos. Es imposible encontrar una forma de mayor vilipendio del nombre de Dios que convertirlo en instrumento del odio y del asesinato de millares y millares de hermanos. Y, consiguientemente, no es concebible un mayor desprecio y ofensa del hombre que el de considerarlo y tratarlo con fría y satánica crueldad como un simple medio u objeto totalmente subordinado a los intereses, proyectos y reivindicaciones, cualesquiera que sean, de uno mismo, de su familia, de su grupo, nación, comunidad religiosa o política. Dios es el Dios Creador, Redentor y Padre de todos los hombres, sin distinción alguna. Y el hombre es siempre un prójimo para el otro hombre; incluso, más: un hermano.
A la hora de restablecer la justicia, tan brutalmente herida, no se debe de caer en la tentación de responder al odio criminal, que tantas lágrimas y dolor ha costado a los familiares de las víctimas y a todo el pueblo norteamericano, como a todos los que nos sentimos cercanos, con
la sed de venganza o con cualquier tipo de actitud dictada o influida por sentimientos semejantes. Importa mucho en estos momentos no olvidar la Ley de Dios y su doble y central mandamiento: ama a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo o, lo que viene a ser igual -visto a la luz de su Revelación-, como El te amó. Los que conocen el Evangelio saben como ocurrió y se expresó ese amor de Dios al hombre en el momento culminante de la historia: por Jesucristo, con El y en El. Una justicia llevada a la práctica sin miramientos, implicando a inocentes, y sin misericordia, al estilo de la ley del talión, se transforma al final en una condenable injusticia y en una injuria a Dios. La execrable crueldad de lo que hemos presenciado estos días, la legítima indignación . y el dolor atónito que nos han embargado, no deben obnubilar el juicio moral de los hechos, ni menos, perturbar la mirada cristiana de los mismos.
La experiencia larga ya del terrorismo, contemporáneo, tanto el que sufrimos en España, el de ETA, como el que se internacionaliza cada día más y más, enseña que su superación y erradicación definitiva comporta un proceso de pedagogía espiritual que llegue a sus jóvenes protagonistas y al entorno social, cultural y político que los envuelve, tocando su conciencia, modelando su personalidad con los ideales de una verdadera humanidad, llevándolos al encuentro en verdad y de verdad con el Dios vivo y verdadero el Dios del Amor y de la Vida. Naturalmente, el éxito de este empeño educativo pasa por dos elementos imprescindibles: que sus educadores, sus dirigentes Intelectuales y políticos y sus guías religiosos, el entorno social en una palabra, se convenzan de que los signos de esta hora histórica nos están urgiendo a todos, sin excepción, a una pronta conversión, una renovación moral y religiosa auténtica, sin demoras; y, luego, que aprendamos a pedirlo con humildad de corazón a quien puede hacerlo fructificar: al Dios de la Gracia, a Jesucristo, Salvador y Hermano nuestro, al Espíritu Santo, Señor y Dador de Vida. ¡Es necesario que aprendamos de nuevo a orar como Cristo nos enseñó: con la oración del Padre Nuestro!
Nosotros, los que por gracia infinita del Señor, vivimos la fe en su Iglesia, sabemos que en este camino contamos con una intercesora omnipotente, la Virgen María, Madre suya y Madre nuestra. A ella, a su Inmaculado Corazón, nos confiamos totalmente. A Ella confiamos con una especial insistencia y amor el viaje apostólico del Santo Padre a Kazajistán y Armenia, que acaba de iniciarse. Juan Pablo II acude a esos lugares de milenaria tradición cristiana, muy cercanos al punto neurálgico de la actual tensión mundial, como Testigo y Pregonero del Evangelio de la Paz, del que es su Autor para siempre Jesucristo, Nuestro Señor. ¡Qué el testimonio del Papa sirva para la conversión de los corazones!
Con todo afecto y mi bendición