Queridos diocesanos:
Estamos ya a las puertas de la Jornada Nacional que, año tras año, «Manos Unidas» lleva a cabo en su «Campaña contra el Hambre» en el mundo, y que a todos nos llega muy hondo en el alma, y nos reclama poner en juego, no sólo la generosidad de nuestra aportación económica, sino todo el amor que Dios ha derramado en nuestros corazones (cf. Rom 5, 5) para entregarlo a manos llenas a nuestros hermanos, los de cerca y los de lejos- Y justamente en esta entrega está la fuente inagotable de la alegría -¿no hay acaso, en palabras de¡ mismo Jesucristo que recoge san Pablo. «más alegría en dar que en recibir»?- (Act 20, 35), y está también la siembra más fecunda de la paz que tanto necesita nuestra mundo, el tercero como el primero. La Humanidad entera hoy se nos muestra hambrienta, más que nunca, de esa paz y de esa alegría que la Jornada de «Manos Unidas» nos permite vivir y compartir de un modo ciertamente extraordinario. «Sí quieres la paz, rechaza la violencia» es el lema con el que este año se nos invita a vivir esta Jornada. Una invitación, pues, al amor, la única fuerza capaz de vencer a la violencia y a todo el mal de¡ mundo y hacer así posible la verdadera paz.
En su Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz de este año 2002, el Papa Juan Pablo II ha removido nuestros corazones con una llamada vigorosa al perdón y a la misericordia como el único camino realmente eficaz para implantar en el mundo la justicia y la paz, tan quebrantadas en esta hora de la Historia, en que los terribles atentados del 11 de septiembre pasado han proyectado una sombra amenazadora de temores e incertidumbres sobre toda la Humanidad. «No hay paz sin justicia, no hay justicia sin perdón» es el anuncio que hacía solemnemente el Santo Padre en el día primero del año, y que nos marca admirablemente el camina para esta próxima Jornada de la Campaña contra el Hambre de «Manos Unidas», que nace justamente del amor infinitamente misericordioso que Cristo ha traído a la tierra, y que no puede por menos que conmover profundamente nuestro corazón ante el hambre espantosa y los sufrimientos de todo tipo de tantísimos hermanos nuestros a lo largo y ancho del mundo. «Mostrar misericordia -nos decía el Papa- significa vivir plenamente la verdad de nuestra vida- podemos y tenemos que ser misericordiosos, porque nos ha sido manifestada la misericordia por un Dios que es Amor misericordioso (cf. 1 Jn 4, 7-12), El Dios que nos redime mediante su entrada en la Historia, y que mediante el drama del Viernes Santo prepara la victoria del día de Pascua, es un Dios de misericordia y de perdón (cf. Sal 102)»
El hambre y el dolor de los más pobres y necesitadas de ¡a tierra están, sin duda, reclamando justicia, pero ésta, lejos de contraponerse al perdón, lo está exigiendo con urgencia inaplazable. «Se tiende a pensar -decía también Juan Pablo II en su Mensaje- en la justicia y en el perdón en términos alternativos. Pero el perdón se opone al rencor y a la venganza, no a la justicia». En realidad, como explica el Papa, el perdón, que es fruto del amor verdadero, da plenitud a la justicia: «Puesto que la justicia humana es siempre frágil e imperfecta, expuesta a las limitaciones y a los egoísmos personales y de grupo, debe ejercerse y, en cierto modo, completarse con el perdón, que cura las heridas y restablece en profundidad las relaciones humanas truncadas». El perdón, en efecto, «siendo mucho más que un frágil y temporal cese de las hostilidades, pretende una profunda recuperación de las heridas abiertas. Para esta recuperación son esenciales ambos, la justicia y el perdón». La Campaña de «Manos Unidas» está, ciertamente, al servicio de esta «recuperación».
Desde la luz y la fuerza de la fe cristiana es corno se lleva a cabo esta Campaña, que será tanto más eficaz cuanto más y mejor refleje el amor misericordioso de Jesucristo. La generosidad -«caridad», en lenguaje cristiano que a todos se nos pide desde «Manos Unidas» no tiene sólo razones religiosas. Viene también urgida por causas políticas y económicas. Por eso no ha dudado Juan Pablo II en hablar de «política del perdón», que se exprese «con actitudes sociales e instrumentos jurídicos, en los cuales la justicia misma asuma un rostro más humano». Es la limosna para la Campaña contra el Hambre un gesto humilde, pero lleno de la fuerza de Dios, implorada en la oración y el ayuno previo al que se nos invita, y lleno por tanto de auténtica eficacia política y social. Así lo afirmó el Papa en su citado Mensaje para la Jornada de la Paz de este año. «La falta de perdón, especialmente cuando favorece la prosecución de conflictos, tiene enormes costes para el desarrollo de los pueblos. Los recursos se emplean para mantener la carrera de armamentos, los gastos de las guerras, las consecuencias de las extorsiones económicas. De este modo, llegan a faltar las disponibilidades financieras necesarias para promover desarrollo, paz, justicia. ¡Cuánto sufre la Humanidad por no saberse reconciliar, cuántos retrasos padece por no saber perdonar! La paz es la condición del desarrollo -concluye con toda claridad el Papa-, pero una verdadera paz es posible solamente por el perdón».
En este mismo espíritu del amor misericordioso, única fuente de la verdadera paz, os exhorto a toda la Iglesia diocesana de Madrid a participar con toda generosidad, cada uno según su propia vocación y sus posibilidades, en esta ya inmediata Campaña contra el Hambre de «Manos Unidas», tanto en el gesto del ayuno voluntario del viernes día 8 de febrero corno en la Colecta extraordinaria del domingo día 10 de febrero. ¡Sed generosos, y mantened viva esta generosidad todos los días del año! El Señor -no lo dudéis- no se dejará ganar en generosidad, acrecentando el don precioso de la paz en cada uno de vosotros y a vuestro alrededor, alcanzando hasta los confines de la tierra, a través de esta Campaña de «Manos Unidas» y de todas sus obras. Así se lo pido en mi oración, que pongo bajo la intercesión de la Virgen María, Nuestra Señora de la Almudena.
Con mi afecto y mi bendición para todos,