Mis queridos hermanos y amigos:
Los jóvenes han sido actualidad los últimos días. Bueno… los jóvenes y los que apenas han alcanzado la madurez física y psíquica propia de esa edad, en la que grana la persona humana, y que es la juventud. También los adolescentes y preadolescentes -casi niños- han sido protagonistas de las escenas más variadas de la noche y de las calles de nuestras ciudades. Ante las trágicas noticias en las que se han visto envueltos han surgido preguntas inquietas y alarmadas por sus problemas y su futuro –en gran medida también el nuestro: el de los adultos de cualquier edad de la vida-. Se ha comentado desde la problemática de su tiempo libre hasta la situación real de sus familias y de sus centros de formación y enseñanza de todos los niveles. Se han enumerado muchas de sus necesidades y carencias. Apenas se ha aludido a su necesidad de Dios y de Jesucristo, «el Dios-con-nosotros». El Papa Juan Pablo II les habló de ello con ardiente testimonio de palabra y de obra, y les entusiasmó. Fueron dos millones los que le rodearon en aquellas memorables jornadas de «Tor Vergata» en la Roma universal y cercana de agosto del Año Jubilar 2000. Es muy probable que no haya habido en la historia mundial de las últimas tres décadas una personalidad que haya conectado más y más hondamente con la juventud contemporánea, la que es ya la nueva generación del siglo XXI, que Él.
Los jóvenes de hoy, nuestros jóvenes de Madrid, los de la noche de la movida madrileña, los que andan a tropezones por los difíciles escalones del sistema educativo, los que quieren triunfar en la vida profesional a toda costa y los que se afanan por el primer puesto de trabajo, los que sufren las consecuencias de familias y matrimonios rotos, los que no encuentra buen lugar en las comunidades eclesiales, los que buscan sentido a su vida por los caminos cegados y sin retorno de la droga y del sexo, que matan el cuerpo y disecan el alma y el corazón, los que anhelan experiencias verdaderas de auténtico amor… todos, todos sin excepción, están necesitados de muchas cosas; pero, sobre todo, de padre y de madre, de hermanos y hermanas, de familia, de hogar, de educadores, de escuela -comunidad educativa-, de amigos de verdad, de ambientes donde la amistad se pueda transformar y madurar en opciones de vida, marcadas por el amor matrimonial y por la dedicación completa al Reino de Dios, en los que el disfrute gozoso de los bienes de este mundo -la fiesta- se viva con la disciplina serena e interior del alma que sabe de vencimientos y superaciones de egoísmos, oscuridades y pasiones esclavizantes. Los jóvenes de nuestro tiempo necesitan que se les presente de forma perceptible e inequívoca el modelo de lo que es, vale y significa el hombre en la plenitud de su vocación para el tiempo y para la eternidad. Hay que volver a decirlo a voz en grito: ¡a los jóvenes no se les puede escatimar la experiencia de Dios, vivo y verdadero; o, con otras palabras, no se les puede hurtar la experiencia de Jesucristo y de su Evangelio! La responsabilidad de la Iglesia y de sus pastores -de sus Obispos y Presbíteros, sobre todo- es grande, grave y urgente, a este respecto. Debemos a la juventud un servicio ministerial, nacido de las entrañas de Jesús, Pastor de nuestras almas: se lo debemos a la más cercana de nuestras parroquia, comunidades y movimientos eclesiales, y a la más lejana, la que desconfía, huye, pasa… o rechaza lo que le ofrecemos. Nuestra tarea es mostrarles a Cristo, la Luz que ha venido a este mundo para que podamos caminar «como hijos de la luz», pues «toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz» (Ef 5,8-9); para hacerles caer en la cuenta de que sin Él somos tinieblas; y, con Él, LUZ.
La Fiesta de la Luz por excelencia, la de la Pascua de Resurrección, está cerca. Nos preparamos para el encuentro con el Resucitado, Nuestro Señor y Salvador Jesucristo. Los jóvenes de la Archidiócesis de Madrid lo harán con una especial preparación, entretejida de oración, de penitencia vivida con la sincera confesión y contrición de los pecados en el Sacramento de la Reconciliación, y de obras de misericordia y amor al prójimo, en los días inmediatamente anteriores al Domingo de Ramos; y con una intensa participación en su celebración en la Catedral de La Almudena. En el horizonte próximo: el encuentro mundial de Toronto con el Santo Padre en julio de este año. Juan Pablo II los llama a hacer suyo con nuevo ardor y nueva entrega el dicho del Señor a sus discípulos: «Vosotros sois la luz del mundo» «Vosotros sois la sal de la tierra» (cf. Mt 5,13-14). A eso están llamados: a ser también antorcha de la luz para los jóvenes de su tiempo. Es lo que desean y ansían en lo más hondo de sí mismos. La tentación perenne, muy aguda e insidiosa en el momento cultural de hoy, la de la pretensión de ver la vida sin la luz de Dios, que es Cristo, la vencerán si se someten, de la mano de María, la Madre de la esperanza y de la gracia, al juicio de Jesús, tal como Él lo explicaba a los testigos de la curación del ciego de nacimiento: «para un juicio he venido yo a este mundo; para que los que no ven vean, y los que ven se queden ciegos» (Jn 9,39).
Señor: ¡que los jóvenes de Madrid, de toda España y de todo el mundo, vean con tu Luz y crean!
Con todo afecto y mi bendición,