Queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Cercana ya la Semana Santa y concluido la Cuaresma, tiempo de la preparación para la celebración de la Pascua del Señor, centro de toda la Historia de la Salvación y del Misterio de Cristo y de la Iglesia, es bueno que nos preguntemos cómo estamos dispuestos a vivir la Semana Santa en este año de salvación del 2002. En nuestra sociedad actual, cada vez más secularizada y descristianizada, urge recobrar el auténtico significado y razón de sus expresivas celebraciones eclesiales para que la Semana Santa no se convierta en unos días de vacaciones, en unas meras prácticas devocionales o en la simple. contemplación de las bellas manifestaciones procesionales, Es necesario que rememoremos y vivamos, como centro de la vida cristiana y litúrgica, el Memorial de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo, es decir, de su «paso» de este mundo al Padre.
Todo el conjunto de los días de la Semana Santa, con intensidades distintas, tiene un carácter culminante en la dinámica del año litúrgico. Desde el primer día de la Cuaresma, el miércoles de Ceniza, se alude al tiempo cuaresmal como camino que nos lleva, con el corazón arrepentido y humillado y con el alma limpia a las celebraciones de la Semana Santa. En la monición inicial del Domingo de Ramos se nos dice: «Ya desde el principio de la Cuaresma nos venimos preparando con obras de penitencia y caridad… a inaugurar, en comunión con toda la Iglesia, la celebración anual de los misterios de la Pasión y Resurrección de Jesucristo». La celebración fructuosa de la Semana Santa, exige, ante todo, oración personal, meditación y comprensión de los textos litúrgicos y bíblicos y preparación cuidada del desarrollo de todos sus ritos. Y esto afecta tanto a los ministros que presiden las celebraciones como a los fieles que participan en ellas. Como afirma el Papa Juan Pablo II, en su carta Vicesimus Quintus annus. es necesario estar atentos a «lo invisible, a lo que Cristo hace por obra de su Espíritu, que ciertamente es más importante que lo que hacemos nosotros en los ritos de la liturgia» (nº. 10)
Las manifestaciones de la piedad popular, fruto tantas veces de la fe y de la veneración del pueblo cristiano a los Misterios de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor Jesucristo, habrán de ser preparadas y dispuestas con verdadero cuidado pastoral, de modo que ayuden a la vivencia auténtica de lo que se conmemora y celebra en la Liturgia del Triduo Sacro y sean verdadero reflejo y testimonio público de sus contenidos.
En estos días del año, los únicos que tienen el calificativo de «santos», todas las celebraciones deben tener solemnidad y sencillez, sosiego y ritmo, palabra y silencio, contemplación y vivencia del misterio, belleza y cuidado de los símbolos, pedagogía catequética y expresividad 1itúrgica. La utilización de los libros litúrgicos son la pauta básica y la referencia obligada para que las celebraciones tengan vigor y fuerza expresiva y para evitar que en la Semana Santa se pierda la unidad y la referencia teológica y espiritual a los hechos fundamentales de la Pascua del Señor.- Cena-Sacrificio-Pasión-Muerte-Resurrección.
En el Triduo Pascual contemplamos y celebramos al Cristo que ama, se arrodilla ante los pies de todos, se entrega, instituye la Eucaristía, el sacerdocio ministerial y el mandamiento del amor, lo que viene precedido de la reconciliación de los penitentes y de la bendición de los óleos (Jueves Santo). Contemplarnos y celebramos al Cristo en la Cruz que muere para redimir al hombre y ser signo de esperanza de salvación (Viernes Santo). Contemplamos y celebramos al Cristo que vence a la muerte, que resucita y nos da nueva vida, la vida eterna (Domíngo de Resurrección). El domingo de Restricción, en la solemnísima vigilia nocturna y en su celebración diurna, es el día fontal y festivo de la Pascua, el «gran domingo» que da sentido a todos los domingos del año; es manifestación esplendorosa de nuestra fe y razón de nuestra esperanza en Jesucristo Resucitado, Nuestro Señor y Salvador; y ocasión privilegiada para la memoria, que ha de avivarse siempre, de que por el Bautismo hemos muerto a nuestros pecados y resucitado a la vida nueva de la gracia y de la santidad, a fin de reinar con El en la gloria para siempre
Celebremos, pues, la Pascua en espíritu y en verdad, porque es el paso de lo caduco a la plenitud, el encuentro con Jesucristo Resucitado. En la Pascua descubrimos la belleza y la alegría de ser cristianos para manifestar a todos el amor de Dios al hombre y testimoniar nuestra fe en medio del mundo.
A todos os deseo una feliz y santa celebración de las fiestas pascuales en este año de gracia de 2002.
Con mi saludo y bendición,