¡Felices Pascuas de Resurrección!
Mis queridos hermanos y amigos:
¡Felices Pascuas de Resurrección! Hoy, día de la Resurrección de Jesucristo, es día de felicidad para los cristianos de una forma muy honda y explícitamente sentida; pero también lo es para toda la humanidad en la que alienta una secreta e imborrable nostalgia de salvación: de superación del mal y de la muerte, su más visible y simbólica expresión.
Nos felicitamos en la Iglesia y en cualquier rincón del mundo donde perdure lo más elemental de la experiencia de fe cristiana, porque Jesús, Jesucristo, «ha resucitado -como dice el Evangelio de San Mateo- de entre los muertos y va por delante de vosotros a Galilea». Eso fue lo que el Ángel mandó a las mujeres -a María Magdalena y a la otra María, la hermana de la Madre de Jesús- dijesen a los discípulos. Ellas corrieron entonces a anunciárselo y siguen comunicándonoslo ahora a nosotros, los discípulos de Jesús del siglo XXI, que acaba de iniciar su andadura en la historia. El hecho se mostraba patente a los ojos de aquellas primeras testigos. El Cuerpo del Maestro, al que tanto habían amado, hasta el punto de compartir su dolor al pie de la Cruz, acompañando a su Madre, María, la amiga y hermana, no se encontraba en el sepulcro. Había resucitado como muy pronto podrían ellas mismas comprobar cuando el mismo Jesús les sale al encuentro y las invita a la alegría. «¡alegraos!» y las reitera el encargo de comunicar a los hermanos que vayan a Galilea.
Lo que estaban viviendo en la realidad inmediata, la conocida y trasmitida por los sentidos, se va desarrollando en su interior como una vivencia que les toca lo más hondo del alma, que, iluminada por una fe creciente, penetra cada vez más intensamente en el corazón del Misterio del que están siendo participes privilegiadas ellas, y, con ellas, los discípulos- Una fe que comienza a vibrar de la esperanza del triunfo de Dios en y a través de Jesús Resucitado y que va floreciendo en un amor nuevo y definitivo a El.
GALILEA y sus nuevos encuentros con el Resucitado les ayudarán a comprender hasta donde alcanzaba para los discípulos mismos y para todo el pueblo, «el elegido de Israel», -y como presagiándolo y adivinándolo- para toda la familia humana, el Significado del acontecimiento que estaban viviendo. Pronto caerían en la cuenta de que había comenzado aquella etapa de la historia que San Pablo caracterizaría corno el tiempo en el que «ha quedado destruida nuestra personalidad de pecadores y nosotros libres de la esclavitud del pecado», podemos ya vivir con El, el Cristo Resucitado, una vida nueva para Dios, venciendo en el Bautismo a la muerte y a su infelicidad por el gozo de nuestra resurrección con Cristo Jesús, Señor Nuestro. La felicidad ya no es más una imposible utopía. Es el horizonte último y definitivo del hombre que actúa ya en su historia presente, la de todos los días. Es la realidad de una promesa cierta y de un don que se nos confía y quiere embargarnos ya desde y en la peregrinación de este mundo,
VIDA, Y VIDA NUEVA, es lo que nos trae también a nosotros, los cristianos, el anuncio y la celebración de la Pascua de Resurrección del Año, 2002: a los que sufren los efectos del pecado en su cuerpo y en su alma y a los que se dejan derrotar por su fuerza destructora; a los que recurren a la oración y a la penitencia para recuperar el vigor de la gracia y los dones el Espíritu Santo, recibidos en los sacramentos del Bautismo y de la Confirmación, y a los que aspiran a la santidad. A todos se nos vuelve a ofrecer la victoria en el propósito e itinerario de una verdadera conversión y, con ella, el don de la Vida Nueva que no se acabará jamás. Ya no tenemos razón para vacilar o sentir temor ante la propuesta de que seamos santos.
Y VIDA, Y VIDA NUEVA, trae la Pascua de Resurrección a todos los hombres de buena voluntad: a los que buscan el rostro de Dios con sincero corazón en medio del relativismo y confusión religiosa tan extendida hoy o del agnosticismo de moda; a los que construyen la paz en el entorno más próximo de sus familias y sus pueblos y en los puntos neurálgicos donde se ve tan amenazada y herida por el imperio del odio y de la venganza, y a todos los que tratan de formar y seguir su conciencia según ley de Dios.
«Lucharon vida y muerte, en singular batalla, y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta»
Justamente eso que cantamos en la Secuencia de la Misa de Pascua es lo que ha ocurrido y ocurre hoy con todas las consecuencias para nuestra Vida y Salvación: para nuestra felicidad.
Con María, la Madre del Resucitado, partícipe ya toda ella en cuerpo y alma, de su Resurrección, y Madre nuestra, podemos renovar hoy la alegría pascual, que es ya, e irreversiblemente, nuestra inextiguible alegría.
¡FELICES PASCUAS DE RESURRECCIÓN! ¡ALELUYA!
Con todo afecto y mi bendición,