Un título teológico de nueva actualidad
Mis queridos hermanos y amigos:
El oficio del Papa tiene que ver constitutiva e íntimamente con Cristo. De El viene directamente, a Él y a su presencia viva como Cabeza y Pastor invisible y supremo de la Iglesia se refiere, y su ejercicio se ordena a guiar y a confirmar a la Iglesia entera en la Comunión plena de verdad y de vida con Jesucristo Nuestro Señor y Salvador. No es extraño pues que el pueblo cristiano expresase su fe en el Primado del Romano Pontífice y manifestase su amor creciente al Papa, llamándole: VICARIO DE CRISTO. ¿Quién no recuerda la conocidísima fórmula de Santa Catalina de Siena del «dulce Cristo en la tierra»? La historia moderna y contemporánea de la compenetración espiritual cada vez más intensa de la comunidad eclesial con el Sucesor de Pedro fue perfilándose, a un ritmo nunca interrumpido, como un reconocimiento espontáneo de su condición de Vicario de Cristo en la tierra, que se va explicitando sin solución de continuidad hasta el umbral mismo del Concilio Vaticano II. Los textos de la Constitución Dogmática sobre la Iglesia Lumen Gentium son inequívocos al respecto. «El Romano Pontífice, en efecto –enseña el Concilio–, tiene en la Iglesia, en virtud de su función de Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, la potestad plena, suprema y universal, que puede ejercer siempre con entera libertad» (LG 22; cfr. 23).
Es notorio que ha venido después un tiempo en que consideraciones ecuménicas y otras, inspiradas en una supuesta mejor pedagogía pastoral –que se autoestimaba a sí misma más objetiva y menos sentimental–, han querido influir en una cierta relativización de este título. Para lo cual se apoyaban, además, en el uso conciliar del mismo, aplicado a los Obispos (cfr. LG 27), y en la profundización teológica del significado del sacerdocio ministerial, alentada e iluminada por el Concilio al afirmar de los presbíteros que «actúan en la persona de Cristo», lo que los diferencia cualitativamente de los fieles laicos. No hay duda de que a todo cristiano bautizado le corresponde la responsabilidad de hacer presente a Cristo ante los hombres, pero en la medida de su vocación, consagración y misión específica. La plenitud de la facultad, responsabilidad y función «representativa» del Señor como Cabeza y Pastor respecto a la totalidad de la Iglesia le compete, sin embargo, de una forma personalísima, de cualidad única, imprescindible para la Comunión plena con Él, solamente al Romano Pontífice. Al Papa le toca mantener ypromover la unidad con JESUCRISTO de todos los pastores y fieles reunidos en las Iglesias Particulares, es decir: la fidelidad íntegra e incondicional a su Palabra, a sus Sacramentos, al Mandamiento Nuevo del Amor, y, por consiguiente, su seguimiento indefectible por parte de todos, de tal modo que la Iglesia desde todos los puntos del orbe pueda dar testimonio unánime de su Evangelio para la salvación de todos los hombres. Por eso en el Papa «se visibiliza» Cristo, de forma eminente, como «el Buen Pastor» de toda la Iglesia. Cristo la pastorea efectivamente a través de Pedro y sus Sucesores a lo largo y ancho del mundo hasta el final de los tiempos, dotándoles con un carisma singular del Espíritu Santo que les preserva en la infalibilidad en los momentos decisivos en los que pueda entrar en juego la salvaguarda de su fe y de su obediencia al Señor.
Esa cualidad teológica de Vicario de Cristo por excelencia, propia del Papa, representa mucho más que una verdad teórica o una simple definición funcional. Afecta y compromete a toda la vida. Pide encarnarse en la existencia concreta de cada uno de los Sucesores de Pedro. Se convierte para ellos en una exigencia ineludible de identificación con Jesús, visto a través de todos los pasos de su vida por este mundo, desde la Encarnación hasta llegar al momento del paso final y culminante de la Pascua: de la Cruz y de la Resurrección. El Papa se manifiesta también como Vicario de Cristo en el testimonio diario de la ofrenda de su vida al Señor. Juan Pablo II nos lo muestra día a día con una humildad y un espíritu sacerdotal sencillamente admirables. Su servicio de Vicario de Cristo lo presta a la Iglesia cada vez más desnuda y elocuentemente con el ejemplo viviente del Sí incondicional a la Cruz y del ponerse a los pies de sus hermanos hasta dar el último aliento de su vida.
Hoy, Domingo del Papa en España, nos unimos en oración ferviente –¡oración de los hijos!– para pedir para el Papa «pax, vita et salus perpetua», agradeciéndole en el alma el don de su entrega agotadora y de su incansable magisterio, que rezuman amor a Jesucristo y cumplimiento inquebrantable de su mandato: del «Apacienta mis ovejas» (Cfr. Jn 21, 17).
Acudamos a la Madre de la Iglesia, MARÍA, de la que él ha querido ser todo suyo, rogándole que lo tenga siempre por tal: ¡Que sea realidad permanente y gozosa para él el lema de su pontificado, «Totus tuus»!
Con todo afecto y mi bendición,