Vosotros sois la luz del mundo, vosotros sois la sal de la tierra
Mis queridos amigos y hermanos:
De nuevo en camino con los jóvenes de todos los lugares de la tierra para encontrarnos con el Santo Padre en una semana intensa de oración, de vivencia universal de la comunión eclesial y, sobre todo, de testimonio de los jóvenes católicos que quieren proclamar ante el mundo que Jesucristo vive y es el Salvador del hombre. Esta vez, el encuentro tendrá lugar en Toronto, en el Canadá, en la parte septentrional de la América hermana, descubierta y evangelizada por España hace más de cinco siglos, y a la que se unió ya en el siglo XVII la acción misionera de los jesuitas franceses en el este canadiense, que sellarían con la sangre de su martirio y que completaba el primer ciclo histórico de la misión en todas las direcciones del continente americano. Los frutos maduros de nuevos cristianos y de una Iglesia implantada en las entrañas mismas de América, de norte a sur y de este a oeste, no se harían esperar por mucho tiempo más. América devino pronto un continente cristiano.
Nosotros, los jóvenes de Madrid y de toda España, seguiremos sus mismas rutas, las del Atlántico norte, surcando sus cielos como peregrinos de un siglo y un milenio nuevo, el de la tecnología y comunicación globales, que queremos vivir y configurar cristianamente, dejándonos iluminar y guiar por la luz y la fuerza del Evangelio. Aterrizaremos en Nueva York donde tendremos ocasión de reunirnos con nuestros hermanos, los jóvenes de la Archidiócesis neoyorquina y sus pastores, participando con ellos en celebraciones y encuentros comunes, para proseguir, luego, por tierra hasta Toronto, después de hacer parada y visita orante y festiva en el Santuario de los Mártires Canadienses. El simbolismo que encierra el itinerario de nuestra peregrinación no puede ser más sugestivo.
Nueva York, la poderosa metrópolis, verdadera «capital del mundo», en la que se deciden desde tantos puntos de vista los destinos y futuro de la humanidad, se levanta como un formidable desafío a los jóvenes cristianos, llamados por el Señor al testimonio y servicio apostólicos de los nuevos tiempos que se avecinan. Celebraremos allí la Eucaristía en la Catedral de San Patricio, también en la Iglesia donde se venera la quizá más grande figura eclesial en la historia de la evangelización neoyorquina, la Madre Cabrini; y lo haremos finalmente en la Parroquia de San Pedro, al lado de la llamada Zona 0, para pedir por las víctimas del terrorismo y renovar nuestro compromiso con la Paz que viene de Cristo. La visita a Nueva York se convierte así en «el mejor prólogo» para adentrarnos en el verdadero espíritu e intención pastoral de «la Jornada Mundial» que se refleja tan bien en el lema con el que la ha querido convocar el Santo Padre: VOSOTROS SOIS LA LUZ DEL MUNDO, VOSOTROS SOIS LA SAL DE LA TIERRA». Esas palabras de Jesús, dirigidas a los jóvenes de la Iglesia de hoy, comenzarán ya a resonar en nuestra alma a través de la experiencia eclesial neoyorquina como mandato y envío misionero o, lo que es lo mismo, como un verdadero reto espiritual, cuyos ecos irán creciendo en intensidad hasta el momento de su solemne confirmación por el Papa en la Vigilia de la Noche y en la celebración de la Eucaristía del Domingo, 28 de julio, con la que culminará en Toronto la XVII Jornada Mundial de la Juventud. El reto lo iremos viendo y viviendo, en el fondo, como una inaplazable invitación a la propia conversión, progresivamente: en el silencio de la oración personal, en las celebraciones litúrgicas y en la peregrinación a los lugares eclesial y culturalmente más emblemáticos. El mundo, incluso el aparentemente más rico y poderoso de nuestros días, anda a tientas tanto a la hora de trazar y ofrecer las razones que dan sentido a la vida, como cuando diseña problemas globales para la convivencia de pueblos y naciones, tan vacilantes y contradictorios en sus contenidos y objetivos éticos, como en su valor sencillamente humano. ¿Cuánto le cuesta, por ejemplo, a las sociedades ricas, comprender y aceptar el valor inviolable de la dignidad de todo ser humano, sea cual sea el estadio de vida en que se halla, su color, su pertenencia socio-política, su cultura, etc.? ¿Cuántos obstáculos se cruzan en los senderos de los que quieren llevar el pan y la paz a todos los pueblos de la tierra? Uno de los signos más dramáticamente reveladores del estado de salud temporal y espiritual de la humanidad actual es, sin duda alguna, el fenómeno del terrorismo internacional juntamente con el del hambre endémica que padecen regiones enteras del planeta.
El mundo ciertamente anda a oscuras, sin aliento y vigor interior. Necesita «luz» y «sal»: de un origen distinto al del saber y poder humanos, de una procedencia que los trascienda. Necesita de Dios, del Dios verdadero, que se ha encarnado y entregado a los hombres en Jesucristo. Él es «el camino, la verdad y la vida». los que son de Cristo, son los llamados a ser los portadores de la luz y de la sal que ansía el mundo de hoy con una impaciencia dramática, transida de acuciantes urgencias. Abriéndonos paso a través de nuestras debilidades y pecados, de nuestros miedos y vergüenzas, de nuestra inseguridad e indefinición personal, la XVII Jornada Mundial de la Juventud nos acercará al Señor, a Jesús, el Salvador, que nos ama con una especial predilección, como al joven del Evangelio, para que le digamos con la nobleza y el ardor de nuestro joven corazón: ¡queremos ser «luz», tu Luz, queremos ser «sal», tu Sal, para la humanidad de nuestro tiempo, sobre todo, para sus nuevas generaciones!
De la mano de su Madre y la nuestra, la Virgen María, estamos seguros de que la Jornada de Toronto nos aproximará tanto al Corazón de Cristo que, empapados en su AMOR, podremos ser verdaderamente LA LUZ Y LA SAL de la tierra.
Con todo afecto y mi bendición,