El modelo de la verdadera familia
Mis queridos hermanos y amigos:
La Liturgia del tiempo de Navidad contempla el Misterio del Niño Jesús recién nacido, de acuerdo con los relatos evangélicos, en íntima relación de existencia y de vida con su familia: con su Madre María, la Virgen de Nazareth, en cuyas entrañas fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo; y con José su esposo a quien Dios confía como a un padre -el padre de la tierra- a ambos: a la Madre purísima y al Hijo, el Santo de los Santos. ¡Verdaderamente una Familia excepcional! Una familia «sagrada», como lo ha venido confesando y proclamando la Iglesia desde los tiempos primeros de su historia: el matrimonio del que surge esa familia y se configura es el fruto humano-divino de una intervención singularísima -nunca más repetida- del Espíritu Santo en el consentimiento y en la entrega mutua de ambos esposos, precedida y sellada por la virginidad de María a la que José corresponde incondicionalmente; y su hijo es el mismo Hijo Unigénito de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Y, sin embargo, se trata de una familia extraordinariamente humana que desenvuelve su vida en el contexto del amor fiel, del cuidado del hijo, de la unión familiar abierta a los designios del Señor y a su servicio, con un nuevo estilo de relaciones íntimas y de apertura a los demás, caracterizado por un amor desde sus principios de una suma e innata sencillez y de una total y universal gratuidad. A la Virgen María no se le ahorra en ningún momento el horizonte de lo que la espera y a lo que es llamado su Hijo y ella misma: el de la oblación ilimitada de la vida. ¿Qué otro sentido tienen sino las predicciones de Simeón y los testimonios de las promesas cumplidas de la profetisa Ana que nos narra S. Lucas?
La Familia de Jesús, María y José es ciertamente una Familia única, singular, pero a la vez el modelo de todas las familias. Porque de ella, en primer lugar, se valió Dios en el momento culminante de la historia de la salvación para que su Hijo creciese y madurase en estatura, sabiduría y gracia, inaugurando su camino terreno de Redentor del hombre: Jesús se formó en su familia y aprendió en ella a progresar divina y humanamente hasta llegar a la madurez de su vida pública y de la hora definitiva de su Pascua. Y porque, en segundo lugar, en ella se reveló al hombre el valor insustituible de la familia, comunión indisoluble del varón y de la mujer en la plena donación mutua, como el único ámbito del amor digno del hombre: donde puede ser procreado y nacer como lo que es y para lo que está llamado a ser eternamente: imagen e hijo de Dios.
Si hay una lección que debamos extraer en este momento tan gravemente crítico para la familia en nuestra sociedad de la celebración del Misterio de la Sagrada Familia, al celebrar su Fiesta este domingo primero después de la Natividad del Señor, y ante la falacia del llamado pluralismo de formas de familia tan en boga, es la de que no hay alternativa para el futuro del hombre y de los pueblos de la tierra que la de un renovado reconocimiento intelectual, moral, social y político del modelo esencial y normativo de la familia tal como ha sido querida y es querida por Dios, su Creador y Salvador: de la que Él mismo en su infinita sabiduría y bondad se ha valido para la definitiva fase de la salvación del hombre., cuando «el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros», lleno de gracia y de verdad».
El próximo miércoles, día primero del año 2003, Jornada Mundial de la Paz, que celebraremos en el contexto litúrgico de la solemnidad de Santa María, Madre de Dios, es una excelente ocasión para ahondar en la lección cristiana de la Sagrada Familia de Nazareth. ¿Es que alguien pretende esperar con un mínimum de veracidad humana y de sinceridad histórica que pueda ser posible la paz, la nacional y la internacional, dentro de sistemas sociales que niegan a la familia en su raíz o, al menos, la orillan y marginan? En su Mensaje para la Jornada de la Paz de este año el Papa evoca un principio en el que compendiaba su Encíclica «Tacen in Terris» hace cuarenta años su predecesor, el Beato Juan XXIII, y que decía así: «la paz en la tierra, suprema aspiración de toda la humanidad a través de la historia, es indudable que no puede establecerse ni consolidarse si no se respeta fielmente el orden establecido por Dios». Pues bien, elemento esencial y fundante de ese orden es la familia, nacida de la unión indisoluble del varón y la mujer, hogar del amor y fuente de la vida.
Si queremos verdaderamente la paz, respetemos, promovamos y cuidemos la verdadera familia, la verdad de la familia en nuestras familias.
A Jesús, María y José se las encomendamos hoy de todo corazón.
Con todo afecto y mi bendición,