Una educación para nuevos tiempos. Aportaciones cristianas
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
El próximo, 8 de marzo celebraremos en nuestra Archidiécesis de Madrid la XIX Jornada de Enseñanza. Como en las jornadas anieriores, es una ocasión propicia para que os acerquéis a la realidad del mundo educativo, tan importante para la misión de la Iglesia y para que adquiráis una mayor conciencía de vuestra responsabilidad en esta tarea evangelizadora. ¡Quiera Dios que sea un ámbito de encuentro de fe, de oración mutua animación, y comuníón de voluntades y esfuerzos para ser testigos del Evangelio en el servicio de la formación integral de las nuevas generaciones!
El Concilio Vaticano Il exhorta a los hijos de la Iglesia a que colaboren con generosidad en todo cl campo de la educación, sobre todo con el fin de que los beneficios propios de la educación y la instrticción puecian extenderse cuanto antes a todos los lugares de la tierra (c£ Gravissirman Educationis, 1). En este senvido, la importancia que cobra la tarea educativa para el futuro de la sociedad es de tal magnitud que los cristianos no podemos quedamos al niargen de los esfuerzos que invierteniantos hombres y inui eres en laformación de niños y jóvenes.
El lema de la Jomada de este afilo -«UNA EDUCACIóN PARA NUEVOS TIEMPOS. APORTACIONES CRISTIANA»- se sustenta sobre el reconocimiento de la necesidad de escrutar a fondo las llamadas que lo’s nuevos tiempos dirigen al mundo educativo para interpretarlas y tratar de responderlas a la luz del Evangelio. Se ha de afrontar con valentía, afirma Juan Pablo 11, una situación que cada vez es más variada y comprometida en el contexto de la globalización y de la nueva y cambiante situación de pueblos y culuras que la caracteriza. Permaneciendo plenamente fiel al anuncio evangélico y a la tradición eclesial, el cristianismo del tercer milerlio debe responder cada vez mejor a la exigencia de inculturación (cf. -Novo Millenmo lneunte, 40) para que el Evangelio llegue a todos los hombres. El nuevo milenio presenta una serie de retos, ligados a la globalización- que están afectando no sólo a los modos tradicionales de vida, sino también al conjunto de las instituciones sociales, entre las que se encuentran las educativas. Una mayor hegemonía de los saberes técnicos, con sus acentuaciones utilitarias, la presencia creciente de la inmigración, con la aportacíón de culturas diferentes; y el avance imparable de las nuevas tecnologias de la información y la comunicacíón son factores que están incidiendo de forma clara en la escuela y, en los procesos de aprendizaje de los alumnos.
Cualquier educador estaría olvidando su vocación si diese la espalda a estos nuevos desafíos y siguiese actuando como si nada de lo que ocurre a su alrededor le afectara en su tarea educativa. Conviene recordar, nuevamente, que la educación va más allá de enseñar conocimientos y capacitar al educando con una serie de habilidades teóricas que le permitan alcanzar su propia autonomía. No basta con responder a la pregunra de córno son las cosas para que a la persona humana se le manifleste el sentido último de lo que hace con su vida. El educador cristiano descubre este sentido cuando ahonda en las raíces de su identidad, pues sólo así alcanza a comprender su tarea y su misión. En el momento actual, la escuela ha de apoyar la búsqueda de este sentido -que comienza en el ámbito familiar- y abrir la puerta con total normalidad a la dimensión trascendente que forma parte fundamental de la persona. De ahí la importancia que adquiere «la dimensión humanística y espiritual del saber y de las diversas disciplinas escolares. La persona, mediante el estudio y la investigación, contribuye a perfeccionarse a sí misma y a la propia humanidad. El estudio resulta camino para el encuentro personal con la verdad, lugar para el encuentro con Dios mismo» (cfr. Las personas consagradas y su misión en la escuela, 39). Este estudio no puede reducirse a un mero conocimiento de la realidad al margen de aquellos valores que permiten al educando hacerse un juicio personal del mundo en el que vive. Para el educador cristiano estos valores están enraizados en la persona y mensaje de Jesucrisio, en su fe, de fom-ia que la educación en la fe le ofrece la clave definitiva de la dignidad de la persona humana y la posibilidad de su realización eficaz.
La convocatoria y puesta en marcha del tercer Sínodo de la Archidiócesis de Madrid trata de poner especial empeño en la transmisión de la fe -en su anuncio, educación y testimonio- con el fin de aIumbrar la esperanza de tantos hombres y mujeres pertenecientes a una cultura que se va alejando de la comprensión cristiana del inundo y de la vida. Como os recordaba en la Carta Pastoral sobre El Tercer Sinodo Diocesano, de lo que se trata es de si-somos capaces de mantener con esas personas un diálogo sincero, en el que sepamos escuchar y comprender sus puntos de vista, valorar incluso los dones que Dios haya podido concederles, a la vez que les ofrecemos humilde y gozosamente nuestra experiencia eclesial de la fe; en una palabra, la de si les damos testimonio inequívoco de la persona de Jesucristo: de su Evangelio.
¡Caminemos con esperanza!, nos decía Juan Pablo II al concluir su Carta apostólica Novo Millennio Ineunte, pues el mandato misionero nos introduce en el tercer milenio invitándonos a tener el mismo cristianismo de los cristianos de los prirneros tiempos. Con ocasión de esta Jornada Diocesana de Enseñanza, hagamos nuestra también esta invitación a ponemos en camino, dando razón de la esperanza que nos anima en la misión educativa que estamos realizando. Todos los que en cualquier lugar y circunstancia podáis ofrecer a los niños y jóvenes valores humanos y evangélicos paxa su crecimiento personal estáis convocados a esta noble y bella tarea. Que Jesucristo, el verdadero y único Maestro, nos ayude a continuar trabajando con la mirada puesta en la voluntad del Padre y en las necesidades de todos nuestros hermanos.
Con mi cordial afecto y bendición