En la solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo 29 de junio de 2003
El próximo domingo 29 de junio, solemnidad de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, la Iglesia celebra el día del Papa que, en esta ocasión, alcanza un relieve especial al estar a punto de conmemorarse el XXV aniversario de su Pontificado. La Iglesia da gracias a Dios por Juan Pablo II, Sucesor de Pedro, y por los veinticinco años que, con generosa entrega y total dedicación, ha cumplido con el oficio de pastorear al rebaño de Cristo como signo de aquel amor primero que el Señor resucitado pidió a Pedro y, en él, a sus sucesores: «Pedro, ¿me amas más que estos?». Juan Pablo II ha mostrado durante estos veinticinco años que ama a Cristo con un amor inagotable, que hace de él un signo vivo del Maestro que le llamó al supremo pontificado y que le sostiene al frente de la Iglesia por la que da la vida día a día.
Así hemos tenido oportunidad de verlo con nuestros propios ojos en la reciente visita apostólica a España los pasados 3 y 4 de mayo. Sí, hemos visto al Sucesor de Pedro, Vicario de Cristo en la tierra, confirmándonos en la fidelidad a Cristo. Nos ha confirmado con su palabra, siempre viva, directa y evangélica, ajustada a nuestro momento histórico y a sus peculiares circunstancias. Le hemos visto próximo, padre y hermano, cercano y amigo de todos, interpelando a nuestra conciencia cristiana e invitándonos a decir sí a Cristo en el camino de la santidad. Pero nos ha confirmado, sobre todo, con el testimonio de su entrega sin reservas, que hace de él la imagen viva de quien no se sirve a sí mismo, sino a los hombres. Hemos visto al Siervo de los siervos de Dios. Fuerte en su debilidad y entregado al ministerio recibido, Juan Pablo II nos ha hecho sentir la presencia misma de Cristo, su cercanía sacramental y el gozo de ser miembros de la Iglesia que dirige con la sabiduría de la cruz.
El día del Papa nos ofrece la oportunidad este año de dar gracias a Dios por el don de su reciente visita y de pedir por él para que, libre de sus enemigos, le mantenga al frente de la Iglesia como el supremo testigo del amor de Cristo. Os invito, pues, a elevar súplicas y oraciones en todas las parroquias y comunidades cristianas a favor del Santo Padre. Y os invito a participar en la solemne celebración eucarística que tendrá lugar el domingo 29 de junio, a las doce horas, en la Santa Iglesia Catedral de Santa María la Real de la Almudena, en acción de gracias por el XXV año de su Pontificado. En esta celebración nos uniremos a las intenciones del Papa y, de modo especial, al gozo de su servicio en la Iglesia, un gozo entreverado de sufrimientos de los que también él, como Pedro, ha sido testigo cualificado del Señor.
Queridos diocesanos, esta celebración del día del Papa debe urgirnos a ser fieles al Sucesor de Pedro y a su supremo magisterio. El mejor regalo que podemos ofrecerle en este día tan señalado es el de acoger su palabra y convertirla en vida propia. El reto que nos ha planteado recientemente su visita es, ni más ni menos, el reto de la santidad. Él nos ha mostrado el camino: la adhesión inquebrantable a Cristo; nos ha indicado los medios parta vivir la unión con Él: la oración, el cumplimiento de la voluntad de Dios, y la práctica de las virtudes cristianas; y nos ha propuesto cinco modelos de santidad indiscutibles que nos ayudarán a no desfallecer en el seguimiento de Cristo. Devolvamos al Papa, convertida en vida, la palabra de verdad que nos ha dirigido y que el gozo de su ministerio sea el progreso de nuestra vida cristiana.
Pongamos estas intenciones en las manos de Santa María, nuestra Madre, para que ella vele siempre por aquél que cumple entre nosotros el sublime oficio de representar a su Hijo para la Iglesia universal, venido en la carne y exaltado en la gloria.
Con mi afecto y bendición