Confiado a la Iglesia en Europa
Mis queridos hermanos y amigos:
En el marco solemnísimo de la celebración de la Liturgia de las Vísperas de San Pedro y San Pablo, entregaba el Santo Padre a un grupo de Cardenales, Arzobispos, Obispos, Sacerdotes, Consagrados y Fieles Laicos, la Exhortación Postsinodal «La Iglesia en Europa», estando presente el Delegado del Patriarca Ecuménico de Constantinopla. Era un gesto pleno de simbolismo eclesial y pastoral y un reclamo vigoroso y gozoso para asumir el desafío que nos presenta la Europa de hoy, olvidadiza de su pasado cristiano, pero a la vez profundamente nostálgica del verdadero Dios, ofreciéndole sin debilidades, tapujos y recorte alguno el Evangelio de la Esperanza.
De eso se trata, en esta decisiva hora histórica: de ser pronta y lúcidamente conscientes de que nos ha sido confiado el Evangelio de la Esperanza a la Iglesia del Nuevo Milenio. El Señor, «el Cordero que está sentado en el Trono», «el Primero y el último, el que vive», nos urge y nos dice por la voz del Espíritu, inequívoca para quien quiere oírla a través de los signos de los tiempos: «Ponte en vela, reanima lo que te queda y está a punto de morir» (Ap 3,2), sobre todo en Europa, la Europa de las tremendas paradojas: la que sueña y se afana por abrir caminos de unidad para un futuro mejor de paz y libertad, pero que simultáneamente se aferra a estilos de vida y comportamiento que la está condenando irremisiblemente al envejecimiento, incluso biológico, y a la muerte. El tiempo corre vertiginosamente; el Señor nos llama a la conversión y nos prueba respecto a la sinceridad y autenticidad de los nuevos propósitos de vida y compromisos con su Evangelio: «Conozco tu conducta, tu fe, tu espíritu de servicio, tu paciencia», nos dice en el libro del Apocalipsis (Ap 21,2). ¡No intentemos engañar al que es Señor y el Buen Pastor de la Iglesia, al que penetra en lo más íntimo y recóndito de nuestro corazón a través de la acción de su Espíritu! Antes al contrario tomemos «el librito que está abierto» -el del Evangelio- … y ‘devorémoslo'», con valiente disponibilidad y fuerte alegría, tributando «al que está sentado en el trono y al Cordero alabanza, gloria y potencia por los siglos de los siglos» (Ap 10,8.9; 5,13).
Hay un aspecto -aspecto central, por otra parte- de ese Evangelio de la Esperanza que hemos de anunciar, celebrar y servir en la Europa de los nuevos siglo y milenio, que adquiere por estas fechas en España una insoslayable actualidad: el que se refiere a la Vida, a la Buena Noticia, proclamada, realizada y consumada por Jesucristo, Nuestro Señor, de la dignidad inviolable de todo ser humano desde su concepción hasta su muerte, llamado a la filiación divina -a ser hijo de Dios- por toda la eternidad, y de la que brotan derechos fundamentales que no sólo son anteriores a toda ley positiva del Estado, sea del rango que sea, sino que, además, funda y establece obligaciones de tutela, protección y promoción para toda instancia social, política y jurídica. Van ya para los veinte años que se abrió en España la brecha legal para la practica del aborto, cada vez más extendida, y el avance social y cultural de la mentalidad relativista y utilitarista en la consideración y tratamiento del derecho a la vida de los más indefensos -de los no nacidos, de los enfermos, minusválidos y terminales- parece imparable. El fondo innegable de egoísmo creciente, que delata, ha conducido también -como no podía ser menos- a la manipulación masiva de embriones en los procesos de reproducción artificial, que se ven condenados así en proporciones tremendas e inexorablemente a la muerte; nunca aceptable para una recta conciencia, aunque se maneje el pretexto para ello, de querer abrir nuevas vías al progreso de la ciencia y de la práctica médicas en la lucha contra la enfermedad.
Combatir lo que el Santo Padre ha calificado ya como «cultura de la muerte», y superarla, es un empeño difícil y exigente que va mucho más allá del campo de la acción política y del debate social y cultural en la forma tan influyente como se produce en los medios de Comunicación Social y en el modo como se está llevando a los centros de Enseñanza de todos los niveles. Es decir, rebasa los recursos del «poder humano». Su impacto alcanza, sin embargo, y con una enorme gravedad, a las familias, a las conciencias de la persona y a la Iglesia, puesto que no es sostenible el anuncio y testimonio del Evangelio de la Esperanza si no incluye en su base el Evangelio de la Vida.
Las asociaciones «pro vida» han convocado a todos los cristianos de Madrid a: «a una gran oración por la vida que abarque el mundo entero». Ayer en la Catedral de La Almudena en una intensa y profunda Vigilia de Oración -precediendo el Santo Rosario a la celebración de la Santa Misa- acogíamos con renovados acentos este imperativo insustituibles de la plegaria insistente por «la Vida» y la colocábamos en el regazo de la Virgen, Nuestra Señora de La Almudena, Madre de Aquél que es «el Camino, la Verdad y la Vida», junto con nuestros mejores propósitos y la perseverancia de nuestro compromisos con el Evangelio de la Esperanza y de la Vida, en España y en Europa. Lo hacíamos con humilde confianza y mucho amor, sabiendo que es el camino cristiano de la esperanza sobrenatural, que no falla. ¡No lo abandonemos nunca!
Con todo afecto y mi bendición,