En el octavario de oración por la unidad de los cristianos-2004
Mis queridos hermanos y amigos:
De nuevo la Iglesia se reúne en oración junto con hermanos de otras iglesias y comunidades eclesiales al acercarse la Fiesta de la Conversión de San Pablo, pidiendo la unidad de los cristianos querida y suplicada ardientemente por Jesús al Padre: “Te pido que todos sean uno. Padre, lo mismo que tú estás en mí y yo en ti, que también ellos estén unidos a nosotros; de este modo, el mundo podrá creer que tú me has enviado” (Jn 17,21).
La urgencia de la unidad visible, deseada y mandada por el Señor para su Iglesia, adquiere en la Europa que camina a fórmulas de unidad política cada vez más plena, cuantitativamente y cualitativamente vista, una gravedad singular. En la Exhortación Postsinodal “Ecclesia in Europa”, Juan Pablo II haciéndose eco de las reflexiones de los Obispos europeos en la segunda Asamblea especial del Sínodo, nos planteaba con toda crudeza la necesidad de “una conversión en el campo ecuménico”, para que sea más creíble la evangelización y la contribución de los cristianos a la unidad de Europa. Y precisaba cómo debe de entenderse y de realizarse esta llamada a un nuevo empeño y compromiso eclesial en el camino ecuménico, emprendido sobre todo después del Concilio Vaticano II: “como un ir juntos hacia Cristo” (Ec Eu, 30). Europa ha sido el campo cultural y espiritual donde se han sembrado las semillas más graves de las discordias y de las rupturas de la unidad de la Iglesia en el segundo milenio de la era cristiana, en gran medida porque se había perdido o debilitado la mirada hacia Cristo, el Cabeza y Señor de la Iglesia, el Salvador. Europa -todas las Iglesias y las comunidades eclesiales en Europa- tienen, por ello, hoy, la intransferible responsabilidad de ir por delante en la recuperación de la plena unidad perdida. ¿Y como? Volviendo a dirigir la mirada interior y exterior de sus hijos y de sus hijas a Jesucristo, el Redentor del hombre. Lo que equivale a proponerles como objetivo inexcusable y alcanzable “la búsqueda apasionada de la Verdad” y a animarles a seguirla sin desmayo, con esperanza. Con la esperanza puesta en un renovado encuentro con Él y con su Evangelio. Toda vacilación o recorte en la plena profesión de Fe en el Señor Jesús y todo debilitamiento en la experiencia viva del amor a Él en la vida sacramental y en la conciencia personal y comunitaria de los cristianos minan por dentro toda ilusión y acción ecuménicas. Y, por el contrario, todo renovado descubrimiento de su Misterio salvador los conduce a encontrarse de nuevo plenamente unidos en la riqueza total e íntegra de los dones institucionales y carismáticos con los que el Señor ha dotado a su Iglesia dentro de la comunión visible e invisible, animada por su Espíritu, de la cual Él es la Cabeza.
En la vuelta de la fe, de la esperanza y de la caridad de los cristianos a la plenitud del Misterio de Cristo se encuentra el nervio espiritual y pastoralmente verdadero de una auténtica “conversión en el campo ecuménico” como la pide el Papa y como nos la exigen a los cristianos europeos “los signos de los tiempos”. ¿Es que no está esperando una multitud cada vez más numerosa de conciudadanos nuestros en toda la geografía europea que alguien les anuncie verazmente el mensaje de la Esperanza? ¿Y dónde se encuentra éste sino en Nuestro Señor Jesucristo, el vencedor del pecado y de la muerte, el Señor de la Gloria? ¿Y no consiste en el anuncio completo de su Evangelio? Europa espera de la Iglesia y de todos los cristianos el testimonio auténtico -el ofrecido en comunión, en la comunión del amor de Cristo- del Evangelio de la Esperanza. Es por aquí, por la sincera toma de conciencia de nuestras gravísimas responsabilidades evangelizadoras, por donde se abrirán más y más las puertas de la anhelada unidad para todos los cristianos en Europa. Y, sin duda alguna, en todo el mundo.
Hay que continuar pues “con determinación el diálogo” entablado entre nosotros, los cristianos y las Iglesias y Comunidades eclesiales de Europa, en los distintos campos de los intercambios ecuménicos a lo largo de las últimas décadas del siglo XX. Hay que hacerlo sin rendirse ante dificultades y cansancios. “¡No podemos detenernos ni volver atrás”, “porque la estima recíproca, la búsqueda de la verdad, la colaboración en la caridad y, sobre todo, el ecumenismo de la santidad, con la ayuda de Dios, no dejarán de producir sus frutos” (Cfr. EccEu 31).
¡Quiera la Virgen Santísima, nuestra Madre, la Madre de la Iglesia, Virgen de La Almudena, acompañarnos y ayudarnos con su intercesión y cercanía maternal para que sepamos vivir en Madrid esa necesidad de “la conversión en el campo ecuménico” que nos pide el Papa! Con una especial sensibilidad y delicadeza fraternal para con los hermanos de las Iglesias ortodoxas que han venido hasta nosotros buscando nuevos horizontes para sus vidas y la de sus familias, provenientes del centro, este y sur de Europa. El itinerario sinodal, elegido por la Iglesia en Madrid para trasmitir con nueva frescura la fe en Jesucristo, va en la buena dirección ecuménica, en la que debe alumbrar también la esperanza.
Con todo afecto y mi bendición,