Riqueza y riesgos
Mis queridos hermanos y amigos:
Desde el inicio de las Jornadas Mundiales de los Medios de Comunicación Social se ha situado su celebración en la cercanía litúrgica de la Solemnidad de la Ascensión del Señor. Con toda intención pastoral y apostólica: ¿es que se puede separar, de hecho, ante la realidad mediática de la sociedad actual, el anuncio del Evangelio al hombre de nuestro tiempo de los Medios de Comunicación Social? ¿Y puede, por tanto, plantearse la Iglesia su relación con esos instrumentos poderosísimos y esas formas tan complejas e intensivas de comunicación entre personas y pueblos si no es a la luz del mandato del Señor Resucitado y Ascendido al Cielo, de “ir a todo el mundo a anunciar el Evangelio a toda creatura”? Evidentemente, no. Un anuncio o proclamación del Evangelio no comunicable o inadecuadamente comunicado terminaría por no llegar a ese “oído” del corazón y del alma a través del cual llega al hombre la Palabra de la Fe. La comunicación de la Palabra exige hoy el uso pastoralmente cuidado de las nuevas técnicas de la comunicación social. La metodología apostólica a seguir, ha de tener muy en cuenta la incidencia de la fuerza del pecado en ese mundo tan poderoso social, política y económicamente que representan hoy las empresas y medios públicos y privados que lo rigen y dominan. Puesto que también se usan y pueden usarse, sin duda alguna, para fines y objetivos contrarios a los de la evangelización. La experiencia diaria es bien elocuente al respecto. También en este campo de la sociedad y cultura contemporánea, el de la comunicación social, la misión de la Iglesia y la existencia cristiana misma, sostenidas con la esperanza victoriosa de la Pascua de Jesucristo Resucitado, alimentadas e impulsadas incesantemente por el envío del Espíritu Santo, se desenvuelven en el contexto martirial propio de la última etapa de una historia de la Salvación cuyo triunfo final ya es y se puede predecir con seguridad indefectible como definitivo, pero que, a la vez, ha de vencer todavía la última y desesperada resistencia “del Príncipe de este mundo” y de las fuerzas del mal por él desplegadas.
Inédita riqueza pastoral en medio de evidentes riesgos es pues lo que los cristianos y la Iglesia encuentran y experimentan cada vez más densamente en su trato con el mundo de los actuales medios de comunicación social. Esa doble experiencia se verifica de un modo especialmente significativo en la familia, inmersa por otros y variados aspectos de la sociedad actual -apegada terca y militantemente, no pocas veces, a una visión radicalmente inmanentista de la vida- en una situación social y cultural nada favorable para que pueda realizarse a sí misma y responder a su vocación insustituible de santuario de la vida y de esperanza de la sociedad, de acuerdo con lo que piden la dignidad de la persona humana y la voluntad de Dios que la sostiene y garantiza.
Los medios de comunicación audiovisuales y escritos -ahora, además, “internet”- lo mismo pueden convertirse en instrumentos de una presencia extraordinariamente atractiva del mensaje explícito del Evangelio, de la liturgia y de la oración de la Iglesia, de los testimonios heroicos de su caridad y del espíritu misionero de sus hijos en medio de la familia actual y a favor de la educación cristiana de los hijos, como en cauces sutilísimos de descristianización explícita e implícita para todos sus miembros. Más aún, la familia puede encontrarse en la actualidad tanto con ofertas informativas y formativas, de entretenimiento y de participación en la vida pública que conduzcan a su autodestrucción, como con posibilidades amplísimas en el orden educativo de sus hijos -de los más pequeños y de los jóvenes especialmente-, ricas en valores humanos y universales, solidarios y abiertos a un progreso y crecimiento cultural auténtico.
En esa encrucijada histórica en la que se encuentra hoy la familia, sobre todo, la cristiana, condicionada en su vocación y misión tan hondamente por los medios de comunicación social, la respuesta de la Iglesia y de sus hijos no puede ser otra que o bien con iniciativas explícitamente pastorales, o bien a través de fórmulas propias del apostolado seglar y del comportamiento profesional, inspirado en el compromiso cristiano con el mundo de la comunicación, se aborde decididamente la tarea de la nueva evangelización como ha venido impulsando sin desmayo Juan Pablo II.
Hoy, Solemnidad de la Ascensión del Señor, es día muy a propósito para encomendar a la Virgen de La Almudena, Nuestra Señora y Madre, Virgen de Nazareth, toda la inquietud apostólica que late tan viva entre sus hijos para que los muy graves retos a los que se ve enfrentada la familia, sean asumidos por ellos, especialmente por los profesionales de la comunicación, con fortaleza cristiana y la disponibilidad y entrega propia de su vocación de apóstoles de y en “los medios de comunicación social”.
Con mi afecto y bendición,