Memoria agradecida de España
Mis queridos hermanos y amigos:
Hoy, el domingo más próximo a la celebración de la Solemnidad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, la Iglesia en España es invitada por sus Obispos a hacer memoria agradecida de lo que significa el ministerio apostólico y pastoral de Pedro y de sus sucesores para poder responder a la exigencias de su ser y misión como Sacramento primordial de la salvación de Jesucristo para todos los hombres. Las circunstancias que rodearon el último y emocionante momento en que Jesús, el Señor Resucitado, le confía a Pedro el cuidado de los suyos -“sus corderos”, “sus ovejas”- las conocemos muy bien por el Evangelio de San Juan. Jesús espera en la orilla del lago de Tiberiades al grupo de discípulos, formado por Pedro, Tomás y Natanael, los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, y otros dos, que habían salido a pescar en la noche y que retornan decepcionados al clarear el día al no conseguir nada: ¡la embarcación viene vacía! Casi irreconocible, envuelto en las brumas del amanecer, Jesús les indica que echen la red al lado derecho de la barca. La echaron y “la red se llenó de tal cantidad de peces que no podían moverla”. Entonces, Juan, “el discípulo a quien Jesús tanto quería”, lo reconoció y dijo a Pedro “¡Es el Señor!”. Pedro se lanza al agua, los compañeros arrastran las redes a tierra. Cuando llegan se encuentran con el almuerzo preparado por el Maestro (Cf. Jn 21,1-14). ¡Un marco ideal para el diálogo que sigue a continuación entre Pedro y el Señor que quiere despejar las posibles dudas de cómo guiará y pastoreará a su Iglesia a lo largo de los siglos hasta que vuelva! “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? El contestó: -Sí, Señor, tú sabes que te quiero. Jesús le dice: -Apacienta mis corderos”. Dos veces más insistirá Jesús en su pregunta y Pedro contestará afirmativamente hasta el punto de entristecerse por temor a no ser creída por Jesús la sinceridad de su amor, que cada vez reiterará su encargo: “pastorea mis ovejas”, “apacienta mis ovejas” (Cf. Jn 21,15-19).
El Pastor y Cabeza invisible de la Iglesia quiere pastorearla en su itinerario a través del tiempo y del espacio “visiblemente” mediante el oficio y ministerio de “Pedro”, su Vicario en la Tierra, Pastor de la Iglesia Universal. La Iglesia necesita de Pedro y de sus Sucesores para permanecer fiel en la fe, fuerte y misericordiosa en la esperanza, ardiente y testimonial en la caridad. Cada uno de nosotros -los fieles cristianos- ha de sentir y vivir esa necesidad de reconocimiento de su primado ministerial como una exigencia del Evangelio de Jesucristo, de la Buena Noticia de la Salvación, que sólo nos puede llegar honda, cercana e íntegra a través de su Iglesia.
“Pedro”, el primer Obispo de Roma, no ha dejado de permanecer y actuar viva y fecundamente en la historia de la Iglesia y de la humanidad hasta nuestros días a través de sus sucesores. El rostro de “Pedro” y su nombre, junto con las formas del ejercicio de su misión y mandato de confirmar en la fe a sus hermanos y de mantenerlos unidos en la comunión del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, no han cesado de renovarse, época tras época. Hoy su nombre y su rostro es el de Juan Pablo II. Por su ministerio, espiritual y pastoralmente renovado según el modelo del Vaticano II y ejercido con un estilo de entrega sacerdotal, por tantas razones heroica, el Señor Jesús nos lleva, dirige y alienta por los caminos del mundo y de la historia hacia la victoria final de los redimidos: hacia la Casa del Padre.
Juan Pablo II ha dedicado a las Diócesis de España, o a lo que él ha llamado “la Iglesia local de España”, una atención y un seguimiento pastoral desde los primeros años de su Pontificado, lleno de afecto paternal y de vigorosos e iluminados impulsos apostólicos. El Papa nos ha robustecido en la fidelidad al Señor y a su Evangelio durante sus veinticinco años de Pontificado con un magisterio doctrinal y pastoral, luminoso, y con un aprecio por nuestra historia espiritual y misionera, extraordinariamente estimulante para nuevos y valientes compromisos en las tareas tan urgentes de la evangelización de dentro y de fuera de España y de Europa. Ese aliento gozoso e ilusionante, que viene del Espíritu a través del Sucesor de Pedro, lo hemos experimentado muy de cerca en sus cinco Visitas Apostólicas a nuestra Patria. La última, tan fresca todavía en nuestros recuerdos personales y eclesiales y tan granada de frutos de conversión y de santidad en nuestras comunidades diocesanas. El entusiasmo de los jóvenes de España en “Cuatro Vientos”, vibrantes de fe y de esperanza, dispuestos a ser “testigos de Jesucristo” fuese donde quisiese, sigue encendido como una brasa ardiente de amor a Él y a su Madre Santísima.
La última prueba de esa particular solicitud del Santo Padre por España acaba de ofrecérnosla con ocasión de la presentación de Cartas Credenciales a cargo del nuevo Embajador de España ante la Santa Sede y en la reciente visita al Vaticano del Presidente del Gobierno. El Papa ha valorado el gesto como una muestra de querer continuar manteniendo las buenas relaciones con la Santa Sede y con las Diócesis de España, reafirmando, por una parte, su afecto a “los amadísimos hijos de España” y, ofreciendo, por otra, su oración y bendición a “la noble Nación” española para que pueda avanzar en el camino de la prosperidad y el progreso, unida en la maravillosa variedad de sus tierras y comunidades, respetuosa y cuidadosa de los valores éticos y culturales, entrañados en las raíces cristianas que la han conformado íntimamente desde sus orígenes hasta ahora mismo. El Papa advierte en este contexto de la necesidad de subrayar en el momento actual lo que importan para el bien común la plena garantía del derecho a la vida de toda persona humana desde su concepción hasta su muerte natural, la salvaguardia y promoción del matrimonio y de la familia, que de él brota, según el modelo querido por Dios e inscrito en la propia naturaleza del hombre, y el reconocimiento sin reservas del derecho de los padres a la educación moral y religiosa de sus hijos en cualquier tipo de escuela, como lo prevén, por lo demás, la Constitución española y los Acuerdos de España con la Santa Sede. Las palabras del Papa, asegurando finalmente la colaboración de la Santa Sede en la erradicación del terrorismo y en el fortalecimiento de la paz, representan una sencilla forma de actualizar para el momento presente sus más recientes orientaciones a la Iglesia en España y a sus fieles a la hora de abordar las tareas del nuevo curso pastoral y sus retos más urgentes.
A la Virgen María, Madre de la Iglesia, pedimos que sean comprendidas y acogidas fiel y diligentemente por todos, sacerdotes y fieles laicos, a la vez que le encomendamos la persona y las intenciones de Juan Pablo II, especialmente en este día, en el que no le deben de faltar ni nuestra oración ferviente ni nuestro generoso óbolo -nuestra contribución económica- para sus obras de apostolado y de caridad en beneficio de toda la Iglesia.
Con todo afecto y mi bendición,