Mis queridos hermanos y amigos:
El tiempo de vacaciones, propicio para el descanso y para el cambio del ritmo habitual de vida, se presta también para la mirada retrospectiva sobre acontecimientos que han ido entretejiendo y determinando el hilo de nuestras vidas en el curso pasado: para su valoración y su posible rectificación o cambio de rumbo en la nueva etapa después del período vacacional. No es raro que en las horas veraniegas, sobre todo en las más tranquilas, se nos plantee la pregunta por el modo de cómo estamos configurando nuestra existencia diaria -la personal, la familiar y la profesional-, y que nos preguntemos por su acierto y/o por sus fracasos. Y, si no nos cerramos a la voz de Dios que nos habla en el sagrario de nuestra conciencia, la pregunta se nos presentará en toda su hondura y completa verdad como un interrogante sobre la medida de nuestra correspondencia a lo que El quiere para nosotros y de nosotros: en una palabra, sobre si estamos viviendo nuestro presente y proyectamos nuestro futuro de acuerdo con la vocación recibida como personas y como cristianos. Porque en definitiva el problema del hombre, al afrontar la tarea inaplazable de modelar y encauzar su existencia con el objetivo de una felicidad plena y sin fin, es el de poner al servicio de su vocación divina -glosando a San Ignacio de Loyola (Ejercicios, 234)- toda su libertad, su memoria, su entendimiento y toda su voluntad, todo su haber y poseer; y el de saber que El nos lo dio todo y a El debe retornar. ¡Este es el problema de los problemas para cada uno de nosotros! La clave pues que nos ofrece el Evangelio para comprender la plena verdad de nuestra concreta vocación es la de saber que somos amados y, por eso, elegidos y llamados desde toda la eternidad en Jesucristo para participar en el gozo de la vida divina, en la vida de la misma Santísima Trinidad: ¡“Cristo es para nosotros la esperanza de la gloria”, enseñará San Pablo a los Colosenses! (Col. 1,27). Si somos así amados, no nos queda otra opción que la de corresponder amando a quien nos amó desde toda la eternidad hasta la entrega de su propio Hijo por nosotros y nuestra salvación.
El tiempo de vacaciones puede resultarnos extraordinariamente útil para preguntarnos por la forma de enfocar y conducir nuestra vida a la luz de la fe, con la serenidad y fortaleza de la esperanza, con el ardiente impulso de la caridad. Todo puede ganar en nosotros si nos atrevemos a dar ese paso. Ganaremos en transparencia de lo que somos y de lo que debemos ser a los ojos de Dios y, por lo tanto, desde el punto de vista de lo mejor de nosotros mismos; en claridad en los horizontes y objetivos a los que debemos tender; y en la certeza interior de que merece la pena aspirar a la santidad. ¡No es ningún imposible! Basta adoptar la actitud de la humilde acogida de la gracia, de saber quedarse en la oración íntima al lado del Maestro, de buscarle en los Sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. El trato íntimo con El, presente en el Tabernáculo -¡Hostia Pura, Hostia Santa, Hostia Inmaculada!-, nos permite entrar día y noche en el misterio de su perenne y eterna oblación de amor al Padre por la redención del mundo y no dejar de recorrer ningún día el itinerario de nuestra identificación con El, completando en nuestra carne los dolores de su pasión, sufriendo por su cuerpo que es la Iglesia (Cfr. Col. 1,24).
La historia de la visita de Jesús a Marta y María que nos relata hoy, en pleno ajetreo y disfrute veraniego, el Evangelio de San Lucas no puede resultar más aleccionadora al respecto. Marta, la afanosa, la que lleva el cuidado activo de la casa, se apresura diligente a preparar y disponer todo para que al huésped, amigo y maestro, no le falte nada. María en cambio se queda al lado de Jesús y no cesa de escuchar su palabra. Se queja Marta ante el Señor de que no le ayuda en las faenas de la casa. Y este sorprendentemente le responde que “María ha escogido la parte mejor”. Marta andaba “inquieta y nerviosa con tantas cosas”, pero “sólo una es necesaria” y esa era la que había elegido María (cfr. Lc 10, 38-42). Ni rechaza Jesús el hecho, ni niega la bondad del servicio de Marta; pero sí advierte sobre el peligro de separarse de la fuente de donde brota el amor: la intimidad con El, vivida de corazón a corazón, cultivada con la mirada amorosa, de los Misterios de su Vida, Muerte y Resurrección, alimentada con su palabra, con el coloquio vivo y con la súplica. Al fin y a la postre el amor efectivo y fecundo en obras, aún en las circunstancias más adversas, nace de la contemplación.
¡Escojamos la mejor parte también nosotros en estas vacaciones de verano, haciendo espacio y tiempo para ese estilo de oración contemplativa que hemos venido practicando con “la lectio divina” durante todo el curso pasado! Confiemos nuestros jóvenes a María, Nuestra Señora de La Almudena, sobre todo, los peregrinos de Santiago, para que les guíe y enseñe a estar con su Hijo, a hablar con El, a abrirse a su llamada, a no rehuir la vocación que ha pensado para ellos y por su bien. Vocación que les lleve a la gloria de Dios y a ser instrumentos de salvación de los hombres, sus hermanos ¡Que no se pierdan ni se frustren sus vidas en la vanidad de los sueños de este mundo y de sus triunfos tan engañosos! La “Escuela de María”, la de su devoción, la de su Rosario, es insuperable. Se los confiamos con nuestra plegaria más ferviente.
Con todo afecto y mi bendición,