Bienaventurados los que trabajan por la paz
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Celebramos este año la Jornada Mundial de las Migraciones bajo el lema: «Migraciones desde una óptica de paz», propuesto por Juan Pablo II. Con esta ocasión, invito a todas las comunidades eclesiales de nuestra Diócesis, compuestas por emigrantes y madrileños, y con ellas a todos los hombres de buena voluntad, a trabajar incansablemente para construir la paz, una sociedad digna del hombre .
Servir al Evangelio de la esperanza
Al inicio de este nuevo milenio, se hace más viva la esperanza de que las relaciones entre los hombres se inspiren cada vez más en el evangelio que propugna una fraternidad verdaderamente universal. Sin compartir este ideal no podrá asegurarse de modo estable la paz. Proclamado por las grandes cartas de los derechos humanos y puesto de relieve por las grandes instituciones internacionales, en la revelación de Dios en Cristo, la fraternidad está expresada con toda radicalidad: «Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es amor» .
Deseo de corazón que todas nuestras comunidades, trabajando con todos los hombres de buena voluntad, se esfuercen incansablemente en la promoción de los auténticos valores que son la base de una civilización digna del hombre . Con su vida, y sobre todo con su muerte en la cruz, Jesús nos mostró cuál es el camino que debemos recorrer. Con su resurrección nos aseguró que el bien triunfa sobre el mal. Hemos sido elegidos para trabajar para que el hombre sea más hombre y no se le impida que pueda llegar a la meta verdadera: la participación plena en la vida de Dios: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Trasformar la sociedad es ciertamente una ardua tarea. Pero son posibles «un cielo nuevo y una tierra nueva “donde habite la justicia”… Allí no habrá ya muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo viejo se ha desvanecido» . Se trata de convertir nuestra existencia en don para los otros, de transformar nuestra vida en sal del mundo y arriesgarlo todo por la persona de Cristo. Dios, que es amor, gracia, gratuidad total, en quien no hay traza alguna de cálculo, nos comunica su capacidad de amar desinteresadamente . En ella se funda y adquiere su más profundo sentido toda iniciativa creadora de bondad y toda la dignidad del hombre hecho a imagen y semejanza de Dios .
Juntos, inmigrantes y ciudadanos de Madrid, contribuyamos decididamente a hacer de nuestra sociedad madrileña, una comunidad de hombres y pueblos: un pueblo solidario, alentado por la esperanza de que nadie quedará excluido y no tendrá que sentirse preocupado porque pueda correr peligro la salvaguardia de la dignidad del hombre a la hora de articular las relaciones mutuas: religiosas, sociales, laborales, económicas… ¡Hay que preparar a las generaciones futuras un entorno más conforme con el designio del Creador! Y en este proceso debemos implicarnos todos desde la familia a la escuela, pasando por las organizaciones sociales y las instituciones . Semejante actitud exige una conversión de corazón y el testimonio de vida de todos: inmigrantes y madrileños, clero, religiosos y laicos .
¿Pero qué significa empeñarse en servir al Evangelio de la esperanza? La respuesta hemos de ir desgranándola día a día a la luz de unos comportamientos concretos que veremos a continuación.
Servir al hombre en la sociedad
Debemos de estar dispuestos, por encima de nuestros orígenes, a defender la dignidad de toda persona, fundamento de la justicia y de la paz, principio ético máximo e indispensable de la vida económica y política, y único camino para un futuro digno del hombre. Esto implica reconocer que las personas valen por sí mismas, por ser hijos de Dios. Es necesario, pues, que, educados en los valores evangélicos, nos dediquemos con ahínco a buscar modos de convivencia respetuosos de todos en los más diversos ámbitos de la vida social. Con este espíritu hemos de asumir las distintas responsabilidades que estamos llamados a ejercer privada y públicamente.
Hacia una cultura de la acogida
«Acojamos cotidianamente con renovado frescor el Don de la caridad que Dios nos ofrece y de la que nos hace capaces» . Hagamos posible el nacimiento y el desarrollo de una cultura madura de la acogida que posibilite procesos de auténtica integración de los inmigrados, acogidos legítimamente en el tejido social y cultural de nuestro pueblo, y que nos estimule a contemplar con más hondura a la persona humana y a acercarnos al otro con la respetuosa actitud de quien es consciente de que no sólo tiene algo que decir y que dar, sino también mucho que escuchar y recibir .
Ciertamente la sociedad madrileña está llamada a contribuir a garantizar a los trabajadores inmigrantes la equiparación en derechos y deberes. Aunque, por supuesto, mirando al conjunto de la sociedad española en general y dentro del marco constitucional. Y, por otra parte, la comunidad eclesial se ve urgida a hacer de la Iglesia diocesana la casa y la escuela de comunión y de oración, viviendo una gratuidad sin limitaciones en la acogida: saliendo al encuentro del inmigrante para vivir juntos y abriéndose con simpatía al hombre concreto con sus tradiciones culturales y costumbres, pese a que no sean siempre coincidentes con los nuestras. Y, de modo especial, está llamada a proponer el mensaje cristiano a todos y, naturalmente, a integrar en la vida y celebraciones de la fe de nuestras comunidades el patrimonio cultural y espiritual de los inmigrantes católicos.
Y en justa y necesaria correspondencia, los trabajadores inmigrantes, establecidos entre nosotros con sus familias, parte integrante de nuestra sociedad y de la comunidad cristiana, están también llamados a asumir su responsabilidad en la tarea, esforzándose ciertamente por ser ellos mismos en estas nuevas condiciones de vida, pero, a la vez, adoptando una actitud positiva y abierta ante los valores religiosos y culturales de nuestro pueblo: conociéndolos y respetándolos, junto con los de los demás grupos de inmigrantes. Habrán de desarrollar también con confianza el sentimiento de pertenencia a nuestra sociedad y los católicos deberán participar en la vida de la Iglesia que es la suya. De esta suerte expresarán positivamente su voluntad de integración. Una vez más, invito a los inmigrantes católicos a ocupar el lugar que les corresponde en nuestra Iglesia diocesana. No perdáis vuestras raíces, pero sed lúcidos y realistas: el tiempo que habéis proyectado trabajar en España puede prolongarse más de lo que imagináis y sería una grave pérdida prescindir de vuestros valores y desaprovechar la ocasión para un diálogo integrador so pretexto de que será por poco tiempo. Enriquecednos con vuestras tradiciones humanas y cristianas y juntos respondamos a la llamada de Dios que nos envía a construir un mundo de justicia y de paz .
De otra forma, los derechos sin deberes se convierten en privilegios, nada dignos del hombre, así como igualmente los deberes sin derechos serían una exigencia vacía e injusta.
Formación humana y pertenencia cultural
Andar el camino necesario para la construcción de un mundo reconciliado por la muerte y resurrección de Jesucristo, que nos hace capaces de mirar con serenidad el propio futuro, exige también de todos nosotros saber afrontar el reto que nos plantea la creciente pluralidad cultural y religiosa que caracteriza a nuestra sociedad. Esperanza enraizada en nuestros corazones por «la gracia de Dios mediante Cristo Jesús» que con su «sangre ha adquirido para Dios hombres de toda raza, pueblo y nación, y los has constituido en reino para nuestro Dios, y en sacerdotes que reinarán sobre la tierra» . De nuevo, se nos presenta una tarea común a inmigrantes y madrileños: el deber de que desde la apertura y desde el conocimiento sereno de las otras culturas, no condicionado por prejuicios negativos, evitemos el riesgo de que el sentido de pertenencia cultural se trasforme en cerrazón y en gueto. Hemos de cobrar conciencia de que sólo el acercamiento respetuoso a las diversas culturas, sin olvidar « la singularidad y absoluted» de la persona de Jesucristo y consecuentemente del mensaje evangélico , nos lleva a reconocer la riqueza de la diversidad y dispone los ánimos a la recíproca aceptación, en la perspectiva de una auténtica colaboración que responda a la originaria vocación de unidad de toda la familia humana. Hemos de saber conjugar la acogida que se debe a las manifestaciones culturales de los inmigrantes con la importancia que hay que atribuir a la estima de la cultura propia de nuestro pueblo para el crecimiento equilibrado y una convivencia enriquecedora de nuestra sociedad .
En las comunidades cristianas tenemos que saber hacer frente a este reto de la diversidad y del desarraigo con la educación ofrecida desde la vivencia y celebración de la fe. Los pastores se esforzarán por abrir nuevos horizontes de futuro a través de encuentros y convivencias interculturales y mediante una continua y abnegada evangelización; y ayudar así, desde su propia misión, a proceder con discernimiento en materia tan delicada y compleja .
Una ciudad digna del hombre
Es preciso, además, asumir por parte de todos, madrileños e inmigrantes, la responsabilidad de crear las condiciones aptas para conseguir una comunidad civil integrada: en la que todos seamos parte constitutiva de la ciudad como espacio social, cultural, político y de convivencia, en el que nadie quede excluido. Para ello es imprescindible el cumplimiento y respeto responsable de la normativa legal en este ámbito de la inmigración. No son cuestionables la responsabilidad y el derecho de los Estados para legislar sobre la regulación de los flujos migratorios. «A las autoridades públicas corresponde, nos dice Juan Pablo II, la responsabilidad de ejercer el control de los flujos migratorios considerando las exigencias del bien común. La acogida debe realizarse siempre respetando las leyes y, por tanto, armonizarse, cuando fuere necesario, con la firme represión de los abusos» . La situación, efectivamente, es compleja y los equilibrios en la convivencia social son frágiles. No cabe duda de que en esta materia corresponde a la autoridad del Estado equilibrar bienes y conjugar factores imprescindibles con sentido de justicia y equidad si se quiere que el problema de la inmigración pueda encontrar una solución justa, solidaria y respetuosa de la dignidad de la persona . Me congratulo de que con las normas administrativas previstas gran parte de los inmigrantes que se encontraban en situación de irregularidad puedan acceder a la legalidad.
Invitación a los jóvenes.
Finalmente, deseo dirigir una invitación especial a los jóvenes. Queridos jóvenes de cualquier pueblo, lengua, credo y cultura, os espera una ardua y apasionante tarea: en el respeto de todos, ser hombres y mujeres capaces de solidaridad, de paz y de amor a la vida, dispuestos a conocer y acoger el Evangelio. Empeñaos en que caigan las barreras de la desconfianza, de los prejuicios y de los miedos que, por desgracia, existen y tienen su origen en el pecado. Haceos artífices de la paz, invitando a todos a erradicar del corazón cualquier hostilidad, egoísmo y partidismo y, con la ayuda de la gracia, favorecer en cualquier circunstancia la inviolable dignidad de la persona humana .
Es posible llevar a cabo esta apasionante misión. Dejémonos guiar por el Espíritu Santo. En el Día de Pentecostés, el Espíritu de Verdad manifestó el designio salvífico para todo el género humano. Al escuchar a los apóstoles, los numerosos peregrinos reunidos en Jerusalén exclamaron admirados: “les oímos hablar en nuestra lengua las maravillas de Dios ”. Desde aquel día la Iglesia prosigue su misión, proclamando las maravillas que Dios no cesa de realizar entre los miembros de las diferentes razas, pueblos y naciones . En nuestro Vademécum pastoral encontrareis los instrumentos necesarios para profundizar en estas y otras tareas.
Con esta certeza, reitero mi invitación a todos a ser testigos del Evangelio y agentes de paz, alumbrando la esperanza. Os hago esta invitación en vísperas de la celebración de la Asamblea Sinodal del III Sínodo diocesano de Madrid, en la que, sin duda, tendremos presente a todos estos hermanos que llaman a nuestra puerta . Que la maternal intercesión de Santa María nos sostenga en el propósito emprendido. A ella le encomiendo los esfuerzos y logros de cuantos recorren con sinceridad el camino de la fe, fuente de fraternidad, de diálogo y de paz en medio de la rica diversidad de este vasto mundo de las migraciones.
Con mi afecto y bendición