Mis queridos hermanos y amigos:
Ante la inminencia de la Fiesta de Nuestra Señora del Pilar que coincide este año con los días de la celebración del Congreso Eucarístico Internacional en Guadalajara de Méjico y con la preparación de la conmemoración del 150 Aniversario de la Proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen María, el próximo 8 de diciembre, nuestra mirada ha de dirigirse agradecida a esa historia extraordinariamente intensa en devoción y amor a María que marca la vida de la Iglesia en España desde sus inicios en la aurora de la Evangelización y de España misma como comunidad humana, cultural y espiritual con personalidad propia. Juan Pablo II no ha dudado en usar repetidamente la expresión “España, tierra de María” para caracterizarla.
“El Pilar” nos recuerda la temprana implantación del Evangelio en España a los impulsos de la predicación apostólica. La tradición de Santiago, el Mayor, nuestro Patrono, alentado por la Madre de Dios en sus primeros desvelos misioneros en la vieja Hispania Romana, la confirman a Ella como “la Estrella de la Evangelización” desde el sí primero de los españoles a la Buena Noticia de su Hijo Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador del hombre. Como también nos hace evocar ese otro gran acontecimiento de la historia de la Iglesia en España que fue la Evangelización de la América hermana, en cuyos comienzos también se encuentra Ella a través de esa fecha singular del 12 de octubre de 1492. También el pasado, presente y futuro de la Iglesia en América pasa por protección maternal incesante.
Bajo la advocación del Pilar aparecía la Madre de Dios y Madre Nuestra como la concebida sin pecado original que la da su carne a su Hijo Jesús y le acompaña con su amor inquebrantable y total hasta el pie de la Cruz donde ofrecería al Padre en oblación sacerdotal, única e insuperable su Cuerpo y su Sangre −toda su humanidad− por la redención de los pecados, por la salvación del mundo. El papel de la Madre de Cristo en la obra redentora de su Hijo fue percibido por la fe y la conciencia espiritual del pueblo cristiano en España con una expresividad popular y una piedad religiosa y litúrgica de extraordinaria fuerza evangelizadora. La presencia de la Virgen en todos los ámbitos de la vida cristiana, especialmente en el Culto a la Eucaristía, ha mantenido despierto siempre el sentido de la fe para reconocer la gravedad de lo que significa el pecado y la necesidad de una honda conversión de la vida por la gracia de Jesucristo que nos conduzca a la santidad. Así se explica su amor y veneración encendrados a la Inmaculada, cuajado en frutos de santidad ¡España es tierra de María y tierra de Santos!
En la celebración de la Fiesta de la Virgen del Pilar de este año 2004 la memoria de las gracias recibidas por Ella de su Hijo Jesucristo ha de impulsarnos a una nueva y actualizada acogida del don de la fe recibida con gratitud filial y con el compromiso de trasmitirla a las nuevas generaciones y a toda la sociedad española fiel y gozosamente. ¡Urge hacerlo! El medio ambiente en que se desenvuelven hoy nuestro jóvenes, desde la escuela hasta la Universidad pasando por los medios de comunicación social, los lugares de diversión, sin excluir a la propia familia, no rara vez rota y desestructurada, se la cuestionan constantemente. No llega a ellos, por otra parte, con suficiente densidad de palabra y de testimonio de vida la buena noticia de Jesucristo y de su Evangelio, como el mensaje que puede devolverles el horizonte de esperanza para sus vidas, tantas veces desilusionadas, vacías y frustradas. Urge que les descubramos con nuestro propio ejemplo personal y comunitario que la fe en Jesucristo les abre el camino para una conversión a fondo de toda su persona para una vida nueva, que rompe con el pecado y con el mal y se abre al amor limpio, decidido, generoso, entregado, el que viene por el Espíritu Santo, y que hace ya en este mundo experimentar el gozo de la felicidad verdadera que nunca pasa, ni pasará, el de la Gloria de Dios.
Encomendemos pues a la Virgen del Pilar a los jóvenes de Madrid y de toda España, confiemos a Ella nuestros empeños y propósitos para trasmitirles la fe en la familia, en la escuela, en la sociedad −¡por supuesto, en la comunidad eclesial!−.
A María, Virgen del Pilar y de la Almudena, nos confiamos sobre todo, en esta fase final del Sínodo Diocesano de Madrid para que en estas hora difíciles para la Evangelización, alumbre la esperanza para todos los niños y jóvenes madrileños.
Con todo afecto y mi bendición,