«Es la hora de tu compromiso misionero»
Mis queridos hermanos y hermanas en el Señor:
Al dirigirme a vosotros con ocasión de la Jornada del DOMUND, que se celebra en octubre, el mes misionero por excelencia, iniciado con la fiesta de la Patrona de las Misiones, Santa Teresa del Niño Jesús, en este año coincidente con la celebración del Congreso Eucarístico Internacional en Guadalajara, México, y del 150 aniversario de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, dos son los temas que se me ofrecen y que deseo sintetizar por escrito en estas líneas: La Misión, que nace de la Eucaristía, y que vive en el compromiso.
Eucaristía y Misión
La Iglesia nace de la Eucaristía, como el Papa Juan Pablo II ha subrayado de un modo extraordinario en su encíclica del Jueves Santo del pasado año 2003, “Ecclesia de Eucharistia”, y por ello en el sacramento del Cuerpo y de la Sangre del Señor la Iglesia encuentra la fuente inagotable de su ser y de su obrar, de su vida y de su misión, que son en realidad una sola cosa: Cuerpo de Cristo entregado para la vida del mundo. Del mismo modo que María, “llena de Gracia”, nos ha dado a Jesús, así la Iglesia, alimentada de la Eucaristía, lleva a Cristo a todos los hombres. En su Mensaje para el DOMUND de este año del 150 aniversario del dogma de la Inmaculada, el Santo Padre nos invita a contemplar la Eucaristía «con los ojos de María», y señala así el objetivo de esta Jornada: «Contando con la intercesión de la Virgen, la Iglesia ofrece a Cristo, Pan de la salvación, a todas las gentes, para que le reconozcan y le acojan como único Salvador».
Hay hambre de pan material, y angustiosamente creciente en muchas zonas del mundo, pero cada vez se hace más patente un hambre más angustiosa aún, y que abarca a la Humanidad entera, la del alma, que todos los panes de este mundo son incapaces de saciar. Sólo la sacia el Pan bajado del Cielo. ¿Cabe mayor necesidad de la Eucaristía para que el hombre viva? «Sin Mí –dice Jesús, precisamente, a la hora de instituir el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre dados en comida y bebida– no podéis hacer nada». No dice: «Podéis hacer menos»; ¡dice sin lugar a dudas que no podemos hacer “nada”! Sencillamente, porque sin Él nada somos y nada podemos ser: perecemos. Así lo advirtió en su discurso eucarístico en Cafarnaún: «Hambread no el alimento que perece, sino el que permanece hasta la vida eterna; el que os va a dar el Hijo del hombre» (Jn 6, 27).
Contemplando este mundo nuestro que busca tantos falsos alimentos, que no sacian el hambre del alma y por eso mismo hacen que se extienda más aún en la inmensidad de los más pobres la del cuerpo, contemplando esta Humanidad ofuscada y engreída, desorientada y huérfana, desde los mismos ojos de Jesús, se nos muestra «como ovejas que no tiene pastor» (Mt 9, 36). Es a esta Humanidad a la que Cristo Buen Pastor se da en alimento, por ella y para ella instituye la Eucaristía: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1); y a los mismos discípulos, en ese momento supremo del Cenáculo, Jesús no puede menos de decirles: «Con verdadera ansia he deseado comer esta Pascua con vosotros…» (Lc 22, 15). Es la misma “ansia” que le ha llevado al Papa a pedirnos a toda la Iglesia, en el marco del Congreso Eucarístico Internacional de Guadalajara, en México, que vivamos este DOMUND 2004 «con espíritu eucarístico». En su Mensaje nos dice: «Cuando se participa en el Sacrificio eucarístico se percibe más a fondo la universalidad de la Redención y, consecuentemente, la urgencia de la misión de la Iglesia… Quien encuentra a Cristo en la Eucaristía no puede no proclamar con la vida el amor misericordioso del Redentor».
Misión y compromiso
«La misión está aún lejos de cumplirse, y por eso debemos comprometernos con todas nuestras energías en su servicio». Estas palabras de Juan Pablo II en su encíclica misionera, “Redemptoris Missio”, son retomadas al comienzo de su Mensaje para la Jornada del DOMUND de este año, junto con la evocación de los santos, y en particular de quienes están tan vinculados a esta Jornada como santa Teresa de Lisieux, Patrona de las Misiones, y como el gran apóstol de África monseñor Daniel Comboni, recién elevado a los altares. No cabe concebir la misión, que comienza en Jesús, “Misionero del Padre”, y de Él pasa a la Iglesia, a cada uno de nosotros, como un mero buen deseo o una loable aspiración. No es así como la han concebido los santos. Ellos –dice el Santo Padre en su Mensaje– «han advertido siempre con mucha fuerza esta sed de almas que hay que salvar». Se trata, pues, de un auténtico “compromiso” que afecta hasta lo más hondo a la persona alimentada y confortada en la Eucaristía.
De este compromiso nos habla el lema de la presente Campaña del DOMUND en todas las Diócesis de España: “Es la hora de tu compromiso misionero”. Aún está viva la celebración del último Congreso Nacional de Misiones, en el que la Iglesia del Señor que vive en España renovaba su compromiso misionero, avalado por una historia admirable, de tantos misioneros y misioneras, verdaderos testigos del Señor, que nos han precedido en el servicio al Evangelio de la Salvación en todos los rincones de la tierra. Hoy, más aún todavía, hay que proclamar la urgencia de esta hora de la misión, en todo el mundo, y muy particularmente en este momento de España, en el que la tentación de la increencia y de la ruptura con su pasado cristiano acecha a tantos, pero donde brillan tantos signos de esperanza como el de la peregrinación de nuestros jóvenes a Santiago de Compostela el pasado agosto.
Esta fuerza de la juventud de la Iglesia tiene en María un centro vital. Por eso, me uno de todo corazón a las palabras del Santo Padre en la última parte de su Mensaje, tomadas de la encíclica “Ecclesia de Eucharistia”: «Mirando a María conocemos la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. En ella vemos el mundo renovado por el amor». Y a estas otras que enmarcan este DOMUND 2004, tan especialmente mariano y eucarístico: «Es mi deseo que la feliz coincidencia del Congreso Internacional Eucarístico con el 150 aniversario de la definición dogmática de la Inmaculada ofrezca a los fieles, a las parroquias y a los Institutos misioneros la oportunidad de afianzarse en el ardor misionero, para que se mantenga viva en cada comunidad una verdadera hambre de la Eucaristía». Ésta, justamente, es el hambre y la sed de almas que hay que salvar y que constituye la entraña misma de la misión. Con la mirada puesta en María Inmaculada, la “llena de gracia” que concibe a Cristo en su vientre y lo da a luz para la vida del mundo, acojamos del mismo modo el Cuerpo y la Sangre de Cristo en el sacramento eucarístico, para que llenos de la gracia que nos salva la entreguemos igualmente, hasta los confines de la tierra, para que el hombre viva.
Con todo afecto y mi bendición,