La Palabra -de la verdad- se hizo carne y habitó entre nosotros
Mis queridos hermanos y amigos:
El nacimiento del Hijo de Dios e Hijo de María va a ser de nuevo actualidad. El acontecimiento que tuvo lugar en Belén de Judá hace ya más de dos mil años se hace presente y operante para la Iglesia y la humanidad en este año 2004 con todo el significado salvador de aquella noche santa en que “María que estaba en cinta… dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre por que no tenían sitio en la posada”.
La importancia trascendental de lo que estaba ocurriendo aquella noche para el pueblo de Israel y para los hombres de todos los tiempos, lo percibieron aparte de María la Virgen, la Madre, su principal protagonista humana, y José su fiel y casto esposo, “unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño”, alertados por un ángel del Señor que les comunicó la buena noticia de que aquel niño nacido en la ciudad de David era el Mesías esperado, el Salvador, el Señor. Lo que vieron y oyeron de aquel Niño lo comunicaron gozosamente a otros. La alabanza de la “legión del ejército celestial”, cantando “gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que Dios ama”, les había cerciorado de que se habían cumplido todas las profecías con las que el Señor había ido iluminando la fe y alentando la esperanza de su pueblo a lo largo de los siglos. El autor de la Carta a los Hebreos expresará la hondura teológica de lo acontecido en el Nacimiento del Niño Jesús con concisión sencilla y sublime a la vez: “en distintas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a nuestro padres por los profetas. Ahora en esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha ido realizando las edades del mundo”. San Juan de la Cruz en “la Subida al Monte Carmelo” profundizaría luego en el contenido del texto con una penetración espiritual y una belleza literaria insuperables: “porque en darnos, como nos dio, a su Hijo -que es una Palabra suya que no tiene otra-, todo nos lo habló junto y de una vez en esta sola Palabra y no tiene más que hablar”.
Había llegado la plenitud de los tiempos y Dios decide que “la Palabra”, “su Palabra”, se hiciese carne y habitase entre nosotros. Se hacía la luz definitivamente “en el camino de tinieblas y sombras de muerte” en que se había perdido y encontraba el hombre. La verdad de Dios, del hombre y del mundo -la verdad de la creación- resplandecía con luz inextinguible; más aún, el designio inefable del amor infinitamente misericordioso de Dios para con los destinos de cada persona y de toda la familia humana aparecía y se mostraba, más allá de toda capacidad de comprensión del hombre, con una evidencia transparente y luminosa para los sencillos y humildes de corazón, incomprensible e inaccesible, sin embargo, para los ojos de los orgullosos y de los satisfechos. En aquella noche de Belén de Judá “la gloria del Señor envolvió de claridad” a los pastores… “y se llenaron de gran temor”, que pronto se trocaría en alegría.
También en la celebración de la Natividad del Señor de este año, del 2004, nos acaecerá lo mismo: “la Gloria del Señor” llenará de luz a su Iglesia y en ella y con ella a todos los pobres de espíritu, a los limpios de corazón, a los misericordiosos y amantes de la paz. Si hubiera que resaltar un aspecto del Misterio del Nacimiento del Niño Jesús en la próxima Nochebuena -¡qué bien y qué acertadamente suena esta expresión, fruto de la piedad popular navideña del pueblo cristiano de España!- de suma urgencia para el momento actual sería el don de la luz de la fe que nos ha sido regalado definitiva y plenamente a los hombres. ¡Se nos ha revelado en la visibilidad de nuestra carne la Palabra -el Logos- de la Verdad, y la verdad nos hará libres y dichosos! Sí, hay que proclamar al mundo, especialmente al nuestro, el de España y de Europa, que hay verdad y que se la puede conocer en todo su esplendor por la razón, y aún más allá de ella, cuando se deja iluminar por la Gloria de Dios revelada en Belén en la primera y nunca pasada Navidad de la historia. Necesitamos pues de la verdad de Belén para construir el futuro del hombre como una promesa alcanzable y cierta de amor y de vida eterna, que se abre ya en este mundo sus surcos fértiles y fecundos en frutos de auténtica justicia, de solidaridad desprendida y generosa y de verdadera paz, para nuestro inmediato presente y para siempre.
Verdaderamente, como dice el viejo poeta castellano,
“No la debemos dormir
la noche santa,
no la debemos dormir”
Con la Virgen, Nuestra Señora de La Almudena, sabremos cual habrá de ser nuestro comportamiento cuando en la próxima Noche Santa del Nacimiento de su Hijo dé a luz “al Rey de la luz inmensa”, al Niño Dios, a Jesús: ¡transmitir esa luz, luz de la fe, a nuestros contemporáneos!
¡Feliz y Santa Navidad para todas las familias de Madrid y todos sus miembros!
Con todo afecto y mi bendición,