Mis queridos hermanos y amigos:
Hemos llegado a la última y decisiva etapa del III Sínodo Diocesano de Madrid. El camino sinodal que iniciábamos juntos en el curso pastoral 2002/2003 ha llegado a su momento culminante. Las reuniones de los miles de grupos sinodales realizadas y vividas estos dos últimos años en torno al gran reto eclesial que nos ha convocado, la transmisión de la fe en y por medio de nuestra comunidad diocesana, la Iglesia Particular de Madrid, a la sociedad madrileña de hoy y del mañana confluirán en la Asamblea General, presidida por el Pastor de la Diócesis, como un valiosísimo caudal espiritual y pastoral: de oración, de escucha de la Palabra de Dios, de su aplicación a las circunstancias concretas de nuestras vidas y de propuestas de conversión y de un más hondo compromiso apostólico. Para participar en este gran encuentro eclesial, han sido llamados los Sres. Obispos Auxiliares y todos aquellos Presbíteros, consagrados y fieles laicos que según las exigencias de la comunión eclesial, recogidas y ordenadas por las normas canónicas, reflejan mejor la realidad de la Iglesia diocesana, mirada y expresada, sobre todo, en los grupos sinodales y en sus representantes.
Si la fase preparatoria del Sínodo fue presentada y, luego, gozosamente verificada por la inmensa mayoría de los que tomaron parte en ella como un proceso espiritual de conversión y de renovación personal y comunitaria, con tanta o mayor razón hemos de vivir de este modo su etapa final: la Asamblea Sinodal. Hemos orado insistentemente al Espíritu desde los primeros pasos de nuestro “caminar juntos”, pidiéndole “Ven Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor”; hemos estudiado los temas propuestos en los cinco cuadernos de trabajo con la disposición interior de reconocer a la luz de la Palabra del Señor lo que su Espíritu nos quería decir para nosotros y nuestra Iglesia Diocesana; hemos formulado puntos de vista, alumbrado actitudes y ofrecido propósitos comprometidos de vida cristiana y de acción apostólica a realizar dentro y fuera de la comunidad diocesana con el más genuino estilo de lo que implica la comunión eclesial, conscientes de que sólo dentro de la Iglesia se encuentra a Jesucristo, nuestro Señor y Salvador, en toda su verdad y belleza. Sólo viviendo plenamente en el Misterio de Comunión que es la Iglesia se nos abren totalmente los ojos de la fe para ver, mirar y contemplar su rostro humano-divino, para poder sumergirnos en su Misterio de amor redentor. Sabíamos que sólo buscándolo a El, tratando de escuchar y oír su voz, de seguirle en su Vida, Pasión, Muerte y Resurrección, en una palabra, de conformarnos interiormente con Él, estaríamos en condiciones de ser sus testigos ante el mundo: testigos auténticos, fieles, que no se anuncian a sí mismos ni a sus proyectos de vida, sino que gustan ser con sus palabras y con sus obras pura transparencia de Jesucristo y para Jesucristo… Así, podremos evangelizar en verdad, sin engaños ni falsas componendas: seremos capaces de trasmitir la fe íntegra, plena, gozosa, salvadora.
Despejado espiritual y eclesialmente el camino sinodal, la Asamblea del III Sínodo Diocesano de Madrid encuentra el ambiente apropiado para iniciar y desarrollar su trabajo: ambiente de oración que permite que se acoja al Espíritu Santo en la mente y en el corazón de cada sinodal y de toda la Asamblea; en el que se examinan y deliberan los temas y conclusiones a partir de la común y fiel recepción de la Palabra de Dios, escuchada y experimentada en la comunión de la doctrina, la vida y la gran disciplina de la Iglesia Universal guiada por el Magisterio de sus Pastores, del Sucesor de Pedro y del Colegio Episcopal del que es Cabeza visible; abriéndose a las enseñanzas del Concilio Vaticano II, iluminadas y actualizadas por Juan Pablo II de forma especialmente rica y apremiante; dejándose impregnar por la gracia y los dones del Espíritu Santo en el trato mutuo dentro y fuera del aula sinodal…, practicando el amor y la caridad fraterna que distingue a los discípulos del Crucificado y Resucitado. ¡Los frutos de trasformación interior, de un nuevo fulgor apostólico, de un encenderse la esperanza en nuestra Diócesis no se harán esperar!
Sobre todo, si perseveramos en la oración con María, la Madre de Jesús, a quien invocamos como Ntra. Sra. de La Almudena. Ella ha acompañado amorosamente a la Iglesia en Madrid desde los albores del segundo milenio en todos los nuevos y prometedores caminos que sus pastores y fieles se ha propuesto emprender para acercarse más y mejor a su Hijo y a su Evangelio. Este hecho tan característico de la historia cristiana de Madrid no ha de ser olvidado en esta hora inicial de la Asamblea Sinodal. Los cristianos madrileños han aprendido siempre a través de su piedad y amor filiales para con la Virgen de La Almudena a sentir su amparo maternal en todas las circunstancias de la vida, especialmente las más trascendentales para su futuro. Confiados a Ella por Jesús al pie de la Cruz, la invocan hoy como sus antepasados: hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa del Espíritu Santo con una certeza nueva; y se dirigen a Ella fervorosamente como Madre de la Iglesia.
Estamos seguros de que en esta oración por los frutos de su III Sínodo Diocesano, estará unida en torno a María toda la Iglesia en Madrid, especialmente sus comunidades contemplativas femeninas y muchas almas entregadas al Señor por la vía de la consagración o de la santificación de la vida ordinaria, a las que se han adherido otras muchas -nos consta- de las Diócesis hermanas de nuestra Provincia Eclesiástica y de toda España. No hay duda: lo que fue un clima gozoso de oración sinodal en la fase preparatoria se intensificará aún más en este momento tan decisivo de la Asamblea Sinodal.
Queremos contar también con la intercesión especialísima de los Santos y Mártires madrileños que han sido beatificados en los últimos años, especialmente los que han sido canonizados ya en pleno desarrollo del Sínodo: los dos del año 2002 -San Alonso de Orozco y San Josemaría Escrivá- y los cinco de la Plaza de Colón del 3 de mayo del 2003 -San José María Rubio y San Pedro Poveda, Stas. Genoveva Torres, Ángela de la Cruz y María Maravillas de Jesús-. Y, por supuesto, estamos siempre ciertos de la protección de nuestros humildes y sencillos patronos, San Isidro y Santa María de la Cabeza.
¡Suena de nuevo, exigente y gozosa a la vez, la hora del Evangelio, la hora de una nueva Evangelización en Madrid!
¡Alumbra la esperanza!
El próximo sábado día 22 de enero inauguraremos, Dios mediante, la Asamblea del Tercer Sínodo Diocesano de Madrid con una solemnísima celebración de la Eucaristía en la Catedral de Nuestra Señora la Real de La Almudena, a las cinco de la tarde. ¡Estáis invitados todos!
Con todo afecto y mi bendición,