«Abre tus ojos a la misión»
Mis queridos niños y niñas:
¿A que no sabéis qué es lo más atrayente que Dios ha puesto en vosotros? Os lo diré enseguida: son los ojos, siempre grandes, por donde se asoma la belleza de vuestra alma y vuestro interior. Así le ocurría a Jesús. Sus ojos eran especiales, y cuando los primeros discípulos se encontraron con su mirada quedaron cautivados por el amor inmenso que transparentaba. Una vez se le acercó un joven para preguntarle qué tenía que hacer para alcanzar la vida eterna, y nos cuenta el evangelio de San Marcos que Jesús, antes de decirle que vendiera todos sus bienes, pues era muy rico, se los diera a los pobres y lo siguiera, “lo miró con amor”. Aquel joven, a diferencia de los Apóstoles, no siguió a Jesús, y nos dice el evangelista que “se fue triste”. Era lógico. Aunque tuviera muchas cosas, al no quedarse con Jesús, no podía ser feliz. Si hubiese tenido sus ojos más abiertos, si se hubiera fijado más en los ojos de Jesús, seguro que lo hubiera seguido, y entonces no estaría triste, sino muy contento.
Vosotros, sin duda, queréis estar muy contentos, y sólo lo estaréis de verdad si dejáis que Jesús os mire con sus ojos, y vosotros a El. Dios os ha dado los ojos para “ver” tantas cosas maravillosas como ha creado en el mundo, pero sobre todo para “mirar” a las personas, y en primer lugar a vuestros padres, y a cuantos os miran con amor. Como Jesús. Por eso es tan importante tener los ojos bien abiertos, como dice el lema de la Jornada de la Infancia Misionera que vamos a celebrar el domingo 23 de enero: “Abre tus ojos a la misión”. Con motivo de esta Jornada tan bonita os escribo esta carta, como siempre en estos días primeros del Año Nuevo, cuando todavía tenéis muy vivo en el corazón el gozo de las celebraciones del Nacimiento de Jesús, y de los regalos de los Reyes Magos. Y por eso quiero también felicitaros, a vosotros y a vuestras familias, y desearos un año 2005 lleno de las bendiciones de Dios.
En estos días de Navidad, seguro que vuestros ojos han visto muchas luces, de todos los colores, por la calle y también en casa, iluminando el Belén o adornando el árbol. Todas esas luces son como una señal del Niño Jesús. ¡El es la Luz del mundo! Sus ojos, llenos de luz, llenos de amor, no dejan de mirar a vuestros ojos, para que también vosotros, mirándole a El, os llenéis de esa misma luz y de ese mismo amor, y podáis así mirar como El a todas las personas, al mundo entero. Como los primeros Apóstoles, cada uno de vosotros también ha dicho a Jesús: “Sí, quiero seguirte”, ¿verdad? Sólo estando con El puedes ser feliz, y puedes hacer felices a los demás, a los pequeños y a los mayores, a los de cerca y a los de lejos, a todo el mundo. Y eso, justamente, es ser misionero, haciendo lo que nos dice el lema de la Infancia Misionera: “Abre tus ojos a la misión”.
Al abrir los ojos y mirar al mundo con amor, ¿verdad que deseáis llevar a todos la luz maravillosa de la mirada de Jesús, nuestro Salvador? No tengáis miedo de abrir bien los ojos y mirar a nuestros hermanos los hombres, para llevarles a Jesús, especialmente a los más pobres y necesitados, y también a los que tienen muchas cosas, como aquel joven rico del que nos hablan los evangelios, pero les falta lo más indispensable para vivir, y ser felices, que es la compañía de Jesús. Y no hace falta que vayáis a países lejanos. Algunos de vosotros, cuando seáis mayores, quizás seáis misioneros en esos lugares lejanos, pero ahora mismo lo sois aquí mismo, en vuestra casa y en el colegio, entre vuestros amigos y compañeros, en todas partes y con todos. Son muchos los que no conocen a Jesús, y es encontrándose con vosotros, con vuestra mirada, como podrán conocer a Jesús, y seguirle y ser felices. ¡Mirad a todos siempre con ojos de amor, con la misma mirada de los ojos de Jesús!
En la Jornada de la “Infancia Misionera”, que es una Obra que está directamente unida al Papa, los niños sois los principales protagonistas, vosotros y tantos otros niños y niñas en todo el mundo, que necesitan vuestra ayuda. Hay muchos que pasan hambre y tienen toda clase de sufrimientos; en estos días todos estamos muy preocupados por las víctimas del maremoto en el sudeste de Asia, por tantos niños que se han quedado huérfanos, o tienen enfermedades. Hay muchas personas buenas que han acudido a ayudarles, pero vosotros, desde aquí, también podéis hacerlo. ¿Cómo? Lo primero de todo, con vuestra oración, rezando por ellos, y por todos los niños del mundo, y viviendo muy unidos a Jesús, porque de este modo también estáis unidos con ellos, por medio de Jesús, que nos abraza a todos como hermanos de una misma familia, hijos del mismo Padre bueno del cielo. Y pedidle a El en vuestra oración, sobre todo, que sientan a Jesús muy cerca de ellos, y que tantos niños y niñas que todavía no le conocen puedan ver su mirada de amor a través de otros cristianos, y así seguirle y encontrar la alegría de la Salvación.
Antes de despedirme, quiero recordaros que, para vivir unidos a Jesús, tenemos que acercarnos a la Eucaristía, donde El mismo nos espera para darnos el alimento de su Cuerpo y de su Sangre. Este año, además, ¡es el Año de la Eucaristía! Así lo ha establecido el Santo Padre Juan Pablo II, y por eso todos en la Iglesia, mayores y pequeños, vamos a procurar más que nunca vivir muy bien la Misa y comulgar los domingos y fiestas, y los que podáis, también entre semana, ¿verdad que sí? También este año, especialmente en España, ¡es el Año de la Inmaculada! ¿Quién está más unido a Jesús que su Madre Santísima, la Virgen María? Unidos a Ella, que es también vuestra Madre, y vuestra Maestra, es como mejor os podéis unir a Jesús. Sus ojos llenos del amor de Madre, los mismos con los que miraba al Niño Jesús, os miran también a cada uno de vosotros. Dejaos mirar por Ella, y miradla igualmente vosotros con ojos de amor. Y a Ella, Santa María de la Almudena, os encomiendo de corazón, a todos vosotros y vuestras familias.
Con un beso para todos, recibid mi bendición,