Discurso Inaugural LXXXIV Asamblea Plenaria de la CEE

LXXXIV Asamblea Plenaria

Eminentísimos señores Cardenales,
Excelentísimo señor Nuncio Apostólico,
Excelentísimos señores Arzobispos y Obispos,
Señoras y señores:

Expreso mi cordial saludo y bienvenida a los hermanos miembros de la Conferencia Episcopal Española al dar comienzo a nuestra 84ª Asamblea Plenaria.

Agradezco vivamente la presencia del señor Nuncio Apostólico.

Saludo también con afecto a quienes trabajan en esta Casa y a todos los que nos acompañan en esta sesión inaugural pública, en particular, a los enviados por los medios de comunicación.

I. La Conferencia Episcopal: historia y renovación

Nuestra Conferencia Episcopal es, como se sabe, fruto del Concilio Vaticano II. El día 8 de diciembre de este año, Fiesta de la Inmaculada, se cumplirán los cuarenta años de la solemne clausura del Concilio en 1965. Dentro de poco celebraremos igualmente los cuarenta años de la Conferencia Episcopal, una institución, por tanto, joven al servicio de los Obispos españoles y de nuestras Iglesias diocesanas. Será una buena ocasión para refrescar la memoria y mirar confiadamente hacia el futuro.

Hace cuatro décadas, casi por estas mismas fechas, exactamente el día 30 de abril de 1965, en el tiempo de uno de los intervalos entre las sesiones conciliares, los obispos españoles se reunían en Madrid, bajo la presidencia del cardenal arzobispo de Toledo, Enrique Pla y Deniel, para aprobar un primer texto de Estatutos de la futura Conferencia Episcopal. Fueron meses de intenso trabajo en los que se fue dando forma a lo que habría de ser la Conferencia como peculiar órgano de expresión efectiva de aquella colegialidad episcopal de la que tanto se estaba hablando en el Concilio. Antes de la constitución oficial de la Conferencia Episcopal los obispos se encontraron todavía otras dos veces: primero, el 23 y 24 de julio, en Santiago de Compostela, que a la sazón celebraba un Año Santo; y luego, el 29 de noviembre, de vuelta en Roma para las últimas sesiones del Concilio. En esta última ocasión los Estatutos quedaron prácticamente perfilados para ser sometidos a la Asamblea Constituyente.

Las cosas se hicieron sin pausa. A las pocas semanas de volver de Roma, del 26 de febrero al 4 de marzo de 1966, se reunía ya en Madrid la Asamblea Constituyente y Primera Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española. Aquella Asamblea, con la presencia de setenta obispos, aprobó los primeros Estatutos de la Conferencia Episcopal, que recibieron enseguida la ratificación de la Santa Sede – el 14 de mayo – y que permitieron que para el 3 de octubre de aquel mismo año de 1966 la Conferencia Episcopal gozara ya de personalidad canónica propia.

Desde entonces, la regularidad institucional ha sido, gracias a Dios, la tónica constante en la vida de nuestra Conferencia. Siguiendo un ritmo trienal inalterado se ha venido procediendo a la elección de los Presidentes y Vicepresidentes de la Conferencia, así como de los Presidentes de las Comisiones. Ahora concluye el trienio decimotercero. Por tanto, de acuerdo con nuestros Estatutos, en esta Asamblea Plenaria procederemos a las elecciones para un nuevo periodo de tres años.

La Conferencia Episcopal Española, aun con las deficiencias propias de las realidades humanas, puede ser vista con gratitud como un instrumento providencial para la causa del Evangelio entre nosotros. Deseamos, en efecto, dar gracias a Dios porque la Conferencia nos ha ayudado a los obispos a crecer en el afecto colegial y ha estimulado entre nosotros la búsqueda del “mayor bien que la Iglesia proporciona a los hombres, sobre todo mediante formas y modos de apostolado convenientemente acomodados a las peculiares circunstancias de tiempo y de lugar”[1]. Nuestras Iglesias diocesanas y toda la Iglesia son beneficiarias del compromiso colegial de los obispos en la Conferencia. La sociedad española en su conjunto se ha visto también favorecida por el modo en el que la Conferencia acompañó sus pasos en momentos especialmente decisivos.

La misión de la Conferencia Episcopal se ha ido clarificando a lo largo de estas décadas, al tiempo que se iba profundizando y consolidando la comunión afectiva y efectiva de los obispos entre sí y con el Romano Pontífice. Un hito importante en este camino fue la Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos convocada por Juan Pablo II en 1985 para evaluar la recepción del Concilio en el vigésimo aniversario de su clausura. De aquella Asamblea episcopal surgieron valiosos impulsos para el desarrollo institucional de las Conferencias.   Los obispos pidieron entonces que se estudiase el estatuto teológico de las Conferencia Episcopales y, sobre todo, que se explicase “más clara y profundamente su autoridad doctrinal”[2]. Consecuencia de esta petición fue la Carta Apostólica Apostolos suos , de 21 de mayo de 1998, sobre la naturaleza teológica y jurídica de las Conferencia de los Obispos, que supuso un notable paso adelante tanto en el discernimiento del sentido teológico de las Conferencias como, sobre todo, en el desarrollo de la seguridad jurídica en lo concerniente a sus intervenciones magisteriales. De este modo las Conferencias alcanzaban por lo que toca al ministerio de enseñar auténticamente el grado de clarificación y consolidación del que ya gozaban en el campo de la potestad legislativa.

Nuestra Conferencia adaptó convenientemente sus Estatutos a estas nuevas realidades, como se puede constatar en su última modificación por la Asamblea Plenaria de noviembre de 1999[3] .

Las elecciones a las que procederemos en estos días constituirán, sin duda, con la ayuda de Dios, un paso más en la consolidación del espíritu de activa, serena y gozosa colegialidad que ha alentado toda la historia de la Conferencia Episcopal Española. Prestaremos así nuestro humilde servicio a la Conferencia misma, a todo el Pueblo de Dios que peregrina en España y, de este modo, también, a toda la sociedad española.

II. Año de la Eucaristía y de la Inmaculada, y también, de la Jornada mundial de la Juventud en Colonia

1. Celebramos esta Asamblea Plenaria ya en pleno Año de la Eucaristía y de la Inmaculada. Nuestras diócesis han acogido con fervor la invitación del Santo Padre a renovar la celebración del gran Misterio de la fe y, en torno a él, la vida de la Iglesia. La Eucaristía es, en efecto, como enseña el Concilio con fuerza sintética “la fuente y el culmen de toda la vida cristiana”[4].

Juan Pablo II ha llamado de nuevo la atención de la Iglesia Católica hacia la Eucaristía como el mejor modo de alcanzar “una especie de cumbre de todo el camino recorrido”[5] con la celebración del Gran Jubileo del Año 2000. Como sabemos, la celebración misma del Jubileo estuvo marcada por un profundo sentido eucarístico. Nuestras Iglesias celebraron en Santiago de Compostela un Congreso Eucarístico Nacional y esta Asamblea Plenaria publicó, con aquella ocasión, una Instrucción Pastoral sobre La Eucaristía, alimento del pueblo peregrino[6]. Pues bien, el Santo Padre nos invita a mantener vivo el fruto del Jubileo y a seguir profundizando en la vivencia del Misterio de Cristo precisamente a través de la renovación del culto y de la espiritualidad eucarísticas. Para ello contamos ahora con su última Carta encíclica, Ecclesia de Eucharistia[7] y con la Carta apostólica Mane nobiscum Domine[8]. Contienen las enseñanzas y orientaciones básicas para dicha renovación en el Año de la Eucaristía. Además, la Instrucción Redemptionis sacramentum[9] y las Sugerencias y propuestas para el Año de la Eucaristía[10] ofrecen concreciones muy precisas y útiles para el cuidado de la liturgia y de la piedad eucarísticas.

Al final del Año de la Eucaristía tendrá lugar la celebración de una nueva Asamblea Ordinaria del Sínodo de los Obispos durante el próximo mes de octubre. Sus deliberaciones versarán justamente sobre “La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida y de la misión de la Iglesia”.

El Año de la Eucaristía está llamado a suscitar un renacer de la espiritualidad eucarística en el pueblo cristiano y, en particular, entre los jóvenes. Será un modo excelente de llevar adelante el objetivo prioritario del vigente plan pastoral de la Conferencia Episcopal, orientado también a recoger los frutos del Gran Jubileo y, en concreto, a facilitar la vivencia plena del Misterio de Cristo en todos los ámbitos donde se origina y se desenvuelve la vida del hombre.

Providencialmente, no tardará mucho en ver la luz la traducción española de la Institución General del Misal Romano, aprobada recientemente por esta Asamblea y confirmada por la Santa Sede. Su estudio, a la luz de las enseñanzas pontificias que acabo de citar, será de vital provecho para los responsables de la liturgia eucarística.

2. En España, éste es también el Año de la Inmaculada . En nuestra última Asamblea Plenaria los obispos dirigimos un Mensaje a todos los hijos de la Iglesia en España invitándoles a rememorar de modo especial a María en el misterio de su Concepción Inmaculada con motivo del CL Aniversario de la definición dogmática de este misterio[11]. El Pueblo de Dios ha acogido con gratitud y con renovado amor a María esta oportunidad que se nos ofrece para vigorizar y manifestar nuestra fe cristiana. Las celebraciones de la Fiesta de la Inmaculada del pasado mes de diciembre, con la que se inauguraba el año dedicado a ella, fueron especialmente vivas y concurridas. Las diócesis preparan ya la peregrinación al Pilar de Zaragoza, donde el 21 y 22 de mayo próximos tendremos ocasión de renovar la consagración al Corazón Inmaculado de María en un ambiente de celebración y adoración eucarística.

Acaba de llegar a esta Casa y preside hoy este Aula   el lienzo de la imagen de la Inmaculada que Sor Isabel Guerra ha pintado como icono, reclamo y memoria de las celebraciones de este año. La “Mujer vestida de Sol” – el que “nace de lo alto”, que es Cristo – se muestra aquí refulgente de luz; también como “estrella de la mañana” y “estrella del mar” que abre paso al día de la Nueva creación, redimida y gloriosa, victoriosa sobre la oscuridad del mar y de la noche del pecado. La exposición Inmaculada estará, Dios mediante, abierta para el 1º de mayo en la Catedral de la Almudena, como muestra escogida de la belleza que esta Mujer, la Llena de gracia, encierra en sí misma y ha hecho y hace reverberar en la cultura de nuestro pueblo.

En la escuela de María aprenderemos mejor a Cristo. De su mano nuestras Iglesias diocesanas y cada uno de nosotros sabremos cantar con gozo las grandezas de la elección que el Creador ha hecho en Cristo de cada ser humano, llamándonos a todos a la unión con él por el amor, es decir, a la santidad; de su mano aprenderemos a acoger la gracia que nos redime y santifica; aprenderemos el espíritu de discernimiento para conocer lo bueno y lo justo, que procede de Dios, para adherirnos a Él, y a desenmascarar el mal y lo injusto, que procede del   mundo, para apartarlo de nosotros. Todo con la gracia que nos llega de Cristo, por la Llena de gracia, “la mujer eucarística”[12].

3. Con esta misma invocación a María como “mujer eucarística” concluye el Mensaje que el Papa dirige a los jóvenes con motivo de la XX Jornada Mundial de la Juventud que tendrá lugar en la ciudad alemana de Colonia el próximo mes de agosto[13]. Son ya varios centenares de miles los jóvenes de todo el mundo que han dado sus nombres para acudir a este encuentro. Será una ocasión de fiesta y de celebración. Será, sin duda, ante todo, como ha sucedido en Jornadas anteriores, un momento decisivo para el crecimiento en la fe de nuestros jóvenes. Esta vez el lema escogido es bien significativo: “Venimos a adorarle” (Mt 2, 2). Los jóvenes se dan cita para una fiesta de la fe, que este año tendrá un especial colorido eucarístico. El Papa desea que la Jornada se convierta en una verdadera incitación al abandono de los ídolos y a la adoración del Dios vivo, de Aquél a quien los Magos (cuyas reliquias, según una pía tradición, se veneran en Colonia) “encontraron en Bet-lehem, que significa “casa del pan”. En la humilde cueva de Belén yace sobre un poco de paja el “grano de trigo”, que muriendo dará mucho fruto (cf. Jn 12, 24)”[14]. El Papa invita, pues, a los jóvenes a encontrarse en la fiesta de la fe con el Dios crucificado, resucitado y vivo en la Eucaristía.

Los obispos españoles agradecemos muy de corazón a Juan   Pablo II esta nueva oportunidad que se brinda a los jóvenes y que se nos brinda a nosotros. En el corazón de Europa, un Continente que se va haciendo viejo, los jóvenes católicos tendrán una ocasión excepcional para encontrarse con Jesucristo, vivo en la Iglesia, que se hace desde la Eucaristía. Nosotros, y todos los agentes de la pastoral juvenil, empeñaremos nuestras mejores ilusiones y energías en la preparación de este acontecimiento.

III.   La Visita ad limina y la evangelización de nuestra sociedad

Ante los horizontes pastorales mencionados – de la Eucaristía, la Inmaculada y la Jornada Mundial de la Juventud – los obispos españoles hemos acudido las semanas pasadas a Roma para la visita ad limina Apostolorum. Arrodillados ante los sepulcros de los apóstoles Pedro y Pablo, hemos sentido de nuevo la llamada del Señor para vivir en plenitud nuestra vocación, consagración y misión de Sucesores de los apóstoles, en comunión con el Sucesor de Pedro. Es el servicio que debemos a las gentes y a los pueblos de España y que sabemos bien que no podría ser verdadero si no se alimentara de nuestro sí personal a Jesucristo, renovado con la misma frescura con la que lo pronunciamos el día de nuestra consagración episcopal. Al Pueblo de Dios a nosotros confiado le debemos nuestra entrega apostólica, fiel y ferviente.

Quienes hemos tenido la posibilidad de ser recibidos por el Papa hemos encontrado en él al Pastor de la Iglesia Universal a quien el Señor ha encomendado el cuidado de todos los pastores y de todos los fieles. Hemos podido comprobar personalmente una vez más cómo Juan Pablo II gasta y desgasta su vida en aras del ministerio que se le ha confiado con una entrega completa y conmovedora. Las circunstancias de su salud, de todos conocidas, no han permitido que algunos de los hermanos obispos que visitaban Roma en el segundo grupo hayan podido encontrarse con el Santo Padre. Han podido, en cambio, unirse en la misma ciudad de Roma a la oración que desde todo el orbe católico, y también desde España, se ha elevado a Dios por la persona entrañable del Vicario de Cristo. Deseo renovar en este momento la invitación a la plegaria por el Santo Padre: que el Espíritu Santo le conforte y le asista de modo especial en esta etapa de su vida. Juan Pablo II ha servido a la Iglesia de un modo verdaderamente excepcional mientras gozó de salud y de fuerzas físicas. Dios nuestro Señor tiene sin duda sus caminos para que el servicio de Pedro siga siendo prestado a la Iglesia por este gran Papa según las modalidades y los tiempos queridos por su Providencia divina. He ahí el objeto   de nuestra oración confiada.

No quiero dejar de agradecer públicamente al Santo Padre la cálida acogida que nos ha dispensado y las palabras luminosas que nos ha dirigido. Nos ha ayudado a descubrir mejor las necesidades más perentorias de nuestras Iglesias y de los fieles que nos han sido confiados; nos ha estimulado a responder a ellas con entrega clarividente y generosa.

El Papa nos ha confirmado en nuestros planes apostólicos de servicio a la vida sacramental de todos los fieles, de atención paternal y fraternal a los sacerdotes, y, en especial, a los jóvenes y a los laicos presentes en los diferentes ámbitos de la vida pública. Y a nosotros, los obispos, nos ha recordado que “es primordial conservar y acrecentar el don de la unidad que Jesús pidió para sus discípulos al Padre”[15]. No hay otro camino para obtener el fruto deseado de las iniciativas pastorales más apropiadas a las nuevas realidades.

El Santo Padre hizo referencia a la difusión en España de “una mentalidad inspirada en el laicismo”. No se trata, naturalmente, de algo presente sólo en nuestra sociedad, sino de un fenómeno preocupante que afecta de uno u otro modo a las sociedades llamadas occidentales. Tal mentalidad comporta una dificultad especial no sólo para la acción evangelizadora de la Iglesia, sino también para el desenvolvimiento pleno y fluido de la vida social.

Los obispos acogemos con atención y gratitud las palabras del Papa. Nos estimulan a prestar nuestro servicio a la sociedad y a la comunidad política por los caminos de la verdad, de la comprensión y la caridad evangélicas, del diálogo y del espíritu de cooperación sincera al bien común.

El encuentro que el Vicepresidente y el Secretario General de la Conferencia Episcopal mantuvieron la semana pasada con la Vicepresidenta del Gobierno y con el Ministro de Justicia pone de manifiesto la mencionada voluntad de cooperación de la Iglesia con la autoridad legítima. En otras ocasiones hemos   hecho referencia a diversas cuestiones de la agenda política del Gobierno que suscitan serias reservas y aun clara oposición para quienes contemplamos la convivencia social desde una perspectiva cristiana que asume la ética natural o racional en los planteamientos de nuestra cultura moral y legal. Pero también hemos declarado siempre nuestra voluntad de mantener unas relaciones positivas de colaboración con las legítimas autoridades del Estado, en el marco del ordenamiento constitucional y de los Acuerdos vigentes entre la España y la Santa Sede, guiándonos siempre por el criterio superior de la convivencia solidaria y del bien común.

De acuerdo con las orientaciones precisas del Concilio Vaticano II, la Iglesia sabe bien que, en cuanto Iglesia, su misión y su tarea no es la política, en la que los ciudadanos y, por tanto, también los católicos pueden actuar de modo responsable en virtud de diferentes concepciones, legítimas, de la cosa pública y siguiendo diversos caminos para resolver los problemas a los que han de responder los gobernantes. El bien que la Iglesia aporta a la vida de los hombres es ante todo religioso y sólo indirectamente temporal. El propio Concilio precisa el bien que ella aporta a la comunidad política al afirmar de sí misma que es “signo y salvaguardia de la trascendencia de la persona humana”, cuya dignidad y derechos fundamentales defiende y promueve “aplicando todos y sólo aquellos medios que sean conformes al Evangelio y al bien de todos según la diversidad de tiempos y condiciones”[16].

En efecto, el hilo conductor de todos nuestros Planes pastorales es la evangelización de las personas y de la sociedad. Se trata simplemente de anunciar el Evangelio de Jesucristo fiel e íntegramente: la buena noticia del amor creador y redentor de Dios; y de hacerlo siguiendo el mismo estilo con el que Jesús anunció el Reino de Dios con obras y palabras; con palabras que proclaman la presencia de un Dios que se acerca a los pecadores y que les abre -nos abre- el camino de la conversión; con obras que, desde Belén hasta el Calvario y la Resurrección, realizan lo que las palabras han anunciado. Ésta es la misión de la Iglesia. Nadie debe temerla[17].

En la misión evangelizadora de la Iglesia todos los bautizados tenemos nuestra responsabilidad: los ministros ordenados, los consagrados y los fieles laicos. Nadie puede hurtar su trabajo a la obra del Evangelio; todos estamos llamados al apostolado de la palabra y de la caridad; cada uno según su misión y sus posibilidades específicas[18].

El Santo Padre, en el mencionado discurso a los obispos que acudimos a la visita ad limina el mes pasado, nos recordaba cómo la Iglesia en España “tiene una gloriosa trayectoria de generosidad y sacrificio, de fuerte espiritualidad y altruismo y ha ofrecido a la Iglesia universal numerosos hijos e hijas que han sobresalido a menudo por la práctica de las virtudes en grado heroico o por su testimonio martirial”. Y continuaba señalando que “muchos de los retos y problemas aún presentes en vuestra nación ya existieron en otros momentos, siendo los santos quienes dieron brillante respuesta con su amor a Dios y al prójimo”[19].

El acercamiento a los alejados; la atención a las necesidades de los ancianos, los emigrantes y los jóvenes sin empleo; el cuidado de la vida humana naciente; la atención a las necesidades apremiantes de las familias y de la educación; todas éstas y otras muchas tareas, entre las cuales el anuncio explícito de Jesucristo no es ciertamente la última, son el taller donde se fraguan los santos. Nuestra Iglesia realizará en todo ello su misión de modo creíble y verdaderamente eficaz sólo si es capaz de suscitar en su seno hijos e hijas que aspiren con toda el alma a la santidad en el seguimiento humilde del Maestro.

En esta Asamblea estudiaremos y, eventualmente, aprobaremos la traducción española del Martirologio Romano actualizado. Es el catálogo de los innumerables   hermanos que a lo largo de los siglos – hasta el pasado siglo XX – han dado al mundo un testimonio heroico de Cristo, bien con su sangre, bien con una vida santa. Son aquellos a quienes la Iglesia venera en su liturgia como modelos e intercesores.

España y Europa necesitan más que nunca el testimonio de los santos. Porque no hay dignidad humana firme sin esperanza escatológica y no hay posibilidad de respetar al ser humano cuando la conciencia de las personas, renunciando a esperar en la Verdad y la Belleza, trata de satisfacerse a sí misma con   las migajas del mero bienestar económico y, en todo caso, con las vacuas filosofías de un cierto cinismo hedonista[20].

Conclusión

Celebramos esta Asamblea Plenaria bajo el signo de la continuidad y la renovación institucionales de nuestra joven Conferencia Episcopal. Los horizontes pastorales son amplios y los retos que se presentan a la acción evangelizadora de la Iglesia no son de menor cuantía. La sociedad española y la europea esperan de la Iglesia lo que precisamente ella puede darles: verdaderas razones para la esperanza y cauces humanos para alimentarla y vivirla.

Coincidiendo con el final de nuestros trabajos, el día 11, tiene lugar el aniversario de los masivos atentados terroristas de Madrid que llenaron de luto a España y al mundo. La Provincia Eclesiástica de Madrid celebrará un solemne funeral en la Catedral de la Almudena por el eterno descanso de los fallecidos. Algunos de vosotros, queridos hermanos en el episcopado, me habéis anunciado vuestra intención de uniros a nuestra celebración. El flagelo inhumano del terrorismo – cualquier terrorismo – debe desaparecer. Todos hemos de colaborar con energía en su erradicación. No es moralmente posible ningún tipo de compromiso con quienes instrumentalizan a las personas y las asesinan indiscriminadamente, sin recatarse de reivindicar tales crímenes como si de acciones nobles se tratara. La Iglesia sigue elevando su oración constante por el final del terrorismo.

Termino con un fragmento de la oración que Juan Pablo II pronunció el pasado 8 de diciembre junto a la estatua de la Inmaculada en la plaza de España de Roma:

¡Virgen Inmaculada!
Tu intacta belleza espiritual
es para nosotros manantial vivo de esperanza.
Tenerte como Madre, Virgen santísima,
nos alienta en el camino de la vida
como prenda de salvación eterna.
Por eso, a ti, oh María,
recurrimos confiados.
Ayúdanos a construir un mundo
donde la vida del hombre se ame
y se defienda siempre,
donde se destierre toda forma de violencia
y todos busquen tenazmente la paz.

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[1] Código de Derecho Canónico, Cn. 447. Cf. Estatutos de la Conferencia Episcopal Española (1999), Art. 1, 1.

[2] Asamblea General Extraordinaria del Sínodo de los Obispos (1985), Relación Final, II, C, 8b.

[3] Son los Estatutos actualmente vigentes. Los primeros Estatutos, de 1966, tras su primer quinquenio de vigencia, fueron levemente retocados en 1971. Cinco años más tarde, en 1976, se introdujo una modificación significativa sobre el Comité Ejecutivo. Luego, en 1991, se harán de nuevo algunas modificaciones de los Estatutos para adaptarlos al Código de Derecho Canónico de 1983.

[4] Concilio Vaticano II, Const. Lumen gentium , 11.

[5] Juan Pablo II, Carta Apostólica Mane nobiscum Domine , 10.

[6] LXXI Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, La Eucaristía, alimento del Pueblo peregrino. Instrucción Pastoral ante el Congreso Eucarístico Nacional de Santiago de Compostela y el Gran Jubileo del 2000 (4 de marzo de 1999), BOCEE 60 (1999) 13-28.

[7] Juan Pablo II, Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia, 17 de abril de 2003.

[8] Juan Pablo II, Carta Apostólica Mane nobiscum Domine, 7 de octubre de 2004.

[9] Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Instrucción Redemptionis donum. Sobre algunas cosas que se deben observar o evitar acerca de la Santísima Eucaristía, 25 de marzo de 2004.

[10] Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, Año de la Eucaristía: Sugerencias y propuestas, 15 de octubre de 2004.

[11] Cf. LXXXIII Asamblea Plenaria de la Conferencia Episcopal Española, Mensaje en el CL Aniversario de la Definición del Dogma de la Concepción Inmaculada de la Virgen María, 25 de noviembre de 2004, BOCEE 73 (31-XII-2004) 86-89.

[12] Juan Pablo II, Carta Encíclica Ecclesia de Eucharistia , 53.

[13] Cf. Juan Pablo II, “Hemos venido a adorarle” (Mt 2, 2). Mensaje para la XX Jornada Mundial de la Juventud en Colonia, Ecclesia 3.224 (25.IX.2004) 28-29.

[14] Juan Pablo II, “Venimos a adorarle” (Mt 2, 2), 3.

[15] Juan Pablo II, Discurso a los obispos españoles con ocasión de su visita “ad limina”, Ecclesia 3.242 (29-I-2005) 24-26, nº 5.

[16] Cf. Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, 42-43.76.

[17] Cf. Concilio Vaticano II, Const. Gaudium et spes, 45.

[18] Cf. Juan Pablo II, Exhort. Apost. Postsinodal Ecclesia in Europa, 33-43.

[19] Juan Pablo II, Discurso a los obispos españoles con ocasión de su visita “ad limina”, Ecclesia 3.242 (29-I-2005) 24-26, nº 2.

[20] Cf. Juan Pablo II, Exhort. Apost. Postsinodal Ecclesia in Europa, 9.

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