“Un nuevo ardor misionero”
Mis queridos hermanos y amigos:
El pasado lunes concluía la Peregrinación de la Archidiócesis de Madrid a Roma con la audiencia especial que el Santo Padre quiso concedernos con motivo de la clausura del III Sínodo Diocesano en vísperas de la Solemnidad de Pentecostés. Las vivencias de fe, renovada junto a los Sepulcros de los Apóstoles Pedro y Pablo, y de comunión eclesial en torno al Papa, Sucesor de Pedro y Pastor de la Iglesia Universal, han sido muy intensas.
Las celebraciones en las Basílicas de San Pablo Extramuros, de San Lorenzo in Dámaso y de San Pedro, con “la salutación mariana” al atardecer del sábado, día 3, en la Basílica de Santa María la Mayor, nos habían servido para agradecer al Señor las gracias derramadas sobre la Iglesia Diocesana de Madrid los tres largos años de actividad sinodal como un don especialísimo del Espíritu Santo que sólo se percibe y se recibe en toda su riqueza espiritual y apostólica cuando la comunidad eclesial vive en comunión plena, y plenamente expresada, con la Iglesia, una, santa, católica y apostólica, que preside el Sucesor de Pedro en la caridad. Es precisamente en esta experiencia de comunión católica cuando se siente con toda su fuerza y fascinación apostólica la necesidad de vivir la vocación propia, tanto la de los Pastores, como la de los fieles laicos, consagrados o no, con el estilo, el ansia y el ardor misionero de Pablo.
En este ambiente personal y comunitario de tan íntima y honda comunicación espiritual y eclesial, el mensaje que nos dirigió el Santo Padre proyectó una luz teológica y pastoral de extraordinaria actualidad para la aplicación de las propuestas sinodales.
El Papa nos recordó, en primer lugar, con penetrante lucidez, que en el Sínodo Diocesano -¡acontecimiento renovador de la fe y de la comunión entre los miembros de la Iglesia en Madrid!- la comunidad eclesial había tomado conciencia con singular viveza de ser “familia en la Fe”, unida y congregada dentro de sus más variadas realidades por la presencia de Dios en Ella, como signo de unidad para toda la sociedad; consciente, por tanto, de lo que significa ser una comunidad católica, abierta a personas de distintas procedencias y formas de vida y con una vocación universal: llevar a todo ser humano el mensaje de la Salvación.
También el Papa nos hizo ver y valorar el Sínodo como un nuevo Pentecostés en el que el Espíritu Santo infundió en nosotros un nuevo ardor misionero que nos impulsa a ir de nuevo al encuentro de los que viven en nuestra comunidad diocesana, “personas con nombres y apellidos, con sus inquietudes y esperanzas, sus sufrimientos y dificultades”, para actualizarles de nuevo la Buena Noticia del Evangelio. En medio de una sociedad sedienta de auténticos valores humanos, que sufre tantas divisiones y fracturas, “la comunidad de los creyentes ha de ser portadora de la luz del Evangelio, con la certeza de que la caridad es ante todo comunicación de la verdad”.
El Papa añadía que este fin sólo lo alcanzaremos plenamente si salimos hasta los confines de la sociedad “para llevar a todos la luz del mensaje de Cristo sobre el sentido de la vida, de la familia y de la sociedad” y si lo hacemos con un estilo auténticamente cristiano: el del amor de Cristo Resucitado. Porque en el empeño evangelizador y en la tarea apostólica “si no tengo amor, nada soy”, como diría San Pablo (1Cor 13,2). ¿Es que no consiste la evangelización precisamente “en hacer llegar a cada hombre y cada mujer el Amor que Dios Padre mostró en Jesucristo”? Nuestro amor ha de ser, por ello, solícito, generoso, incondicional y ofrecido no sólo a los que están dentro y escuchan la Palabra, sino también a los que la ignoran y rechazan. Incluso cada uno de los fieles ha de sentirse llamado para acercase como “enviado de Cristo” a quienes se han alejado de la Iglesia y, a lo mejor, marchan desencantados como “los discípulos de Emaús” (Cfr. Lc 24.13-35).
Es más, la Iglesia en Madrid debe hacerse presente con la luz y el amor de Cristo en todos los campos de la vida cotidiana “y también a través de los medios de comunicación social”. “A las personas que viven en el desierto del abandono y de la pobreza” ha de llegarles viva y constante su cercanía. “ A partir de la experiencia sinodal, habéis sido enviados -nos decía Benedicto XVI- para dar la Buena Noticia a los pobres, para anunciar a los cautivos la libertad y a los ciegos la vista” (Lc 4, 18).
Para conseguir estos frutos de verdadera y fecunda transmisión de la fe vivida y realizada en la comunión de la Iglesia a todos nuestros hermanos de Madrid, a los que están cerca y los que están lejos de nosotros, debemos de configurar el camino postsinodal con el mismo espíritu de vida y experiencia cristiana con el que emprendimos su proceso de preparación y de celebración, y que el Papa nos recuerda y recomienda: “procurad alimentaros espiritualmente con la oración y con una intensa vida sacramental; profundidad en el conocimiento personal de Cristo y caminad con todas vuestras fuerzas hacia la santidad, ‘el alto grado de la vida cristiana’ como decía el querido Juan Pablo II”.
El Santo Padre nos regalaba así en su encuentro con nosotros -¡encuentro inolvidable!-, no sólo la cercanía y el afecto cálido del que es padre y pastor de todo la Iglesia, sino también, y muy destacadamente, un marco luminoso de doctrina y orientación pastoral impagable para una aplicación fecunda de nuestro III Sínodo Diocesano.
Estamos seguros que su petición a la Virgen Santísima del don de “la fidelidad total a Cristo y a su Iglesia” para todos los miembros de la Archidiócesis de Madrid, será acogida por Nuestra Señora la Real de La Almudena y contribuirá decisivamente a que en Madrid “alumbre verdaderamente la esperanza”.
Con todo afecto y mi bendición,