Fiesta de la Iglesia. Fiesta de España.
Mis queridos hermanos y amigos:
El día de Santiago es día de Fiesta para la Iglesia y día de Fiesta para España. Al celebrar solemnemente su liturgia la Iglesia en España se une, con una memoria singular de su papel en la evangelización primera del pueblo en el que ella ha estado presente como su alma desde hace casi dos mil años, a la de la Iglesia Universal que lo venera como uno de los Apóstoles preferidos del Señor, junto con su hermano Juan -conocidos ambos como “hijos del trueno”- y Pedro, el cabeza de los Doce. Y España misma no puede por menos de recordarle como su Patrono a quien ha acudido en los momentos claves de su historia cuando ante el dilema de “perderse a sí misma” -como se decía en los escritores más eximios de finales del primer milenio- o de continuar el camino histórico emprendido en “la Hispania” romana de concepción cristiana del hombre y de la sociedad, eligió su recuperación vigorosa en torno a la herencia del Evangelio, sembrado por Santiago Apóstol y los primeros evangelizadores de todos los pueblos que la formaban. SANTIAGO supone para ella desde esa decisión tomada en esos momentos cruciales del “ser o no ser”, en las montañas asturianas, muy cerca de Nuestra Señora, la Virgen de Covadonga, el guía seguro, compañero fiel e intercesor en la andadura difícil, pero hermosa y heroica, que la llevaría a la consecución del objetivo perseguido con fe, esperanza y amor, tan perseverantes: la recuperación plena de España. Más aún, en la prolongación de ese camino en el inmenso paisaje geográfico y humano del Nuevo Continente, de América, nunca les faltaría la protección de Santiago a los hijos de España.
La celebración del día de Santiago en el contexto de la actualidad eclesial y del momento presente de España supone una llamada -¡verdadero signo de los tiempos!- para la Iglesia para que tome urgente y grave conciencia del imperativo de la nueva evangelización hacia dentro de si misma y hacia la sociedad; y para España para que caiga en la cuenta de lo necesario e igualmente urgente que resulta el saber asentar las bases de su presente y futuro común en los fundamentos espirituales, morales y culturales que han vertebrado y configurado su personalidad en las etapas más fecundas de su historia y han posibilitado la proyección universal de su aportación al concepto integral de la persona humana, de sus derechos y a la elaboración de los principios rectores de la comunidad internacional en su búsqueda, nunca completa y concluida, de la paz.
Sí, vuelve a ser necesario para la Iglesia en España anunciar el Evangelio directa e íntegramente, al estilo fresco de la primera hora apostólica, como la respuesta inefablemente luminosa y humanamente fascinadora del amor infinitamente misericordioso de Dios, manifestado en Jesucristo, al hombre que busca incesantemente, muchas veces angustiado, salud, salir de las cadenas del sufrimiento y de la muerte, en una palabra: SALVACIÓN. Los españoles, de todos los puntos de la geografía patria, necesitan oír clara y nítidamente ese anuncio del Evangelio, de esa Buena Nueva de la salvación; lo precisan, sobre todo, las jóvenes generaciones, a las que se les hurta frecuentemente esta noticia o se les trasmite de forma manipulada, e incluso, falseada. El anuncio prenderá en sus almas tanto más hondamente cuanto más vaya testimoniado por la propia vida de sus pregoneros: los pastores de la Iglesia y todos los fieles cristianos cada uno según su vocación: ¡testimonio de vidas enamoradas de Cristo, dispuestas a dar la vida por Él y por los hermanos!
Y España necesita que vaya renovándose y madurando ética y espiritualmente su conciencia colectiva en torno a los principios fundamentales que han de regir y orientar su vida en común, como criterios morales anteriores al Estado en su validez social, cultural y política; más aún como aquellos que le son imprescindibles para que pueda cumplir con su función y deber de servicio a las personas y al bien común. La experiencia histórica de España, tal como se ha ido configurando, inspirada y alimentada por “el camino de Santiago”, en estrecha interdependencia con la experiencia histórica de Europa, ha ido alumbrándolos y promoviéndolos como un patrimonio humano, valiosísimo -¡trascendente!- del que se ha hecho partícipe más y más la comunidad de los pueblos de la tierra. La Declaración de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas representa una de sus mejores pruebas.
¡Evangelizar de nuevo en España, proponerse un amplio y generoso proyecto de renovación moral de la sociedad y del pueblo español… eh ahí un bueno y urgente propósito para todos los católicos que quieren celebrar la Fiesta de Santiago del año 2005! Para asumirlo y realizarlo con fidelidad y amor a Cristo y a los hermanos, necesitaremos de la cercanía amorosa de la Virgen Nuestra Señora, la que consoló a Santiago en el Pilar de Zaragoza, la que alentó a los madrileños en La Almudena al comenzar la ya larga etapa, la del segundo milenio, en su historia cristiana de libertad y de paz.
Con todo afecto y mi bendición,